viernes, agosto 02, 2024

«Dejen que se sepa», de Harun Hashim Al-Rashid

Versión de Juan Carlos Villavicencio




Dejen que se sepa:
no habrá paz.
Porque los huéspedes en la carpa
se han hartado de la humillación de
vivir ahí,
se han cansado del sufrimiento, la miseria y las dolencias,
aburridos de arrastrar la muerte en sus huesos,
enfermos de la vida misma,
porque no tienen hogar
y sólo siguen caminando en las tinieblas.













jueves, agosto 01, 2024

«La luna en harapos», de Susana Villalba

Fragmento del inicio


Fotografía original de Sebastián Freire

Hernán Cortés: Tres días la sed fue tan intensa que hasta pensamos en volver. Tres días pensé en la Catalina, su olor a nuez moscada y a tomillo, su pelo arrebatado, piel de lima y su jadeo, me tapaba los oídos y no había ron ni agua. Al fin una tormenta nos vino a ocupar en cosas de hombres. Los navíos resistieron el viento pero no el encabritar de los caballos, los hubo que atar como a los hombres que escucharon relatos de huracanes. Almacenamos agua pero la sed dejó su huella para siempre, los hombres ya no tienen corazón. Lo van perdiendo en fiebres, en la falta de paisaje, de mujer y taberna, la falta de todo lo que hace que lo tengan. Ya no hablan, el mar no necesita explicación. Y en su siempre sonar van olvidando que es posible escuchar. Sonámbulos, los tiene fascinados el naufragio como algo que al menos sucediera, como una concreción en este mundo de real espejismo. Por qué no habré venido con marinos de verdad, con los aventureros el riesgo es esta lentitud.


Malinche: La noche de otra boda, marido como un hijo, perfumes ahuyentaban lo que no era posible ventilar. Un arco tensión era la casa, Abuela sentía algo funesto, una madre alejando el tiempo de su cuerpo. Pero ya no era virgen que domarle demonios. Sus hermanas cuidaban con la furia de ordenar lo que traiciona fuerza, madre junco, los vinos y su amor de falsa mitad sin hombre. Y falso era el más suave que padre. Negociando tierras yo estaba parte pero sentía un rumor que me apartaba. Parteras de otro mundo sentí, me desgarraban. Madre era una mujer, yo no era la hija, era mujer. Puñal sus ojos, lo miraba por ver si él me miraba. Me alejaba con pedidos inútiles. Después cambió la casa.


Templario: Por el agua fue mi cuna y fue mi vida, Juan Sin Tierra y una sola quietud que fue la Orden templando el corazón. Por el agua fui cristiano y por el fuego caballero, por la cruz donde se cruzan en la tierra. Por los siglos de los siglos en el agua. La ciudad de cristal está muy cerca. Lo sé por los tifones que la guardan, por los monstruos que suben a cubierta devorando marineros con su abrazo fatal y sus silbidos de náufraga artimaña. Qué frágiles navíos, qué juncos por espadas, qué inconstancia. Llegamos a la tierra del verano donde aguardan los grifos, los perros lobizones gimiendo ante las puertas, atrayendo a las estériles que sueñan con un llanto en el umbral.


Malinche: De pronto la madre se hizo madre por el hijo. La hija nació cuando era niña de madre. El padre fue a la muerte y yo tras él como sus mantas, su cuchillo y las ofrendas al guardián del pasadizo. Fui tras él como su perro que lo guía entre montañas, por el frío, por el agua y las arenas de la muerte. Se fue el padre y ya no tuvo la madre que ser madre de la hija. Fue mujer y no fue madre de mujeres. Fue nueva de hombre nuevo, hijo nuevo, lo viejo hasta la hija fue arrojado.


Soñador: No el agua del segundo doblez, que se camina, agua de mundo, volver a ser, después del frío, una saeta agua. Vendrá de sal de vientre, los sueños de la tierra, una copulación en disolverse. Por agua que brama, por entraña de agua que ruge, por el revés del cielo. Vendrá animal que corre cuando no huye, o de su sombra. De los tiempos atrás del tiempo cuando empezó a correr. Una embriaguez animalada a lo venado. Baba de espuma de sal cuando salía de la boca del mundo de atrás. En el segundo doblez. De la tercera generación de lunas. Un fuego hecho venado con su jaguar en corazón. Una flecha con patas de animal y cuerpo de dos brazos, como hombre de la novena casa, del círculo de estrellas que nos toca. Peligrosa conjunción. El tercer fuego el que debía ser, sacerdote guerrero. Vendrá prestado. Vendrá torcido, dividido. De la madera que frotó la mala piedra. La piedra piedra. Venado tras venado tras venado. De la profundidad del corazón de agua. Brujo de los brujos de los peces, una memoria hacia adelante. Y hacia atrás. Agua que quema como agua. Salir de madre. Cabeza ya fue. Jaguar tendido. Ubre del sueño. Así vendrá, la mala leche, salada y fuego. Que no apagó en el tiempo de apagar. Vendrá. Mucha madera para nada.


