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Siervas: historias de mujeres abusadas y torturadas en un convento en Colombia

Especial Monja - ELTIEMPO

Los escándalos de la comunidad peruana de las Siervas del Plan de Dios, que ya estallaron en ese país y en Chile, en el 2022, esconden un bochornoso capítulo colombiano que apenas se empieza a escarbar. En la casa de El Carmen de Viboral (Antioquia) las superioras agredieron sexualmente a varias religiosas. EL TIEMPO habló con algunas de las víctimas, que intentan reconstruir sus vidas en un mundo desconocido y aterrador, aunque estén rotas por dentro.

José Alberto Mojica

Editor de Reportajes Multimedia

@Joseamojicap

En la casa de las Siervas del Plan de Dios, en El Carmen de Viboral (Antioquia), se cometieron pecados que no tienen nombre. Todo un rosario de atropellos y torturas que pasan por el abuso psicológico y espiritual, llegando, en el peor de los casos, al sexual. Un escándalo que salió a la luz en el 2022 en Perú ‒donde nació dicha congregación‒ y en Chile, dos de los países a donde se ha extendido a lo largo del mundo, y que esconde un bochornoso capítulo colombiano que apenas se empieza a escarbar.

Las monjas de esta comunidad de élite ‒sus directivas se fijaban en la solvencia económica de la familia de las aspirantes‒ se empezaron a volver mundialmente famosas tras formar, en el 2014, el grupo musical Siervas. Vestidas con sus hábitos negros de pies a cabeza e interpretando desde violines hasta baterías, se convirtieron en estrellas del pop religioso.

Llenaron grandes escenarios en países como Ecuador, Chile, Panamá, Honduras, Guatemala, El Salvador, Estados Unidos, Panamá, México, Costa Rica e, incluso, Colombia. El 14 de septiembre de 2019 se presentaron en Cartago (Valle del Cauca), y dos días después, en Cali. Uno de sus más grandes éxitos, Hoy despierto, sumó 5,9 millones de vistas en YouTube. Las ‘monjas roqueras’, como se empezaron a conocer, se presentaron ante el papa Francisco en la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Panamá en enero del 2019, y hubieran logrado mucha más fama y alcance global si no hubiera explotado la bomba que terminó derribando a su comunidad: un soberbio templo que terminó en ruinas.

“Cuando el futuro veas incierto y el temor debilite tu confianza, recuerda que Dios está presente, que nada escapa su mirada”, dice al comienzo de uno de sus éxitos, Confía en Dios, grabado en un helipuerto, con una producción al estilo de las grandes celebridades de la música. Las palabras de esa canción resultan contradictorias para las jovencitas que le entregaron sus vidas a esa comunidad y terminaron totalmente destruidas: santitas de porcelana rotas; capillas y templos profanados.

Mucho se ha hablado sobre el abuso sexual cometido por un porcentaje importante de sacerdotes que arremeten sobre todo contra niños y jóvenes indefensos gracias a las denuncias de la prensa que han obligado a la Iglesia católica a establecer protocolos de seguridad para menores de edad y a colaborar con la justicia ordinaria, pero es muy poco lo que se ha hablado sobre lo que ha ocurrido de puertas adentro de conventos y monasterios. Y menos, de los abusos de monjas hacia otras monjas.

Pero, poco a poco, esas infamias empiezan a ver la luz, aunque en medio de tinieblas. En octubre del 2022, la Comisión de Cuidado y Protección de la Confederación Latinoamericana de Religiosos (Clar) publicó el libro Vulnerabilidad, abusos y cuidado en la vida religiosa femenina. De forma anónima, fueron entrevistadas 1.418 religiosas en 23 países. La investigación estableció que una de cada cinco monjas en América Latina y el Caribe ha padecido algún tipo de abuso en entornos eclesiásticos. El 20 por ciento confiesa haber sido víctima de agresiones sexuales en algún momento de su vida. Y el 8 por ciento afirma que la victimaria de ese abuso sexual fue una superiora o una consejera.

“Llegó la hora de revelar todo lo que ha sucedido con nosotras, que solo hemos sido mano de obra barata, de segunda, en una Iglesia donde los hombres, que son los que siempre han mandado, nos tienen relegadas. Una Iglesia machista y misógina”, le dijo a EL TIEMPO, desde Roma, la autora de dicha publicación, la hermana María Rosaura González Casas, coordinadora de la Comisión de Cuidado y Protección de la Clar. Una mexicana perteneciente a las teresianas de España, a donde llegó hace 46 años, y a quien no le ha temblado la voz para denunciar los suplicios de las mujeres dentro del clero pese a los bloqueos y persecuciones que, reconoce, ha sufrido tras investigar dicha problemática. Y que conoce muy bien la situación ocurrida con las Siervas del Plan de Dios, pues las incluyó en la investigación.

‘Mis superioras me agredieron sexualmente’

Una joven de un país suramericano que llegó a las Siervas, a los 17 años, afirma que padeció múltiples agresiones en el Hogar Santamaría, propiedad de una universidad de la región y donde acogían a jóvenes de poblaciones vulnerables. Queda en la vereda Aguas Claras, de El Carmen de Viboral y ellas la administraban. Una casa campestre rodeada de bosques en el oriente antioqueño, dentro de una especie de conjunto residencial. Según testifica, le aniquilaron la razón y el espíritu, la torturaron psicológicamente, la sometieron a duros oficios domésticos y a obedecer sin derecho a abrir la boca, como un borreguito que sigue ciegamente a su pastor sin saber que va directo al matadero. Una oveja mutilada. La distanciaron de su familia ‒sigue‒, que vivía a miles de kilómetros. Y, como era una orden, solo podía hacer una llamada cada dos semanas, en promedio, siempre con una compañera al lado, vigilando la conversación. Si estaba triste, no podía expresarlo. Ni quejarse. No tenía permitido tener un correo electrónico. Solo había uno, para todas, de acceso público. Y entre todas esas experiencias tan dolorosas ‒continúa su relato‒, la última fue la más cruel.

Ocurrió primero con su consejera, una antioqueña llamada Claudia Marcela Duque. Cada postulante o consagrada a María ‒los primeros títulos asignados‒ tiene una. Y su labor consiste meramente en el acompañamiento vocacional y espiritual. Pero ella ‒afirma‒ le empezó a escribir cartas y a regalarle dulces y chocolates, y le decía que quería ser su mejor amiga. Y cuenta que la obligaba a ir a su habitación, a la vista de sus compañeras, algo prohibido en una congregación religiosa cuya disciplina era digna de una cárcel.

“Ahora entiendo que estaba intentando seducirme”, dice en una videollamada en la que accedió a darle una entrevista a este diario, tras recibir la aprobación de su psiquiatra, que consideró que hablar sobre sus mortificaciones podría ayudarle en su recuperación mental y emocional. Pero, eso sí, exigió que se preservara su identidad.

