Mafias que manejan el negocio llevan retroexcavadoras y dragas
desarmadas hasta donde les dan los caminos y ríos; de allí en
adelante, las máquinas amarillas avanzan rompiendo selva hasta el
sitio final de explotación.
A 3.200 metros de altura, en el filo de los farallones de Cali, más
de 600 personas se meten a diario en profundos y enrevesados
socavones por los que corre, sin control alguno, la fiebre del oro.
Por primera vez en la historia del país, el agua de una de las
grandes capitales, Cali, se ve en riesgo por el mercurio, el
peligroso metal líquido que es clave en la minería de oro y que en
las últimas cuatro décadas ha envenenado ríos y fuentes subterráneas
en Antioquia, Chocó, el sur de Bolívar, Guainía, Nariño y el Cauca.
Como esos 600 mineros informales –algunos de ellos, llegados de
Venezuela–, miles de hombres, mujeres y niños mueven la máquina
depredadora de la minería ilegal en Colombia. Una fiebre que a su
paso está dejando desiertos y aguas contaminadas en un centenar de
municipios y que ha borrado, según Naciones Unidas, casi 100 mil
hectáreas de selvas y páramos. Es un área equivalente a la mitad de
Bogotá, pero con un agravante: que más del 40 por ciento corresponde
a ecosistemas claves para el agua y la biodiversidad que
difícilmente serán recuperables.
Reporteros de EL TIEMPO se ahondaron en la realidad de la minería
del oro en varias regiones del país para reconstruir la huella de la
destrucción que dejan a su paso las retroexcavadoras ilegales, los
‘dragones brasileños’ –literalmente, aspiradoras que barren plantas
y animales del lecho de los ríos, incluso los enormes de la
Orinoquía, en busca de las pepitas doradas–, y las mafias que,
directa o indirectamente, terminan sacando multimillonarias
ganancias de la minería ilegal. Y es también una máquina de
destrucción que se mueve con químicos y maquinaria que, en teoría,
no circulan libremente en el país pero que siempre terminan
entrando, incluso a las zonas más alejadas del territorio nacional.
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Por: María Isabel Ortíz Fonnegra.
Redacción Justicia. En X: @MIOF_
A 3.200 metros de altura, en el filo de los farallones de Cali, más
de 600 personas se meten a diario en profundos y enrevesados
socavones por los que corre, sin control alguno, la fiebre del oro.
Por primera vez en la historia del país, el agua de una de las
grandes capitales, Cali, se ve en riesgo por el mercurio, el
peligroso metal líquido que es clave en la minería del oro y que en
las últimas cuatro décadas ha envenenado ríos y fuentes subterráneas
en Antioquia, Chocó, el sur de Bolívar, Guainía, Nariño y el Cauca.
Como esos 600 mineros informales –algunos de ellos, llegados de
Venezuela–, miles de hombres, mujeres y niños mueven la máquina
depredadora de la minería ilegal en Colombia. Una fiebre que a su
paso está dejando desiertos y aguas contaminadas en un centenar de
municipios y que ha borrado, según Naciones Unidas, casi 100.000
hectáreas de selvas y páramos. Es un área equivalente a dos tercios
de la de Bogotá, pero con un agravante: que más del 40 por ciento
corresponde a ecosistemas claves para el agua y la biodiversidad que
difícilmente serán recuperables.
Reporteros de EL TIEMPO ahondaron en la realidad de la minería del
oro en varias regiones del país para reconstruir la huella de la
destrucción que dejan a su paso las retroexcavadoras ilegales, los
‘dragones brasileños’ –literalmente, aspiradoras que barren plantas
y animales del lecho de los ríos, incluso los enormes de la
Orinoquia, en busca de las pepitas doradas–, y las mafias que,
directa o indirectamente, terminan sacando multimillonarias
ganancias de la minería ilegal.
Y es también un aparato de destrucción que se mueve con químicos y
maquinaria que, en teoría, no circulan libremente en el país, pero
que siempre terminan entrando, incluso a las zonas más alejadas del
territorio nacional.
Mercurio chino
Los cálculos de las autoridades señalan que siete de cada diez
hectáreas afectadas por la búsqueda de oro corresponden a minería
ilegal de aluvión (en zonas de río). Una minería que sigue
utilizando el mercurio, a pesar de que está prohibido en el país.
