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El engaño
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Libro electrónico310 páginas3 horas

El engaño

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Información de este libro electrónico

Después de vivir una experiencia impactante como esa, muchas personas se sentirían abrumadas consigo mismas por el simple hecho de ver a un ser amado siendo asesinado, pero en nuestra historia hubo una diferencia: la persona más afectada no resultó ser Jessica, sino el mismísimo señor Paolo Esperanto.

IdiomaEspañol
EditorialGRP
Fecha de lanzamiento1 ene 2017
El engaño

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    El engaño - Carlos Mauricio Carrera

    EL

    ENGAÑO

    CARLOS MAURICIO JR.

    © Carlos Mauricio Jr.

    © Grupo Rodrigo Porrúa, S.A. de C.V.

    Lago Mayor No. 67, Col. Anáhuac

    C.P. 11450, Del. Miguel Hidalgo

    México, Distrito Federal

    (55) 6638 6857

    5293 0170

    [email protected]

    1a. Edición, enero 2017

    ISBN:

    Impreso en México - Printed in Mexico

    Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio

    sin autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales

    Características tipográficas y de edición

    Todos los derechos conforme a la ley

    Responsable de la edición: Rodrigo Porrúa del Villar

    Corrección ortotipográfica y de estilo: Graciela de la Luz Frisbie y Rodríguez /

    Rodolfo Perea Monroy

    Diseño de portada: Gonzalo Gabriel Muñoz Morales

    Diseño editorial: Grupo Rodrigo Porrúa

    Toda esta saga se la dedico a mi familia.

    Pero este libro es para mi hermana Cristina.

    La verdadera Sisy

    En Memoria de

    Héctor Ismael Mauricio Sánchez

    PRIMERA

    PARTE

    Sed sombríos y velad; porque nuestro adversario el diablo, como león rugiente,

    anda alrededor buscando qué devorar.

    I Pedro 5:8

    —1—

    La vida no siempre es justa.

    Era un día largo que parecía no tener fin; entre los exámenes, las prácticas de futbol y el ensayo de una obra de teatro, uno puede llegar a quedar exhausto, en especial cuando tienes el papel protagónico de una obra de Shakespeare.

    Déjenme descansar, eran las palabras que pasaban por la cabeza de una joven de diescisiete años cuyo destino está a punto de ser marcado a causa de una cruel decisión que destruiría su vida por completo. Se trataba de Jessica, una muchacha que pedía un minuto de paz al lado de su mejor amiga a cambio de tener que convivir con sus inútiles e impetuosos compañeros de clase. Esa era Jessica, una chica triste y curiosa cuyo espíritu de libertad se veía introducido dentro de un mundo donde la gente culta no era respetada y los adolescentes que se dejaban controlar por sus hormonas alborotadas eran elogiados. Un mundo cruel para alguien con aptitudes y sueños inalcanzables, en especial cuando ese alguien portaba un rostro que no reflejaba mucho la belleza de una diva y estaba protegido por unos anteojos anchos que parecían estar hechos de neumáticos viejos.

    Pero ese día todo parecía tranquilo; en la televisión estaban transmitiendo un programa sobre el congreso y ninguno de los bobos miembros del equipo de americano estaba ahí para convencer a la cocinera de que le cambiara a un canal ESPN. Aunque en un momento así todo lo que sube tiene que bajar y los leves instantes de tranquilidad llegan a su fin, en especial cuando la figura de Amanda, la hija de uno de los millonarios más excéntricos de la ciudad, cruzase las puertas de entrada junto con ese raro par de amigas que por el simple hecho de verlas vestidas y peinadas igual uno pensaría que son clones.

    Aunque ella hubiese querido hacer del papel del ama, o el del príncipe Paris, con el fin de ya no meterse en más problemas, la profe Sandra votó para que Jessica tuviese el papel de la joven que murió a manos del hombre de sus sueños a causa de un amor prohibido; lo malo no era tener que lidiar con un libreto que tuviese suficientes páginas como para superar las de una tesis, sino el tener que soportar a una boba berrinchuda que solo piensa en obtener todo lo que desee con solo decir: "papi". Por otra parte, Sandra no quiso darle la oportunidad a una joven que ni siquiera supiese pronunciar el nombre del autor sino a una muchacha que pudiese vivir, sentir y vivir en ese personaje.

