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Seres mitológicos femeninos

En la mitología de muchas culturas antiguas aparecieron seres de gran poder, pero con una característica mágica especial: figuras fantásticas, en su mayor parte femeninas, y especialmente ligadas a la naturaleza. Procedentes de la tierra, el mar o el aire, su finalidad era la de complementar las creencias existentes y explicar algunos fenómenos naturales.

El agua cubre 75% de nuestro planeta, es fuente de vida y elemento femenino: por todo ello, parece lógico que sean tantos y tan variados los seres con forma de mujer ligados a ella. Las hay dóciles como una fuente o salvajes como una cascada, generosas como la lluvia o siniestras como un temporal, accesibles como una charca o inabarcables como el océano, combativas como las amazonas o inofensivas como las focas.

Pero, sin duda, pocos mitos han cautivado tanto desde la noche de los tiempos como el de las sirenas. De entre todos los seres mitológicos femeninos destacan las reinas de las aguas oceánicas. Ya en el siglo VIII a.C. circulaban relatos de seres cuyo hipnótico canto atraía a los marineros. En las antípodas de las edulcoradas sirenas de cuento, los griegos las imaginaban como repulsivas mujeres-pájaro que no tenían reparo en lanzarse en picada contra los marineros. Como prueban algunas cerámicas, exhibían busto de mujer con generosos pechos y enormes garras. De su naturaleza aérea provienen, quizá, sus dotes musicales y su atrayente melodía.

Sirenas, sin alas en el mar

Esas malvadas mujeres-pájaro que describían los griegos cambiaron sus alas por una cola de pez en el siglo IV y, con este aspecto acuático, protagonizaron los mitos paganos que la Iglesia católica adaptó. Descartados los seres marinos alados (por ser demasiado parecidos a los ángeles), estas sirenas comenzaron a aparecer en leyendas orales, manuscritos, escudos y vitrales como mujeres impuras que tenían dos piernas separadas que exhibían sin pudor. Aunque no (vírgenes marinas), no las consideraban símbolos de perdición. Su imagen cristiana se dulcificó durante el Renacimiento; pasaron de ser las causantes de los nautfragios a las guardianas del mar y a ser pintadas de azul y oro, los colores de la Virgen. Se libraron definitivamente de su mala imagen en el Romanticismo (cuando las pasiones dejaron de verse de manera tan negativa). Asociadas al amor, eran criaturas bondadosas y protectoras (tanto es así, que aún hoy su nombre se asocia a sonidos que alertan de peligro). Podían enamorarse de humanos y, si estos les correspondían, obtenían un alma inmortal. Es este un tema recurrente en leyendas y cuentos como el de Hans Christian Andersen, (1837). Su protagonista (inmortalizada en una estatua en Copenhague) cambia la cola por piernas para conquistar a su príncipe, pero él se casa con otra y ella se lanza al mar. Su amor la salva y se convierte entonces en sílfide (espíritu del aire).

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