Hernán Cortés: Agua y joyas, Grijalba no pedía otra cosa. Sin ver lo que no quiso detrás de cada orilla. Por eso vengo yo por toda la agua del mundo. Y detrás siempre hay agua. La calderilla se la dejo a Velázquez, no vine de tan lejos a hacerle de patán y contador sino a mis cuentas propias con la vida, no vengo en cualquier busca como andan ganapanes. Estamos para altos menesteres sobre estos sarracenos. Venir a pedir agua y unas joyas que no ahorran la costa de la armada, no debieran admitir a los cobardes, no debieran permitir a los vulgares mercachifles. Si les faltan esclavos descubren por azar y le fabulan intención, efímeras conquistas necesarias. Perros del bastimento.


Malinche: Aquella noche hubo tormenta, venía como un rayo el que nacía. Algunos árboles cayeron, el padre vendaval golpeó la casa. Me soñaba entre parteras, con la madre esperando a ese rey de tempestades, ese oscuro como el clan del axolote, llegado intempestivo a llevárseme la madre como al padre se lo llevó el olvido. Pero no estaba allí, me vinieron a buscar las comadres al alba. Lejos el hermano había nacido en esa puja con los cielos, por la noche, con la luna de tormenta. Lo dejamos una noche en las cenizas, por saber qué animal lo protegía. Por la mañana hubo huella de ocelote, el que limita territorio. Bautismo de cacao, lo llevamos al oráculo. Lo llamaron ese día ni aciago ni a favor, un solo obstáculo dijeron y todos me miraron.




Publicada por Salta el Pez Ediciones, Buenos Aires, 2021



Publicada por Descontexto Editores, Santiago, 2024







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miércoles, julio 31, 2024

«La expulsión de los jesuitas», de Eduardo Galeano




 

Las instrucciones llegan en sobres lacrados desde Madrid. Virreyes y gobernadores las ejecutan de inmediato, en toda América. Por la noche, de sorpresa, atrapan a los padres jesuitas y los embarcan sin demora hacia la lejana Italia. Más de dos mil sacerdotes marchan al destierro.

El rey de España castiga a los hijos de Loyola, que tan hijos de América se han vuelto, por culpables de reiterada desobediencia y por sospechosos del proyecto de un reino indio independiente.

Nadie los llora tanto como los guaraníes. Las numerosas misiones de los jesuitas en la región guaraní anunciaban la prometida tierra sin mal y sin muerte; y los indios llamaban karaí a los sacerdotes, que era nombre reservado a sus profetas.

Desde los restos de la misión de San Luis Gonzaga, los indios hacen llegar una carta al gobernador de Buenos Aires. No somos esclavos, dicen. No nos gusta la costumbre de ustedes de cada cual para sí en vez de ayudarse mutuamente.

Pronto ocurre el desbande. Desaparecen los bienes comunes y el sistema comunitario de producción y de vida. Se venden al mejor postor las mejores estancias misioneras. Caen las iglesias y las fábricas y las escuelas; las malezas invaden los yerbales y los campos de trigo. Las hojas de los libros sirven de cartuchos para pólvora. Los indios huyen a la selva o se hacen vagabundos y putas y borrachos. Nacer indio vuelve a ser insulto o delito.



en Memorias del fuego, II. Las caras y las máscaras, 1984













martes, julio 30, 2024

«La señora muerta», de David Viñas





 

—No me gusta el olor de la goma quemada —fue lo primero que dijo esa mujer. 

Moure la miró un rato antes de contestar, pero no como la había estado observando hasta ese momento, desde que la descubrió en la cola apoyada a medias contra la pared, con un gesto resignado e insolente a la vez. «Levante», se dijo. «Levante seguro», y le sonrió: 

—No es goma lo que están quemando. 
—Ah, ¿no? —esa mujer lo miraba con desconfianza— ¿Qué es entonces? 
—Inmundicias —murmuró Moure con malestar. 
—¿Y de quién? 
—De todos... de todos los de la cola. Hace dos días que vienen haciendo lo mismo. 

Desde atrás, los que estaban en medio de la penumbra que flotaba sobre la calle, los empujaron para que avanzaran: ella se dio vuelta, apenas molesta de que la tocaran o de que le arrugaran el vestido, murmuró. Ya va, ya me di cuenta, qué tanto, y avanzó unos pasos ceremoniosamente. Se había apoyado contra la chapa de un hotel y se miraba en el reflejo: era un enorme cuadrado de bronce y Maure advirtió que se palpaba los labios. 

—¿Le duelen? —se le acercó.
—No. Estoy despintada. 

Y esa mujer seguía mirándose aunque esa chapa la reflejase deformada, con una boca más ancha y unos ojos estirados. 

—Usted no tiene esa boca —señaló Moure. 

Ella abrió y cerró la boca varias veces, como si estuviera en un parque de diversiones, con la desconfianza de un chico o de un provinciano: 

—Sí, tengo una boca de muñeco —se juzgó con aire despreciativo. 
—No, no... —protestó Moure. 
—Pero me gusta tener una boca así. 

Unos metros más adelante se fue levantando un murmullo que aumentó la densidad y se prolongó un rato, como un moscardoneo. «No me puede fallar», se propuso Moure. Una mujer con la cabeza cubierta con una pañoleta se le arrodilló delante, agachada la frente y parecía rezongar con una confusa irritación mientras se frotaba las manos; cuando la fila avanzó de nuevo, la mujer se fue arrastrando sobre las rodillas sin dejar de gangosear eso que decía, sin dejar de frotarse las manos. 

