No toda la grasa que contiene nuestro cuerpo se puede meter en el mismo saco. Desde hace algún tiempo los científicos distinguen entre la grasa blanca o mala, que es la que se deposita y forma los denostados michelines, flotadores o lorzas; y la grasa marrón, parda o buena, que se quema para generar calor. A estas se les suma una tercera, la grasa beis, aislada por primera vez en 2012 en la Escuela de Medicina de Harvard (EE. UU.), y que también entra en combustión para producir calorías y aumentar la temperatura corporal.
Cada tipo se comporta de un modo distinto. Mientras la blanca acumulada en demasía causa obesidad y diabetes, las células de grasa parda y beis surten el efecto opuesto: nos protegen del exceso de peso y de sus dañinas consecuencias. «La buena y la mala son el y el del metabolismo», asegura Kenneth Walsh, investigador de la Escuela de Medicina de la Universidad de Boston y director del Instituto Cardiovascular Whitaker, en EE. UU. De hecho, se ha demostrado que los sujetos con más cantidad de la primera, la grasa buena, son más propensos a la delgadez, ya que, en