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Los mexicanos del escuadrón 201
Los mexicanos del escuadrón 201
Los mexicanos del escuadrón 201
Libro electrónico99 páginas1 hora

Los mexicanos del escuadrón 201

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El subteniente Santiago José Martínez Rojo lleva en Filipinas más de treinta años en prisión acusado de un triple homicidio que, aunque no lo recuerda, piensa que no ha cometido.

En su momento fue miembro del escuadrón mexicano de pelea 201 y pide justicia, que su nombre quede limpio para siempre.

Con motivo del campeonato del mundo de ajedrez, de 1978, que se celebra en Baguío (Filipinas), llega a la isla un viejo amigo del antiguo aviador, el alemán Otto Weilern.

Juntos desvelarán lo que sucedió de verdad en 1945, al tiempo que Santiago rememora sus experiencias en el 201 combatiendo contra los japoneses.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 jul 2016
ISBN9781311468116
Los mexicanos del escuadrón 201
Autor

Javier Cosnava

Javier Cosnava (Hospitalet de Llobregat, 1971) es un escritor y guionista residente en Oviedo.Ha publicado en papel 4 novelas en editoriales prestigiosas como Dolmen o Suma de Letras, 5 novelas gráficas como guionista y ha colaborado en 9 antologías de relatos: 7 como escritor y 2 como guionista.Ha ganado hasta el presente 35 premios literarios, algunos de prestigio como el Ciudad de Palma 2012 o el Haxtur a la mejor novela gráfica publicada en España.Bio extendida:A finales de 2006 comienza la colaboración con el dibujante Toni Carbos; fruto de este empeño publican en diciembre de 2008 su primera obra juntos: Mi Heroína (Ed. Dibbuks).Cosnava publica en septiembre de 2009 un segundo álbum de cómic: Un Buen Hombre (Ed. Glenat), sobre la urbanización donde los SS vivían, al pie del campo de exterminio de Mauthausen.En octubre de ese mismo año publica su primera novela: De los Demonios de la Mente (Ilarion, 2009).Paralelamente, recibe una beca de la Caja de Asturias (Cajastur) para la finalización de Prisionero en Mauthausen, álbum de cómic que fue publicado en febrero de 2011 por la editorial De Ponent.También es autor de una novela de corte fantástico: Diario de una Adolescente del Futuro (Ilarion, Diciembre de 2010).En noviembre de 2012 publica 1936Z, en Suma de Letras.Las antologías en las que ha participado son: Vintage 62, Vintage 63 (editorial Sportula), Fantasmagoria + Legendarium 2 (Editorial Nowtilus) , El Monstre y cia + La jugada Fosca y cia (Editorial Brau), Postales desde el fin del Mundo (Editorial Universo), Antología Z 6 (Editorial Dolmen), Historia s escribe con Z (Kelonia editorial)En marzo del 2015 salió a la venta su primera novela gráfica en Francia: Monsieur Levine.En enero de 2013 ganó el premio ciudad de Palma de Novela Gráfica con Las Damas de la Peste, que fue publicado en diciembre de 2014. Fue su 35 premio y/o reconocimiento literario.

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    Los mexicanos del escuadrón 201 - Javier Cosnava

    El subteniente Santiago José Martínez Rojo lleva en Filipinas más de treinta años en prisión acusado de un triple homicidio que, aunque no recuerda, piensa que no ha cometido.

    En su momento fue miembro del escuadrón mexicano de pelea 201 y pide justicia, que su nombre quede limpio para siempre.

    Con motivo del campeonato del mundo de ajedrez, de 1978, que se celebra en Baguío (Filipinas), llega a la isla un viejo amigo del antiguo aviador, el alemán Otto Weilern.

    Juntos desvelarán lo que sucedió de verdad en 1945, al tiempo que Santiago recuerda sus experiencias en el 201 combatiendo contra los japoneses.

    La primera novela de la saga de Latinoamericanos en la Segunda Guerra Mundial.

    Javier Cosnava

    Los mexicanos del escuadrón 201

    Primera edición digital: junio, 2016

    Título original: Los mexicanos del escuadrón 201

    © 2016 Javier Cosnava

    Queda prohibido, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual.

    Todos los demás derechos están reservados.

    Nota inicial

    Esta novela la voy a plantear desde una perspectiva policial, utilizando para ello a Otto Weilern, un antiguo oficial de las SS y luchador antinazi que aparece en varias de mis obras, como la saga El Joven Hitler.

    El subteniente Santiago José Martínez Rojo es un personaje imaginario. Un homenaje a los que lucharon en el 201.

    Capítulo 1.

    El subteniente Santiago José Martínez Rojo

    Santiago llevaba treinta y tres años en prisión.

    Treinta y tres años. Toda una vida.

    Treinta y tres.

    Treinta y tres.

    Porque aquel día se cumplían precisamente treinta y tres años desde el día en que fue condenado por triple homicidio. Cadena perpetua. Desde la ventana con barrotes que presidía su celda contemplaba las alambradas, los edificios bajos y pasados de moda, los viejos árboles centenarios, la inmensidad de un paisaje conocido y repetido hasta la saciedad: la prisión de Baguío en las islas Filipinas.