—Rezan, ¿no? 
—Sí —dijo Moure. 
—Ah... —ella se persignó y lo hizo con torpeza, velozmente; parecía alarmada y miró ese cielo bajo como si hubiera escuchado el ruido de un avión y tratara de localizarlo. Pero el cielo estaba negro y no se veía nada. Después se tranquilizó, lo miró a Moure, se sonrió a medias, agradecida de algo y apoyó la cabeza contra la chapa del hotel. 
—¿Está cansada? —la sostuvo Moure mientras se repetía «No me falla; no me puede fallar». Al fin de cuentas, él había ido a la cola para eso. 

Pero ella balanceaba la cabeza: eso no quería decir ni que sí ni que no, solamente que no estaba segura. 

—¿Quiere irse? — 
—Cuando me sienta bien cansada. Moure le oprimió el brazo.
—Pero mire que tenemos para rato. Ella frunció las cejas: 
—¿Lo dice en serio? 
—Yo siempre hablo en serio. 
—¿Y cuánto dice que falta? 

Moure miró hacia adelante y calculó dos cuadras, tres, una mancha larga que se estremecía en medio de la penumbra, los de atrás que volvieron a empujar con una pesadez insistente, la mujer de la pañoleta que seguía murmurando algo que no se entendía muy bien, ahí arrodillada, un soldado con una olla humeante que brilló bajo el farol: 

—Unas tres horas dijo. 
—¿Tanto? 

Moure presintió que a ella no le interesaba mucho lo que había preguntado, ni le interesaban las palabras que había usado, ni ninguna palabra: 

—Y, hay mucha gente —reflexionó. 
—A la gente le gusta. 
—¿Estar en la cola? 
—Sí —dijo ella con desgano—. Le gusta esperar algo, cualquier cosa... 

La mujer arrodillada por momentos parecía irritarse con lo que rezaba, cabeceaba y fruncía la frente. «Esta noche no puede fallarme», seguía pensando Moure. Y toda esa fila avanzaba muy lentamente, mucho más despacio que en una procesión. Moure calculó: allá adelante estarían por cruzar un puente, se le habrían roto las ruedas a un carro o el caballo se habría muerto en medio de la calle. Algo así pasaría. «Seguro». Y había tan poca luz con esos trapos negros que envolvían los faroles y todo era tan borroso. 

—¿Me permite? —ella se le apoyó bruscamente en un brazo se descalzó, primero un pie, después el otro y se los sobó con unos quejiditos de satisfacción. Pero cuando estaba en eso, volvieron a empujarla para que avanzase y ella repitió —Ya está, ya va, no ven lo que estoy haciendo. Me van a pisar, tengo los pies desnudos... La mujer de la pañoleta levantó un momento la cabeza, verificó quién había dicho eso y siguió con su rezo. 

—¿Un poco de sopa? —ofreció Moure. 
—No —ella todavía estaba con los pies desnudos y pugnaba por mantener el equilibrio y calzarse— Me aburre la sopa. 
—¿Ni un poco? 
—No. 

Moure señaló: 
—Pero mire que le están ofreciendo...

Un soldado le había tendido una taza pero tuvo que recogerla; tenía una cara adormecida y se esforzaba por sonreírse: la contempló a esa mujer, intentó sonreírse con más convicción y lo único que logró fue un parpadeo, entonces la miró humildemente pero ella había hundido las manos en los bolsillos y sacudía los hombros: 
—Me aburre la sopa —repetía—. De chica, me la hacían tragar: de arvejas, de sémola, de verduras, era un asco. 

Moure sacó un cigarrillo y lo golpeó muchas veces antes de encenderlo. «Papa comida», se felicitó. Estaban muy cerca de uno de esos montones de basura que habían quemado y que soltaban un calor denso, incómodo y un poco tembloroso; algunas personas salían de la fila, se acercaban, la cara y el pecho se les enrojecían y se quedaban un rato frotándose las manos como si estuvieran redondeando algo entre las palmas, un poco de harina o de barro. Después volvían a la fila y les susurraban a los que tenían al lado vayan, vayan; no les dicen nada. Moure la codeó a esa mujer y señaló: otro se despegaba de la fila con una carrerita parecida, casi avergonzado, casi alegre. 

—¿Fuma? —preguntó Moure. 

Ella miró a los costados, atentamente, después un poco a la mujer que seguía arrodillada y rezongando: 
—¿Aquí?... —y no sacó las manos de los bolsillos. 

Moure encendió el cigarrillo y largó unas bocanadas para que ella oliera: eso era bueno, caliente y llenaba la boca y el pecho. «Esto marcha solo», se alegró. Ella le miraba la mano, sin indiferencia y de vez en cuando le espiaba los labios y la nariz se le hinchaba como si le costara respirar o como si todavía le molestara ese olor que había creído era de goma quemada. 

—¿A usted le gustaba? —dijo de pronto. 

Moure se sobresaltó pero largó una lenta bocanada: 
—¿Quién? 
—La Señora... ¿Quién va a ser si no? 

