Libro electrónico177 páginas3 horas
Una noche con el millonario
Por Trish Wylie
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Información de este libro electrónico
Cuando Roane Elliott se encontró a un desconocido desnudo en la playa, lo segundo que se le pasó por la mente fue denunciar aquel atrevimiento, ¡pero el primer pensamiento hizo que su corazón virginal latiera aceleradamente!
Después descubrió que el desconocido era Adam Bryant, heredero de la dinastía Bryant y hombre de corazón oscuro, que había vuelto después de diez años para reclamar lo que era suyo.
Roane estaba decidida a resistirse a él, pero la tentación era muy fuerte… la puerta del dormitorio estaba abierta y la fuerza que había dentro la atraía tanto…
Después descubrió que el desconocido era Adam Bryant, heredero de la dinastía Bryant y hombre de corazón oscuro, que había vuelto después de diez años para reclamar lo que era suyo.
Roane estaba decidida a resistirse a él, pero la tentación era muy fuerte… la puerta del dormitorio estaba abierta y la fuerza que había dentro la atraía tanto…
Autor
Trish Wylie
By the time Trish Wylie reached her late teens, she already loved writing and told all her friends one day she would be a writer for Harlequin. Almost two decades later, after revising one of those early stories, she achieved her dream with her first submission! Despite being head-over-heels in love with New York, Trish still has her roots in Ireland, residing on the border between Counties Fermanagh and Donegal with the numerous four-legged members of her family.
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Una noche con el millonario - Trish Wylie
Capítulo 1
—Perdón, lo siento, pero esta playa es privada.
Roane Elliott se acercó con cautela. La luna llena iluminaba todo a su alrededor y teñía el espacio en tonos plateados y grisáceos, dejando zonas en penumbra. Había zonas sumidas en la oscuridad, pero eso no le preocupaba. Lo que le atemorizaba era aquel desconocido.
Aunque conocía perfectamente las piedras, los caminos y la arena de aquel lugar, sabía que no tenía acceso a un teléfono y que no podría pedir ayudar si la necesitaba…
Roane se paró en seco.
Y no fue porque se había dado cuenta de que no podría llamar a la policía, sino porque, al acercarse, había descubierto que el desconocido estaba ¡desnudo!
Para más señas, era un adonis.
La luz de la luna bañaba su cuerpo, sus músculos, revelando unos hombros anchos y fuertes, una cintura bien marcada y un…
Roane se quedó con la boca abierta.
El desconocido se giró y Roane le vio la cara.
«Qué guapo», pensó.
Roane se dijo que debería apartar la mirada, pero no pudo hacerlo. Y no era para menos porque aquel hombre era impresionante. Roane se mojó los labios y apretó los puños, pues sus manos parecían tener vida propia y querían alargarse hacia él y tocarlo.
—Está usted en una playa privada —repitió—. No puede estar aquí.
—El mar es de todos —contestó el desconocido.
Hasta su tono de voz era mágico.
Daba igual. Ya podía irse con aquella voz mágica, sensual y deliciosamente masculina. Roane dejó de pensar en su voz al quedar fascinada por la definición de su torso y de sus brazos. No eran músculos trabajados con esteroides y muchas horas de gimnasio, no, nada de eso. Aquel hombre debía de ganarse la vida en un trabajo físico. O, tal vez, fuera un deportista. ¿Nadador, quizás? No, no era lo suficientemente delgado. Tampoco era que le sobrara ni un gramo de grasa, desde luego.
El desconocido no parecía incómodo en absoluto y Roane podría haber aprovechado para mirarlo bien. De hecho, el hombre se había colocado las manos en las caderas y parecía estar retándola a que lo hiciera, pero Roane desvió la mirada hacia el horizonte por encima de su hombro derecho.
Aunque, en realidad, lo que le hubiera gustado hacer habría sido bajarla a su entrepierna.
—No está usted en el mar —contestó tras carraspear—. Está en la playa y esta playa es privada. Se tiene que ir. Hay patrullas de seguridad.
Aquello no era cierto, pero el desconocido no lo sabía, por supuesto.
A Roane le pareció que el desconocido sonreía divertido.
—¿Es suya?
—No, es de la familia para la que trabajo —contestó Roane—. Yo… —se interrumpió al darse cuenta de que había estado a punto de decirle que ella vivía a unos metros de aquel lugar—. Yo tengo permiso para estar aquí.
El desconocido dio un paso hacia ella y Roane se apartó hacia atrás.
—Le advierto que sé defensa personal. Soy cinturón negro de jiu-kwando.
El desconocido se rió abiertamente y dio otro paso hacia ella.
—Mi ropa está detrás de usted —le explicó—. Y, para que lo sepa, se dice jiujitsu o tae kwon do, pero buen intento. Tranquila, no la voy a morder.