Era una niña aterrada, muerta del miedo, pues el monstruo que se escondía debajo de su cama ahora le respiraba en la cara, en la nuca, con dos bolas de fuego en los ojos. “Yo no quería, pero me obligaba a entrar a su habitación. Entonces, se tiró encima de mí en un mueble; me sentía incómoda al sentir su cuerpo encima del mío, pero no me atreví a decirle nada. Solo hice el ademán de que no había pasado nada. Ella se reía y no se salía de encima de mí; fue horrible sentir sus pechos encima. Traté de pararme y nuevamente me cogió los brazos y empezó a saltar, y se volvió a tirar encima. Y hacía que se reía y que por eso no se podía parar. Ahora que estoy afuera de la comunidad me doy cuenta de que eso no pasa en la vida real: eso pasa en las películas románticas”, se lee en la denuncia que interpuso el 21 de junio de 2022 en la Arquidiócesis de Lima (Perú), en la sede de las Siervas del Plan de Dios en la misma ciudad y que envió a la Diócesis de Sonsón-Rionegro, porque fue allí donde, según ella, ocurrieron esos abusos.

El pasado mes de abril viajó a Colombia. Indignada, llegó al despacho de monseñor Fidel León Cadavid Marín, obispo en esa región antioqueña. Se paró en la entrada y, visiblemente ofuscada, exigió verlo. La secretaria le dijo que no estaba. Volvió. Varias veces. Y no logró que Cadavid León le diera la cara.

Según su denuncia, a esa victimaria se le sumaría, más adelante, la primera sierva, Andrea García: una argentina que llegó siendo adolescente a Perú con su familia ‒según se ha documentado‒ huyendo de la dictadura de su país. Quienes la conocieron cuentan que parecía levitar mientras caminaba con su hábito negro de paños finos. Alta y espigada, de 1,74 metros de estatura y pelo crespo, dicen que, con su mirada profunda ‒unos ojos negros que transmitían calma y furia, según la ocasión‒ era capaz de conmover a la persona más recia y de despellejar a la más débil. Y que a través de esa mirada tierna pero inquisidora tenía el poder de escoger o descartar a las muchachitas que integrarían su redil. O de reclutarlas, mejor, para su séquito de esclavas, según relatan las víctimas que lograron escapar.

Quienes la conocieron cuentan que Andrea García fue la encargada de fundar los cimientos de una iglesia pequeñita que prometía ser catedral y que eso la convertía en una especie de santa, a la que había que venerar. Tanto así que ostentaba que su voz era la misma voz de Dios. Reiteraba que cuestionar su autoridad era cuestionar la voluntad divina y que, por eso, su palabra era sagrada e incuestionable. Así estaba contemplado en las constituciones de la comunidad, que parecían talladas en mármol.

Andrea García fue la primera sierva. Y fue la encargada de establecer las estrictas normas de las Siervas del Plan de Dios, que bien podrían ser las mismas de una cárcel.

Y ‒siguen quienes la padecieron‒ fue la encargada de instaurar una maquina endemoniada y sistemática de tortura psicológica, abuso espiritual y de poder, humillaciones, gritos y tocamientos abusivos: conductas que escasamente les permitían, a las monjas a su cargo, respirar. Y obedecer, con la cabeza agachada: corderitos mansos con los ojos inundados por el terror. Y como si fuera poco, es acusada por la joven que accedió a contar su testimonio, y por varias exsiervas, de haberlas sometido a agresiones sexuales que iban desde manoseos hasta la masturbación. No solo abusos: delitos que siguen impunes. De tener unas 140 religiosas en todo el mundo, se calcula que quedan muy pocas. La inmensa mayoría ya se retiró. Vale aclarar que no hay cifras oficiales de las Siervas porque la comunicación con ellas es limitada. No más de 50 sobreviven, según coinciden todas las víctimas consultadas por este diario y varios conocedores del caso.

Muchas ‒muchísimas, como ya se ha descrito‒ lograron arañar los acantilados filosos del infierno y huyeron, con las piernas laceradas y los hábitos convertidos en harapos. “Las cosas más perfectas son también las más susceptibles de recibir tanto aprecio como maltrato”, escribió Dante en la Divina comedia al referirse a ese lugar a donde ‒según los curas más temerarios y los creyentes más extremos‒ van a quemarse por los siglos de los siglos las almas pecadoras.

“He tratado de reconstruir mi vida en un mundo desconocido, que me aterra. Ya que casi nunca me permitían ver a mi familia, no pude crear vínculos con ellos durante los 14 años que estuve dentro”, sigue su relato, en el que también coinciden todas las víctimas ‒o sobrevivientes, mejor‒ que les narraron sus martirios a este diario.

Hoy lamenta saberse perdida a sus 37 años. Se retiró hace cinco. Se siente como una niña que se soltó de las manos de sus padres y se enfrenta a una autopista convulsionada de buses, camiones, carros, motos y personas, y que se avienta solo porque sabe que su única opción es caminar hacia adelante. Una niña perdida, pero consciente, que solo sabe que debe seguir luchando por reconstruir su vida aunque no tenga dónde descargar los pies.

Las superioras le permitieron estudiar una licenciatura en filosofía y educación religiosa, un privilegio de muy pocas. Pero la obligaron a meterse a una carrera que, cuenta, no le gustaba. En su regreso a un mundo totalmente insospechado, se vio obligada a conseguir trabajo como profesora de religión de un colegio: grave error, pues la ansiedad y los ataques de estrés postraumático se incrementaron. Terminó echándole sal a una herida en carne viva. “Tuve que retirarme de ese trabajo. Me era imposible enseñar sobre una religión en la que ya no creo, en una imagen de Dios en la que ya no creo, sobre una institución donde han ocurrido tantos crímenes. Porque mucho se ha hablado sobre los curas que violan niños, pero muy poco, o nada, de los abusos en las monjas. Creo que ha habido discriminación de género en el cubrimiento de esos temas por parte de los medios de comunicación”, se queja.

Andrea García ‒según su denuncia‒ estaba de visita en la casa de El Carmen de Viboral. Para entonces, ya no era la superiora general. Y se quedó a dormir con Claudia Duque. Una noche, Andrea empezó a llamarla. “Ayúdame, ayúdame, ven, Claudia me está molestando”. Y asegura que la obligaron a acostarse con ellas y que entre las dos empezaron a manosearla. A atacarla sexualmente, mejor (su testimonio completo se cuenta en uno de los capítulos de este reportaje).

“Me dejaron ir como a los 15 minutos”, sigue su denuncia, que se sumaría a muchas más, en las que afirmaron que ese era el modus operandi de Claudia Duque y Andrea García cuando estaban juntas: invitar a una de las religiosas a su habitación, con la excusa de que la otra la estaba molestando, y ahí ‒afirman‒ aprovechaban para manosearlas y abusar sexualmente de ellas. Y hay testimonios de exreligiosas que señalan que, tras entrar a sus aposentos, era normal que Andrea García saliera desnuda de la ducha. De hecho, se cree que las dos mujeres tenían una relación sentimental, pues cuentan que siempre se mandaban regalos ‒Andrea vivía en Lima, y Claudia, en El Carmen de Viboral‒ y cada vez que se veían dormían juntas a la vista de todas. A la vista de Dios y de la santísima Virgen María.

“Se me tiró encima, en un mueble. Me sentía incómoda al sentir su cuerpo encima del mío, pero no me atreví a decirle nada. Solo hice el ademán de que no había pasado nada”.

Así lo estableció Camila Bustamante, una reconocida periodista chilena que, a los 15 años, conoció a las Siervas del Plan de Dios tras haber decidido participar en las actividades sociales y pastorales de la parroquia Madre de los Apóstoles, ubicada en el barrio Maipú de Santiago. Su sueño era ser una de ellas. Por eso, seis años después, viajó a Lima para participar en el proceso de vida comunitaria ‒obligatorio para todas las candidatas‒, pero después de un mes le dijeron que no era apta y que Dios la quería para el matrimonio.