Moure tomó el cigarrillo entre las dos manos, lo acható y arrancó una hebra con la misma cautela con que se hubiera cortado una cutícula; después levantó la vista y la miró a esa mujer: era joven, tendría unos veinticinco, no mucho más. «Si me la pierdo soy un…». Pero no se la iba a perder. Los de atrás empujaban, esos no respetaban nada, no se dio por enterado y siguió mirándola: el cuello, ese pecho tan abierto, el vientre y la deseó bastante. Por fin dijo: 
—Era joven... 
—¿Usted cree que la podremos ver?
—Y, no sé. Habrá que esperar.
—Dicen que está muy linda. 
—¿Sí? 
—La embalsamaron. Por eso. 

Había quedado un espacio entre ellos dos y la mujer arrodillada. 

—Hay que correrse —dijo ella como si se tratara de algo inevitable. 
—Sí —advirtió Moure—. Sí. 

Y se quedaron mirando vagamente hacia adelante: la mujer de la pañoleta se puso de pie y estuvo un buen rato observándose y tocándose las rodillas, un chico empezó a llorar y una mujer deslizó una mancha blanca sobre su mano y ahí la sostuvo y de nuevo pasaron los soldados, esta vez ofreciendo café, sin saltearse a nadie, desapasionadamente. Ella murmuró algo y Moure le escrutó la cara para ver qué quería. No. Me estaba acordando de algo. Nada más, dijo ella sin sacar las manos de los bolsillos; Moure advirtió que era de piel el sacón que tenía porque lo rozaba contra el dorso de la mano y pensó que le hubiera gustado acariciarlo con los dedos, con el pulgar sobre todo, pero no se animó. 

—¿Vio? —era ella que señalaba con el mentón desganadamente. 

Moure volvió la cabeza y vio a un hombre que orinaba al borde de la vereda y se sintió irritado, justamente irritado, porque ese podría haber ido a otro lugar o se hubiese aguantado o, en último caso, no se hubiera puesto en la fila, entre tantas mujeres, porque esas cosas siempre pasan y uno debe saber lo que se puede aguantar. 

—Está mal, ¿no? —murmuró. 

Pero ella se había apoyado contra una vidriera y bostezaba, olvidada de sus pies y de ese hombre que orinaba, y lo hizo varias veces, porque no fue un solo bostezo prolongado sino una serie de tres o cuatro que la obligaron a fruncir la nariz y a secarse unas lágrimas con la punta del pañuelo. 

—¿Tiene sueño? 

Ella negó sin dejar de bostezar: 
—Hambre tengo. 
—¿Quiere... ? 
—Sí. 

Y fue ella misma quien lo tomó del brazo y la que dijo que subiera a un auto y fueran primero a cualquier lugar. Algo cerca, fue lo único que exigió y no perentoriamente, sino como si recordara algún requisito o alguna ventaja. Se arrinconó a su lado en el auto y contemplaba sin ningún asombro las piernas de los que iban en las plataformas de los tranvías iluminados, a uno que llevaba sandalias, a los que la miraban largamente sin atreverse a sonreírse pero con muchas ganas de hacerlo cada vez que el auto se detenía en cualquier bocacalle. Cuando un marinero se inclinó un poco para verla mejor, ella golpeó con la mano en el vidrio. A ese lo espanté, suspiró. Y usaba un perfume de malva, un perfume de vieja o de casa con pisos de madera. ¿Y cuánto querés? Lo que vos quieras y el auto siguió corriendo. Moure se sintió agradecido, entusiasmado y le pasó el brazo sobre los hombros. Cerca, ¿no?, volvió a preguntar ella y Moure sacudió la cabeza. Esa cola, la gente que esperaba con tanta indiferencia, amontonados, pasivos, la calle en tinieblas, él había esperado demasiado. Era lento y lo sabía, pero tampoco se podía atropellar. Pero ya estaba. Y solo, esas cosas se hacen solas. Cuanto más se piensa, sale peor. Cuando el coche se detuvo por primera vez y Moure advirtió que el chofer esperaba una nueva orden mirando en el espejito, apenas dijo a otra. Pero cerca. Cuando ocurrió la segunda vez, eso de toparse con una puerta cerrada cuando alguien piensa exclusivamente, cálidamente en entrar de una vez y quedar a solas como dos chicos que se esconden dentro de un ropero para que el mundo de los adultos tan ordenado y con tanta gente que mira se desvanezca, Moure se empezó a irritar. No hay lugar —informaba el chofer—. ¿Los llevo a otro? Sí, sí. Pronto. Y anduvieron dando vueltas por unas suaves calles arboladas y ella empezó a reírse porque sentía las manos de Moure que le oprimían las piernas, pero no como para acariciarla, como si ella fuera ella, es decir, una mujer, sino como si su piel fuera un pañuelo o una baranda o la propia ropa de Moure, algo de lo que se aferraba para secarse o para no caerse. Por favor... por favor, repetía Moure y le estrujaba la carne. También estaba la mirada del chofer, que delante de esos portones cerrados soltaba el volante como para dar explicaciones porque él no tenía nada que ver con todo eso. ¿Los llevo a otro? Sí. Pronto... Pero, pronto por favor... Y toparon con otro portón, una gran tabla pintada de gris cerrada con un candado, y la risa de esa mujer aumentó mientras Moure pensaba que lo que a ella le correspondía era quedarse en silencio, tomarlo de la mano y tranquilizarlo o pasarle los dedos por las sienes para que se le desarrugara la frente, pero las mujeres se ponen nerviosas y no sirven para nada y por eso son mujeres. El coche había parado por cuarta vez o sexta y el chofer repetía ese mismo ademán de prescindencia. 

