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Invisible
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Libro electrónico214 páginas3 horas

Invisible

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Jazmine Crawford no toma decisiones. No elige. No hace amigos. Jazmine Crawford solo quiere una cosa: ser invisible. Para Jazmine es mucho más fácil quitarse el audífono y evadirse fingiendo que no hay nada peor que admitir que tiene el corazón roto por la muerte de su padre. Ha estado evadiéndose e ignorando a su preocupada madre durante cuatro años.

Cuando la chica mala, Shalini, y sus amigas se unen a Jazmine, ella se encuentra involucrada en una situación superior a sus fuerzas. Sentada avergonzada en el despacho del director, a Jazmine le ofrecen una oportunidad: ayudar a la profesora de teatro, la señorita Fraser, con la inminente representación teatral de El jardín secreto, o enfrentarse a cuatro semanas de expulsión.

Es la señorita Fraser quien anima su decisión. «Creo en ti, Jazmine», dice. «Sé que puedes hacer esto». Y Jazmine, aterrorizada, incrédula y entusiasmada, todo a la vez, se une a la obra de teatro.

Al principio todo va bien. La estrella de la obra y amante del chocolate, Liam, es amable y Jazmine se da cuenta de que hacer amigos, hablar con su madre y sentir emociones no es tan terrible como ella pensaba. En un feliz giro del destino, la diva de la interpretación, Angela, abandona la obra una semana antes de su estreno. La señorita Fraser le pide a Jazmine que la reemplace en su papel como Mary, la protagonista.

Pero entonces Shalini regresa de su expulsión. Ha vuelto para vengarse y tiene la munición necesaria para forzar a Jazmine a abandonar la obra y hacer que regrese a sus viejas costumbres.

¿Tendrá Jazmine suficiente seguridad para plantarle cara a Shalini? ¿Liam seguirá queriéndola si descubre la realidad? ¿Tendrá la fuerza necesaria para enfrentarse a la verdad sobre el suicidio de su padre?

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento10 ene 2016
ISBN9781507123089
Invisible
Autor

Cecily Anne Paterson

I write bravehearted fiction for young teen girls: stories that stay with you, characters that become friends.My first novel Invisible was a semi-finalist in the Amazon Breakthrough Novel Awards in 2014. In 2017, Charlie Franks is A-OK won the CALEB Writing Prize.I like stories that could be real, and that push all the feelings buttons, so that is exactly what I write.To find out more about me, check out: www.cecilypaterson.com/all-about-cecily-anne-paterson

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    Invisible - Cecily Anne Paterson

    Capítulo 1

    Tengo talento para volverme invisible.

    Me siento en la silla colgante de mi habitación en casa, me quito el audífono, inicio un balanceo suave y cierro los ojos despacio. En seguida no soy nadie. No existo. Nadie puede verme.

    Es más fácil así. Cuando soy invisible no tengo que pensar en mi padre ni en lo demás. Cuando soy invisible no tengo que sentir nada. El dolor, la ira y el miedo desaparecen. Me quedo adormecida y callada.

    Lo hago siempre que estoy en casa. Me siento en mi silla durante horas. Me ayuda a permanecer invisible en el colegio o cuando salgo con mamá. Sé cómo caminar para que la gente no me vea. Me puedo sentar en un rincón y que me ignoren todo el día. La gente no me habla. He aprendido a que mi lenguaje corporal exprese «esta chica no quiere estar aquí, vete». Cruza los brazos, inclínate hacia delante, mira hacia abajo, aparta la mirada.

    A veces me vuelvo invisible en casa, en la cocina, cuando solo estamos mamá y yo. Ella intenta hablar conmigo pero no respondo, a no ser que sea sobre algo como los cereales del desayuno. «¿Corn flakes o Weetbix? ¿Hay leche?». Eso es todo.

    ―No le cuentes tus problemas a nadie, Jaz. ―Mamá me lo ha repetido tantas veces que ya forma parte de mi mantra―. No les importa. Ya te dejarán.

    Y no quiero que ella me deje, así que no me permito sentir cosas porque si lo hago, se lo tendré que contar a alguien. Y creo que si empezase a contarle a alguien cómo me siento no podría parar, así que es más fácil no sentir nada porque así no hay problema.

    Solo le doy respuestas patéticas a preguntas como: «¿qué tal hoy en el colegio?». Odio hacerlo, pero si le doy más, podría seguir haciéndome preguntas y después, quién sabe, podría terminar hablando y sintiendo.

    A mamá la pone de los nervios. Con cada «sí» y «no» veo cómo su cara se vuelve más tensa y demacrada de lo habitual. Sé que lo hace con buena intención, pero no sé cómo manejar que la gente me preste atención. Me da miedo que me vean. Me da miedo hacer cualquier cosa. Me da miedo perder a otra persona que me quiere. Prefiero ir a la deriva.

