EDITO
LA MANZANA DE ADÁN
"No nacemos hombres, llegamos a serlo". Erasmo de Rotterdam no fue ni el primero ni el último en valerse de esta fórmula para interrogar la naturaleza humana, que en su época era eminentemente masculina. Siglos después, Simone de Beauvoir, en, la declinaría en femenino y evidenciaría cómo, a lo largo de la historia, la mujer siempre había sido definida con respecto al hombre: como madre, esposa, hija, amante. La tarea política pasaba por conquistar una identidad propia, sostenida en sus propios criterios, independiente del poder y del deseo del hombre. La sociedad de masas reformulaba las estructuras tradicionales de la familia y el trabajo a una velocidad de vértigo, y a la par, el empuje del movimiento feminista, en cuestión de cuarenta años, lograría transformar radicalmente la posición y la identidad de las mujeres en la sociedad occidental. Pero, ¿y los hombres?
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