—¿Todo está cerrado? —gritó Moure. Los ojos del chofer apenas temblaron en ese espejito y ella se rio con una risa que le dobló la espalda. 
—¡No te rías más, mujer! —la sacudió Moure. 

Y ella sólo negó con la cabeza, sin hablar pero con más ganas de reírse, apretando los labios y no cubriéndose la boca con una mano. 

—¿No se puede ir a otra parte?
—Moure se había tomado del respaldo del chofer. 
—Y, no sé... 
—¿Nada hay? 
—Más lejos... 
—¿Dónde? 
—En la provincia. 
—¿Seguro? 
—No; seguro, no. 
—Estaba de Dios que tenía que pasar esto —cabeceó Moure. 
—Hay que aguantarse —el chofer permanecía rígido, conciliador—. Es por la señora. 
—¿Por la muerte de?... —necesitó Moure que le precisaran. 
—Sí, sí. 
—¡Es demasiado por la yegua esa! 

Entonces bruscamente, esa mujer dejó de reírse y empezó a decir que no, con un gesto arisco, no, no, y a buscar la manija de la puerta. 

—Ah, no... Eso sí que no —murmuraba hasta que encontró la manija y abrió la puerta—. Eso sí que no se lo permito.., — y se bajó.




en Las malas costumbres, Editorial Jamcana, Buenos Aires,1963













lunes, julio 29, 2024

«El aire es una raíz», de Jean Arp

Traducción de Jesús Munárriz



 
las piedras están llenas de entrañas. bravo. bravo.
las piedras están llenas de aire.
las piedras son ramas de agua.

En la piedra que ocupa el lugar de la boca brota
una hoja espinosa. bravo.
una voz de piedra está mano a mano y pie a pie
con una mirada de piedra.

las piedras son atormentadas como la carne.
las piedras son nubes porque su segunda naturaleza
les baila en su tercera nariz. bravo. bravo.

cuando las piedras se rascan les crecen uñas en las raíces.
bravo.bravo.
las piedras tienen orejas para comer la hora exacta.



 

en Jours effeuillés, 1966 
















L’air est une racine

les pierres sont remplies d’entrailles. bravo. bravo. / les pierres sont remplies d’air. / les pierres sont des branches d’eaux. // sur la pierre qui prend la place de la bouche pousse / une feuille-arête. bravo. / une voix de pierre est tête à tête et pied à pied / avec un regard de pierre. // les pierres sont tourmentées comme la chair. / les pierres sont des nuages car leur deuxième nature leur dance. / sur leur troisième nez. bravo. bravo. // quand les pierres se grattent des ongles poussent aux racines. / bravo. bravo. / les pierres ont des oreilles pour manger l’heure exacte.











domingo, julio 28, 2024

«El barco se hunde», de Salma Khadra Jayyusi

Versión de Juan Carlos Villavicencio




Mi barco se hunde en el mar, se hunde y no lo busco
El frío de la noche, ay de mí, guarda en él su nieve.
 
Así que no te acerques más
Soy la muerte que cubre los átomos de sus profundidades, no te acerques
Soy la muerte a la que temes
Soy la vieja herida, soy el temblor de la vergüenza
¿No sabes nada de mí?
El frío de la noche ha echado raíces en mi interior
Y hace su nido en lo más profundo de mi espíritu. ¿Quién te salvará de mí?
¿Será que te amo? Ayer nos amamos
Compartiendo la locura del calor, que nos fecundaba y sumergía
Pero cuando los cielos se desataron yo quedé sola ante ellos.

*   *   *

Mi barco se hunde en el mar naufraga no lo voy a salvar
El frío del mar abraza a los átomos y los somete
Y con cuántas llamas luché para enterrarles dentro mi tizón
 
¿Tienes un tizón asesino? ¿No sabes nada de mí?
Morí por los tizones, en mis profundidades, lavo la bofetada del deshonor
Soy la muerte que apasiona
Y en la plaza de los fantasmas
Y en la calle de los fantasmas y en el café
Soy la única superviviente
Me han sacado de este mundo febril del viento
Y la pureza de la nieve me destrozó, ¿no sabes nada de mí?
Soy la única superviviente
Es que morí ayer
La niebla de la noche cubrió mi cabeza con su silencio
El abismo del olvido me ha cubierto curando el golpe silencioso dentro de mí
 
Desbordo pureza en la muerte, ¿no sabes nada de mí?
Soy una madre, una hembra sin amor
Y ayer fui humillada
Ya no tengo patria, ni corazón, ni hogar
 
Lejos, humillada
¿Te enfrentas al exilio en las profundidades? Cuidado con divulgar mis secretos
Ahí podrás contemplar el miedo enterrado en mi corazón


















 

sábado, julio 27, 2024

«Día del Festival de la Comida Fría», de Yun Piao

Versión de Juan Carlos Villavicencio




El Día de la Comida Fría miro con tristeza
la primavera fuera de los muros de la ciudad:
no hay lugar en los campos salvajes que no hiera 
de alguna manera mi espíritu. 
El Valle Extenso ya está lleno de túmulos funerarios
y ahora agregaremos otros: la mitad de ellos
estaban de luto aquí, el año pasado.












viernes, julio 26, 2024

«Pierre Loti», de Alejandra Boero





Mis palabras nacen exiliadas.

