Los Moya: Un amor entre hermanos
Por Brais Cedeira y Manuel Jabois
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Los Moya - Brais Cedeira
mejor.
Una conversación de madrugada
YOCASTA. —¡Oh, desventurado! ¡Que nunca llegues a saber quién eres!
EDIPO. —¿Alguien me traerá aquí al pastor? Dejad a esta que se complazca en su poderoso linaje.
YOCASTA. —¡Ah, ah, desdichado, pues sólo eso te puedo llamar y ninguna otra cosa ya nunca en adelante!
Edipo rey, Sófocles
El verano es una época complicada para encontrar historias que vender en el periódico. El tiempo se para, y mientras todos se van de vacaciones, el periodista resiste agarrado a su mesa con el calor de Madrid apretando en la nuca. Pasan los días y uno observa el horizonte por la ventana, pero el único mar que se ve está formado por centenares de edificios. Con la mitad del país apoltronada, saboreando el cóctel en el chiringuito de la playa, resulta un tanto más complicado enfrentarse al folio en blanco, encontrar la anécdota idónea, ofrecer cada día un plato diferente en el menú.
Ando yo pensando en esas y otras cosas cuando me llega un mensaje de Andros. Andros, no podía ser otro, es Andros Lozano, compañero de reportajes en el periódico. Es, como digo, una de esas noches pegajosas del verano de 2017 en las que ni el ventilador te salva de la sauna infernal que es esta ciudad. También él estaba despierto: «Mira esto. Aquí hay una historia». Andros me envía por WhatsApp la portada del día siguiente de La Voz de Galicia.
En la foto principal aparecen tres personas: un hombre de unos cincuenta años, con gafas, anchote, ojos achinados, gesto entrañable y aire bonachón; a su lado, una mujer de aproximadamente la misma edad. Tiene el pelo negro como el azabache pero plagado de mechas rojas. El toque exótico. Ambos sonríen y posan junto al que parece su hijo, un joven alto, algo desgarbado, un poco estrábico, de piel blanca, pelo negro y corto, barba de varios días. Debajo de la foto, una frase que es el titular del día siguiente: «40 años de amor sin legalizar». Así fue como conocí a Daniel y a Rosa.
Si no fuera real, la historia que hay detrás de esa fotografía sería imposible inventarla. Daniel y Rosa son hermanos de sangre y llevan juntos cuarenta años. Están enamorados hasta las trancas y lo proclaman a los cuatro vientos. Tienen dos hijos en común. Ambos fueron separados a los pocos años de nacer. La casualidad quiso que dos décadas después se rencontrasen en una de aquellas ácidas noches de púrpura en los albores de la movida. Que se mirasen y se gustasen. Que empezasen a salir y que, tiempo después, la fortuna les hiciera descubrir a la vez una verdad que condicionó su vida hasta hoy: ambos compartían los mismos apellidos. Y así desde entonces.
Al tener la historia delante, resulta inevitable no echar la vista atrás hacia referentes de siglos pasados, algunos de ellos ya extraviados entre hojas viejas de la historia. La mitología griega, los faraones egipcios, los emperadores romanos, la dinastía de los Austrias, Darwin…
También acude uno de forma irremediable a la literatura: Vargas Llosa y su tía Julia, las colas de cerdo de los Aurelianos en Cien años de soledad, Edipo rey… Hay decenas y decenas de referentes reales y ficticios sobre la materia. También estudios científicos y antropológicos sobre un asunto que aún hoy es tabú, pero que siempre ha estado presente en la historia del hombre, en todas las épocas, en todas las civilizaciones.
Para dejar reflejado el enorme interés que siempre ha suscitado este tema, al principio de cada capítulo iremos soltando pequeñas píldoras de lo que podríamos llamar una breve historia real y literaria del incesto, en la que los Moya, nuestros protagonistas, están irremediablemente enmarcados.
Su caso tiene muchas particularidades. Cuando se percataron de su parentesco, no continuaron con su relación por la pretensión de sentirse como los antiguos reyes o como los personajes de los libros. Simplemente, decidieron que el amor pesaba más que cualquier otra cosa. Y que, al haber sido separados al nacer, no habían mantenido entre sí una relación de hermanos.
Por eso ellos no se consideran los abanderados de nada. Tan sólo se reivindican a sí mismos.
Esa misma noche di con ellos a través de las redes sociales. Les envié un mensaje y a los pocos minutos Rosa contestó. Me sorprendió que estuviera despierta a las dos de la mañana. Luego supe que la mujer no duerme bien desde hace tiempo. Me presenté y me contestó muy amable que estaba de acuerdo en aceptar la entrevista.
—Me parece bien. Mañana a las doce de la mañana.