    Era lógico que Amanda lo tomase como si fuese un robo. Pero, ¿qué podría hacer cuando tenía frente a un estereotipo de niña rica? No podía huir, siendo que ella la seguía a todas partes, y tampoco darse el lujo de ignorar sus berrinches, debido a que sabía cómo ocasionar un verdadero escándalo; y lo peor de todo era que no había hecho absolutamente nada especial para que la profe Sandra la escogiera, tan solo recitó unas líneas (igual que como si lo hubiese hecho en un grupo de oratoria) y terminó por escuchar a una mujer de vestidos extravagantes y cabello descuidado diciéndole: Bien hecho, Jessy, te acabas de quedar con el papel.

    —Sí, a eso me refiero, ese papel debió de ser mío.

    —Pues si tanto lo quieres, ¿por qué no vas con la profe y le dices que te lo dé? ¿o es que acaso no puedes porque ella cree que eres una…?

    —Por supuesto que no, eso sería perder mi valioso tiempo. Solo me esperaré hasta que le digas a la profe que no quieres ser Julieta. Así recuperaré lo que debió ser mío desde el principio…, y para asegurarme de que no te metas en mi camino… —Amanda dirigió su mano hacia la botella de té helado que Jessica tenía como acompañante y vertió el líquido encima de la ensalada César, de tal forma en la que el jugo pegajoso se mezclara con los aderezos.

    —¿Qué rayos te…?

    —Ah, ah, ah, recuerda que la que manda aquí soy yo, no lo olvides. Vámonos muchachas…

    —Sí Amanda —contestaron las clones en estéreo.

    Para ella era demasiado tener que soportar a una adolescente caprichosa y berrinchuda como ella, quien siempre presumía que su padre era el abogado de las celebridades más famosas que vivían en esa ciudad y que podía conseguir entradas gratuitas para conciertos caros y exclusivos.

    ¿Acaso sería correcto que Jessica siguiese conservando ese papel?, lo único que ella había conseguido a base de esfuerzo y le permitía decirle a Amanda: Soy mejor que tú en algo, ¿o lo correcto sería cedérselo para que la dejara en paz?

    —Me sorprende que estando en el penúltimo semestre de la preparatoria siga comportándose como una niña chiquita.

    —Y yo que siga pasando los exámenes —comentó su mejor amiga, Marcela—, pero no le hagas caso Jessy, recuerda que solo va a estar aquí un semestre más.

    —Lo sé, pero ¿por qué me tuvo que tocar a mí interpretar a la hija de los Capuleto?; y para el peor de los casos tenía que ser el bobito de su novio, Cristian, quien tuviese que interpretar a Romeo.

    —¿Y qué podemos hacer, sí así lo decidió la profe? Además, no tienes porqué enojarte, recuerda que en solo nueve meses tu estarás leyendo tu nombre en las listas de ingresados de la universidad la Náhuatl, mientras que ella…

    —Estará limpiando las casas de las celebridades que tanto presume.

    —Así es.

    —Gracias Marce.

    —Para eso estoy, Jessy.

    Tener una amiga como Marcela era una bendición que no cualquiera pudiese recibir; sin importar el día, el tiempo o que solo faltasen dos minutos para la clase de álgebra, una de las materias en la que ella era una genio y que le recordaba a Amanda quién era la verdadera tonta.

    El salón estaba casi vacío debido que la mayoría del alumnado todavía seguía en la cafetería; solo estaban los gemelos Fer y Nico, mostrando su gusto particular por la playa al ir vestidos con camisas florales y shorts cortos, y ese joven que siempre se sentaba en los escritorios de atrás y se dedicaba a hablar solo con los ojos cerrados, un joven excéntrico del que Jessica no sabía mucho de él, salvo que se llamaba Osvaldo.

    La entrada del salón se vio atascada de adolescentes impuntuales, estando a solo diez segundos de que iniciara la clase, y la mayoría de esos jóvenes eran incapaces de comprender la diferencia entre el seno y el coseno; siendo que la mayoría solo iban a dormir o a jugar con el celular, algo que a Jessica no le agradaba, como tampoco tener que soportar a Amanda y Cristian como compañeros.

