DÓNDE ESTÁS, MUNDO BELLO
Una mujer estaba sentada en el bar de un hotel, mirando la puerta. Tenía un aspecto pulcro y cuidado: blusa blanca, pelo rubio recogido detrás de las orejas. Echó un vistazo a la pantalla del móvil, que mostraba la interfaz de una app de mensajería, y luego volvió a mirar hacia la puerta. Era finales de marzo, el bar estaba tranquilo, y al otro lado de la ventana de su derecha el sol empezaba a ponerse sobre el Atlántico.
Pasaban cuatro minutos de las siete, y luego pasaron cinco, seis. De refilón y sin apreciable interés se examinó las uñas. A las siete y ocho minutos un hombre cruzó la puerta. Era delgado y de pelo oscuro, con la cara alargada. Miró alrededor, examinando los rostros del resto de clientes, y luego sacó el móvil y consultó la pantalla. La mujer de la ventana reparó en él, pero, más allá de observarlo, no hizo ningún otro intento de captar su atención. Parecían más o menos de la misma edad, veintilargos o treinta y pocos. Esperó sin más hasta que la vio y fue hacia ella.
¿Eres Alice?, preguntó.
Sí, soy yo, respondió.
Vale, soy Felix. Perdona que llegue tarde.
No pasa nada, dijo ella con tono amable.
El hombre le preguntó qué quería tomar y fue a la barra a por las bebidas. La camarera le preguntó qué tal todo, y
Estás leyendo una previsualización, suscríbete para leer más.
Comienza tus 30 días gratuitos