ARGENTINA UNA TUMBA PARA EVITA
PROFESOR DEL ÁREA DE DOCUMENTACIÓN DE LA UAB
Evita Perón pone la guinda a la ceremonia estampando un beso en la mejilla de su esposo, el general Juan Domingo Perón, quien acaba de jurar su segundo mandato como presidente de la República. El estruendo de la ovación en el recinto del Congreso Nacional alcanza al gentío agolpado en el exterior. El delirio se desata cuando la pareja sube a un Packard descubierto para su paseo triunfal por el centro de Buenos Aires. Esa mañana, Evita ha desoído a los médicos, y ha puesto en danza al servicio para que la maquillen y vistan hasta lucir tan bella como fuera posible. Atiborrada de calmantes y enfundada en un abrigo de pieles que esconde su extrema delgadez, recorre la avenida de Mayo bajo una lluvia de flores, saboreando por última vez el entusiasmo y la gratitud de su pueblo. Cuando llega a la Casa Rosada, sede del gobierno, aún tiene fuerzas para asomarse al balcón y, emocionada, despedirse para siempre de sus “descamisados”. Es el 4 de junio de 1952.
Ángel y demonio
Con 33 años, la “compañera Evita” se muere. En el tiempo que lleva junto a Perón como presidente, a pesar de no desempeñar ningún cargo en el gobierno, ha demostrado una habilidad política extraordinaria y acumulado un poder inmenso. Su influencia sobre la Confederación General del Trabajo (CGT), el sindicato más poderoso, ha sido decisiva para hacer de él un bastión del peronismo. Más importante, si cabe, ha sido la obra social que ha dirigido. Influida por su origen humilde, ha dignificado la vida de los más necesitados. En esos años se ha ganado el corazón de
Estás leyendo una previsualización, suscríbete para leer más.
Comienza tus 30 días gratuitos