    ¿Para qué vienen a esta clase si lo único que sabe hacer es dormir? ¿Qué no piensan en su futuro?, ¿en los esfuerzos que tendrá que lidiar o en los jóvenes de escasos recursos que desearían estar aquí?.

    ¡RRRRIIIINNNNGGGG!

    —Muy bien, jóvenes, todos a sus asientos —dijo la profe Erika al momento de entrar al salón con una gran fila de papeles—, me imagino que recordarán que la clase pasada vimos el tema de las fracciones finitas e infinitas; pues ahora voy comprobar si pusieron atención. Vamos a copiar este ejercicio en su cuaderno…, tienen cinco minutos para resolverlo. Y para saber si no lo están copiando del resultado de su libro, llamaré a uno de ustedes a que pase y lo resuelva con todo y procedimiento. Si no lo contesta bien le pondré falta en mi materia. Comiencen…

    Para muchos de los estudiantes resolver ese ejercicio sería como descubrir la fórmula para poder viajar en el tiempo, algo que no ocurría con Jessica ya que, sin la necesidad de usar una calculadora, ella encontró la respuesta antes de tiempo, una buena noticia para una maestra como Erika que no necesitaba ver a su alumna levantar la mano para saber si ya lo había realizado. Pero ella también era responsable de su clase. Si eligiese a Jessica para subir al pizarrón todos sus alumnos copiarían el resultado. Por eso se vio obligada a elegir a otro alumno y darse cuenta si sus clases por fin brindaban frutos.

    —Muy bien, ¿quién quiere pasar…? Veamos…, ya pasaste Jorge… y Miguel… entonces… ¿que tal tú, Amanda?

    —¿Quién? ¿yo?

    —Sí, Amanda, pasa a hacer el ejercicio.

    Por una vez en su vida Amanda tuvo la oportunidad de demostrarle a la profesora y al alumnado que podía ser algo más que solo una cara bonita; pero después de ver el resultado que Amanda escribió, Erika logró comprender su mediocre desempeño; no supo colocar los números en su orden correcto, sus letras ni siquiera se relacionaban con la X o la Y, y sus ejercicios parecían los de un niño de primaria. Un resultado muy pobre para una joven como ella.

    —Siéntate Amanda.

    La campana volvió a sonar… era hora de la clase de educación física femenil, un momento del día en el Jessica se veía obligada a estar parada entre la espada y la pared. Siendo que ella no era muy buena deportista y la entrenadora Elva no le tenía mucho respeto que digamos.

    —¡Muy bien señoritas! —replicó la entrenadora Elva estando parada en el centro del campo y teniendo a todas las chicas en una línea horizontal—, como podrán darse cuenta nuestra escuela no ganó el campeonato de fútbol femenil porque nuestra querida delanteeeraa… —Miró a Jessica con malos ojos y le frunció el ceño—, ¡no supo aguantar un pequeño pelotazo!

    —Pero profe, la pelota cayó en mi cabeza y tumbó mis lentes, y yo no puedo ver sin…

    —¡Eso no es una excusa, Jessica!; ¿o acaso piensas que muchas leyendas del deporte hubiesen perdido la oportunidad de ganar por culpa de unos tontos lentes? Pero no estamos aquí por tonterías; ¡estamos aquí…! —Volvió a mirar mal a Jessica—, para corregir ese error, así que quiero que inicien dos equipos de ocho para iniciar un partido. Y les advierto que las que no jueguen recibirán cinco puntos menos en mi clase. ¿Entendido?

    —Sí maestra.

    —¡No las escucho!

    —¡Sí entrenadora Elva!

    —Muy bien…, a jugar…

    ¡FFFFFIIIIIFFFFFHHHHH…!

    Con solo dos minutos para que las capitanas Elisa y Amanda eligiesen a sus equipos Jessica se vio obligada a pertenecer en el equipo de Amanda debido a que fue elegida de último minuto, siendo que Elisa ya tenía en mente la idea de ganar.

    —Ahora sí —le dijo Amanda, teniéndola frente a frente—, va a ser fabuloso verte sufrir… ¡muy bien! ¡Posiciones! Natalia… defensa. Berenice… delantera. Y Jessica… ¡en la esquina!

