Si alguna vez has visto algo llamado ‘la curva de la felicidad’, que tiene forma de U, tienes todo el derecho del mundo a sentirte un poco desanimado. Este gráfico, que analiza la satisfacción humana a distintas edades, no invita a una lectura muy halagüeña. Desde la mitad de la adolescencia hasta los cuarenta y tantos o cincuenta y pocos, la curva tiene un trazado descendente. Cierto es que, a partir de esa edad, empieza a remontar su trayectoria. Sin embargo, hasta que ese momento llegue, cada año de tu vida será un poco más infeliz que el anterior. En ese periodo vital, todo se vuelve una lucha. Es muy posible que te encuentres lidiando con la presión del trabajo, de los hijos, que te estés enfrentando a un problema de salud o que se te junte todo a la vez. Todos queremos ser más felices, pero adivinar cómo ya es otro cantar. Conocemos la teoría, pero ponerla en práctica no es fácil (más tiempo al aire libre, menos horas frente al ordenador). Otros supuestos secretos para hallar la felicidad son más cuestionables. (¿En serio deberíamos levantarnos a las cinco para meditar?) Lo que haría falta es alguien que pusiera en práctica tanto consejo y luego nos contara su experiencia. Pues ¡vengo con buenas noticias! Como padre de dos hijos cuya curva de la felicidad desciende sin frenos, cumplo todos los requisitos para ser el conejillo de Indias. Durante un mes, puse en práctica todas las estrategias que, según la ciencia, podrían ayudarme a alcanzar mi objetivo. He aquí los resultados.
Experimento 1 Satisfacción en juego
El consejo más contundente en lo que a sentirnos más felices se refiere es: fortalece tus relaciones interpersonales. Tanto Laurie Santos, de la Universidad de Yale (dirige el programa universitario ), como Robert Waldinger, de Harvard (acaba de publicar un libro sobre la felicidad titulado) recalcan la enorme importancia de crear y mantener una, solo que en lugar de matar cerdos había que matar palabras con connotaciones negativas. Y me cuesta pensar que esta sea la vía rápida para llegar a una vida más feliz. Si bien es verdad que las aplicaciones pueden ayudar a cosas como la pérdida de peso o la nutrición (en las que el progreso se puede medir con números puros y duros), algo tan subjetivo como la felicidad es más complicado de computar. Cada dos semanas, Happify ofrece a sus usuarios test en los que deben responder a preguntas sobre sí mismos en una escala que va desde ‘totalmente de acuerdo’ hasta ‘totalmente en desacuerdo’. La puntuación media de los usuarios era 45,8 sobre 100, y la primera vez saqué un 46 muy digno. Sin embargo, a final de mes me sentía tan desencantado que mi puntuación en la prueba se desplomó. ¡Y saqué un triste 40! Y cuando la app me espetó algo así como: “Necesitas un chute de felicidad”, me tomé aquello como una señal de que tenía que eliminar la aplicación.
