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TENIS | WIMBLEDON
Columna
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La elección suicida de Djokovic

Si ya resulta difícil jugar bien haciendo lo que uno está habituado a hacer, mucho más me lo ha parecido siempre hacer bien, y más en una final, lo que no se tiene por costumbre

Djokovic se lamenta durante la final contra Alcaraz.
Djokovic se lamenta durante la final contra Alcaraz.ADAM VAUGHAN (EFE)
Toni Nadal

Nuevo título en Wimbledon, cuarto en un torneo del Grand Slam y tan solo 21 años, nos dan claras pistas de lo que puede ser capaz de conseguir Carlos Alcaraz. Ayer en las pistas del All England Tennis Club dio todo un recital de gran tenis y demostró, una vez más, que reúne todas las condiciones de los más grandes tenistas. Si técnicamente es muy difícil apreciar en él alguna debilidad, en el aspecto físico es el jugador más rápido que he visto nunca en una pista. Batirle está sólo al alcance de los tenistas más completos y, solamente, si tienen su mejor día.

Esta vez se mostró intratable durante toda la contienda y abrumó a Djokovic tanto por velocidad como por solidez. Fue en todo momento muy superior y la sensación que nos trasladó desde los inicios del encuentro fue que sería muy difícil, si no imposible, que la victoria se le pudiera escapar.

El partido estuvo siempre en sus manos y se mostró extraordinario en todas las facetas del juego. Sus golpes de derecha desde el fondo, sobre todo, fueron demoledores. Se anotó fácilmente los dos primeros sets por un rotundo doble 6-2 y sólo un despiste suyo, cuando servía para cerrar el partido con un claro 5-4, 40-0 permitió al serbio albergar algunas pocas esperanzas sobre el desenlace del partido. En ningún momento, en realidad, Nole dio la sensación de que dispusiera de la armas para intimidar decisivamente a su rival. Sus golpes carecieron de la precisión y potencia necesarias para desarbolar el juego del presente vencedor.

Me imagino, como ya escribía el día previo a la final, las dudas que se le plantearon a Novak y a todo su equipo a la hora de abordar el encuentro. La decisión no era fácil. Es la misma que se le presenta a muchos jugadores y equipos cuando se enfrentan a un rival superior. ¿Cómo encaramos el encuentro? ¿Lo afrontamos con nuestras habituales armas y nuestro estilo propio o, por el contrario, intentamos neutralizar a nuestro rival buscando otras soluciones apartándonos de nuestro juego característico? Particularmente, yo siempre elegí la primera. Si ya resulta difícil jugar bien haciendo lo que uno está habituado a hacer, mucho más me lo ha parecido siempre hacer bien, y más en una final, lo que no tengo por costumbre.

Djokovic optó por la segunda alternativa. Conocedor de que ni sus piernas ni la precisión de sus golpes son los de antaño, y de que un partido largo y físico tampoco le favorecerían, intentó una táctica que a la postre se mostró suicida. Quiso imponer un ritmo alto, jugar agresivo, acortar los intercambios desde el fondo de la pista y a la más mínima oportunidad, cerrar los puntos en la red.

A mi modo de ver, la única posibilidad que el serbio tenía era intentar ralentizar el juego. Esperar que él estuviera totalmente acertado y confiar en que Carlos no tuviera su mejor día. Querer ganar al jugador de Murcia por velocidad es hoy día prácticamente imposible. Tal vez sólo Jannik Sinner pueda jugarle de tú a tú al español. Y, de hecho, la final de este domingo viene a confirmar que la rivalidad real en los próximos torneos y, probablemente, en los próximos años se dará entre ellos dos: el italiano y nuestro gran campeón español.

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