    —Pero eso me deja con…

    —¡Posiciones! —gritó Elva en el momento que arrojó una moneda al aire para elegir al equipo que iniciara—. Muy bien, inicia el equipo de Elisa. ¡Comiencen!

    Era un juego difícil, siendo que casi todo el tiempo Jessica estuvo escuchando los gritos de Amanda, que se reflejaban a sus pésimas jugadas, sin contar a sus malos reflejos, baja velocidad o a que siempre tenía que acomodarse los lentes. Cuando sólo faltaban diez minutos para que el entrenamiento terminara, ambos equipos estaban empatados y Jessica no aguantaba más a las burlas de Amanda y sus amigas. Pero eso no podía cambiar el hecho de que ella tuviese el balón y que estaba a sólo cinco metros de la portería. Jessica imaginó que un gol suyo podría hacer que su equipo ganase y que su capitana la dejara en paz, así que no dudó dos veces para elevar la pierna, mantenerla suspendida durante un instante y dejarla caer de tal forma en la que golpease la pelota con el pie sin apuntar al blanco, lo que provocó que el balón en lugar de entrar en la portería, se estrellara contra el rostro de la entrenadora Elva y la tirara al suelo. Acto segundo, todas las chicas corrieron a ver a la pobre mujer, quien estaba recostada sobre el pasto con un enorme moretón en el ojo izquierdo y con la nariz sangrando. Era obvio de esperar que en el momento que ella se levantase señalaría con el índice a la presunta responsable…

    —¡Tú…! —gritó Elva.

    —Profesora le juro que…

    —¡Basta de excusas tontas! Sí…, no más. Te he soportado bastante, Jessica Ortiz…, pensé que tenías potencial, por lo que decían los maestros, y que te convertirías en un ejemplo para las mujeres de esta ciudad, pero ahora me doy cuenta de que no eres más que una desgracia para nuestro género.

    —Pero…

    —No eres rápida, no tienes reflejos y no sabes obedecer a los capitanes. Es obvio que solo sirves para las ciencias.

    —Maestra yo…

    —¡Nada! A partir de hoy estas expulsada de mi clase; no puedes entrar a las prácticas y no tienes derecho a los exámenes…

    —Pero maestra…, necesito esta clase, ¿como voy a acabar la prepa sin ella…?

    —¡Ese no es mi problema! Solo te quiero que te vayas, ¡ahora…!

    —Sí maestra.

    Sin poder explicar nada, Jessica permaneció callada en el resto de las clases para no llamar la atención de los otros maestros, mientras que Amanda se veía tan complacida de su acto que fue a celebrarlo esa misma noche con su novio.

    Ahora sí su futuro estaba perdido. ¿Cómo iría Jessica a terminar la preparatoria sin acreditar una materia…?

    —2—

    Un cruel hermanastro.

    —Anímate —comentó Marcela—, ya se te ocurrirá algo.

    —¿Como qué, Marce? Si esa loca me gritó en la cara que no quería volver a verme en su clase. Y ya la conoces; cuando dice algo, lo cumple.

    —¿Y qué tal sí le pides a tu mamá que hable con ella e intente convencerla de que todo fue un accidente?

    —No lo creo…, recuerda que ella no es una mujer fácil de convencer.

    Marcela escuchó a su amiga en lo que quedaba en el camino de regreso a su casa, y le ofreció todo apoyo moral, pero Jessica no se sentía capaz de hablar con nadie, siendo que después de ser expulsada de la única clase que se interponía entre su certificado de preparatoria y ella, solo quería dejarse derrotar por cualquier cosa y empezar a practicar las palabras: ¿puedo tomar su orden?, como única herramienta de trabajo.

    Lo bueno era que, durante el camino a su casa, Jessica no tenía que ver la viva imagen de Amanda en la parada o dentro del autobús, debido a que ella ya tenía permiso para conducir y su transporte era un BMW del año, color blanco. Algo que no la ayudaba mucho en un momento como ese.

    —Trata de ver las cosas de este lado. Si no consigues acreditar la materia, podrás trabajar en la pizzería de papá. Sabes que él te aprecia mucho.

    —Muchas gracias Marce, pero ahora lo que menos quiero es recordar es que pasaré el resto de mi vida ganando el sueldo de una mesera.