Lo primero que sintió fue un sentimiento de fracaso, que ella equipara al impacto emocional que genera un divorcio. Pero después lo agradeció. “Seguro se dieron cuenta de que no tragaba entero, porque allá te aniquilan la mente”, cuenta Bustamante, quien se resignó a perder la beca que se había ganado para estudiar periodismo, pues debía perseguir su vocación religiosa. Una carrera que retomó ‒y tuvo que pagar‒ cuando regresó a Chile. Y es la autora del libro Siervas, publicado en el 2022 por la editorial Planeta y en el que revela los testimonios de muchas de sus disidentes, que narran los martirios que tuvieron que soportar tras haber decidido dedicar sus vidas dicha congregación.

Cuenta que muchas terminaron hospitalizadas en clínicas psiquiátricas, otras tantas han tenido ideación suicida ‒algunas han intentado quitarse la vida‒, y la inmensa mayoría completa años y años de terapia para tratar de exorcizar esos demonios que les ocasionaron problemas de estrés postraumático, sobre todo a aquellas que sufrieron agresiones sexuales.

“Hasta ahora se está abriendo un capítulo muy fuerte sobre los abusos que ocurren en el contexto de las religiosas. Y poco a poco se irán conociendo más y más casos”, cuenta Bustamante, quien, tras la publicación de su libro, empezó a recibir mensajes y llamadas de exsiervas que querían contar sus testimonios. No obstante, aclara, muchas de ellas no tienen claro que realmente fueron víctimas de agresiones de sus superioras, y menos, las que sufrieron violencia sexual. “Piensan que, más que un abuso, les ocurrió algo que no estuvo bien. Otras sienten mucha vergüenza. Pero que te lleven a la habitación y te metan a la cama no era para ver monitos, era para tocarte….”, sigue la autora. Y explica que en su proceso de investigación se enteró de situaciones tan crueles e íntimas, pero prefirió omitirlas para resguardar la privacidad de las denunciantes.

Otras le contaron que les prohibían consumir los medicamentos prescritos para tratar sus enfermedades y que vieron su salud seriamente afectada. Eso ‒considera‒ más que una mala práctica es un delito. Y a las que tenían sobrepeso las obligaban a hacer dieta y hasta les restringían el acceso a la comida. Varias, cuenta, terminaron enfrentando serios trastornos alimentarios. Una de ellas terminó tragándose las sobras de la basura.

Vivían aisladas la una de la otra. Les tenían prohibido hablar con sus compañeras. “Era pecaminoso tener cualquier tipo de amistad entre ellas. Si estaban tristes o preocupadas, no podían conversar al respecto. Eso era pecaminoso. Con las únicas con las que podían hablar era con las consejeras o superioras”, sigue Bustamante. También documentó casos de secuestro, pues, para castigarlas, se les prohibía salir de la habitación durante largos periodos, de hasta un mes. Solo podían tener contacto con la hermana que les llevaba la comida. “Les decían que el encierro era un espacio necesario para entrar en comunión con Dios. Por eso, muchas se escapaban cuando tenían la oportunidad de ir a comprar el pan”.

Todas las denuncias hechas por la autora chilena fueron corroboradas por el sacerdote español Luis Alfonso Zamorano López, especialista y estudioso de violencias en ambientes religiosos. Tras una juiciosa investigación, publicó un documento sobre el abuso de poder y de conciencia en las Siervas del Plan de Dios, en el que coincide con la obra de Camila Bustamante.

20%

de monjas de América Latina ha sido abusada sexualmente, según un estudio del 2022. Y en el 8% de ese total, la victimaria fue una superiora o una consejera.

La casa de Marinilla

Hace varios años, las Siervas dejaron de administrar el hogar juvenil de El Carmen de Viboral, aunque sigue funcionando. Pero muy cerca, en Marinilla, queda la casa principal de las Siervas del Plan de Dios en Colombia. Y es muy distante a la imagen de los conventos centenarios: obras arquitectónicas coloniales con iglesia y jardines. Parece, mejor, una casa de campo. Mira al valle de San Nicolás o también llamado altiplano del Oriente. Llegamos como reporteros y, según nos contaron, termina un retiro espiritual. Es la tarde del domingo 30 de julio del 2023. El clima es templado, se respira aire fresco, primaveral, y permite escapar de esos calores tan inclementes de Medellín. Hombres y mujeres salen del lugar, empacando el equipaje en sus vehículos.

La antesala es un patio de piso de piedra y jardines con plantas florecidas de rojo y amarillo. A la entrada del particular convento, pintado de amarillo y blanco, de tejas de barro color marrón, al fondo, se levanta una imagen de la Virgen Milagrosa ‒con su manto celeste‒ sobre un pedestal de concreto.

La puerta es una reja de hierro, cerrada pero con la cadena y el candado colgando ‒como un ahorcado‒, porque el evento terminó y los visitantes van de salida. Nos acercamos y saludamos a una mujer que había participado en la actividad. Y le preguntamos por alguna de las religiosas. Sonrió y dijo que iría a dar el mensaje. A los tres minutos llega una sierva, vestida de manera impecable con su hábito negro.

—Buenas tardes, hermana.
—Buenas tardes. ¿En qué puedo servirle?, respondió amablemente.
—Somos periodistas. Estamos trabajando en un reportaje a propósito de varias denuncias de abuso que varias religiosas afirman haber sufrido en esta casa. ¿Hay alguien que nos pueda dar una entrevista?
‒No. Debe escribir directamente en la página de internet. Hasta luego, respondió con el ceño fruncido entre unas gafas que dejaban ver unos ojos verdes pequeños ‒como moneditas‒ y se fue, con el hábito ondeando con el viento que sopla en la montaña.

Escribimos a la dirección de correo que aparecía en el portal, solicitando una entrevista telefónica, o escrita, de ser necesario. Queríamos saber del paradero de la consejera y la superiora acusadas: la colombiana Claudia Duque y la argentina-peruana Andrea García. De la primera, nadie da razón. Una exsierva, que también habló con este diario, contó que Duque era candidata a ser la superiora general de la congregación, pero que el consejo directivo desistió de ese nombramiento tras conocerse las denuncias en su contra. También se comenta que sigue en la congregación y que desde hace varios años vive con un obispo peruano. De la segunda, se supo que también dijo adiós y que fue despedida con honores en el 2019. Mientras colgaba los hábitos, la ilustre sierva contaba que Dios la había llamado pa ra otros menesteres. Sin embargo, desde los lustrosos pasillos del convento, en Lima, se colaron comentarios que sugerían que su salida fue producto de un acuerdo entre ella y la comunidad, pues para ese entonces ya se habían recibido varias denuncias sobre sus abusos y se vislumbraban tormentas y huracanes, terremotos y tsunamis.

La exreligiosa que puso la denuncia contra ella, y contra Claudia Duque, contó que al radicar su queja, la abogada del arzobispado de Lima le reconoció que no era la primera, mirando de reojo una carpeta repleta de muchos papeles. “Calculo que eran unas 25 denuncias contra Claudia”, cuenta. Contactamos a la abogada vía WhatsApp. Respondió el saludo. Pero apenas le expresamos el motivo de nuestra consulta, no volvió a contestar.