Roane se hizo a un lado y se sonrojó cuando el hombre se inclinó para recoger su ropa y comentó:
—A menos que me lo pida.
Roane abrió la boca para contestar algo cortante, pero no fue capaz de articular palabra. Supuso que a cualquier mujer le habría pasado lo mismo teniendo un hombre tan tentador delante. Aquel hombre parecía de los que estaban acostumbrados a tener lo que quería siempre que quería. Era increíblemente erótico saber que estaba desnudo. Y eso que ella no tenía ninguna experiencia con hombres. A pesar de eso, era capaz de excitarse y, desde luego, encontrarse con un desconocido desnudo de noche la había excitado.
Se preguntó por qué seguía allí y se dijo que para asegurarse de que el desconocido se iba.
«Mentirosa», le dijo una vocecilla interior.
En aquel momento, oyó una cremallera y se giró hacia él, que se estaba abrochando los vaqueros.
—¿Vive aquí?
—No creo que fuera muy inteligente por mi parte contestar a esa pregunta —dijo Roane.
—No creo que acercarse de noche a un desconocido desnudo haya sido muy inteligente por su parte.
Cuando se giró hacia el agua, la luna iluminó su rostro y Roane se quedó embelesada, pues era realmente guapo. No había suficiente luz para saber de qué color tenía los ojos y el pelo, pero Roane supuso que daba igual.
Tenía un rostro perfectamente simétrico. Era tan perfecto que parecía de mentira. Tenía los ojos grandes, eso sí lo veía, la nariz recta y una boca… madre mía, qué boca… ¡aquellos labios estaban pidiendo a gritos que los besaran!
Roane se sentía como una adolescente.
El desconocido la miró y le dedicó una sonrisa de lo más sexy. Aquel hombre lo sabía. Claro que lo sabía. Sabía perfectamente que las mujeres caían rendidas a sus pies. Seguro que dejaba estelas de mujeres rendidas cuando pasaba en su moto, aquella moto enorme que había visto aparcada en lo alto del camino.
Aquel desconocido irradiaba una sensación adictiva de libertad, como si no fuera de ningún sitio, como si sólo perteneciera al lugar en el que estaba en cada momento. Nada le impedía ir donde quería ir, bañarse en una playa privada o seducir a una mujer a la luz de la luna…
Si quisiera, podría tomarla entre sus brazos y enseñarle lo que aquellos labios experimentados eran capaces de hacer, tumbarla sobre la arena, colocarse sobre ella y…
La cabeza de Roane se llenó de imágenes eróticas y sintió un dolor punzante entre las piernas. Imaginarse un encuentro así… una vez en la vida… le parecía oír su respiración entrecortada, sentía la piel húmeda de sudor y…
—Por favor, váyase —le ordenó con voz grave.
—¿Tienes miedo, pequeña? —le contestó él con una voz tan sensual que a Roane se le endurecieron los pezones.
De repente, aquellas palabras se le antojaron conocidas y frunció el ceño. No conocía de nada a aquel hombre, pero una parte de ella sentía que lo reconocía.
—¿Nos conocemos? —le preguntó.
—Nadie de aquí me conoce.
Dicho aquello, se giró para recoger el resto de su ropa. Roane se fijó en los músculos de sus hombros, en sus brazos largos y fuertes y en sus enormes manos. Aquellas enormes manos agarraron lo que parecían una camisa, una cazadora y unas botas.
Roane se percató de que no había calzoncillos por ninguna parte.
A continuación, el desconocido se volvió a girar hacia ella.
—Te has arriesgado mucho al acercarte de noche y en una playa desierta a un hombre que no conoces de nada y que está desnudo. Lo sabes, ¿verdad, pequeña?
¿Por qué seguía llamándola así?
Evidentemente, comparada con él, era pequeña, sí. El tipo debía de medir fácilmente un metro noventa mientras que ella rondaba el metro setenta y cinco. Además, en comparación con aquel cuerpo tan musculoso, ella era una sílfide, pero que a una la llamaran pequeña con veintisiete años…
Debería haberse molestado, pero lo cierto era que le resultaba de lo más sexy y él lo sabía.
—Ya te he dicho que los guardias de seguridad llegarán de un momento a otro…
—Los dos sabemos que no es cierto.
—Tú eso no lo sabes —dijo Roane sintiendo cierto pánico.
—Sí… sí lo sé —contestó el desconocido.
¿Quién era aquel hombre? En la zona de Martha’s Vineyard en la que estaban no había muchos chicos malos con moto. Nadie que no conociera la isla habría encontrado aquella playa. Claro que la casa que había a lo lejos era muy atractiva para los ladrones. ¿Querría entrar en casa de los Bryant? ¿Sería eso? ¿Estaría haciendo tiempo en la playa, esperando a que todos se acostaran, para entrar a robar?
