La muerte de los héroes
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En la mitología griega, la vida de los héroes (Ulises, Jasón, Teseo, Hércules…) es casi siempre un ejemplo de heroísmo, valor e ingenio. Pero ningún libro (del que tengamos noticia) se dedica a recoger y analizar así las muertes de estos personajes míticos: muertes extrañas, azarosas y sorprendentes, que subrayan la fragilidad de la condición heroica. Pocos llegan a viejos, y a menudo encuentran la muerte en alguna emboscada, seducidos por amantes perversas o cruelmente alanceados por la traición o el odio. Con su característica erudición teñida de amor y humor hacia los personajes de los mitos griegos, Carlos García Gual recoge en este breve libro veinticinco muertes míticas, comparando sus versiones literarias y sin olvidarse de las grandes heroínas clásicas, arquetipos femeninos de inquietante actualidad: Clitemnestra, Casandra y Antígona.
Carlos García Gual
CARLOS GARCÍA GUAL (Palma de Mallorca, 1943), catedrático de Filología Griega en la Universidad Complutense de Madrid, es traductor de numerosos textos clásicos, crítico literario y autor de varios ensayos sobre literatura y filosofía griegas y literatura comparada, entre ellos: Epicuro, La secta del perro, Los orígenes de la novela, La Antigüedad novelada, Prometeo: mito y tragedia, Enigmático Edipo, Sirenas, Diccionario de mitos, La luz de los lejanos faros y La muerte de los héroes. En 2002 recibió el Premio Nacional de Traducción al conjunto de su obra. Es miembro de la Real Academia de la Lengua desde 2019.
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Comentarios para La muerte de los héroes
2 clasificaciones1 comentario
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5He leído casi todos los libros de Carlos García Gual.
Me parecen extraordinarios.
Releerlos es un placer
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La muerte de los héroes - Carlos García Gual
poeta.
I
LOS HÉROES MÍTICOS
EDIPO
Acerca de Edipo, rey de Tebas, y de su familia, descendiente de Lábdaco, existieron ya algunos poemas épicos remotos, como la Edipodia y la Tebaida, que desdichadamente se perdieron en época antigua y de los que apenas conservamos algunos fragmentos. Pero la familia mítica de los labdácidas ofreció notables temas a numerosos textos trágicos. Entre las obras conservadas de esta saga tenemos una tragedia de Esquilo (Siete contra Tebas), tres de Sófocles (Antígona, Edipo rey y Edipo en Colono) y una de Eurípides (Fenicias). Como es usual, difieren en algunos detalles menores.
La muerte de Edipo se escenifica solo en la tragedia de Sófocles, la última que escribió poco antes de morir a sus noventa años. En esa versión, el rey tebano muere viejo, ciego y exiliado de Tebas, en tierra ática. No parece, sin embargo, que esa versión refleje la tradición mítica más antigua; probablemente se basa en una posible tradición local o incluso podría ser una invención del viejo Sófocles, que lleva al desdichado rey tebano a morir cerca de Atenas, en la aldea ática de Colono donde el propio Sófocles había nacido.
Es en la Ilíada (XXIII, 679-680) donde encontramos la primera mención épica del rey Edipo. Allí se dice que un guerrero estuvo en los funerales de Edipo en Tebas. En ese pasaje la palabra para funerales
es taphos, que significa otras veces tumba
. Lo que quiere decir que Edipo recibió honores fúnebres en su ciudad natal y quedó allí su sepulcro. En la Odisea (XI, 271-280) Ulises les cuenta a los feacios que, en su visita al mundo de los muertos, entre las figuras fantasmales de las ilustres damas condenadas en el Hades vio a la madre de Edipo (que en ese pasaje homérico es llamada Epicasta, mientras que en las tragedias recibe el nombre de Yocasta). Recordemos esos versos:
Y vi a la madre de Edipo, la hermosa Epicasta,
quien, en su ignorancia, cometió una acción terrible,
al casarse con su hijo. Él la tomó por mujer tras dar muerte
a su padre. Pronto los dioses revelaron el secreto a los
[humanos.
Edipo, por su parte, con terribles penas siguió reinando
[en Tebas,
la muy amada, de acuerdo con los crueles designios de los
[dioses.
Pero ella marchó al reino de Hades, severo guardián de
[sus puertas,
ahorcándose en un lazo corredizo en su alto dormitorio,
dominada por la angustia. Y a él le dejó muchas penas
[futuras,
las que llevan adelante las erinias suscitadas por una
[madre.