En el expediente de las Siervas también aparece el nombre de otra religiosa del consejo directivo: la peruana Carmen Cárdenas, quien se desempeñó como superiora general. Sobre ella reposan varias denuncias sobre abuso de poder, maltrato y abuso espiritual; ninguna, por temas sexuales. Dicen que no era menos que una fiera miedosa merodeando a sus presas en un bosque de niebla, siempre lista a morderlas, a destrozarlas.

De Andrea García, cuentan, se ha dedicado a dar terapia a parejas en crisis sentimentales. Sí, una exmonja ayudando a matrimonios en problemas. Aunque no es del todo una incoherencia, porque también se supo que se casó tras su salida de la comunidad. Y la encontramos en beBee, un portal latinoamericano donde los profesionales ofrecen sus servicios de consultoría. En su perfil aparece en una foto con la cara recargada sobre la mano derecha, con una pulsera plateada bordeando la muñeca, con el pelo suelto y pintado de castaño.

Y bajo su nombre completo, Andrea García Avendaño ostenta su brillante y robusta formación académica: “Licenciada en biología de la Universidad Cayetano Heredia de Lima. Magíster en educación con mención en tecnologías de la información y comunicación. Docente de biología y ciencias en prestigiosos institutos. Con experiencia enseñando en universidades, cursos de microbiología, parasitología e inmunología, entre otros”. No aparece ninguna mención a su larga experiencia en las Siervas del Plan de Dios. Es lógico que quiere rehacer su vida y que desea borrar ese episodio de su historia. También eliminó sus redes sociales.

Las monjas más virtuosas para la música integraron, en el 2014, el grupo musical ‘Siervas’, con el que recorrieron distintos países.Foto: Tomada del Facebook del grupo Siervas.

El autor de este reportaje la contactó por medio de dicha publicación, expresándole su interés en escuchar su versión, argumentando la búsqueda siempre debida del equilibrio periodístico. Jamás contestó. Y al ingresar a la dirección de su perfil, a los pocos días, descubrió que había sido bloqueado, porque la página sí funciona en cualquier otro dispositivo. También fue contactada a través de WhatsApp, pero no respondió el mensaje.

‘Pedimos perdón por el dolor causado’

Las Siervas han guardado silencio ante los cuestionamientos de la prensa. Sin embargo, el 24 de junio del 2022 publicaron una carta abierta en su portal (www.siervasdelplandedios.org) en la que lamentaban lo sucedido con las denunciantes y reconocían parte de su culpa. “Queremos pedir perdón por el dolor causado, perdón por las acciones abusivas sufridas al interior de la comunidad; perdón por no haberlo manifestado antes y perdón por no haber sabido acoger en el momento indicado y de la forma adecuada su sufrimiento”.

Tampoco se conocen acciones penales contra Claudia Duque y Andrea García. Las exsiervas con las que hablamos se han abstenido de denunciar ante las autoridades civiles porque no quieren ser revictimizadas. EL TIEMPO conoció que la firma de abogados Ugaz, de Lima, contactó a varias de ellas para ofrecerles asesoría jurídica gratuita. La jurista asignada para este caso contó que están haciendo las respectivas gestiones ‒recolectando testimonios, intentando conseguir pruebas‒ y aclaró que espera que las investigaciones comiencen pronto.

El pasado 23 de octubre, este diario le envió un derecho de petición a la Fiscalía General de la Nación, buscando información sobre dichas mujeres, teniendo en cuenta que varios de estos abusos ocurrieron en nuestro país.

“¿Cuántas y cuáles denuncias existen en contra de la comunidad religiosa Siervas del Plan de Dios, nacida en Perú pero con sede en Colombia? ¿Existen denuncias en contra de Claudia Duque, religiosa colombiana y de Andrea Duque, religiosa argentina-peruana, señaladas de abuso sexual por parte de monjas a su cargo, en Antioquia?”. Este lunes 18 de diciembre llegó la respuesta, en la que afirmaban que, tras procesar los datos y registros de información criminal no se identificaron denuncias en contra de dicha comunidad. Y sobre los nombres en cuestión, respondieron: “​De acuerdo con lo expuesto, se entiende entonces que los datos solicitados, en principio, no pueden difundirse sin autorización, toda vez que corresponde a un dato sensible que puede afectar la intimidad del titular o asociarse a circunstancias perjudiciales o desfavorables”. Así que no se conocen esas denuncias, o se presume que no existen todavía.

Sin embargo, en Perú, epicentro de este escándalo, Eduardo Castañeda Garay, fiscal de Lima, le envió un documento oficial a Carlos Castillo Mattasoglio, arzobispo de la capital de ese país. Lo radicó el 25 de julio del 2021, tras conocer una carta ‒una de las primeras, de muchas‒ en la que 20 siervas denunciaban los abusos sufridos.

“Tengo el honor de dirigirme a usted y solicitar, con carácter de muy urgente, un informe sobre la queja presentada el 16 de agosto de 2019 a 20 exmiembros de la comunidad Siervas del Plan de Dios, en relación con la denuncia de abusos”, dice el oficio.

La noticia fue publicada el 8 de abril del presente año por el medio peruano El Foco, especializado en información judicial y política. Una semana después, el portal Wayka retomó la información y aseguró que “a más de un año de investigación fiscal a la congregación Siervas del Plan de Dios, no se conocen sanciones”. La prensa peruana no ha vuelto a retomar el tema. Y los medios más prestigiosos no han publicado nada. Y las denunciantes y los expertos en el caso consideran que ha habido censura, debido al poder que esa comunidad, y la que la ampara ‒el Sodalicio de Vida Cristiana‒ sigue ostentando en las altas esferas del poder de ese país.

Así que las pocas denuncias que han tenido algún efecto han sido canónicas. El pasado 17 de julio, la Arquidiócesis de Lima anunció su intervención. El arzobispo Carlos Castillo Mattasoglio ‒el mismo citado por el Ministerio Público de Perú‒ designó al sacerdote español Ignacio Azcoaga Lasheras. En otro comunicado, publicado el pasado 18 de agosto, las Siervas informaron que, a partir de esa fecha, ese sacerdote asumía todos los derechos y deberes que se atribuyen a la servidora general ‒la también colombiana Natalia Sánchez Hincapié‒ y a su consejo directivo.

“Esta decisión ha sido tomada luego de un tiempo de visita canónica ya finalizada y de la investigación en relación con algunas acusaciones realizadas en contra de algunos miembros y exmiembros de nuestra institución”, reza el documento. EL TIEMPO habló con el sacerdote Azcaoga Lasheras, quien aclaró que su cargo tiene un rol de comisario o de superior temporal. “He llegado hace muy poco. Estoy conociendo la comunidad, hablando con las hermanas. Tengo información sobre las denuncias, pero no es muy clara todavía. Estamos en un momento de reflexión fuerte, de aislamiento”, afirmó al explicar que, por ahora, es muy prematuro dar una declaración.

EL TIEMPO buscó a monseñor Fidel Cadavid, obispo de la Diócesis de Sonsón - Rionegro. Un delegado respondió que las Siervas pertenecen a Perú y que por eso no pueden intervenir.

El pasado 2 de octubre llegó un correo electrónico con la respuesta de las Siervas: “Agradecemos tu interés por querer comprender mejor la situación que estamos viviendo y valoramos mucho el hecho de que quieras escuchar a todas las voces, incluyendo la nuestra. En este momento como institución, y por todos los hechos que han ido pasando, nos encontramos en un proceso de reflexión, renovación, sanación y reparación. Por este motivo, en el presente, no estamos en condiciones de dar entrevistas. Agradecemos nuevamente tu sinceridad y buena fe, esperamos comprendas la respuesta y encomendamos en nuestras oraciones tu trabajo y servicio”.