    —¿Sabes que ya no soy mexicano? Hasta eso me han quitado —dijo Santiago, pronunciando lentamente cada palabra, como si quisiera masticarlas con su mandíbula, devorarlas hasta que perdieran todo su significado.

    Su compañero de celda, un italiano al que no conocía demasiado bien, levantó la vista del periódico que estaba leyendo y contempló al anciano con indiferencia.

    —¿Se puede dejar de ser de donde uno es?

    —Oh, sí se puede. Claro que se puede, muchacho.

    Pero Santiago, el antiguo subteniente Santiago José Martínez Rojo de la Fuerza Aérea Mexicana, no le dio más explicaciones. Podría haber expresado en voz alta que había sido detenido con cuarenta años recién cumplidos, y que durante aquel tiempo en su celda, mientras veía pasar imperturbables las manecillas del reloj, había compartido su vida con tres españoles, un italiano, un ruso, y dos estadounidenses. No había vuelto a escuchar una palabra con acento mexicano, no había vuelto a oír la voz de su madre, ni de sus hermanos o de su mujer, que se avergonzaban de él. Tampoco una carta, nada. Santiago había sido engullido por un agujero negro. Como si jamás hubiese existido.

    Así, convertido en nadie, había visto como el tiempo le arrebataba los restos de sí mismo: había perdido su acento, ya no hablaba ni pensaba ni escribía como un mexicano. Había perdido su identidad.

    Y eso era lo que más le dolía, incluso más que la falta de libertad.

    Dos años atrás, las autoridades filipinas le informaron que su cadena perpetua había sido conmutada. Tenía entonces setenta y un años ya. Solo debía cumplimentar un impreso solicitando por escrito el tercer grado para que le concedieran la gracia de volver a pisar las calles, salir al exterior por las mañanas y dormir en prisión o en una de las pensiones vigiladas que le indicara la autoridad judicial.

    Si lo deseaba, podía volver a ser Santiago José Martínez Rojo.

    Podía, esa era la palabra. Pero no quería. Nadie le esperaba en ninguna parte. Su madre y sus dos hermanos habían muerto. No sabía nada de la que una vez fue su mujer, que se había divorciado de él hacía ya veintisiete años. No tenía dinero ni ninguna razón para salir del complejo penitenciario de Baguío.

    Así que no pidió el tercer grado y se quedó en su celda con el último compañero que le habían asignado, un hombre de negocios que había intentado estrangular a un filipino que le había estafado. Después de conocerle más a fondo comprendió que él era también un estafador y que estaba allí por una riña con su compinche. Dinero, drogas tal vez, negocios sucios sin duda. Santiago sentía tanto asco por aquel desgraciado que ni siquiera recordaba su nombre. Porque él, pese a los terribles crímenes que en teoría pesaban en su conciencia, se consideraba un hombre de honor y le repugnaban aquellos que violaban la ley.

    No recordaba lo que sucedió la noche del asesinato. No la recordó entonces, cuando fue imputado después de que lo encontraran en un charco de sangre, rodeado de cadáveres; no lo recordó más tarde, durante su cautiverio y no lo recordaba en el presente. Estaba convencido de que se iría a la tumba sin saber por qué su vida se había truncado.

    Santiago se dio la vuelta y regresó a su camastro, donde descansaba un tablero de ajedrez. Siempre le había gustado aquel juego, que combinaba estrategia e inteligencia, matemática e intuición. Nunca jugó con sus compañeros de celda, a los que consideraba criminales sin valores morales y sin dignidad. Jugaba contra sí mismo e intentaba conocerse mejor a través del movimiento de cada pieza, tal vez incluso llegar a comprender cómo pudo matar a un padre de familia, a su esposa embarazada y a una niña de trece años. No lo sabía. Y a pesar de las muchas pruebas en su contra… en el interior de su alma se creía inocente. Eso tal vez era lo más terrible de todo. Al no recordar, era incapaz de asumir por completo lo que había sucedido. Ahora era casi un anciano: sabía que el tiempo se le escapaba y que nunca tendría la ocasión de reconciliarse con el pasado.

    Al menos, eso pensaba. Pero estaba equivocado. Porque el pasado había vuelto para darle una última oportunidad.

    Olvidando su pobre existencia, Santiago alzó un peón y rompió a soñar despierto. Sonriente, dejó que la ensoñación transformara la pieza en el avión que estaba destinado a tripular cuando llegó a las Filipinas en 1945, un P-47D Thunderbolt, la nave de guerra más hermosa que nunca había sido construida. Soñó que tenía en la mano una de aquellas aves magníficas con la insignia de la Fuerza Aérea mexicana, verde y blanca en un triángulo rojo, dibujada en la parte de arriba del ala de estribor.

    —El escuadrón aéreo de pelea recibió un buen número de estos cazas

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