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La hermandad permanente
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Libro electrónico131 páginas2 horas

La hermandad permanente

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Información de este libro electrónico

Criada para ser una más en la Hermandad, Yoana siempre supo que era diferente. Mientras busca la forma de huir de aquella magia que la oprime, descubre el amor y también la verdad.
Pese a que su alma eterna está en juego, decide escuchar a su corazón.

¿Quieres saber qué le sucedió a Yoana?

 

***
La hermandad permanente es una novela corta de suspenso, ambientada en mundo de magia oscura, sobre una joven que desea vivir. Sin embargo, quienes la rodean tienen planes diferentes.

 

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IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 ago 2017
ISBN9781386403357
La hermandad permanente
Autor

Lorena A. Falcón

📝 Creadora de libros diferentes con personajes que no olvidarás. 🙃 Soy una escritora argentina, nacida y radicada en Buenos Aires. Amante de los libros desde pequeña, escribo en mis ratos libres: por las noches o, a veces, durante el almuerzo (las mañanas son para dormir). Claro que primero tengo que ser capaz de soltar el libro del momento. Siempre sueño despierta y me tropiezo constantemente.  📚 Novelas, novelettes, cuentos... mi pasión es crear. Me encuentras en: https://linktr.ee/unaescritoraysuslibros https://twitter.com/Recorridohastam https://www.instagram.com/unaescritoraysuslibros http://www.pinterest.com/unaescritoraysuslibros

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    Vista previa del libro

    La hermandad permanente - Lorena A. Falcón

    Estas historias se leen

    en una sentada.

    Encuéntralas en muchas tiendas

    Libros de la autora

    Brujas anónimas

    Brujas anónimas - Libro I - El comienzo

    Brujas anónimas - Libro II - La búsqueda

    Brujas anónimas - Libro III - La pérdida

    Brujas anónimas - Libro IV - El regreso

    Conflictos universales

    Libro I - Un último conflicto

    Libro II - Un conflicto sin fin

    Libro III - Todos los conflictos

    Libro IV - El único conflicto

    El reino entre las nieblas

    Libro I - Un camino marcado

    Libro II - Un bosque confuso

    Libro III - Un reino olvidado

    Crónicas de la espada viviente

    Libro I - La hija del anochecer

    Libro II - El hijo de la oscuridad

    Intrigas del pasado

    Libro I - Muerte y misterio

    Novelas - Tomos únicos

    La torre hundida

    Antifaces

    Dejemos la historia clara

    El despertar de las gárgolas

    La hermandad permanente

    Todas mis partes

    Intercambios

    Vidas paralelas, destinos cruzados

    Decisiones

    Número privado

    Matices de la magia

    La invasión

    Transformación

    Los tres ciclos

    Nos visitan

    Cuentos

    Por un par de alas

    Todo o nada

    Una idea simple - A simple idea

    Alrededor del reloj

    Monstruos al acecho

    Fases

    Crónicas de una leyenda

    Aventuras en la tienda de objetos mágicos

    No ficción

    ¿Quieres escribir una novela?

    ¿Quieres escribir un cuento?

    Mi primera novela cumple diez años

    Visita la página de Lorena A. Falcón

    LA HERMANDAD PERMANENTE

    Lorena A. Falcón

    Copyright © 2017 Lorena A. Falcón

    Primera edición.

    Todos los derechos reservados.

    Diseño de tapa: Alexia Jorques

    Capítulo I

    Yoana contuvo la respiración mientras esperaba junto al altar. Podía ver las sombras de las dos personas paradas del otro lado. Podía escuchar sus susurros rajando la oscuridad que los envolvía a los tres. Aunque no lograba distinguir las palabras, se notaba que estaban enojados. Discutían. ¿Sería por ella? ¿Era posible que aguardaran a que saliera de su precario escondite?

    Hundió los dedos en el cofre que llevaba en las manos y casi pudo sentir que se ablandaba bajo la presión de sus yemas, aunque fuera de madera sólida. La madera más dura que podía encontrarse en ese reino y en todos los que lo rodeaban. El árbol que había dado la vida por ese cofre no volvería a renacer hasta dentro de doscientos años y aún entonces solo sería un retoño. Yoana sintió una lágrima recorrer su mejilla y la vio caer justo sobre la tapa del cofre. Le daba tanta pena saber que la vida de aquel ser hubiera terminado solo por la vanidad de su gente.