EL TIEMPO también contactó a la Diócesis de Sonsón-Rionegro, con el fin de conseguir una entrevista con monseñor Fidel León Cadavid Marín, pues fue allí, en su jurisdicción eclesiástica, donde una de las víctimas afirma haber sufrido múltiples abusos. Vale aclarar que, de todas, ha sido la más grave, pues incluía violencia sexual. Y respondieron que la persona encargada del despacho de cultura del cuidado es el sacerdote Gabriel Alonso Aristizábal, vicario general.

“Recibimos la denuncia y lamentamos mucho lo sucedido. Pero es necesario aclarar que, aunque esa comunidad ha hecho presencia en nuestra diócesis, pertenece al Arzobispado de Lima. Así que no es competencia nuestra hacer algún tipo de intervención”, expresó el padre Gabriel al aclarar que, días después de recibida la denuncia, fue enviada a la curia de la capital peruana, expresando la situación y solicitando que se emprendieran acciones. Y envió, a este diario, copia de dichos documentos.

Sin embargo, para la denunciante, su respuesta es evasiva e irresponsable. “El obispo Fidel León se ha querido lavar las manos diciendo que las Siervas son de Perú. Y claro que así es, pero parece que no entendiera que los abusos que sufrí ocurrieron allá, en la Diócesis a su cargo, y que una de mis agresoras, Claudia Duque, es colombiana”, sigue, y confiesa que no le sorprende la indiferencia del monseñor. “Me enteré de que lo arrestaron por no cumplir un fallo de tutela, que le ordenaba dar información sobre los sacerdotes señalados de abuso sexual en su diócesis. Eso quiere decir que es un encubridor de curas violadores”, añade.

El pasado 24 de marzo, el Juzgado Segundo Penal Municipal de Rionegro le impuso arresto domiciliario de dos días y una multa de tres salarios mínimos legales mensuales vigentes por no haber cumplido con el fallo de tutela proferido días atrás ‒el 11 de marzo‒ en el que se le ordenaba entregar información relacionada con presuntos casos de pederastia en la institución al periodista Juan Pablo Barrientos.

El reportero, también antioqueño, es el autor de varios libros de rigurosa investigación ‒Dejad que los niños vengan a mí (2019) y Este es el cordero de Dios (2021), de editorial Planeta‒ que han revelado cómo, según sus palabras, “la Iglesia católica ha sido una empresa del crimen organizado trasnacional”. En sus investigaciones, que le han hecho merecedor de dos premios de periodismo Simón Bolívar, se ha enfocado en dos arquidiócesis: la de Medellín y la de Villavicencio, donde ha evidenciado casos que, según él, son evidencia de la más cruel de las perversiones.

Y acaba de publicar ‒de la mano del también periodista Miguel Estupiñán‒, El archivo secreto: la investigación más ambiciosa sobre pederastia en Colombia. Fueron más de 120 acciones de tutela las que interpusieron para acceder a la información que sirvió para escribir la obra, que promete ser todo un escándalo en un país que sigue siendo mayoritariamente católico.

Según la Encuesta de Cultura Política, elaborada por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane) y publicada en marzo del 2022, 8 de cada diez colombianos confesaron pertenecer al catolicismo. Y Antioquia ‒donde queda la sede de las Siervas del Plan de Dios‒ se consolida como el más católico del país, pues el 81,1 por ciento de su población practica este credo.

No en vano es la tierra de la única santa colombiana: la misionera y religiosa Laura Montoya ‒canonizada el 12 de mayo del 2012 por el papa Francisco en la Plaza de San Pedro del Vaticano‒ y de siete beatos que hacen carrera hacia la santidad.

Así se extendieron por el mundo

Una congregación adolescente

Las Siervas del Plan de Dios son una congregación muy joven, pues solo tiene 23 años de fundación. La Real Academia Española define así la palabra ‘sierva’: “Persona completamente sometida a alguien o algo, o entregada a su servicio”. Fundada en Lima, ha logrado expandirse a países de América, Europa, Asia, Oceanía y África. Y son la versión femenina del Sodalicio de Vida Cristiana, la obra de Luis Fernando Figari: un católico ultraconservador, convencido de que el amor de Dios solo se logra con el sufrimiento, y que instaló un sistema de servidumbre con un batallón de monjas para que se encarguen de sus cuidados y de los de su séquito cuando lleguen a la vejez. Un andamiaje de tortura psicológica y emocional, y de abuso sexual, que fue replicado en las Siervas.

Alto, de gafas gruesas, de 72 años, calvo y con barba de chivo, con cara de beato o de mártir, creó a una comunidad a su imagen y semejanza en el año de 1971: el Sodalicio de Vida Cristiana, que recibió la aprobación canónica en 1998 por el entonces Papa y hoy santo Juan Pablo II.

Y que desde el año 2011 enfrenta una condena que muchos desearían: un destierro en Roma a cuestas de una congregación despellejada, pero que todavía cuenta con los recursos suficientes para sostenerlo en una de las ciudades más costosas de Europa. A la capital italiana llegó huyendo tras haber sido denunciado ante la justicia peruana por abusos físicos, psicológicos y sexuales perpetrados a menores de edad a lo largo de los casi cuarenta años en los que lideró su propia congregación que, pese a los escándalos, sigue pareciendo intocable en la alta sociedad peruana, donde Figari ha sabido moverse con maestría. El 25 de mayo del 2018, el Vaticano informó que Figari había sido relegado de su comunidad y negó los señalamientos que indicaban que era protegido por la Santa Sede.

La familia Sodálite, como también se le conoce (significa ‘asociación’ en su traducción del latín al español), se ha extendido a Perú, Brasil, Colombia, Chile, Argentina, Ecuador, Costa Rica, Estados Unidos e Italia. En su mayor esplendor, mucho antes de los escándalos, llegó a tener 428 miembros. De esos, en el año 2022, tres habían fallecido y otros 291 se largaron tras semejante desprestigio. Se les dice sodálites o monjes, no sacerdotes, aunque en últimas vienen siendo lo mismo.

Eso lo asegura el periodista y escritor peruano Pedro Salinas, quien en su juventud ingresó a esa comunidad. Y que tras ser víctima y testigo de todo tipo de abusos se retiró con el firme propósito de denunciar lo que allí sucedía. Producto de su experiencia y de una robusta investigación, ha causado ampolla en Perú y en varios de los ocho países donde está presente la congregación de Figari ‒se refiere a él como un depredador sexual, un hombre perverso, sin alma‒, con varios libros que se han convertido, hasta ahora, en una saga: Mateo 10 (2014) ‒el nombre hacía alusión a un capítulo de la Biblia que les repetían todo el tiempo: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada”‒; Al diablo con Dios (2014), Mitad monjes, mitad soldados (2015, dos ediciones, de la mano de la periodista Paola Ugaz) y El caso Sodalicio (2018, cuatro volúmenes). Todo un éxito editorial, bajo el sello de Planeta.

