Desde finales del siglo VIII, las gentes que vivían en puntos de las costas atlánticas de Europa comenzaron a avistar unos extraños y alargados barcos. Aparte de ser muy rápidos, dichos navíos tenían la facilidad de atracar casi en cualquier sitio, pues su calado era tan bajo que no necesitaban puertos de aguas muy profundas para fondear en ellos. Las tripulaciones de esos barcos las formaban individuos provenientes de Escandinavia, llegados a veces como pacíficos comerciantes y otras, las más, como temibles saqueadores.
Aunque existen varias teorías sobre el origen de la palabra, la más aceptada señala que procede del nórdico antiguo y significa “pirata”. Aprovechando la rapidez de sus naves, estos vikingos podían recorrer grandes distancias, atacar lugares cercanos a la costa, hacerse con grandes cantidades de botín y de cautivos y regresar raudos a sus lugares de origen cargados de riquezas, de un cierto número de buenas historias que contar –algo que daría lugar a la composición de sus célebres sagas– y de un prestigio social similar