Esta casa, aquí en lo alto,
otea los pliegues de mi historia.

Busco el mar,
vuelvo mi mirada al agua.
Retrocedo.
Sorbo el primer café del día.
Camino.
Entre cipreses y tulipanes,
hay estelas que repiten,
con insistencia de siglos,
todos mis nombres.

Conozco de memoria las distancias, 
los cotidianos extravíos.

Por cada orilla de mi lengua
yace un imperio 





Inédito


















jueves, julio 25, 2024

«Retrato», de Blaise Cendrars

Ver­sión de Raúl Dorra



 
Está durmiendo
Se despierta.
De repente, está pintando.
Toma una iglesia y pinta con una iglesia
Toma una vaca y pinta con una vaca
Con una sardina
Con cabezas, manos, cuchillos
Pinta con un nervio de buey
Pinta con todas las sucias pasiones de una pequeña ciudad judía
Con toda la sexualidad exacerbada de la provincia rusa
Para Francia
Sin sensualidad
Pinta con los muslos
Tiene los ojos en el trasero
Y de pronto es tu retrato
Eres tú lector
Soy yo
Es él
Es su novia
Es el tendero de la esquina
La vaquera
La comadrona
Hay cubetas de sangre
En ellas se lava a los recién nacidos
Cielos de locura
Bocas de modernidad
La torre en tirabuzón
Manos
Cristo
Cristo es él
Pasó su infancia en la Cruz
Se suicida todos los días
De pronto deja de pintar
Estaba despierto
Ahora está durmiendo
Se estrangula con la corbata
A Chagall le sorprende seguir viviendo.





Pintura: Autorretrato (1968), de Marc Chagall















miércoles, julio 24, 2024

«Vengo de ahí», de Mahmoud Darwish

Versión de Juan Carlos Villavicencio





Vengo de ahí y tengo muchos recuerdos.
Nací como todos los mortales, tengo una madre,
una casa con muchas ventanas,
tengo amigos, hermanos
y una celda en la prisión con una ventana fría.
Mía es la ola por las gaviotas arrebatadas,
un panorama de mí mismo
y un prado húmedo.
Mía es la luna al otro lado de las palabras,
y de la abundancia de pájaros
y del olivo inmortal.
Caminé por esta tierra antes de que las espadas
convirtieran su cuerpo en una presa abrumada.

Vengo de ahí. Le retorno el cielo a su madre
cuando el cielo llora por ella.
Y lloro para que hacer que una nube 
sepa de mí.
Aprendí todas las palabras dignas de un juicio de sangre
para romper de alguna una otra forma cada regla.
Aprendí todas las palabras para desarmar el léxico
para que la una única palabra sea hogar.














martes, julio 23, 2024

«El golpe. Un relato de memoria», de Roberto Parra

Inicio de la adaptación dramática de la obra en décimas, por Florencia Martínez




 
Roberto: Un relato de memoria, un once por la mañana. Masacre má inhumana no ha registrado la historia. Avione sin paz ni gloria volaron a La Moneda. La desploman como greda, con bombas y metralleta, se pusieron má jinetas los pacos en La Moneda.

(Pausa)

Los tanque con sus cañone, atacan las cuatro punta. La cagá dejó la junta con sus maldito avione. Se enlutan los arrebole con el humo de metralla. Jugaron a la payaya con el pueblo los bribone. Tiritan los corazone al ver a estos canalla.

(Pausa)

Caen las cuatro punta, el pueblo no se defiende, en La Moneda está Allende, bombardeando está la junta. Con los cañone de punta hacen fuego los maldito. No se salvan los má listos, los paisano, ni los curas, la sangre es la basura que dejaron los concripto.

(Pausa)

Hacen tira la Moneda, los tanque tan disparando! Mendoza, Leigh, bombardeando al solitario que queda. Es Allende que da prueba, que recuerden los obrero, Mendoza es un rastrero, es un pobre monigote con la mierda hasta el cogote, te verán perro faldero!

(Pausa)

A la diez de la mañana arde por las cuatro punta. Ardió Troya con la junta, al repique de campana. Esa maldita mañana la tenemo muy presente. Llegan a picar los diente, los pelo están como cerda, Chile ya se fue a la mierda, se lo llevó la corriente.





Parte II
La calle


Vecina: ¡En la Nueva Matucana hay operación peineta!

Roberto: ¿Están tocando retreta a las tres de la mañana Los sacan desde la cama, con las lluvia torrenciale. Los tratan como animale a todos los pobladore. Estos caimane traidore, ratone de los zorzale.

El dina: ¡Al hombre las escopeta! Los rifle están de reserva. Que se vayan a la mierda, infelice comunistas! Si todo son extremista, pasémoslos por las arma. Vaya teniente con carga a matar a los indigente. Brille el sol de oriente a la sei de la mañana.