En sus primeras publicaciones incluyó los testimonios de 30 exmiembros que aseguran haber recibido múltiples abusos, entre ellos, los sexuales: tres de Figari, dos de Germán Doig ‒vicario general del Sodalicio, el número dos, fallecido en el 2001 y a quien quisieron postular a santo, pero esas acusaciones llevaron a desistir de esa intención‒ y uno a Jeffery Daniels, conocido como ‘el apóstol de los niños’ y acusado de abusar de un adolescente de 14 años cuando ingresó a la congregación.

En su canal de YouTube, Rajes del oficio, ha publicado decenas de videos sobre el caso sodalicio y también sobre las Siervas del Plan de Dios, de las que, asegura, son una secta malvada. Y también ha sido un vocero de las víctimas, entre ellas, la antioqueña Paola Mattos, quien quedó coja de por vida tras ser cumplir una orden arbitraria de la superiora Andrea García, quien la obligó a pasar por unas escaleras a oscuras, sabiendo del terror que le generaban las penumbras. Rodó y rodó y rodó y terminó partiéndose la tibia y el peroné. Los huesos le quedaron como un huevo estrellado contra el piso. Y hasta la fecha se ha sometido a 14 o 15 cirugías ‒ya perdió la cuenta exacta‒ de reconstrucción de su pie derecho. Los médicos han intentado, infructuosamente, recuperar la movilidad en ese pie remendado a pedazos. Desde entonces, debe caminar con un bastón.

Esta imagen de la Sábana Santa, o del Sudario de Turín, es un símbolo de esta organización religiosa.Foto: Jaiver Nieto. EL TIEMPO

“Cuando me preguntaron cómo me caí y pregunté a mi consejera por qué me obligaron a bajar por esas escalas, ella me corrigió y me hizo escribir cien veces: ‘el que obedece nunca se equivoca’. Me dijo que no era quién para cuestionar y que Dios había permitido ese accidente para algo. Cuando tuve que llamar a mi familia a comentarles que debían someterme a una operación, mi consejera habló conmigo primero y me dijo: “recuerda que los trapos sucios se lavan en casa”. Pero de Paola hablaremos ampliamente en uno de los capítulos de este reportaje.

Pedro Salinas atiende la entrevista en una videollamada desde la habitación de su casa, ubicada en la ciudad peruana de Chala, a 520 kilómetros de Lima. Al fondo se ve una tupida biblioteca y sobre su cama se levantan imágenes de Batman, Spiderman y el Capitán América. “Hay personas que cuelgan crucifijos; yo prefiero que me protejan los superhéroes. Y mi computadora está rodeada de funkos y muñecos de Hellboy: un demonio que fuma habanos y caza monstruos”, dice en un tono serio aunque desparpajado.

“Antes de la encerrona por la pandemia, me hice un tatuaje en el brazo izquierdo, con el símbolo de Hellboy ‒el muñeco tiene una espada empuñada​​‒, en el mismo lugar donde Figari ordenó que me quemaran el brazo, para recordarme, en los momentos de dudas y ganas de tirar la toalla, que existen no pocas víctimas que esperan que no claudique en esta lucha interminable contra esos monstruos”, sigue.
‒¿Y por qué Figari mandó a quemarle el brazo?
‒Para demostrarle a un sodálite aspirante, que estaba de visita en una de las comunidades de San Bartolo, a 70 kilómetros de Lima, lo que sus sodálites fanatizados estábamos dispuestos a hacer por él. Incluso, dar la vida, como un fundamentalista de Isis o un terrorista de Sendero Luminoso lo haría por su líder Abimael Guzmán.
‒¿Y cómo lo quemaron?
‒Con una vela. Estuve como cinco días con cabestrillo. La ampolla y la marca desaparecieron con el tiempo. Un amigo exsodálite, que ahora es artista y presenció el acatamiento a la orden de Figari, pintó un cuadro con esa imagen, que años atrás le compré a un precio simbólico.

Salinas entró al Sodalicio a los 15 años. Estudiaba en el Colegio San Agustín y debía asistir, en contra de su voluntad, a un retiro espiritual. El cura que les enseñaba religión le dijo que era necesario que fuera “para que le hicieran un exorcismo”. Era un adolescente rebelde, cero religioso, con serios problemas de conducta, que se incrementaron, según él, tras la separación de sus padres. Y un año más tarde, cuenta, cayó en las garras del Sodalicio.

Se concentraron en él, con un discurso edulcorado de superación personal: “En los caminos de Dios podrás cambiar el mundo”. “Me sedujeron. Me convertí en un fascista, en un sectario, en un fundamentalista. Me destruyeron la relación con mi padre de la manera más perversa. No me agredieron sexualmente, como les sucedió a varios, pero me lavaron el cerebro”.

Tras tres años en la comunidad, en 1992, recibió una llamada de la Embajada de Venezuela en la que le informaron que su padre estaba internado en un hospital de Caracas y que padecía una enfermedad terminal: un cáncer depredador que extendió sus tentáculos a los pulmones y al cerebro. Fue a visitarlo, aunque con el alma acuchillada por el rencor. Los médicos le habían dado seis meses de vida.

“Cholo, nunca entendí por qué dejaste de escribirme. Siempre te escribí, hasta que dejaste de escribirme”, le dijo en su lecho, con la voz como impulsada por un motor a media marcha. “Dejé de escribirte hace un año, y como nunca respondiste, no insistí más”, le respondió aterrado, más decepcionado de lo que ya estaba. Fue, entonces, cuando empezó a indagar y se enteró de que sus cartas las quemaban ‒una práctica que se repetía con todos los aprendices de sodálites‒, al igual que las que le enviaba su padre. “Recuerdo que Figari me decía que mi padre era un fracasado, un alcohólico de mierda, que ni me escribía”, lamenta, con la furia de un volcán en la voz, al aterrizar en que le hicieron perder tiempo valioso e irrepetible con él. Murió meses más tarde. Y eso es algo que no se perdona y que jamás logrará perdonarles a sus verdugos.

“Cuando me preguntaron cómo me caí y pregunté a mi consejera por qué me obligaron a bajar por esas escaleras, me hizo escribir cien veces: ‘el que obedece nunca se equivoca’.

A los 19 años, después de tres años en la comunidad, les tiró la puerta en la cara. Y se largó. Ya afuera, tratando de reinsertarse al mundo, totalmente perdido, recordó un episodio que, por poco, termina en un abuso sexual. Según cuenta, su director espiritual, Virgilio Levaggi Vega, lo invitó a una práctica de yoga, necesaria, según él, para su relajación, pues lo veía muy tensionado. Así describió ese episodio en su libro Mitad monjes, mitad soldados:
“En una sesión de dirección espiritual, me dijo que debía conocer mis puntos y me pidió que me sacara la ropa, que me quedara en calzoncillos, echado en el piso bocarriba, con los ojos cerrados, porque el yoga se practica así, en ropa interior. Todo muy profesional. O eso parecía. Y eso hice, sin dudarlo, claro (…) Me tomó con un puntero de plegable de metal y comenzó a pulsarme el hombro, los brazos, los pechos y luego las piernas. Y en un momento me tocó cerca de los genitales; entonces, reaccioné con sorpresa, abriendo los ojos de súbito y levantándome el piso, como un resorte, manifestando mi incomodidad. Mirándome a los ojos, me dijo: ‘Vístete, pasaste la prueba’. Nunca entendí a cuál prueba se refería. Y, créanme, el singular y extrañísimo episodio lo olvidé por completo”.