    —Lo lamento…

    Estando a solo un par de calles de su destino Jessica optó por dejar de escuchar la bromas de Marcela y concentrarse más en la idea de llegar a casa, correr a su cuarto y abrazar a su querida Enriqueta.

    ¿Qué le vas a decir a tu madre…?, eran las palabras que vagaban por su mente. ¿Cómo le explicarás lo que pasó?. El solo imaginar el rostro de su madre decepcionado o el de Sergio, su padrastro, cuando regresara de sus vuelos transatlánticos y vea que su hijastra no era apta para los deportes como su querido Alan, la había dejado en medio de un mar de dudas. Era como si el destino le hiciese una cruel jugada con su vida y la colocase en un mundo donde las oportunidades para vivir son muy escasas. Pero no quería que eso le amargara el día. Por fin había llegado a su casa.

    Trata de imaginar que todo saldrá bien… tal vez ella solo quería motivarte…

    —Mamá, ya llegué… Hola…, ¿mamá…?, ¿Alan…?, ¿hay alguien…?

    La casa estaba sola; y cómo no iba a imaginarlo, siendo que desde que su madre se había comprado ese teléfono celular color negro dejó de escribir recados de papel y empezó a enviar mensajes a través de sus redes sociales. Lo malo era que solo los usaba para asuntos de su trabajo y no para indicar dónde estaba. Pero a Jessica no parecía importarle en lo absoluto…, ella solo quería ver a Enriqueta. Desde que era niña Jessica había conservado a Enriqueta, una muñeca de porcelana antigua, igual que a un tesoro, siendo que había sido un regalo de cumpleaños por parte de su tía Otilia.

    Siempre la había acompañado en los momentos que su madre se iba a cenar con Sergio o cuando la casa estaba sola y ocurrían tormentas eléctricas. Era el único objeto que la ayudaba a encontrar el afecto que no recibía cuando su madre estaba ocupada. Un afecto que estaba a punto de terminar…

    —No sabes, Enriqueta, el día que tuve; primero esa tonta de Amanda arrojó un té helado sobre mi ensalada y luego… un momento. ¿Dónde está Enriqueta?

    Aquí estoy, Jessy —comentó una voz en tono fingido desde la salida de su cuarto…, una voz que solo podía pertenecer a ese niño escurridizo llamado Alan—, ven

    a salvarme…

    Era una alerta roja. El tesoro más valioso de su vida había sido raptado y el secuestrador la estaba esperando en el marco de la puerta, con la pequeña víctima siendo sujetada por sus minúsculos dedos.

    —Soy yo, Jessy, tu mejor amiga.

    —¿Alan?

    —¡Qué bueno!, sabes mi nombre.

    —Dame mi muñeca.

    —¡Por favor! ¿tienes diecisiete años y todavía juegas con muñecas?

    —Eso no te importa. ¡Dámela o te romperé el hocico!

    —¡Mira Jessica!, en primer lugar, sólo los animales, como los perro o gatos, tienen hocico; y en segundo, si quieres tu dichosa muñeca tendrás que atraparme.

    Al igual que el juego del gato y el ratón Jessica había tomado como objetivo atrapar a su hermanastro, a cualquier costo, mientras que Alan solo veía una actividad para entretenerse en lo que esperaba a Cecilia, su madrastra, para que lo llevara a su práctica de fútbol.

    Desafortunadamente Alan era todo un fanático del deporte, a diferencia de Jessica, quien era capaz de hacer todo lo necesario para convertirse en un deportista; él era capitán de su equipo, nunca fallaba en ningún tiro y era el más veloz de su clase, algo que lo favorecía cada vez que Jessica quería atraparlo. Era triste tener que lidiar con un problema como ese después del pésimo día de escuela; y más aun las veces en las que Alan llegaba a la cocina antes que Jessica y disfrutaba de un yogurt, mientras que la esperaba sentado sobre una silla sin ningún problema.

    —No puedo creer que lleve tres años viviendo con ella y todavía siga sin alcanzarme; Mmmm… ¡fresa!

    Lo peor de todo era la que cada vez que ocurrían esa clase de líos, Alan siempre recibía lo que quería: ver a Jessica ahogándose en su propio aire.

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