El túnel del tiempo
No es lo mismo la primera mitad del siglo I de nuestra era que 1390, ni el octavo milenio a.C. que el tercero. Ni la Sábana Santa de Turín es tan antigua como el Vaticano querría ni Stonehenge tan reciente, al parecer, como se pensó durante mucho tiempo. Dos ejemplos de datación controvertida que sufrieron un vuelco gracias a nuevos datos, hallazgos o al uso de nuevas tecnologías. Y es que en Arqueología tan importante o más que el “¿dónde?” es el “¿cuándo?”. La datación es, en efecto, uno de los mayores retos a los que se enfrenta un arqueólogo, y hasta hace algo más de medio siglo nada más que frustrantes cronologías relativas y, en el mejor de los casos, una correlación entre la información de las fuentes escritas y el hallazgo arqueológico en cuestión podían dar respuesta, siquiera rudimentaria, a semejante pregunta.
Del estudio a la profesionalización
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la arqueología ha alcanzado la mayoría de edad, y cada vez tenemos más instrumentos para ubicar un hallazgo en el tiempo con el uso combinado de los métodos tradicionales de datación relativa y los más modernos orientados a la datación absoluta. Ahora bien, para interpretar el “cuándo” de un yacimiento, el arqueólogo está obligado a sumergirse en un sinfín de ciencias auxiliares como la geología,
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