Salinas, afirma, ha sido víctima de una persecución mediática. Y compara al caso Figari con el del fallecido sacerdote mexicano Marcial Maciel, fundador de Los Legionarios de Cristo, a quien se le comprobaron múltiples abusos sexuales. Y para referirse a Figari y reiterar que las Siervas del Plan de Dios son la copia exacta del Sodalicio, evoca uno de sus escritos: “Si tuviese que definir a Figari, en una palabra, diría: cruel. O déspota. O perverso. O desalmado. O falso. O maquiavélico. O algo así. Y ese sello pérfido que le caracteriza, créanme, se lo estampó a su organización: esa que se presenta con el rostro afable a la hora de encandilar, pero enseña sus garras y sus colmillos y su halitosis una vez que captura las mentes de sus adeptos”.

Un escándalo que apenas comienza

A los escándalos de pederastia se le suma un problema de tamaño monumental a la Iglesia católica: la religión con más fieles en el mundo, que suma a más de 2.300 millones de personas, seguida por el Islam, con 800.000, que en los próximos 30 años ocupará el privilegiado primer lugar en el inventario de religiones y creencias del mundo. En esos datos coinciden varias organizaciones especializadas en el sector religioso.

Y la información sobre lo que ha venido ocurriendo con el ámbito femenino del catolicismo ha sido mínima.

El diario El País, de España, lleva varios años publicando una serie de reportajes con testimonios de personas que aseguran haber sufrido abusos sexuales por parte de sacerdotes. Tras documentar 2.104 casos en un robusto inventario ‒que, valga decirlo, es el único que existe en ese país europeo‒, identificaron que en 13 de ellos (1 %) la victimaria es una mujer: 12 religiosas y una seglar.

Allí narran la historia de una mujer de 70 años que, siendo interna en un colegio de las Teresianas de Pamplona, sufrió tantas vejaciones que podrían inspirar una película de terror. Y ocurrieron cuando tenía diez años. No solo a ella: también a muchas de sus compañeras. De la victimaria solo recuerda su nombre, Francisca, y su cara, que jamás podrá olvidar.

“Se le ocurrió intentar penetrarme con una botella de Calcio 20, de envase pequeño y morro muy alargado. En las escaleras yo no decía nada, pero ahí me revolví, porque me dolía, me hacía daño. Y porque no entendía nada”, recuerda. También le enterraba las uñas en la cabeza y le salió una herida. “Me sangraba la piel, me picaba. Las religiosas me diagnosticaron sarna. Me echaban sal directamente y no me dejaban salir a la calle. Luego, un médico me diagnosticó dermatitis atópica a raíz de un contacto extraño. El contacto extraño era lo que me hacía la monja”, testificó la mujer.

El rotativo español también citó a Teresa Compte, presidenta de la Asociación Betania ‒que les brinda asistencia a víctimas de abuso sexual en contexto religioso‒, quien explicó que, tras indagar en los estudios sobre abusos sexuales en ambientes eclesiásticos, se ha determinado que el porcentaje de victimarios de religiosas es muy superior al de las victimarias mujeres. Y habla sobre las dificultades a la hora de comprobar este tipo de agresiones: “Entre las mujeres hay más tabú. Si has sufrido un abuso sexual por parte de una religiosa, es muy difícil reconocerse como víctima de tal cosa, porque al ser casos menos conocidos y experiencias menos compartidas, no puedes reconocerte en las experiencias de otras mujeres”, señaló la experta.

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religiosas de 23 países participaron en el estudio Vulnerabilidad, abusos y cuidado en la vida religiosa femenina, de la Confederación Latinoamericana de Religiosos (Clar).

El 2 de febrero del 2019, el papa Francisco reconoció públicamente la deuda histórica que existe con las mujeres que le sirven al clero y que han sido abusadas sexualmente por sacerdotes y obispos. “Es un problema que viene de lejos. Dentro de la Iglesia ha habido clérigos que han hecho esto (…) Ha habido sacerdotes y también obispos que han hecho esto”, dijo el pontífice durante la rueda de prensa que ofreció a bordo del avión que lo llevaba a Roma después de su visita a Emiratos Árabes Unidos. Lamentó los pocos avances para enfrentar esta problemática y que ellas todavía sean consideradas de “segunda clase”. Pero sobre el abuso sexual cometido por superioras contra las monjas no ha pronunciado una sola palabra.

Meses atrás de las declaraciones del pontífice, el suplemento femenino del diario vaticano El Observatorio Romano dedicó una edición completa a los abusos sexuales cometidos contra las religiosas. Lucetta Scaraffia, su directora, reconoció que Francisco está muy bien enterado de la problemática, pero considera que es muy poco lo que ha hecho para enfrentarla.

Y el reconocido movimiento global Me too ya llegó al mundo de las monjas, pues, también en el 2019, la Unión Internacional de Superiores Generales ‒a la que pertenecen más de 500.000 religiosas católicas‒ les pidió que denuncien los abusos.

La hermana María Rosaura González Casas, autora de la investigación sobre las violencias cometidas contra estas mujeres, explica que en el caso de las Siervas del Plan de Dios, el problema radica en que es una congregación muy joven, fundada en 1998 por un laico ‒el peruano Luis Fernando Figari‒, buscando satisfacer sus deseos personales más que para servirle a Dios. Y lo más grave, según ella, es que es una comunidad sin carisma, que es la esencia y la razón de ser congregaciones centenarias como las Carmelitas Descalzas, fundada en 1562 por la española, y después santa, Teresa de Jesús.

“El carisma lo suscita el Espíritu Santo para bien de la Iglesia. Pero aquí nombran carisma que las religiosas estén al servicio de un laico, de su familia y de las superioras. Es como si ellos, por tener poder sobre esas mujeres, tuvieran en su mano atrapada la voluntad de Dios y del Espíritu Santo”, dice al aclarar que ese fue un grave error de concepto de autoridad. Las jovencitas, sigue la experta, entran buscando a un Dios que les dé consuelo, alegría y libertad. “Pero en las Siervas crearon una falsa idea de Dios en cuanto que casan, digamos, la autoridad con lo sagrado. La autoridad como parte de la voluntad divina”.

Y se refiere a las candidatas a Siervas que llegan a la comunidad con una personalidad muy frágil, pues son prácticamente adolescentes: “Son como plantas a las que les están saliendo sus hojitas y les ponen palos para que no crezcan. A los 35 años ‒edad promedio de las que se han retirado‒ y tras una separación tan radical de sus familias, se sienten personas totalmente inutilizadas, perdidas en el mundo. Y el hecho de salirse de la congregación no es suficiente porque los pensamientos, los conflictos de conciencia y todo lo que vivieron se va con ellas. Por eso la necesidad de un acompañamiento y una liberación”, sigue. Y les sugiere a las víctimas que se asesoren jurídicamente según la legislación de cada país, pues es posible que sus denuncias sean validadas y puedan prosperar.

Conectada con la autoridad eclesiástica latinoamericana y conocedora de la problemática de la comunidad peruana, está segura de que, a nivel canónico, se tomará pronto una decisión definitiva, teniendo en cuenta que ya fueron intervenidas. Sin embargo, no es mucho lo que se pueda esperar de la justicia vaticana, pues una de sus sanciones más graves, la excomunión, no le ha sido impuesta a Figari. Y sigue hablando sobre la situación que vive la mayoría de monjas: “Las religiosas tienen que trabajar en una parroquia, como esclavas, mientras que el sacerdote tiene coche y puede viajar, y lo que es peor, usa el dinero de los fieles, y a las mujeres solo les dan para comer. Incluso, se van de vacaciones para el extranjero, y las esclavas siguen trabajando para ellos”, sigue al reflexionar que nadie se preocupa por su salud, por su bienestar y menos por su vestido, porque usan hábito. A eso se suma que la inmensa mayoría de ellas ha hecho votos de pobreza y las pocas que trabajan como enfermeras o educadoras, por ejemplo, deben entregar sus salarios a sus congregaciones.

