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El periodismo por definición es un oficio noble. Sin embargo, es también el más desahuciado de los oficios. Su mala reputación puede solo ser comparada con la de los políticos.
De alguna manera, los periodistas despiertan un odio profundo en todas las capas sociales. Ya sea en la academia o en las calles es frecuente escuchar que el periodismo es una práctica vulgar, vendida, embrutecida y, sobre todo, mal hecha.
La academia, con su prepotencia usual, replica que los periodistas son aquellos que con insuficiente talento no pudieron ser novelistas. Aunque resulta siempre paradójico que cientos de los más grandes escritores fueran primero, y tal vez para siempre, periodistas.
Los transeúntes corrientes, por su lado, tildan al oficio de entrometido y aliado con el poder. Esta última es sin duda la más cruda de las críticas, pues la premisa transversal a la práctica es mantenerse fiel a los ciudadanos.
Entonces, como el perro callejero, el periodismo es un oficio apátrida y, al vivir en el exilio, respira solo apenas para no ahogarse en su propia podredumbre. Mas, de vez en vez, cuando las democracias flaquean, cuando las injusticias se silencian, cuando los desastres se rebozan, las sociedades piden a gritos que aparezca un periodicucho cualquiera que le haga saber al mundo lo que pasó.
El periodismo es ese enemigo incesante y al parecer insoportable, pero es también el roído salvavidas contra el autoritarismo y la demagogia. El periodismo, incluso con su insoportable ahogo, refleja el asma social.
Así pues, esta defensa al trabajo tiene poco que ver con la creencia utópica de que los periodistas son portavoces de la libertad y almas inmaculadas que buscan el bienestar general. ¡En absoluto!, ¡al contrario!, soy consciente de la lamentable degradación a la que ha llegado el oficio: sus dudosas alianzas, su patético monopolio de la información dinamitado por la ciudadanía, su silencio y su entorpecimiento, la oscuridad de sus fuentes, el amarillismo del dolor, la obstrucción a la justicia… y la lista puede seguir interminablemente. Y, aunque todo eso es una realidad, mi defensa quiere recordar que ese NO es el oficio en esencia.
Lo que muchos periodistas han hecho con la nobleza de la práctica, y con sus siglos de aciertos y luchas, es lo que la sociedad ha hecho con el perro tísico. Que ambos busquemos aire a bocanadas no quiere decir que ya estemos muertos, ni que la gente nos haya dado la patada final. Para cerrar la redacción hay que matar al perro. Un perro que, aun con lo despreciable de su presencia, logró llegar a viejo.
Sería muy interesante saber como se repartió la torta publicitaria del gobierno , (Mas de 2 billones de pesos), ¿cuánto le correspondería a CM&, a la W radio, al el diario El Tiempo, y demás medios de comunicación. Estaremos ante un “cartel” de la información?
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