    Pero no parece que pueda ir a la deriva ahora. Estoy sentada fuera del despacho del director, al lado de mamá. Su espalda está erguida tan intensamente que sé que está muy enfadada. Cierro mis ojos para intentar bloquear la visión de la moqueta de color verde césped. Todo en esta sala de espera es feo. Y hace frío, casi tanto como en la calle. El olor a aire rancio y a revestimientos de madera se adhiere a mi olfato.

    Mamá me clava un dedo en las costillas. Es su manera habitual de llamar mi atención, que no sería tan mala si no tuviera las uñas largas. Abro mis ojos otra vez.

    Vislumbro a Shalini entre el hueco en las persianas de la ventana. Tiene aspecto desafiante, como siempre, tamborileando con sus pulgares contra la silla y fingiendo mirar a cualquier lugar excepto a don Fellowes. Me pregunto cómo debe ser que no te importe nadie en el mundo, echo los hombros hacia atrás y pongo una mueca, pero tras varios segundos me canso del esfuerzo y me hundo en mi postura habitual.

    Tyra y Rae ya tuvieron su turno. Vi sus caras ―pálidas, con rastros de lágrimas, y malhumoradas― cuando salieron al pasillo para regresar a clase. La barbilla de Tyra temblaba y Rae había bajado su labio inferior, pero dudaba que aquello les durase. Seguramente dentro de quince minutos se estarían riendo de cómo consiguieron escaquearse de Matemáticas. No les preocupa casi nada. Solo siguen a Shalini. Pero aun así han causado bastantes daños, así que supongo que habrá algún castigo.

    Miro a mamá. Caza mi mirada y durante un segundo me sorprende el dolor en su cara. Quiero coger su mano. Quiero hacerle una seña que diga: «está bien, lo siento. Volvamos atrás y empecemos de nuevo». Pero volver atrás significaría pasar por todo otra vez ―la muerte de papá, el funeral, mamá llorando durante semanas y semanas, la mudanza, la otra mudanza, y todo lo que ocurrió―. No puedo hacer eso. Es demasiado. Me miro los pies y me balanceo en la silla con los ojos cerrados. Intento volverme invisible, especialmente a mí misma.

    Noto la fría ráfaga de viento al abrirse la puerta antes de oír el ruido del pomo. Shalini sale del despacho enojada. Es como uno de esos ciclones que aparecen en las noticias. Irrumpen, todo el mundo habla de ellos y dejan un rastro de destrucción. No me atrevo a alzar la vista hacia sus ojos. Sigo sin poder creerme que ella lo hiciera, que llevara a cabo su plan de venganza. Y no puedo creer que yo le siguiera la corriente.

    ―¡Jazmine!

    Don Fellowes está en la puerta. Me doy cuenta, casi sin pensar en ello, de que su camisa beis y su corbata marrón son del mismo color que la puerta del despacho. Lleva el jersey sobre los hombros, como si intentase parecer moderno en una película americana de adolescentes.

    ―¡Jazmine!

    Repite mi nombre. Esta vez su voz es como un chasquido que cruza mi espalda. Instintivamente estiro el brazo y me ajusto el audífono.

    ―Es tu turno ―dice, y mira a mamá―. Gracias por venir, señora Crawford. Siento que haya tenido que ausentarse del trabajo.

    Veo que mamá está preocupada. Supongo que yo también lo estaría si me llamasen al trabajo desde el colegio de mi hija porque ella ha causado daños materiales. La miro otra vez a la cara y también veo vergüenza en las comisuras de sus labios y en el modo en el que tensa los hombros ―como si quisiera defenderse―. La comprendo realmente. «No le cuentes tus problemas a nadie, Jaz», me dice siempre. «Tampoco los muestres». Pero ahora sus amigos saben que tiene una hija problemática y que va a recibir un sermón del director por ser una mala madre, todo por culpa de lo que hice.

    Lo que hice. De eso va todo ahora.

    Cuando me levanto es como si mis piernas fuesen independientes de mi cuerpo. Se mueven porque tienen que hacerlo. Sigo a mamá al despacho de don Fellowes. Él se sienta tras el escritorio enorme de madera. Es tan grande que parece que desequilibra la habitación, y me pregunto si todo se va a volcar como cuando te colocas muy cerca del borde de una barca. Mi madre elige la silla de la izquierda, bajo la fotografía enmarcada de un río. Observo la foto, olvidando dónde estoy e intentando ir a la deriva con ella, hasta que noto que mamá me agarra de la muñeca y tira de mí hacia la otra silla, a su lado.

