El juego del magnate: Los Chatsfield (3)
Por Michelle Conder
3.5/5
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Siempre había sido la gran protagonista de la escena social londinense y por eso, a Cara Chatsfield, no le sorprendió que el director general de su padre le encargara la presentación del gran torneo internacional de póquer que iba a tener lugar en el hotel Chatsfield de Las Vegas. De todos modos, así la veía todo el mundo, como una mujer superficial. La verdad era muy distinta, tenía heridas de su pasado que no habían curado aún, pero eso no lo iba a compartir con nadie.
Aidan Kelly detestaba a las mujeres como Cara, pero, cuando su mayor rival incluyó a la joven en las apuestas, decidió que tenía que ganar para protegerla. Lo que no esperaba era descubrir que en realidad era una joven hermosa, vulnerable y llena de pasión.
Michelle Conder
From as far back as she can remember Michelle Conder dreamed of being a writer. She penned the first chapter of a romance novel just out of high school, but it took much study, many (varied) jobs, one ultra-understanding husband and three gorgeous children before she finally sat down to turn that dream into a reality. Michelle lives in Australia, and when she isn’t busy plotting she loves to read, ride horses, travel and practise yoga. Visit Michelle: www.michelleconder.com
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El juego del magnate - Michelle Conder
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2014 Harlequin Books S.A.
© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.
El juego del magnate, n.º 102 - marzo 2015
Título original: Socialite’s Gamble
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-6102-2
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
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Capítulo 1
Cara sabía que debía sentirse como si estuviera en la cima del mundo. Su agente le había dicho el día anterior que había conseguido un lucrativo contrato con la firma cosmética Demarche, un paso muy importante para lograr que su carrera como modelo fuera en la dirección correcta.
Pero aún no terminaba de creerse que su agente lo hubiera conseguido y sabía que no iba a poder relajarse hasta que se produjera el gran anuncio, algo que iba a tener lugar durante un ostentoso evento en Londres el siguiente domingo. Pero aún quedaban ocho días.
Iba a ser un momento tan importante para ella que, a pesar de que se había pasado la mayor parte de su vida en el ojo del huracán y a la vista de todos, sabía que esa noche iba a estar muy nerviosa. Sobre todo cuando sentía que, en su vida, las cosas tenían cierta tendencia a torcerse en los momentos más importantes. No sabía por qué, pero era así.
Pero esa vez no iba a dejar que nada se interpusiera en su camino. Su agente había trabajado muy duro para limpiar su imagen y que todos vieran que había cambiado, que ya no era la más salvaje y rebelde de los hermanos Chatsfield, herederos del imperio hotelero construido por su padre, sino una mujer joven y profesional que contaba con la admiración de todo el mundo.
Creía que su agente había exagerado un poco a la hora de venderla de esa manera, pero Harriet Harland creía de verdad en ella y Cara no estaba dispuesta a decepcionarla. Sobre todo después de que tantas personas se hubieran distanciado de ella desde que aceptara participar en un videoclip sin saber qué tipo de trabajo iba a ser. Aunque fuera retirado de las televisiones poco después por ser demasiado provocativo, no había podido evitar que se hiciera viral por Internet.
Después de aquel fiasco, había llegado a creer que nunca iba a poder conseguir un trabajo decente. Algo que su padre no había dudado en repetirle una y otra vez desde entonces.
Por eso no quería lanzar aún las campanas al vuelo ni cantar victoria.
Además, iba con retraso. Con mucho retraso.
Pero no tenía del todo la culpa de llegar tan tarde. Después de todo, nadie podría haber presagiado que su avión fuera a quedarse atrapado en la pista del aeropuerto de Los Ángeles durante cinco horas por culpa de una inesperada tormenta eléctrica que se había cernido sobre la ciudad.
Y había llovido tanto durante el vuelo que creía que había sido una suerte que el avión hubiera podido aterrizar finalmente en Las Vegas y que no lo hubieran desviado a, por ejemplo, Uzbekistán.
Algo que, con el día que estaba teniendo, tampoco le habría sorprendido demasiado.
Lamentaba haber decidido pasar por Los Ángeles en su trayecto de Londres a Las Vegas, pero no había querido pasar la oportunidad de invitar a su agente a comer.
La comida se había convertido en una fiesta de celebración, pero no quería pensar en ello y sabía que no tenía sentido arrepentirse de nada. Sus hermanos eran las únicas personas que le habían mostrado algún tipo de apoyo en su vida y Harriet le había dicho que era importante.
–Más importante que lo de esta noche –se quejó ella.
Suspiró aliviada cuando vio que la fila de pasajeros que llenaba el pasillo del avión comenzaba a moverse hacia la puerta de salida.
