Viaje de invierno
Por Sergi Pàmies y Amelie Nothomb
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«En su última novela volvemos a encontrarnos con la magia de Amélie Nothomb: aforismos surgidos de la nada que nos obligan a pensar, escenas sin sentido, fragmentos de un alto grado de erudición e ironía son servidos con generosidad» (Mohammed Aïssaoui, Le Figaro).
«Una novela desbocada. Una fantasía original cuyo extraño sabor tarda en disiparse» (Delphine Peras, Lire).
«Como un luminoso demiurgo, Amélie Nothomb aporta levedad a un mundo de una gravedad aterradora. ¡Su nueva novela es asombrosa!» (Françoise Busnel, L'Express).
Desde las primeras líneas de Viaje de invierno, el singular microcosmos de Amélie Nothomb nos seduce y nos atrapa. La declaración del protagonista no admite refutación alguna: «voy a hacer estallar el avión a las 13.30». ¿Un terrorista internacional? Ni mucho menos. ¿Un mártir religioso? Tal vez... Pero la religión por la que Zoilo se inmola no es la musulmana, tampoco la cristiana, es el amor. Un amor total, incondicional, pues para Zoilo «no existe fracaso amoroso. Es una contradicción en los términos. Experimentar el amor ya supone un triunfo, tanto que podríamos llegar a preguntarnos por qué queremos más».
El ansiado objeto de deseo de Zoilo es Astrolabio, una joven cuya existencia se centra en velar por la integridad física y la obra de Aliénor, una peculiar novelista. Pues, como su nombre indica, la escritora, aquejada de un peculiar autismo que la vuelve indefensa ante el mundo, es un verdadero «alien» glotón y baboso, que dicta sus novelas a su devota agente y cuidadora. La referencia autobiográfica está servida, ¿cómo no pensar en la excéntrica escritora belga y su peculiar relación con su hermana?
Es así como en este viaje de invierno volvemos a encontrar el deleite en los nombres propios a los que Nothomb consagra arduas investigaciones filológicas y la fina ironía, dirigida a veces contra sí misma. Y también la exquisita extravagancia en tramas y personajes que, como en los esperpentos de Valle-lnclán o el absurdo de Jarry o Beckett, hace de la obra de la belga un espléndido retablo sobre la vida, el amor y la muerte.
Amelie Nothomb
Amélie Nothomb nació en Kobe (Japón) en 1967. Proviene de una antigua familia de Bruselas, aunque pasó su infancia y adolescencia en Extremo Oriente, principalmente en China y Japón, donde su padre fue embajador; en la actualidad reside en París. Desde su primera novela, Higiene del asesino, se ha convertido en una de las autoras en lengua francesa más populares y con mayor proyección internacional. Anagrama ha publicado El sabotaje amoroso(Premios de la Vocation, Alain-Fournier y Chardonne), Estupor y temblores (Gran Premio de la Academia Francesa y Premio Internet, otorgado por los lectores internautas), Metafísica de los tubos (Premio Arcebispo Juan de San Clemente), Cosmética del enemigo, Diccionario de nombres propios, Antichrista, Biografía del hambre, Ácido sulfúrico, Diario de Golondrina, Ni de Eva ni de Adán (Premio de Flore), Ordeno y mando, Viaje de invierno, Una forma de vida, Matar al padre, Barba Azul, La nostalgia feliz, Pétronille, El crimen del conde Neville, Riquete el del Copete, Golpéate el corazón, Los nombres epicenos, Sed, Los aerostatos y Primera sangre (Premio Renaudot). En 2006 se le otorgó el Premio Cultural Leteo y, en 2008, el Gran Premio Jean Giono, ambos en reconocimiento al conjunto de su obra.
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- Calificación: 2 de 5 estrellas2/5Sin sustancia. Trata de ser interesante y de tener humor pero ni lo uno ni lo otro.
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Viaje de invierno - Sergi Pàmies
Índice
Portada
Viaje de invierno
Créditos
Cuando paso por el control de seguridad de los aeropuertos, me pongo nervioso, como todo el mundo. Nunca me ha ocurrido que el dichoso bip no se dispare. Por eso siempre me toca el premio completo, unas manos masculinas sobándome de pies a cabeza. Un día no pude evitar decirles: «¿De verdad creen que quiero hacer estallar el avión?»
Mala idea: me obligaron a desnudarme. Esta gente no tiene sentido del humor.
Hoy paso por el control de seguridad y me pongo nervioso. Sé que el dichoso bip va a dispararse y que las manos masculinas van a sobarme de pies a cabeza.
Pero esta vez sí voy a hacer estallar el avión de las 13.30.
