La visión del gran Rocke feller
El prolífico empresario y filántropo estadounidense nació el 8 de julio de 1839 en una granja cercana a Richford, pueblecito del condado de Tioga, en el estado de Nueva York. Fue el segundo hijo de William “Bill” Avery Rockefeller y Eliza Davison; su hermana Lucy había nacido tan sólo un año antes. Sus padres formaban una pareja desigual, y es que él era dinámico, excéntrico y aventurero, mientras ella era una joven serena, hogareña, puritana y moralista.
Bill, descendiente de una familia alemana, remotamente francesa, y Eliza, hija de un próspero granjero de la localidad e integrante de una familia calvinista ultrasevera, proveniente de los primeros colonizadores ingleses y escoceses, se habían casado en la primavera de 1836, y aunque vivían en una granja, Bill no se dedicaba a la agricultura, sino a los negocios.
Según los biógrafos Peter Collier y David Horowitz, autores de The Rockefeller’s, el padre se dedicaba a recorrer miles de kilómetros de feria en feria, presentándose con unas tarjetas que citaban: “Doctor William A. Rockefeller, famoso especialista en cáncer, permanecerá en esta localidad un solo día. Cura todos los casos de cáncer si no están avanzados y aun éstos se benefician de manera notable”. La gente, por supuesto, acudía de todas partes a consultar al “Doc” Rockefeller, quien vendía botellas de elíxir medicinal por 25 dólares, el equivalente al sueldo de dos meses en aquella época.
Por tal motivo, Bill solía ausentarse de su hogar por meses, y en su ir y venir llegaron más hijos. En 1841, nació su tercer retoño, William. En 1843 logró comprar una granja grande en el municipio de Moravia, donde nació su hija Mary Ann; en 1845, Eliza dio a luz a los gemelos Franklin y Frances, sin embargo, este último nació con enfermedades y murió al cumplir dos años, un golpe para Eliza, quien tenía un matrimonio disfuncional.
—Bill debe tener otra mujer. Se nota que Eliza no le interesa —comentaban los vecinos.
Pero a John D. Rockefeller no se le escapaba lo humillada que vivía su madre al ser abandonada por su padre, aunque éste era un buen proveedor de su familia y cuando regresaba, siempre lo hacía con mucho dinero y cargado de regalos.
Con los brazos abiertos siempre se bajaba del carruaje para acoger a sus hijos que salían a recibirle con gran alegría. Uno a uno los cargaba y tras besarlos amorosamente en