    «No, no solo por su vanidad», le dijo la voz que siempre le hablaba en su mente.

    Era su conciencia, lo sabía desde que era pequeña. Todo el mundo la tiene, le había dicho su criado, pero no mucha gente le hace caso.

    El muchacho, unos años menor que ella, le había sonreído con una boca vacía de dientes.

    Solo ignórala, como hacen los demás.

    Pero Yoana no podía hacerlo, su conciencia era insistente, agotadora, eternamente presente en el fondo de su mente. A veces como un tenue dolor de cabeza y siempre con ideas propias, incluso algunas que iban en contra de lo que ella pensaba. Aunque no esta vez. Esta vez era verdad lo que decía. Ese cofre no era solo por vanidad, sino por muchos motivos, tantos que era imposible pensar en todos ellos. Podría resumirse en que ese cofre era vida. La mismísima vida del árbol todavía deambulaba dentro de él. Y también era muerte, la muerte de cualquier cambio.

    Yoana trató de despegar los dedos de la oscura madera, veteada de líneas doradas. Casi se le cayó el cofre y sintió que su corazón se iba con él. Por suerte las voces no habían callado, sino que habían sumado el ruido de pies rozando el piso, arañando la superficie lisa con sus zapatos de suela de madera. Los otros dos se iban. Se alejaban de allí y la dejaban sola en la oscuridad, en la sala del altar, agazapada a uno de los lados, con el cofre en la mano.

    «¿Qué hago?, ¿qué hago ahora?».

    Estaba inmóvil, agarrotada y en cuclillas.

    «Huir —le dijo la otra voz en su mente—. ¿Qué más puedes hacer cuando has traicionado todo? Huir. Y más vale que corras rápido».

    Yoana se puso de pie a duras penas y, con una mueca al estirar las piernas, se alejó del altar con sigilo. El vacío a su alrededor la hizo temblar con un escalofrío que parecía no tener fin. Se obligó a sí misma a continuar, solo tenía que llegar a las puertas dobles. Aquellas enormes que solo se usaban para las ceremonias, cuando querían que el pueblo viera, a la distancia, lo que sucedía allí, solo un poco. Lo suficiente para que los admiraran, pero no para que entendieran algo. La voz de su conciencia tenía razón, debía correr lo más rápido que podía ahora. Cuando llegara la mañana y los hermanos vieran que el cofre había desaparecido, se volverían locos. Cerrarían el enorme templo para buscar en todos sus rincones. Pedirían al rey, le exigirían, que cerraran las murallas para buscar en todo el reino. No quedaría ni un solo lugar sin revisar. Entonces, ¿dónde podría esconder el cofre? ¿Dónde?

    Regresó aprisa a sus aposentos. No había ningún otro lugar adonde ir. No alcanzaría ningún escondite, aunque tuviera uno. Era imposible esconderse de ellos. Lo había sabido el momento mismo en que la idea había cruzado por su mente. La idea que ahora yacía en sus manos y contra su pecho. Todo porque ella quería un cambio, un cambio donde todo siempre era permanente.

    Llegó a su habitación y cerró la puerta. El lugar estaba vacío. Su madre no volvería a sus aposentos hasta entrada la madrugada y el criado se había ido a dormir hacía ya varias horas. Ahora solo le quedaba una misión por delante y solo unos pocos momentos para llevarla a cabo. Debía esconder el cofre, pero ¿dónde? ¿Por qué no había pensado en eso antes?

    Se encontró a sí misma corriendo de un lado a otro de su habitación, sin poder soltar la madera que se pegaba a sus dedos y al frente de su camisón, empapado de sudor. Entonces sonaron golpes a la puerta.

    —¿Yoana? —Era la voz de su madre, fuerte y concisa, a solo unos segundos de hacer girar el picaporte—. ¿Yoana? ¿Todavía estás despierta?

    El picaporte bajó con una lentitud agobiante mientras Yoana seguía en el centro de la habitación, con el cofre en las manos.

    Capítulo II

    Su madre, Casandra, frunció el ceño apenas la vio. Yoana estaba parada junto a su cama, las manos en la espalda, el camisón casi transparente, húmedo de transpiración. La joven

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