Pelo bueno, pelo malo
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Premiada por el PEN CLUB de PR Pelo bueno, pelo malo inscribe a la autora en el árbol genealógico de las grandes escritoras caribeñas. Las hablantes de esta novela, vienen a ser voces arquetípicas que se conjugan en la personaje principal como si todas fueran una sola. Los cambios de perspectiva narrativa metaforizan la ambigüedad inherente en la hibridez caribeña.
Carmen L. Montañez
CARMEN L. MONTAÑEZ nació en Aguas Buenas, Puerto Rico. Estudió Jurisprudencia en la Universidad Interamericana de Puerto Rico. Posee una maestría en Literatura Hispanoamericna de la Universidad de Louisville en Kentucky. Además, posee un doctorado en Filosofía y Letras de la Universidad de Kentucky. Es Profesora Emérita de Indiana State University. En la actualidad enseña Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Louisville. En 1998, publicó un estudio sobre el cuento puertorriqueño, Subversión y creatividad. Su colección de cuentos, De El Fanguito a la loza, se publicó en el 2001 en Puerto Rico. Su primera novela, Pelo bueno, pelo malo, se publicó en 2006 con Terranova Editores en Puerto Rico, con una Segunda Edición en el 2008, y la traducción al inglés, Good Hair, Bad Hair vio la luz en el 2012, publicada por XLibris en los Estados Unidos. Es co-autora de la antología, Mar y Cielo: Literatura Caribeña, publicada en 2010 con Linus Publishers en los Estados Unidos. Su última colección de cuentos, Las divas de mi barrio, se publicó en 2012 en Bloomington con Palibrio. En el 2015 publicó su segunda novela, El baúl de las tres llaves con Lúdika en San Juan, Puerto Rico. También, en el 2015 publicó su primer libro para niños, The Bilingüe Bird Goes Home, con Green Ivy Publishing en Chicago. Algunos de sus artículos de crítica literaria han sido publicados en varias revistas prestigiosas de Estados Unidos y Puerto Rico.
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Pelo Bueno, Pelo Malo Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Las Divas De Mi Barrio Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
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Pelo bueno, pelo malo - Carmen L. Montañez
Pelo bueno, pelo malo
Carmen L. Montañez
Published by Terranova Editores at Smashwords
Copyright © 2006 by Carmen L. Montañez
Copyright © 2006 by Terranova Editores, Inc.
Para Amarilis el tiempo había pasado, pero para su madre estaba estancado.
***
Estaba decidido. Se mudaría mañana.
—Me casé virgen, ¿oíste? ¿Cómo quieres que te lo diga? En jeringonza, chiyochimechica-chisechi-virchigen…
La hija y la madre rieron de la ocurrencia, pero ya Amarilis sabía por dónde venía su madre. Siempre así, cuando la madre comenzaba a hablar no había nadie que la parara, tenía la lengua montada en bolines. Hoy ya había comenzado con su tema preferido, la virginidad, que casi siempre comenzaba con la misma aseveración: si lo quieres creer, lo crees, pero te estoy diciendo la verdad.
—Virgen, ¿me oíste bien?— dijo la madre cambiando a un tono casi de enfado—. Llevé traje blanco y corona de azahares sin ningún cargo de conciencia.
Como siempre, la madre de Amarilis cada vez que contaba esta parte de su boda arqueaba las manos sobre su cabeza para simular una corona invisible que Amaralis ya no se molestaba en mirar.
—Sí, te oí perfectamente— contestó Amarilis, sonriendo y con voz despreocupada, como si a ella le importara—. Yo tampoco tengo cargos de conciencia cuando llevo un traje blanco— añadió Amarilis, dándole la espalda con indiferencia.
—No te burles que tú sabes bien lo que quiero decir. Las jóvenes de ahora no tienen cargos de conciencia ni aunque maten a su madre de un susto. Se acuestan con el barrio entero y después se casan con el que más grande lo tenga o con el primero que le ofrezca matrimonio. Estos son otros tiempos.
Estaba decidido.
Hace meses, cuando tuvo la idea, no pensó en lo difícil que sería salir de esta casa donde había pasado su niñez, su adolescencia y ya había comenzado su vida de adulta. En este cuarto, donde había vivido toda su vida y cuyas paredes habían variado de color y de papel decorativo según ella fue creciendo. Conocía cada desperfecto de las paredes creados por el pasar del tiempo y los cambios de decorado que la madre había hecho con sus propias manos. Echaría de menos la ventana que daba al patio con vista al árbol de mangó y del cual ella se había columpiado verano tras verano. La ventana de persiana Miami que abría sus hojas con una manecilla que ella había estropeado en varias ocasiones y que su padre había arreglado sin protestar y para cuyos marcos su madre había cosido varios pares de cortinas a compás del desarrollo de su cuerpo: de ositos de ojitos achispados, de muñequitas preciosas rodeadas de florecitas primaverales, o flores rebosantes de colores y de alegría. Por aquella persiana había esperado ver llegar a los Reyes Magos cargados de regalos, sólo para ella. Un año recibió la muñeca más hermosa que Amarilis haya visto en su vida. Llevaba un traje en organdí rosado, un sombrerito en su cabeza de la misma tela con encajes blancos cubriendo unos bucles rubios y suaves, con unos zapatitos apretaditos y medias blancas. Su carita rosada tenía unos ojitos risueños colmados de alegría y en su boquita unos labios rojitos enmarcados en una sonrisa perpetua.