La antioqueña Gloria Liliana Franco Echeverry es la colombiana que más lejos ha llegado en el ámbito eclesiástico. Religiosa de la Compañía de María, preside la Confederación Latinoamericana y Caribeña de Religiosas y Religiosos (Clar): un organismo católico que reúne a la vida religiosa del continente, el mismo que publicó la pionera investigación ya citada sobre la violencia y el abuso sexual que sufren las monjas en la región. Y fue una de las 54 mujeres a las que, por primera vez, se les dio voz y voto en un sínodo de obispos. Puntualmente en el celebrado en el reciente mes de octubre, en el Vaticano, y que fue catalogado como ‘revolucionario’ porque en ese mundo dominado por los hombres, ellas, por primera vez, pudieron alzar la mano.

“En los últimos años, se ha conocido de abusos sistemáticos por parte de ministros ordenados, de religiosas y religiosos. Ante las denuncias, en muchos casos, algunos respondieron encubriendo la verdad, desviando la atención de las personas y revictimizando a las víctimas. Las heridas que esta situación ha causado al pueblo de Dios hacen brillar con mayor fuerza la valentía evangélica de quienes se atreven a denunciar y a cuestionar estructuras y políticas que atentan contra la ética cristiana”, le respondió a EL TIEMPO cuando se le preguntó sobre el caso de las Siervas.

‒Desde la entidad que preside, ¿qué acciones han tomado al respecto? ‒Queremos hacer eco del clamor de verdad, justicia y reparación. Queremos contribuir a la denuncia de los atropellos de autoridad y de poder que desencadenaron en denigrantes abusos que hieren la dignidad de la mujer consagrada. Deseamos que la vida religiosa femenina de nuestro continente se sienta acompañada en su deseo de cuidar y cultivar la vida en todas sus formas.

Isabel Corpas de Posada es la primera teóloga que tuvo Colombia. Y en ese camino, que la llevó a obtener un doctorado en teología, no han sido pocos los obstáculos que ha tenido que sortear en medio de una iglesia y unos colegas marcados por el machismo.

Y aunque reconoce que el papa Francisco ha dado algunos pasos en la dignificación de las mujeres ‒dándoles algunos cargos en el Vaticano, por ejemplo‒ los considera escasos, distantes y mustios ante esa revolución que, se supone, ha sido un faro en su pontificado.

“Al mismo tiempo que Francisco reconoce el lugar que las mujeres se han abierto en la Iglesia, dándoles nuevos espacios, no se atreve a permitirles el acceso al espacio que es propio de los hombres del clero: ese lugar sagrado y de poder al que ellos acceden por el sacramento del orden. Por eso, insiste en que ellas tienen su lugar propio. ¿Se refiere al lugar que la cultura patriarcal asigna a las mujeres y que es el espacio doméstico? Tal vez, por eso, su temor a clericalizar a las mujeres responde a los imaginarios de la cultura patriarcal que encierra a las mujeres en el hogar y en el rol de esposa y madre”, dice Corpas, quien siempre ha considerado que las mujeres deberían ser ordenadas tal como los sacerdotes.

Y sobre el escándalo de las Siervas del Plan de Dios, afirma: “Si resulta profundamente doloroso el listado de historias bochornosas protagonizadas por hombres de Iglesia, aún más indignantes e inconcebibles resultan los escándalos de las sodalicias y ahora se vuelven noticia por los abusos cometidos en sus conventos: violencia de mujeres a otras mujeres”.
‒Sobre este caso, y probablemente sobre el de otras congregaciones de religiosas, ¿cuál cree que podría ser la razón de los abusos?‒ se le pregunta a la teóloga. ‒Pienso que la estructura jerárquica de las comunidades religiosas femeninas reproduce las prácticas clericalistas de las comunidades masculinas y de la misma organización eclesiástica: estructura y organización que se prestan y permiten a quienes representan la autoridad (superiores y superioras religiosas) ejercer un poder abusivo sobre quienes están a su cuidado: ellos y ellas representan la voz de Dios y se les debe obedecer. Pienso, además, que la ‘cultura del abuso’ –en palabras de Francisco– coexiste en los conventos con la cultura del sometimiento del débil, y que en estos pequeños mundos, la necesidad de aceptación se traduce en una cierta conformidad con el maltrato. Y pienso que la formación religiosa en los conventos consiste muchas veces en ‘formatear’ –como se formatea el disco duro del computador– la conciencias de las monjas para introducirlas y habituarlas a la manera de actuar, de pensar y de sentir, de rezar y de asumir modelos de virtud, al mismo tiempo que anulan su personalidad.

De las siervas que salieron de la comunidad, unas pocas han recibido acompañamiento psicológico gracias a las gestiones que la comunidad ha hecho con Eshmá, un servicio independiente de atención a víctimas de abuso sexual en la Iglesia católica. Pero quienes han recibido esas terapias ‒virtuales‒ afirman que han sido intermitentes y que nunca lograron conectarse realmente ni sentir que avanzaban en su proceso de recuperación emocional. EL TIEMPO se comunicó con dicha institución y aseguraron que no están en condiciones de dar ningún tipo de información. Aclararon que esos procesos requieren tiempo y que estarán listos a informar los resultados si las víctimas consideran que puede contribuir a su recuperación, siempre con su permiso y evitando profundizar en el sufrimiento.

Las mujeres que salieron de las Siervas del Plan de Dios esperan una reparación integral que incluye, por supuesto, una indemnización económica. Varias de ellas ya han recibido lo que podría llamarse un adelanto a esa compensación. Hablan de la cuantía ‒piden no revelarla la cantidad‒ pero resulta absolutamente irrisoria ante los estragos causados en su mente, en su corazón, en su dignidad. En su relación con Dios.

Y también esperan que reconozcan su pecado de manera pública. Que les pidan perdón. A ellas y a sus familias, pues dejaron a sus niñas en las puertas de un convento y 15, 18 o 20 años después, se reencontraron con mujeres sin alma, destrozadas, a las que desconocían por completo. Niñas inseguras y perdidas. Santitas de porcelana rotas. Capìllas y templos profanados. Y no encuentran cómo ni con qué ayudar a remendarlas.
Sí. Que les pidan perdón.
Y que Dios las perdone.

*Si usted es religiosa y ha sido víctima de abusos sexuales ‒y de otro tipo‒ dentro de un convento, y quiere contar su testimonio, favor escriba al correo: [email protected]

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CRÉDITOS

Investigación y redacción:

José Alberto Mojica Patiño

Fotografía:Jaiver Nieto/EL TIEMPO; imágenes tomadas del Facebook de el grupo Siervas.

Video:Jaiver Nieto, Sergio Medina y Esteban Jiménez. Narración: Valentina Chaparro

Diseño e Ilustración: Daniel Celis

Maquetación: Carlos Bustos

Jefe de Diseño: Sebastián Márquez

Dirección de Arte: Sandra Rojas