Colombia, que hace parte del Convenio de Minamata, prohibió el uso
del mercurio en 2013 a través de la Ley 1658, que dio un plazo
máximo de 10 años para eliminar el metal de los procesos
industriales.
Ese plazo se cumplió el 30 de junio de este año, pero el mercurio se
sigue consiguiendo sin mayores problemas en Colombia. A las zonas de
minería llega en frasquitos color plata que de hecho se consiguen en
internet, por entre 1.000 y 2.000 pesos el gramo. La Policía ha
incautado este año alrededor de 40 kilos. La cifra parece ínfima,
pero no lo es si se tiene en cuenta que un solo gramo de mercurio
puede contaminar hasta 400.000 litros de agua. Con dos kilos se
surten 15 minas por varios meses. Desde el 2019, dice la Policía, el
mercurio incautado pasa de 700 kilos.
Uno de los huecos en la legislación es que el tráfico de la
sustancia no está penalizado. Así, los que lo mueven solo enfrentan
la incautación, mas no un proceso penal. “Una de las acciones será
la presentación de un proyecto de ley para castigar con cárcel a los
traficantes de mercurio”, dice el coronel William Castaño,
comandante de la Dirección de Carabineros y Protección Ambiental de
la Policía (Dicar).
El grueso del tráfico llega a Colombia por tres rutas: la
venezolana, que empieza en China –el principal productor de mercurio
del mundo–, y hay dos más desde México y Bolivia.
De acuerdo con investigadores, la primera ruta tiene tres ‘escalas’:
sale de China, llega a Venezuela y de allí se mueve hacia la zona
del sur de la Orinoquia, especialmente hacia Guainía. La segunda
ruta parte de Bolivia, pasa por Perú, luego por Ecuador y finalmente
entra por la frontera con ese país, casi siempre hacia Nariño, Cauca
y, ahora, el Valle. La tercera ruta se inicia en México y termina en
el golfo de Urabá. Es ese mercurio el que está acabando con la vida
en ríos y lagunas del Chocó, el nordeste de Antioquia y el sur de
Bolívar.
No es un tráfico sofisticado. En buena medida se mueve a través de
correos humanos, ‘mulas’ que aceptan una carga que es potencialmente
mortal en caso de cualquier accidente.
Cuando el metal ya está en suelo colombiano, es acopiado en cinco
municipios: Medellín, Pasto, Cali, Caucasia y Bucaramanga. Desde
esas zonas se distribuye el metal hacia los sitios de explotación
ilegal, muchas veces a través de ferreterías o tiendas de pueblo y
camino.
HECTÁREAS DE MINERÍA DE ORO ILEGAL POR AÑO
Como parte de los esfuerzos para frenar el ingreso del peligroso
metal, Colombia está trabajando en alianza con Homeland Security
Investigations (HSI, por sus siglas en inglés), que está adscrito a
la poderosa Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos y está
investigando delitos ambientales y ayudando a identificar las
organizaciones transnacionales detrás del tráfico de mercurio y del
lavado de activos de la minería ilegal.
En el marco de este trabajo conjunto, se espera que el próximo año
se logre una articulación con autoridades en Perú y Ecuador para
identificar más en detalle las rutas del mercurio y cerrarle el paso
a ese negocio.
Maquinaria por partes
Si el mercurio envenena el agua y la tierra, el arrasamiento visible
corre por cuenta de las grandes máquinas que se usan para la
búsqueda y extracción del oro: retroexcavadoras, dragas y ‘dragones’
que, casi sin falta, se encuentran incluso en las minas más
alejadas.
¿Cómo es que a zonas donde ni siquiera hay carreteras, a veces en
plena selva, logran entrar la maquinaria amarilla? La respuesta es
simple: llegan por partes y son armadas in situ en donde se
desarrollará la actividad minera.