Roane siempre había tenido mucha imaginación.
El desconocido alargó un brazo hacia ella y Roane se apartó.
—No te voy a hacer daño.
—No tengo manera de saber si eso es cierto —contestó ella.
—¿Cómo que no? No has salido corriendo. Tú instinto de supervivencia está tranquilo —le dijo el desconocido—. Ven aquí.
—¿Por qué?
—Porque quiero verte.
—¿Para qué?
El desconocido suspiró impaciente, le agarró el mentón, se lo levantó y le giró la cara hacia un lado. Roane lo miró de reojo, con los ojos muy abiertos, sin moverse.
Aquello era surrealista.
No contento con aquella primera inspección, el hombre le giró la cabeza hacia el otro lado y siguió con su observación. Lo hizo muy lentamente y, cuando apartó los dedos, Roane sintió una huella de fuego allí donde la había tocado.
—Has crecido bastante, ¿eh, pequeña?
Roane lo siguió mientras el desconocido se alejaba.
—¿Quién eres? —le preguntó.
—Buenas noches, Roane —le dijo sin darse la vuelta.
—¡Hola, Jake!
Roane corrió hacia su amigo a la mañana siguiente, cuando lo vio entre la casa principal y los dormitorios del servicio.
—Espera.
Jake se giró y le sonrió encantado.
—Buenos días, preciosa.
—Buenos días —contestó Roane sonriendo también.
Eran amigos desde niños y, aunque muchas mujeres se sentían inmediatamente atraídas por su altura y su belleza, para Roane era como un hermano.
—¿Tenéis invitados? —le preguntó—. Es que anoche me encontré con un hombre en la playa cuando volvía a casa.
—¿Ah, sí?
—Sí… fue muy raro —contestó Roane metiéndose las manos en los bolsillos—. Por lo visto, me conocía.
Por supuesto, no le contó a Jake que el desconocido estaba desnudo y que su reacción femenina ante él había sido de puro deseo. Había cosas que no se le contaban a un hermano.
—Ya… bueno, pues vamos a ver si es quien yo creo que es —contestó Jake.
Roane frunció el ceño confusa cuando Jake le pasó el brazo por los hombros y se acercó a ella para hablarle al oído.
—Sí, tenemos un invitado —le confesó.
Roane permitió que Jake la guiara hacia la casa principal. Cuando había invitados en aquella casa, se les trataba con el lujo y la exquisitez de un hotel de cinco estrellas. El primer regalo que ofrecía aquella preciosa mansión de arquitecto eran las vistas sobre el mar. El segundo era el entorno, compuesto por bosques antiguos de inmensos árboles. La casa en sí, con sus seiscientos metros cuadrados, cinco dormitorios, cocina de vanguardia, suite principal con jacuzzi, techos altos y chimenea…
—Hola, ¿hay alguien en casa? —saludó Jake al entrar en la cocina, bañada a aquellas horas en una luz dorada que le confería un aspecto de lo más acogedor.
De repente, se paró en seco y Roane chocó contra él. Estaba a punto de decirle que le podía haber avisado cuando se quedó con la boca abierta.
El desconocido de la noche anterior la miró y se giró hacia Jake.
—¿Un café? —le preguntó.
—Sí, por favor.
El desconocido sirvió dos tazas.
Roane no podía dejar de mirarlo.
A la luz del día, era todavía más guapo. Tenía el pelo rubio oscuro y los rayos de sol arrancaban destellos más claros en las puntas. En cuanto a los ojos, bueno, tendría que estar un poco más cerca para verlos bien, pero…
—Has encontrado la llave, ¿eh? —le dijo Jake.
—Eso parece —contestó el desconocido entregándoles sus tazas de café—. Poneos lo que queráis. Hay de todo en la mesa. Buenos días, Roane.
De repente, Roane se dio cuenta de quién era.
—¿Adam?
Mientras Jake se acercaba a la mesa, Adam sonrió.
—Veo que te acuerdas de mí por fin.
Antes de que a Roane le diera tiempo de decir nada, Adam se giró hacia la mesa y se sentó junto a su hermano.
—Lo de la agencia de detectives fue un poco exagerado, ¿no te parece? —le preguntó.
Jake se encogió de hombros.
—Como no decías dónde estabas…
—Tendría mis razones para no hacerlo.
Jake apretó los dientes. Roane se sentó a su lado y decidió hacer una broma para romper la tensión del momento.
—¿Contrataste a un detective para buscarlo? No me lo habías contado. ¿Era de ésos de las películas con gabardina y sombrero y gafas oscuras?
—No, la verdad es que me decepcionó —contestó Jake sonriendo de nuevo.
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