La geometría del trigo
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Ahora tan sólo quedan una pequeña piedra y una carta como herencia aún ininteligible. Éstas son las pistas que Joan y Laia seguirán para tratar de comprender la geometría familiar y así quizá poder empezar de nuevo. Porque los países y las familias son también aquello que necesita ser contado y aguarda su momento preciso. Para que nuestra herencia no sea el silencio. Porque el vínculo no desaparece y siempre estamos a tiempo de cuidarlo.
"En La geometría del trigo también pervive este enigma (quizá el germen de toda fundación humana, también origen de la familia, acaso otra manifestación de la duplicidad de los deseos), el de entregarnos en el amor para no morir; el de trascender en algún sitio, en algún otro o de algún modo, a pesar del fin de todo" (del prólogo de Daniel López García)
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La geometría del trigo - Alberto Conejero
Regreso
Prólogo
La familia en peso
Qué puedo hacer, no lo sé: mis deseos son dobles
Safo
Nota del autor de este prólogo
Al igual que en la representación teatral el comentario de la obra no llega hasta que la función se resuelve en negro, el prólogo a este texto dramático no deberá leerse hasta que finalice la lectura de la propia obra.
I
Sostiene el actor mexicano Demian Bichir[1] que el teatro ha sido apellido y alimento para su familia:
Cobijo y despojo, canto y silencios, durísimas batallas y sueños hermosos. Maestro eterno de todos nosotros. Ahí se encuentra todo lo que hay que saber de la vida. Ahí se encontraron mis padres y ahí nos hemos hallado cuando nos hemos perdido (…). No importa en qué parte del mundo ande, ni en medio de qué aventura esté, el teatro me urge a volver a casa; a él. Amante feroz que siempre quiere más. Amante implacable que sabe todo de mí y por eso me lo exige todo. Amante generosa (generoso[2]) a quien no le importa cómo me presente a la cita, siempre que me presente dispuesto, atento, desnudo, nuevo[3].
Pido disculpas por lo extenso de la cita. Quizá hablar por boca de otro no sea la forma más adecuada de opinar sobre Alberto Conejero, cuando la expectativa es la de articular mi propia voz. Y sin embargo, si así lo hago, es porque creo que la cita actúa a modo de síntesis de varios planos del trabajo de Alberto a los que quiero apuntar con mi comentario. El primero, el plano que tiene que ver con el sentido que, articulado en motivos y temas, vertebra esta, por ahora, nueva obra del dramaturgo; el segundo, el que remite a mi propia relación con la obra del escritor; y, por último, el tercero, el que señala hacia un, si acaso lo tuviera o fuera solo uno, sentido del teatro.
Teatro como apellido y alimento, demarcación limítrofe y manutención que define a lo familiar. La familia, forma de vida básica de socialización de lo humano que, como ya he apuntado en otras ocasiones, se presenta como universal ante la incomparecencia de sociedad alguna donde su estructura nuclear no esté presente[4]. En su seno, ensayamos experiencias de toda índole (cobijo y despojo, canto y silencio, batalla y sueño). En ella se experimenta el sentido de lo social, y en ella misma se proyecta la macroestructura —el orden superior— en la que se inserta: el Estado (en el caso de nuestros modelos democráticos de organización de la vida). Por lo tanto, entre otras cosas, la familia ha sido, es y será ambivalente. La solidez de su estructura provoca un movimiento que se forma a partir de la colisión entre dos puntos antagónicos: el individuo y el colectivo. Y en este sentido, será a la vez el origen de las mejores experiencias pero también el lugar de conciencia de la mayoría de las frustraciones. Y con todo ello, la familia además es precaria. Tanto su formación como sus lindes, a día de hoy y generalmente en sociedades como la nuestra, se originan en la idea y la puesta en práctica de la pareja, sustentada en la exploración y la gestión del amor compartido con base romántica. El desarrollo de las libertades individuales y, sobre todo, el avance en la igualdad entre mujeres y hombres han hecho que en tan solo tres generaciones el vínculo de unión y delimitación de lo familiar se revise y negocie con una mayor frecuencia e intensidad[5]. Todo ello ha tenido sus efectos, provocando que la escala de valores en el amor como origen de lo familiar haya sido modificada: en el tránsito entre esas tres generaciones hemos pasado del «también el amor se aprende»[6] al «porque es de amor la norma»[7]. El reconocimiento y la visibilización de parejas del mismo sexo ha provocado una nueva metamorfosis que, lejos de negar la estructura, la ha diversificado, fortaleciéndola. La reminiscencia del amor sigue siendo clave en la fundación de la pareja y lo familiar, pero el deseo ha hecho que la estructura sea expresada en formas nuevas.
Teatro como amante, pájaro carnívoro y mar dorado u ojos grandes, territorio para la conmoción tanto en la investigación como en el deseo. Mi relación con el teatro de Alberto Conejero así lo ha sido: como un amante, adúltero, exigente en el encuentro y generoso en el compromiso, ya fuera en el ejercicio de la crítica y en su estudio o en el placer del encuentro físico con otros cuerpos como público. De mi relación con él, de su estrategia y de su dinámica, de su forma de hacerlo, destacaría: su compromiso con el lenguaje, estableciendo en lo poético el motor del drama, desbordando lo mimético hacia lo diegético, proclamando la autonomía de ese lenguaje y su capacidad en la creación de