Roberto: En la población la Victoria matan todo mis hermano. Niños, jóvene, ancianos, los sepultan en las noria. Estoy perdiendo la memoria, se me rompen los cristale. Son las primera señale de milicos y marinos, guiados por mal camino, corazones de chacale.

(Pausa)

El cielo está llorando al ver tanta injusticia que comete la milicia, los corazone sangrando; niños, viejos tiritando, imploran en los altare, tengan piedad militare ¿no saben que son hermano?

Milico: ¡Somo rey y soberano cantare de los cantare!

Roberto: Los grito parten el alma, al cielo los ojos fijo.



Publicado por las Ediciones de la Biblioteca Nacional, 2021










Contribución a DscnTxt de Tomás Harris, director de Ediciones de la Biblioteca Nacional

































lunes, julio 22, 2024

«Grito tu nombre», de Tawfiq Zayyad

Versión de Juan Carlos Villavicencio



Grito tu nombre 
tomo tus manos y las sostengo firmemente
y beso la tierra bajo tus pies
y sé que daría mi vida por ti.

Te ofrezco la luz de mis ojos,
el fuego de mi corazón:
porque esta tragedia que sufro
es sólo una mínima parte de tu tragedia.

No me he guardado nada por mi patria
ni subestimado el poder de mis manos 
para enfrentar al invasor con coraje:
soy un huérfano dispuesto a morir.

Llevo sobre mis hombros la sangre de mi gente
y me verás levantar mi bandera en alto
y proteger una montaña vestida con el verde de los olivos
sobre las tumbas de mis antepasados.
Grito tu nombre. No dejaré de llamarte.

 












domingo, julio 21, 2024

«Irreductible. Una antología, de Oliverio Girondo; Un aire de libertad emerge en Buenos Aires», de Eugenia Brito





Con prólogo de Beatriz Sarlo, Descontexto Editores ha sacado una antología del poeta Oliverio Girondo (Buenos Aires, 1891. Ibid. 1967). Se llama Irreductible y contiene los trabajos de Girondo desde Veinte Poemas para ser leídos en el Tranvía, 1922; Calcomanías, Membretes, publicados entre 1924-1927; Espantapájaros, 1932; Persuasión de los días, 1942; hasta en En la masmédula (1954-1963). Además incluyen poemas en otras publicaciones, y un conjunto de fragmentos de poemas no recopillados en un apartado llamado «Trizas».  

Girondo perteneció a un grupo de artistas entre los que se contó Borges, Enrique Molina, Olga Orozco, la novelista Nora Lange, su esposa, Macedonio Fernández, es decir la plena vanguardia argentina 

Su peculiar revolución, impresa en su estilo, consistió en una alteración profunda de la sintaxis y el léxico habitual del español de su tiempo. Ir en contra de la corriente del hábito burgués, y que en su caso particular consideró una estética que saludó a la modernidad como un espectáculo en que se desarmaban las divisiones entre lo sublime y lo grotesco; lo alto y lo bajo, marcada por un fuerte anticlericalismo y por una puesta en escena de una sensualidad que abarcaba tanto el cuerpo de la letra, su volumen, sus pliegues y múltiples juegos, como sus lados más oscuros y siniestros.

Los escenarios de Girondo están dominados por la erótica y la velocidad:
 
«Las notas del pistón describen trayectorias de cohete, vacilan en el aire, se apagan antes de darse contra el suelo. Salen unos ojos pantanosos con mal olor, unos dientes podridos por el dulzor de las romanzas, unas piernas que hacen humear el diccionario».

El esfuerzo del poeta Girondo en sus primeros textos, el llamado «diario de viaje», como diría alguna crítica va a ser ir en contra del diccionario, de la costumbre así como de lo trascendente: más bien su estética consagra lo repentino, transitorio, fugaz, no hay valores fijos y toda verdad se descarna, desencantada, de su objeto. Así Girondo, se siente lejano de esos objetos que aparecen sellando el cuerpo diurno de la modernidad; es una especie de flaneur, como Baudelaire en el S. XIX, pero más caótico y menos melancólico y crítico. Baudelaire trazó las huellas de lo moderno en Europa; Girondo vio la llegada del liberalismo expansivo y triunfante, pero también su ácido corrosivo y poderoso, ajeno a toda ética.

Según Mallarmé, el libro es la extensión total de la letra y en estos textos encontramos el y los golpes de dados de una partida que tiene «bandejas que son lunares con senos semidesnudos», «ingleses que fabrican niebla con sus pupilas», sirvientas cluecas, «un mar lleno de baba y epilepsia», en una «hora en que los muebles viejos aprovechan de sacarse las mentiras». En fin, la permutación de lo trascendente y el humor y el desplazamiento de lo serio y solemne hacia lo ocasional y lo absurdo. Una nueva gramática, de origen surrealista y patafísico alimenta esta estética y desempolva los huesos de lo serio. El sexo, como ha dicho Sarlo en su Prólogo, el sexo riente y jubiloso es el que se exhibe aquí sin pudor como el gran ornamento de la máquina. Girondo es un gran lector de Mallarmé y de su discípulo Marcel Duchamp.
 