Elegí un vuelo con salida de Roissy-Charles-de-Gaulle y no uno de Orly. Tenía buenas razones para hacerlo: el aeropuerto de Roissy es mucho más bonito y agradable, los destinos son más variados y lejanos, las tiendas libres de impuestos ofrecen mayores posibilidades. Pero la razón principal es que en los servicios de Orly hay mujeres de los lavabos.
El problema no es tener que pagarles. Siempre llevamos alguna moneda suelta en el bolsillo. Lo que no soporto es encontrarme con la persona que va a limpiar lo que deje tras de mí. Resulta humillante para ambos. No creo estar exagerando si afirmo que soy un hombre delicado.
Y hoy es probable que tenga que utilizar los servicios muchas veces. Es la primera vez que me dispongo a hacer estallar un avión. También será la última, ya que formaré parte del pasaje. Por más que haya reflexionado sobre las soluciones más ventajosas para mí, no se me ha ocurrido ninguna. Cuando eres un simple ciudadano de a pie, un acto de estas características implica necesariamente el suicidio. A no ser que pertenezcas a una trama organizada, pero eso no va conmigo.
No tengo alma de colaborador. Carezco de espíritu de equipo. No tengo nada en contra de la especie humana, siento inclinaciones por la amistad y el amor, pero sólo concibo la acción en solitario. ¿Cómo vas a lograr grandes cosas con alguien entrometiéndose constantemente? Hay ocasiones en las que sólo debes contar contigo mismo.
No se puede calificar de puntual a quien llega demasiado pronto. Pertenezco a esta especie: me da tanto miedo llegar tarde que, invariablemente, llevo un adelanto considerable.
Hoy he pulverizado mi propio récord: en el momento de presentarme en el mostrador de facturación, son las 8.30. La empleada me ofrece una plaza para el avión anterior. La rechazo.
Cinco horas de espera no serán demasiadas, ya que me he traído esta libreta y este bolígrafo. Yo, que hasta los cuarenta había logrado no caer en la deshonra de la escritura, ahora descubro que la actividad criminal lleva implícita la necesidad de escribir. No es grave porque, en el momento en que se produzca la explosión aérea, mis garabatos estallarán conmigo. No tendré que rebajarme a proponerle a un editor que lea mi manuscrito, ni a pedirle su opinión con una expresión de falso desinterés.
Al pasar por el control de seguridad, el bip se ha disparado. Por primera vez, me he reído. Tal y como estaba previsto, unas manos masculinas me han sobado de pies a cabeza. Mi hilaridad les ha parecido sospechosa, les he dicho que soy muy sensible a las cosquillas. Mientras sometían el contenido de mi bolsa a un minucioso examen, me he mordido el interior de las mejillas para no seguir riéndome. Aún no tenía lo que iba a servirme para cometer el crimen. Luego, en la tienda libre de impuestos, he comprado el material.
Ahora son las 9.30. Dispongo de cuatro horas para saciar esta curiosa necesidad: escribir lo que no tendrá la oportunidad de ser leído. Dicen que, en el momento de morir, ves desfilar tu vida entera en un solo segundo. Pronto sabré si es verdad. La perspectiva me atrae, por nada del mundo me perdería los grandes éxitos de mi propia historia. Si escribo quizá sea para preparar el trabajo del montador que seleccionará las imágenes: recordarle los mejores momentos, sugerirle que mantenga ocultos los que menos me habrán importado.
Si escribo, también es por miedo a que esta fulgurante película no exista. No hay que descartar que sea un camelo y que uno se muera sin más, estúpidamente, sin ver nada de nada. La idea de verme reducido a la nada sin ese trance recapitulativo, me llenaría de desolación. Por si acaso, pues, intentaré, a través de la escritura, regalarme a mí mismo este videoclip.
Esto me recuerda a mi sobrina Alicia, de catorce años. Desde que nació, la criatura ha estado viendo la cadena MTV. Una vez le dije que, si se moría, vería desfilar un videoclip que empezaría con Take That y acabaría con Coldplay. Ella sonrió. Su madre me preguntó por qué era tan agresivo con su hija. Si pinchar a una adolescente equivale a ser agresivo, ni siquiera me atrevo a imaginar qué expresión utilizará mi cuñada cuando se entere de mi papel en el caso del Boeing 747.
Por supuesto que pienso en ello. Los atentados sólo existen por el qué dirán y los medios de comunicación, ese cotilleo a escala planetaria. Uno no secuestra un avión para divertirse sino para salir en portada. Si se suprimieran los medios de comunicación, todos los terroristas se quedarían en el paro. Aunque no caerá esa breva.
Pienso que a partir de las 14 horas, digamos que a las 14.30, teniendo en cuenta los sempiternos retrasos, mis representantes se llamarán CNN, AFP, etc. Ya me imagino la cara de mi cuñada viendo el telediario esta noche: «¡Ya te decía yo