Creía que el póquer no era importante, aunque sabía que en la partida de la que iba a ser anfitriona esa noche se iban a apostar una cantidad de dinero exorbitante y que era esencial para la empresa familiar. Iba a tener lugar en unos de los hoteles más emblemáticos de la cadena creada por su padre, Gene Chatsfield.
Aun así, creía que era solo un juego, nada más.
Echó un vistazo a la hora en su teléfono móvil y lo metió de nuevo en el bolso. Después, fue hacia la salida del avión.
Tenía solo una hora.
Una hora que al parecer incluía un trayecto de treinta minutos en taxi desde el aeropuerto McCarran hasta la principal avenida de Las Vegas, donde estaba el hotel Chatsfield Internacional.
El hotel albergaba el que había llegado a ser durante una época el mejor casino de la ciudad. El recién nombrado nuevo director general de la cadena, el apuesto pero arrogante Christos Giatrakos, tenía la intención de conseguir que volviera a serlo.
De hecho, Christos tenía por objetivo renovar todos los hoteles Chatsfield y tratar así de restablecer el prestigio de los establecimientos de su familia.
El prestigio que habían tenido hacía muchos años, antes de que su madre los abandonara y su padre se diera a la bebida mientras iba cambiando cada poco tiempo de amante.
En esos momentos, su padre tenía otra mujer en su vida y no le había sorprendido nada saber que pretendía darse con ella una nueva oportunidad.
Desde su punto de vista, Christos se tomaba demasiado en serio su trabajo. Y, para colmo de males, se le había metido en la cabeza que todos los hermanos tenían que participar de alguna manera en la empresa familiar. Algo que les había gustado a sus hermanos tan poco como a ella.
Aunque quizás no tuviera derecho a sentirse así, la empresa familiar le atraía e interesaba tanto como mudarse a un vertedero de residuos nucleares.
Y estaba dispuesta a admitir, aunque solo fuera interiormente, que le había dolido recibir un e-mail de Christos en el que le informaba de que debía ir a Las Vegas para ser la anfitriona de una importante partida de póquer. Tenía la sensación de que el nuevo director general estaba tratando de librarse de ella mientras le encargaba a sus hermanos tareas más serias.
Le habría gustado poder negarse y decirle que la dejara en paz cuando le sugirió que fuera a Las Vegas, pero además de haberla amenazado con dejarla sin la herencia de su padre, como había hecho también con sus hermanos, había percibido algo en el tono del director general que había conseguido sacarla de sus casillas.
Le había dado la impresión de que Christos no la veía capaz de hacer lo que le había encomendado, que la niña mimada y rebelde de Gene Chatsfield no era tan competente como sus hermanos mayores.
Había conseguido que reaccionara y quisiera demostrarle de lo que era capaz. Tanto a Christos como a su propio padre. Aunque dudaba mucho de que su padre le fuera de decir nada si lo hacía bien. Lo más probable era que ni siquiera llegara a darse cuenta.
Sabía que hacerse un corte de pelo tan radical, al estilo paje, y teñírselo además de rosa no había sido la decisión más inteligente de su vida. Se preguntó si su hermana, Lucilla, tendría razón. A lo mejor lo había hecho de manera inconsciente para vengarse de Christos. No había podido olvidar sus palabras. El nuevo director general de la cadena hotelera le había dicho que ya era hora de que hiciera algo de provecho por el bien de su familia, que gracias a ella había tenido una buena educación y todos los caprichos que había deseado.
Recordaba también cómo se había sentido al oírlo. Apenas había podido controlar su rabia. Le habría encantado poder decirle que, en realidad, no había tenido todo lo que había deseado. No había tenido a unos padres que la quisieran.
Estaba decidida a demostrarle esa noche de lo que era capaz. Y unos días más tarde, cuando se hiciera el anuncio de su nuevo contrato como modelo, su padre iba a tener que reconocer por fin que era capaz de conseguir muchas cosas por sí misma.
Con seguridad y fuerza, atravesó el aeropuerto McCarran con un propósito en mente. La recibieron las brillantes luces y los sonidos de las máquinas de póquer que había allí.
«Bienvenida a Las Vegas», se dijo de mala gana.
Había dejado atrás su mundo y su rutina. Se sentía un poco como Dorothy, de El Mago de Oz, habría dado cualquier cosa en ese momento por volver a su vida normal. Casi le entraron ganas de echar un vistazo a su alrededor buscando a la bruja malvada, pero sabía que los brujos que había en su vida no estaban allí, sino en Londres, a miles de kilómetros de distancia.
Tiró con fuerza de su maleta Louis Vuitton y sorteó a la multitud de viajeros que llenaban los pasillos de aeropuerto. Trató de ignorar los ojos que la miraban con curiosidad.