    «Presta atención», me dice con señas. Lo hago durante un minuto, pero luego me doy cuenta de que la señorita Fraser está al otro lado de la habitación. No puedo mirarla. Me da demasiado miedo lo que pueda pensar de mí. Bajo la cabeza y finjo ignorar lo que don Fellowes le está diciendo a mi madre. Lo que le está diciendo sobre lo que supuestamente he hecho.

    ―Señora Crawford, de nuevo, sentimos que haya tenido que venir. Sin embargo, Jazmine ha participado en un incidente serio en el que han causado desperfectos en el aula de Teatro. ―Hace un gesto con la cabeza señalando a la señorita Fraser―. Tal vez sepa que la señorita Fraser dirige el departamento de Teatro. Ella fue quien se encontró a las chicas «cargándose», como supongo que ellas dirían, el aula de Teatro.

    Don Fellowes se reclina en su silla. Su corbata aburrida se había movido hacia la derecha de su pecho, revelando una aburrida fila de botones. Toma aire profundamente y después exhala. Un pelo que asoma por su orificio nasal se mueve por la brisa. Después de eso, me percato de que también tiene vello en las orejas.

    Estoy agarrada a los bordes de mi silla. El metal parece todavía más frío contra las yemas de mis dedos. Es algo más en lo que concentrarse, aparte de las palabras que parecen acumularse sobre mi cabeza.

    ―... y han causado bastantes daños ―le dice el director a mamá―. Según el reglamento escolar, la destrucción de la propiedad de la escuela significa la expulsión automática. Sé que Jazmine es nueva en el colegio y estoy al corriente de la historia familiar...

    Noto cómo la espalda de mamá se pone rígida, pero don Fellowes parece no percatarse. Él continúa:

    ―Me temo que las normas son las normas. Y francamente, no sé qué tipo de mensaje transmitiríamos si Jazmine no recibiera el mismo castigo que las demás. Todas ellas van a tener tres semanas de expulsión.

    Tres semanas de expulsión. Genial. Me toca pagar el pato. Mamá se encoge en su asiento. Creo que pensaba que iba a ser menos grave. Si ella supiera la verdad... Pero apenas tengo ganas de dar explicaciones y, de todas formas, estoy segura de que nadie me creería, especialmente la señorita Fraser.

    La señorita Fraser. Echo un vistazo para ver su aspecto. Supongo que tendrá la misma cara de pocos amigos que los demás. Después de todo, es su aula la que ha quedado destrozada y Shalini estropeó su atrezo para el teatro. Si eso me pasara a mí, yo también estaría muy cabreada.

    Sorprendentemente, la señorita Fraser parecía calmada. Pensativa, amable y calmada.

    ―Don Fellowes ―dice ella―, sé que esto está un poco fuera de lugar, pero tengo una idea. Podría ser algo que cumpla las reglas y a la vez sea útil para Jazmine. Disculpadnos un minuto.

    Veo cómo los dos salen del despacho. No tengo ni idea de qué está ocurriendo. Mamá parece tan confusa como yo. Me dice con señas: «¿Hiciste eso? Necesito saber por qué». Bajo la cabeza.

    ―No lo sé ―digo en voz baja―. Ocurrió y ya.

    Todo ocurre y ya está, pienso. Nunca hago nada, pero supongo que esta vez sí lo hice.

    Alzo la vista hacia ella. Sé que la he evitado durante bastante tiempo, y dudo que me crea, pero de veras, lo último que quería era entristecer a mi madre.

    ―Lo siento ―balbuceo las palabras. No creo que me pueda escuchar.

    La puerta se abre y ambas levantamos la vista. Don Fellowes y la señorita Fraser han vuelto. Sus rostros siguen serios, pero la señorita Fraser está tranquila y don Fellowes parece más positivo. Esta vez no se sienta tras el enorme escritorio. Se sienta en el borde.

    ―Señora Crawford. Jazmine. La señorita Fraser me ha dado más información sobre lo ocurrido hoy en la clase ―comienza don Fellowes.

    Me mira fijamente. El pelo de su nariz me sigue distrayendo. Intento encontrar una manera de evitar su mirada.

    ―Parece que tu papel en este asunto lamentable ha sido menor que el de las otras. ―Está esperando mi reacción. No me gusta expresar reacciones. Permanezco todo lo serena que puedo―. Aparentemente, y esto es lo que la señorita Fraser ha dicho, has sido fundamental para salvar algunas de las piezas más valiosas para la producción teatral. ―Su voz se acentúa al final, como si hiciera una pregunta―. Salvaste parte del atrezo, ¿cierto?

    No hago nada. Espero. No puedo reaccionar todavía. No sé qué va a ocurrir.

    Él se cruza de brazos. Creo que no está satisfecho con cómo me estoy tomando sus palabras.