¿Dónde estará esa muñeca? ¿Por qué ella no sabe su paradero? ¿Adónde fue el Peter Pan con su traje de felpa verde?
Ningún otro niño en su barrio tenía un Peter Pan, vestido de héroe europeo con un sombrerito adornado con una pluma roja. Sólo ella poseía uno. Peter Pan envuelto en magia que no le permite ponerse viejo y podrá vivir para siempre en Neverland. Allá se transportaba Amarilis con Peter Pan, volando, casi siempre cuando los perros del barrio aullaban avisando que alguien iba a morir. Volando para vencer a muchos Capitanes Hook. All you need is faith and trust… un poquito de pixie dust
. ¿Dónde estará ese polvito mágico que nunca Amarilis encontró? Seguramente junto al Peter Pan. En algún lugar. En Neverland. Ese fue el destino de muchos otros regalos que los Reyes le trajeron en diferentes años. Cuando niña, le intrigaba cómo era posible que entraran por aquellos espacios tan estrechos de las persianas, unos hombres barbudos, robustos, cargados de objetos. Claro, eran magos, como le explicaban sus padres, aunque ella supo la verdad el día que vio a su papá llegar en puntillas a su cuarto aquella noche de Reyes y traer la bicicleta que tanto ella anhelaba. Ella se quedó quieta en apariencia de dormida y cuando se levantó temprano ese día aparentó una alegría que no existía porque comprendió que había perdido su inocencia. Pero disfrutó mucho el que su padre le enseñara a correr su bici. Fueron bonitos esos días.
—Mami, no exageres. Porque me quiera independizar no quiere decir que tienes que hacer un análisis de todas las mujeres de este tiempo, no es para tanto.
—No es que quiera analizar nada ni a nadie. Lo que te quiero decir es que ahora que te sientes mujer, quieres estar sola para hacer lo que te venga en gana. Como aquí, porque ésta es una casa decente, no puedes traer a tus amigos, o a tu amiguiiito, como le llaman ustedes ahora a los cortejos, pues ya la casa te queda chiquita. Pues claro, no puedes seguir mi ejemplo que me casé bien casadita. Cuando salí de la casa de mis padres me fui del brazo de tu padre, que Dios perdone, con mucho orgullo —decía la madre montándose en tribuna.
—Mamita, tú sabes que yo no soy así, que he tenido pocas relaciones amorosas que se pueden contar sin tener que esforzar la memoria. Se puede decir que en este aspecto mi vida ha sido aburrida, que no he tenido un novio que valga la pena. En otras palabras, no tengo suerte para el amor. Tú tuviste suerte que pudiste encontrar el hombre de tu vida, convivir y disfrutar con él años de alegría. Te puedes dar con piedras en el pecho, como se dice.
—Sí, ahora tienes toda la razón. Tuve suerte. Me casé con el hombre de mis sueños— dijo con voz triste, añadiendo—: sin importar que mi madre me decía que era grifo. Siempre recuerdo que un día me dijo, si te casas con ese hombre vas a peinar grifería…
—Ya ves que abuela tenía razón— dijo Amarilis mostrándole un mechón de su negro y rizado cabello.
—Pero, Amarilis, ¿a qué te refieres? Tu pelo es hermoso— dijo la madre acariciando con ternura el cabello de su hija.
—Porque me miras con los ojos del alma, pero algunas personas no lo ven así. Recuerdo un día cuando tenía alrededor de dieciséis años que un hombre, muy romántico él, me dijo como piropo adiós, preciosa, con el pelo como pasas y no me miras
— dijo Amarilis con cierta rabia en la voz.
—Olvida eso, no vale la pena recordarlo. Yo amé a tu padre tal cual era y por ti doy mi vida sin importar como tengas el pelo— dijo la madre con voz sincera.
—Pero… ¿dónde está mi Ricky Martin, mi Tom Cruise, mi Brad Pitt, mi Chayanne?— preguntó Amarilis para cambiar el tema.
—Bueno, mi’jita, si esos son los hombres que estás buscando, creo que nunca los va a encontrar. Tienes que aspirar a un hombre corriente pero con buenos sentimientos, un hombre hecho y derecho que…
—Estoy bromeando, Mami, tú sabes, es un decir…— le dijo Amarilis deseando cortar la conversación.
—Amarilis, mira que te quejas mucho de tu mala suerte, pero hay otros que han logrado encontrar el amor y lo inexorable se los arrebata— dijo la madre lista para contar una historia—. Por ejemplo, el caso de Julio Agosto, quien se quedó vestido con su traje de etiqueta mirando perplejo a su novia graciosamente recostada en un ataúd con su traje de novia y su corona de azahares, con su anillo de compromiso resplandeciendo