Vio la eroticidad de la máquina, el orgasmo de su mecanismo y la lengua de su cuerpo que modeló emociones y construyó psiques, economías y cuerpos. Específicamente, Girondo, quiso darle un vuelco al realismo, a Güiraldes, al gauchismo; quizá planeó una estética cosmopolista y exultante, venerante de la máquina, el tranvía, el automóvil, la foto.

Un arte sin aura nace tanto para la foto, el cine y también para el libro, en la medida que admite una postal turística dentro de sus páginas. El que viaja en un transatlántico goza el instante o lo padece, pero ha renunciado a la profundidad. Los viajes de Girondo por Europa lo inundan del olor y sabor de un nuevo mundo Conoce a mucha gente y este saber parcial inunda su poesía: Apollinaire y los caligramas, la poesía visual, Rimbaud, Jarry, Pérec.

Pero nada permanece a nivel metafísico. De la cual huye así como de su pretendida profundidad. Su estética es negativa, en la medida en que demuele las contradicciones y los binarismos que han cimentado el pensamiento occidental. Al contrario, todo comparece con igual derecho a existir, lo bello y lo feo, lo sublime y lo abyecto.

Este poner de cabeza abajo los valores serios en los que se afirmó por siglos la filosofía y la ética occidental es el gran aporte de Girondo, su esfuerzo fue un deconstructivista prematuro al instalar una nueva gramática que no otorga una jerarquía, sino al contrario, la demuele: Así en «Sevillano»: 

«En el atrio: una reunión de ciegos auténticos, hasta con placa, una jauría de chicuelos que ladra por una perra», p. 37.

«La Gioconda es la única mujer viviente que sonríe como algunas mujeres después de muertas», p. 51.

«Trasladar al plano de la creación la fervorosa voluptuosidad con que durante nuestra infancia, rompimos a pedradas todos los faroles del vecindario», p. 51.

«He dicho que parece / yo no aseguro nada», p. 119.

«Tiro mis veinte poemas como una piedra, sonriendo ante la inutilidad de mi gesto».

Hay en «Río de Janeiro»: «caravanas de montañas que acampan en los alrededores» y «con sus caras pintarrajeadas los edificios saltan unos encima de otro» (cita de Olga Orozco: «entre la nada y el absoluto»).

En «Sevilla»: «hay perros que pasean con caderas de bailarín» y «tabernas que cantan con una voz de orangután». (en «Paisaje Bretón»).

Reconoce el fanatismo, la desmesura y el recogimiento del espíritu español, con humor e ironía como reconoció y evaluó todo. 

Su poesía configura un teatro de metáforas en que las palabras, privadas de sus contextos habituales cobran volumen y espesor. El blanco de la página comparece como otro significante más en el juego de este nuevo contradiccionario haciendo aparecer el goce del encuentro con sentidos inesperados y las nuevas connotaciones, en el juego de las aliteraciones y los oxímoron que complejizan este universo básicamente constituido por el lenguaje.

En Persuasión de los días, se advierte una crítica al modo de vida abusivo y destructivo, de los imperialismos. Ya se siente el ácido espíritu de las Guerras Mundiales y la destrucción de los países europeos. La guerra hace su entrada y el paisaje social y cultural se transforma. Así lo señala en su texto: «Hay que compadecerlos» (p. 114):

     No saben
     ¡Perdonadlos!
     No saben lo que han hecho,
     lo que hacen,
     porqué matan,
     porqué hieren las piedras,
     masacran los paisajes…
 
Este proceso que se caracteriza como un duelo porlo perdido, por el desastre motivado por la guerra genera una revolución poética en su poesía, particularmente en su texto En la Masmédula (1954-1963), texto que recupera la ironía y el humor propios del escritor y lo lleva a encontrar, en la fuga de los significantes, el gesto errático y desobediente que caracterizó el gran texto girondiano.


Agosto, 2023







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sábado, julio 20, 2024

«Nieve», de Tzu Lan

Versión de Juan Carlos Villavicencio




densa, silenciosa, cayendo a través del azul vacío 
nubes arremolinadas cantan y bailan dentro de la suave brisa,
mientras el ermitaño tararea un verso en alabanza a los lugares ocultos.
copos vagabundos se amontonan y manchan de negro su tintero.
















viernes, julio 19, 2024

«ADN», de Mazen Maarouf

Versión de Juan Carlos Villavicencio




Hay sólo una forma
de gritar:
recuerda que eres palestino.
Hay una forma de escudriñar tu rostro
en la ventana del bus mientas las palmeras y los porteros pasan
y rompen tu reflejo.
Una forma
de llegar a la capa de ozono
de manera ligera, como un globo de helio,
y una de llorar
porque eres un hijo de puta.
Una forma
de poner tus manos sobre los tetas de la que amas
y soñar
en cosas distantes:
un pequeño departamento en un suburbio de París, el Louvre,
montones y montones
de libros y demasiada soledad.
Hay una forma de morir:
provoca a los francotiradores
en las tempranas horas de la mañana.
Llamar puta a tu chica 
infiel. 
Fumar hierba en un ascensor, 
solo, a las once de la noche;
escribir en el baño un poema miserable.
Hay una forma 
de gritar en la alcantarilla
donde tu rostro vuelve a agitarse
en un charco tóxico
donde recuerdas, de alguna manera,
que definitivamente no eres nada 
sino
palestino.