    ―No te estoy exculpando ―dice―, pero eres joven y estoy dispuesto a darte una segunda oportunidad.

    De pronto es como si todos los ojos de la sala estuvieran sobre mí. Don Fellowes no ha dejado de mirarme fijamente. Mamá se ha girado completamente para mirarme. La señorita Fraser me observa desde el otro lado de la habitación, tranquila e inmutable. La presión es insoportable. Odio cuando la gente me observa. Solo quiero ser invisible, pero ahora mamá me mira con las cejas alzadas.

    ―¿Es eso cierto? ¿Nos has contado todo lo que ha ocurrido? ―pregunta. Puedo percibir nerviosismo en su voz.

    Es difícil pensar. Respiro más rápido, me siento nerviosa, al borde de la náusea. Vamos, pienso, vamos a acabar con esto. Hagas lo que hagas, no me hagas dar explicaciones.

    ―Creo que deberíamos escuchar la versión de Jazmine ―dice don Fellowes―. ¿Nos quieres explicar lo ocurrido?

    Genial. Quieren que dé explicaciones.

    Abro mi boca pero no sale nada de ella. Me siento igual que un pez observando a través de una pecera, abriendo y cerrando la boca.

    ―Jazmine, solo podemos ayudarte si hablas con nosotros ―dice la señorita Fraser. Me sonríe. Es amable y reconfortante. Una sonrisa como la que tenía papá antes de que todo se torciera. Mis manos se relajan un poco y dejo de temblar.

    ―Es un poco difícil de explicar ―digo. Busco ayuda alrededor de la habitación pero siguen observándome. Mamá se está impacientando. Se muerde la parte interior del labio, algo que siempre hace cuando se harta y no sabe qué más hacer.

    ―Vamos, Jaz ―dice―. Cuéntale a la profesora qué ha pasado.

    ―Tómate tu tiempo, Jazmine ―dice la señorita Fraser. Su voz es muy clara y segura. Puedo oír perfectamente cada palabra que pronuncia―. Sé que puedes hacerlo.

    La miro a la cara ―serena pero amable― y respiro profundamente.

    ―Supongo que fue por las audiciones del trimestre pasado. Cuando salieron las listas ayer con el reparto, Shalini estaba algo enfadada porque no le habían dado el papel para el que hizo la prueba. No lo sé... Estaba muy enfadada contigo. ―Le pido perdón con el rostro. Me sabe mal decirle a la señorita Fraser que alguien la odia―. Quería vengarse de ti, así que se le ocurrió un plan para destrozar tu clase. Tyra y Rae, bueno, querían hacerlo. No estoy intentando librarme, pero la verdad es que yo no quería. ―Bajo la cabeza otra vez―. Me fui con ellas. No sé por qué. Simplemente ocurrió.

    Don Fellowes me mira atentamente. Su corbata vuelve a estar en el centro de su pecho. Me siento tan exhausta de hablarles que ya ni presto atención al pelo de su nariz.

    Su voz es muy seria.

    ―Jazmine, necesito hacerte una pregunta seria. ¿Ayudaste a destrozar el aula?

    ―No ―respondo en voz baja.

    ―Y esta es una pregunta muy importante. Tienes que decir la verdad. ―Se ha separado del escritorio y ahora está de pie, con las manos en los bolsillos―. ¿Intentaste salvar parte del atrezo?

    Doy patadas a las patas de mi silla. Noto como si mi cara hubiese perdido todo el color. He gastado todas mis partículas de energía respondiendo a estas preguntas.

    ―Supongo.

    Parece que la tensión disminuye en la sala. Los hombros de don Fellowes bajan unos ocho centímetros. Mi madre exhala ruidosamente. La brisa me mueve el pelo.

    ―Jazmine. ―Esta vez es la señorita Fraser quien habla―. Creo que nos debes una explicación. Creo que tienes que contarnos por qué las seguiste. ¿Dónde empezó todo?

    Capítulo 2

    ¿Dónde empezó todo? ¿Por qué me dejé arrastrar? ¿Por qué ocurrió? Quizá ha empezado hoy, quizá empezó hace tres meses. Quizá todo se remonta mucho más lejos. No lo sé.

    Cuando llegué aquí, era mi cuarto colegio en cuatro años. Desde que mi padre murió, nos hemos estado mudando, mudando y mudando. Es como si mamá no soportase estar en el mismo lugar. En cuanto se asienta en una casa, vuelve a hacer las maletas y nos tenemos que marchar a otro lugar. Yo ya no deshago mis maletas, no me asiento, no echo raíces allí. Lo único que siempre hago es poner mi silla colgante en mi habitación. Se ha convertido en mi sensación de hogar.

    Es difícil hacer amigos cuando siempre eres la nueva. Es todavía más difícil cuando se percatan de

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