Gracias a su nombre, a su carrera como modelo y a la tendencia que parecía tener de provocar escándalos aunque no lo quisiera, su cara era muy conocida.
Suspiró con frustración. Sentía que vivía en una pecera, siempre había sido así, pero era algo que cada vez le molestaba más y no sabía por qué.
Respiró profundamente para tratar de aliviar el nudo que tenía en la garganta y trató de recordar que todo iba a salir bien. Estaba en Las Vegas y creía que una hora, en realidad ya solo cincuenta minutos, era tiempo más que suficiente para llegar al hotel, ducharse, vestirse e informarse para saber quién iba a participar en esa importante partida de póquer. Algo que ya habría podido estudiar a esas alturas si el casino no le hubiera enviado un archivo dañado que había sido incapaz de abrir en su ordenador y desde el avión.
Pero no quería agobiarse.
Se le daba bien salir airosa de esas situaciones. De momento, solo iba a preocuparse por llegar cuanto antes al hotel y procurar que la noche pasara lo más rápidamente posible.
Sabía que iba a ser una velada aburrida y complicada, pero estaba decidida a enfrentarse a ella y ganar la batalla.
No pudo evitar sonreír levemente. Con sus delgados brazos y piernas y sus delicadas sandalias de tacón alto no parecía precisamente una guerrera preparada para la batalla, nunca lo había sido.
Aun así, estaba decidida a conseguir que el evento de esa noche fuera un éxito. Era cuestión de orgullo.
Su teléfono comenzó a sonar y Cara metió la mano en el bolso. Bajó la vista sin aminorar la marcha. Justo en ese momento, vio a un hombre alto y bien vestido que caminaba con prisa e iba derecho hacia ella.
Él no dijo nada, pero Cara no pudo ahogar una exclamación al impactar con ese hombre y sentir que se le torcía el tobillo. Se habría caído al suelo si él no le hubiera agarrado los brazos para que no perdiera el equilibrio.
La sujetaba con firmeza y no pudo evitar sentir una especie de corriente eléctrica atravesándola en ese preciso instante.
Algo impresionada, levantó la vista hacia él y, por un momento, olvidó que debía respirar. Sus ojos azules la estaban fulminando. No parecía muy contento con la situación. Tenía un rostro anguloso y muy masculino, el pelo corto y castaño claro, una nariz recta y una boca que apretaba en una fina línea en esos momentos. No se le pasó por alto su barba de dos días. Tenía un rostro atractivo, masculino, le recordó al de los guerreros que luchaban en las tierras altas de Escocia y que solo contaban con un escudo y una poderosa espada para…
No entendía qué le estaba pasando ni cómo podía reaccionar de esa manera ante un desconocido como ese hombre.
–La próxima vez, ¿podría caminar con un poco más de cuidado, por favor? –le dijo ella con el ceño fruncido.
–¿Yo? –repuso perplejo Aidan Kelly mientras entrecerraba los ojos para mirar a esa mujer.
Para llegar a Las Vegas desde Australia había tenido que pasar treinta y tres intempestivas horas de viaje. Estaba cansado, hambriento y tenía mucha prisa. Lo último que necesitaba era que esa joven con el pelo rosa tuviera la audacia de acusarle de no andar con cuidado.
–Señorita, yo caminaba mirando por dónde iba. Era usted la que lo hacía con la cabeza metida dentro de su bolso.
–¿Qué? ¡No! Yo me aparté en el último momento para… ¡Oh, no! –exclamó la joven mirando hacia abajo–. Creo que me ha roto el zapato.
No podía creer que le estuviera pasando algo así.
–Yo no he roto nada.
La mujer giró el pie hacia un lado y se pasó la mano por una de sus largas y delgadas piernas. No pudo evitar que sus ojos siguieran esos movimientos y sintió una agitación inesperada en su cuerpo. Frunció el ceño al darse cuenta de que había conseguido despertar su deseo. Se preguntó si lo habría hecho deliberadamente para llamar su atención.
–¡Maldita sea! –murmuró en voz baja–. Se ha roto.
Aidan levantó irritado las cejas. Ese no era su problema.
–La próxima vez, será mejor que mire por dónde va.
La joven lo miró con la boca abierta, como si no pudiera creer que le acabara de decir algo así. Él sentía la misma irritación, pero por distintos motivos, tampoco se podía creer que estuviera tratando de culparlo por su torpeza.
–Y la próxima vez, debería recordar que esto no es un circuito de carreras –repuso ella mientras miraba de nuevo su sandalia–. Son mis zapatos favoritos… Los tengo desde hace años.
Les lanzó una mirada despectiva.
–Fascinante –comentó con sarcasmo–. Ahora, si me disculpa, tengo mucha prisa.
La joven sacudió la cabeza y lo miró con desprecio.