De acuerdo con la Dicar, este tipo de maquinaria es desarmada hasta
en 10 partes y transportada en camiones que, cuando son detenidos en
controles viales, suelen llevar papeles de carga de chatarra. Esos
camiones llevan los implementos hasta donde haya carretera. Si la
explotación se hace en río y es viable el transporte, el resto del
viaje se hará por agua hasta el lugar de la mina. Si no hay ríos, el
camión deja las partes en el último sitio posible: se han
documentado casos en los que se usan hasta 40 mulas de carga para
llevar las máquinas desarmadas. Cuando ya ni los animales pueden
avanzar, la máquina se arma y de ahí para adelante esta se usa para
“romper” hasta llegar al punto de la explotación del oro.
Esa es una de las explicaciones del paisaje lunar que es cada vez
más frecuente en regiones como el nordeste antioqueño y las selvas
del Pacífico.
EVOLUCIÓN POR AÑO DE EVIDENCIA DE EXPLOTACIÓN DE ORO EN ALUVIÓN EN
COLOMBIA
En Nariño, por ejemplo, dragas y ‘retros’ llegan desarmadas hasta la
orilla del río Tumaco. Por ese afluente se mueven algunos
kilómetros, hasta un claro que parece un taller rodeado de selva,
salvo por un largo carreteable construido por las grandes máquinas
que se adentra hasta el llamado Triángulo de Telembí, zona donde
igual se explotan coca y oro ilegal.
La presión de los grupos armados, especialmente del ‘clan del
Golfo’, que es el más metido en el negocio de la minería ilegal,
pesa a la hora de que algunas autoridades miren para otro lado
cuando por sus jurisdicciones pasa la maquinaria amarilla
desguazada. Pero también las redes de corrupción que mueven
millonarios sobornos a lo largo de toda la cadena de la minería.
Además de la minería de oro en ríos, en Colombia hay explotación
subterránea, que implica el uso de explosivos para romper la montaña
y llegar hasta las vetas del mineral. Se trata de un mercado
altamente controlado, para evitar que ese material llegue a grupos
criminales como el Eln, disidencias y bandas de narcos, pero la
restricción la burlan los ‘zares’ de la minería ilegal a través de
tres grandes rutas.
Una de ellas es la misma usada por décadas por las guerrillas
colombianas: la de Ecuador, por la que ingresan explosivos hacia
Nariño. Esa ruta surte minería ilegal de montaña, incluso, hasta
Antioquia, y se mueve a través de pequeñas cargas de tejidos y
artesanías.
Un segundo tipo de explosivo detectado en el país es artesanal y se
usa cuando los mineros sienten más presión de las autoridades por la
incautación de insumos convencionales. Y está el explosivo de
Indumil que es desviado hacia la minería ilegal, a veces con
complicidad de miembros de la Fuerza Pública. Este año la Dicar ha
capturado a cuatro mayores, tres sargentos y dos tenientes coroneles
del Ejército, bajo cargos de favorecer el tráfico de ese material
hacia la minería ilícita.
CAPTURAS POR MINERÍA ILEGAL DESDE EL AÑO 2010 AL 2023
LOS 10 DEPARTAMENTOS CON MÁS CAPTURAS ENTRE EL 2010 Y EL 2023
Toda la cadena termina después legalizada, usualmente hacia mercados
internacionales. Se ha visto, por ejemplo, que las mafias compran
bases de datos de personas que nada tienen que ver con la actividad
y que después terminan inscritas como supuestos barequeros y mineros
artesanales, gracias a pagos de coimas en algunas localidades. Cada
uno de esos ‘mineros fantasmas’ aparece con sus respectivos papeles
vendiendo su producción de oro a algunas comercializadoras
conectadas con la ilegalidad.
La Dirección de Carabineros de la Policía ha detectado certificados
de compra de oro en los que aparecen relacionados como barequeros
personas muertas o presas, y hasta residentes en grandes ciudades.
Una segunda vía para legalizar oro es la utilización de títulos
mineros inactivos, es decir, minas que están legalmente
constituidas, pero que ya no extraen oro y aun así, en los papeles,
siguen produciendo.
Pero también tratan de sacar el metal por la modalidad de correos
humanos. A comienzos de este año fue detenido un colombiano que
pretendía viajar a Turquía con varios kilos de oro camuflado en la
estructura de su maleta.
Era metal explotado en el Valle y transportado a fundidoras en
Bogotá que lo convierten en varillas que luego pintaron de negro.
Los efectos del mercurio en el cuerpo