Año/Cero

YO, MÉDIUM

Cuando regresé, no lo hice con sentimiento de derrota, pero sí con una sensación agridulce. Dejaba atrás un lugar, un ambiente y unas personas que me habían hecho más feliz de lo que nunca imaginé que podría llegar a ser. Encontré mi camino. Aprendí a identificar, descifrar y manejar la comunicación con los espíritus. Mi desarrollo espiritual, como persona y como médium, estaba aquí. Probablemente, si no hubiera sido por mi familia y mi pareja, nunca hubiera regresado. Pero no es menos cierto que el camino en Montreal se me estaba cerrando, o así al menos lo sentía yo.

El regreso no fue nada fácil. Mis compañeros de piso faltaron a su palabra. Teníamos un trato: tendría mi habitación cuando regresara. Pero no fue así. Aquello supuso una gran decepción y me dolió mucho. Por otro lado, no tenía dinero. Pagaba con la tarjeta de crédito, la deuda fue volviéndose cada vez más grande y cada vez me resultaba más difícil asumirla. Quizá lo más razonable, sin trabajo y sin dinero, hubiera sido regresar a casa de mis padres. Pero no lo hice.

Recuerdo que uno de los primeros días después de volver, mientras caminaba por el Boulevar hacia el mar, me sentía un extraño. No encajaba allí. No estaba a gusto. Me notaba hipersensible, y cualquier interferencia me hacía saltar por los aires.

Las jaurías, los vítores y el ajetreo del mundo exterior me molestaban. Solo quería huir y vivir otra vida, quizá monacal. Sentía que aquella forma de ser y de ver el mundo no me representaba, que no tenía nada que ver con el Mikel en que me había convertido durante los últimos años. Los primeros meses fueron muy difíciles. Me sentía más incomprendido y fuera de lugar que nunca, pero con una certeza en mi interior que me guiaba como un faro en la oscuridad. Quizá por orgullo o quizá por cabezonería, decidí quedarme en San Sebastián. Un amigo con el que ya había convivido, una persona que vivía en mi antiguo piso, y yo decidimos alquilar otra vivienda.

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