LA DESIGUALDAD ENTRA EN LA AGENDA DEL G-7
Cuando los líderes de las siete naciones más prósperas dedican una sesión de trabajo a debatir el fenómeno de la desigualdad en una de sus periódicas cumbres es que el mundo tiene un problema más. En Biarritz, la presidencia francesa destacó que la desigualdad “representa un importante desafío a la estabilidad y prosperidad globales, la cohesión de nuestras sociedades y a la confianza de nuestros ciudadanos en las instituciones democráticas, dañando un desarrollo económico sólido e inclusivo”.
La desigualdad no es un fenómeno nuevo, pero se ha convertido en uno de los temas sociales y económicos más candentes de los últimos años, especialmente desde el estallido de la crisis financiera, debatiéndose tanto en los círculos académicos –donde todavía hay posiciones encontradas– como en la calle, en forma de protestas y manifestaciones reivindicativas. La pasada 45ª cumbre del G-7 vino a oficializarla como problema.
Sin embargo, hablar de un mundo más desigual en lo económico no sería del todo correcto. En realidad, la brecha en riqueza que separaba a los países ricos de los pobres se ha ido reduciendo. La participación de los primeros en el PIB mundial se redujo desde el 80% en el año 2000 al 71% en 2014, mientras que la de los países de ingresos medios, como China e India, aumentó del 14% al 22%. El ingreso medio a nivel mundial también ha ido convergiendo
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