Aquí Yocasta se suicida al conocer que se ha casado con su hijo, y que este, Edipo, mató a su anterior marido, Layo. Pero Edipo, muy apenado, continúa reinando en la ciudad de Tebas, y suponemos que seguramente moriría allí. En las Fenicias de Eurípides tenemos otra versión de la muerte de Yocasta: según esta, la reina ha seguido viviendo en palacio, al lado de Edipo, aunque la corona ha pasado a su hijo Efialtes. Cuando este se enfrenta en duelo con su hermano Polinices (que acaudilla el ejército argivo de los Siete que intenta asaltar la ciudad), ambos se matan uno a otro. Acude luego Yocasta y muere de dolor sobre los cadáveres de sus hijos.
Es interesante observar cómo el final de Edipo rey de Sófocles –texto muy posterior al de Homero y algo anterior a la de Eurípides– difiere en detalles de esas dos versiones del mito. En esta tragedia es el propio Edipo quien se castiga, por el parricidio e incesto que cometió años antes en su ignorancia de su propio origen. Aquí, tras contemplar el suicidio de Yocasta, que se ahorca sobre su lecho matrimonial al saber que se ha casado con su hijo, Edipo se arranca los ojos y se condena al exilio. Apátrida y ciego, acompañado por su hija Antígona, que lo lleva de la mano como lazarillo, el antes orgulloso y sabio y ahora maldito Edipo abandona la escena.
Mucho tiempo después el viejo Sófocles, a sus noventa años, vuelve a retomar a su héroe para contarnos su final, en su Edipo en Colono, que es una despedida y a la vez un ajuste de cuentas del gran poeta con su desafortunado héroe. En Edipo Rey lo había dejado en la más amarga desolación, ciego y condenado al destierro por sí mismo. En su última tragedia, de muy poca acción, entra en escena convertido en un miserable vagabundo sin patria, al que guía en su marcha errante la fiel Antígona. La intriga dramática de Edipo en Colono es mínima. El viejo rey y su hija han llegado a la aldea de Colono, en la región del Ática, y quieren pararse a descansar en un bosquecillo cercano al pueblo y consagrado a las Euménides. Pero los habitantes de Colono quieren echarlos de allí, temerosos de que sean de mal augurio para ese lugar casi sagrado. (Las Euménides son las diosas de la venganza de los crímenes en la familia). Por otro lado, acuden Creonte, el hermano de Yocasta y señor de Tebas, y su hijo Polinices, expulsado de la ciudad por su hermano Efialtes. Uno y otro quieren llevárselo a Tebas para que allí repose su cadáver y con su muerte y su tumba atraiga el favor de los dioses. Edipo los rechaza y, con fuerte enojo, se niega a abandonar el lugar.
Acude entonces el rey de Atenas, Teseo, que promete garantizarle la hospitalidad en el bosquecillo sagrado. Teseo, un héroe muy ensalzado por la propaganda ateniense, logra asegurarle a Edipo un lugar para morir, allí en Colono, donde su tumba secreta será un lugar sagrado de reposo, y él, el desdichado Edipo, acabará convertido en héroe protector de la ciudad de Atenas.
Los dioses han perdonado a Edipo. El héroe ha saldado con sus largas penas su deuda. No hay en esta tragedia ni anagnórisis ni peripéteia. Aunque, si lo pensamos, tal vez podemos detectar reconocimiento
y cambio de fortuna
: quien antes llegaba como exilado infame, manchado por sus crímenes, una especie de phármakos que debía ser expulsado de Tebas para evitar la contaminación, al final resulta reconocido casi como un santo por sus largos sufrimientos. Ahora sí, Edipo sabe quién es, y lo que le queda de vida. Sófocles quiere despedir a su héroe, y despedirse a su vez personalmente de él, ensalzando al viejo e inflexible Edipo, santificado por el largo sufrimiento, llevándolo a morir al lugar donde él, Sófocles, había nacido unos noventa años antes.
Resumen bien el drama unas líneas de María Rosa Lida:
En su tragedia póstuma Edipo en Colono, Sófocles ha pintado la vejez de un semidiós. Edipo, antes rey de Tebas, que ha vivido a ciegas en el pecado y se ha arrancado los ojos al descubrirlo: Edipo viejo, ciego, andrajoso, inoportuno, pidiendo sin cesar la protección que le ha sido ya prometida, lleno de rencor y de maldiciones, vaga acompañado por su hija, sin lugar en su propia ciudad, dependiendo de la caridad de un rey extranjero. Solo que está ya profetizado –es decir, irracional, misteriosamente, como verdad incontrovertible– que su tumba será protección del territorio en que se halle. A último momento Tebas y Atenas se disputan encarnizadamente la persona del mendigo moribundo. Y el lector no puede menos que pensar qué terrible cosa sea la santidad. Este viejo irascible que ha cometido incesto y parricidio, que maldice con furia al hijo que viene a pedirle protección, que anda errante con una hija que hace todo lo que la hija de un respetable ciudadano ateniense no debe hacer, este Mesías de la infamia, es el protector, y su tumba, vacía por añadidura, será el talismán de