Al día siguiente, bien temprano, estaba saliendo hacia Santiago de Compostela.
A uno no deja de corroerle la duda ante una historia así. Sucede tanto antes como después de conocerles. La primera reacción es de rechazo. La segunda, cuando empiezan a hablar, de curiosidad. Curiosidad por conocer cómo escondieron durante décadas su historia a ojos de los suyos. Curiosidad por la educación de sus hijos, por cómo les contaron la verdad de su relación. Curiosidad por saber cómo se conocieron, cuál fue la reacción al caer el telón y presentarse la verdad desnuda ante ellos, como nunca antes. La tercera, de asombro.
La primera vez que les vi, en un pequeño pueblo de A Coruña, la conversación se alargó hasta que cayó la noche. Horas antes, mientras Mónica, la fotógrafa, y yo íbamos en el coche, no podíamos evitar pensar en que aquello se trataba de algo fuera de lo normal.
Como decíamos, había muchas preguntas sobre la mesa. ¿Cómo serían? ¿Qué razón les había llevado a estar juntos de esa manera? ¿Por qué habían decidido hacerlo? ¿Cuándo empezó todo? ¿Cómo habían gestionado la relación durante tanto tiempo? ¿De qué forma habían afrontado ambos los prejuicios de su entorno? ¿En qué momento se percataron del vínculo que existía entre ambos? ¿Se habían criado juntos y habían acabado enamorados? ¿Qué pensaban sus vecinos? Y en cuanto a sus hijos, ¿eran normales? ¿Cómo les habrían explicado la situación? ¿Qué tal les había ido la vida lidiando con esta realidad? ¿Habían tenido problemas con sus amigos en el colegio, o después en su vida profesional? ¿Cómo hicieron frente a la presión mediática durante tantos años? ¿Eran felices?
Estas y otras preguntas surgieron de camino a casa de Daniel y de Rosa en Miño, una pequeña localidad al borde del mar situada apenas a treinta minutos en coche de A Coruña. Se trata de un municipio costero, ubicado en la zona conocida como Mariñas Coruñesas. Limita al norte con Pontedeume y al sur con Paderne. El aire fresco y las enormes playas lo convierten en uno de los lugares predilectos a la hora de escoger una zona de veraneo en las llamadas rías altas gallegas. En invierno resulta un lugar tranquilo. Ahí se encuentra el nuevo hogar de los hermanos Moya.
En los últimos dos años me he encontrado con toda clase de personajes curiosos en mis primeros pasos en el mundo del periodismo: percebeiros furtivos que surcaron los mares durante décadas, marinos románticos que siguen tan atados al mar que, aun jubilados, siguen viviendo en sus barcos, estafadores que dicen curar el cáncer con canciones y buenas palabras, sacerdotes rurales que se disfrazan de conejitas Playboy en carnaval, padres que utilizan durante años a su hija para estafar a media España, criadas a las que Picasso dedicaba cuadros y dibujos, héroes en atentados terroristas, yihadistas exmilitantes del PP…
Lo de los Moya es algo que lo sobrepasa todo. Es la historia de un amor sin legalizar, la de un Adán y una Eva nacidos de la misma sangre, extraídos de la carne de una idéntica costilla, que llevan años gritando al mundo su amor. Un amor sin legalizar, pero a prueba de todo.
Un amor que dejó heridas agridulces que ellos mismos tuvieron que lamerse. Sólo se tenían el uno al otro para apoyarse. Un amor, en definitiva, como el de los antiguos dioses griegos, que se sobrepone a los convencionalismos. Un amor a contracorriente, sin barreras genéticas. Por eso, comencé a escribir la historia para un reportaje en el periódico. Luego vi que aquello se quedaba corto. Que podía dejar reposar la historia un tiempo para después retomarla y contarla de manera más pausada, más detallada.
Tuve entonces la feliz idea de ofrecerle la historia a los chicos de Libros.com, quienes amablemente me atendieron cuantas veces hizo falta. Les propuse el tema, a sabiendas de lo espinoso del asunto, y de que mis horarios y mis rutinas me obligan a estar un día en Albacete y el siguiente en Benalmádena. Cuál fue mi sorpresa al ver que aceptaban la historia.
Sé que no es un asunto fácil , ni tampoco agradable a la lectura. He de reconocerlo: la cosa tiene morbo. Pero toda buena historia, si se construye con respeto, merece ser contada. De primeras, resulta entendible que hablar de algo como el incesto pueda producir cierto rechazo. Por eso quiero agradecer a la editorial que haya querido publicarlo.
Pla decía que es mucho más difícil describir que opinar. En la medida de lo posible, he intentado aproximarme a esa máxima en las páginas que siguen. Reflejar su historia tal y como ellos la cuentan. A riesgo de que pueda resultar incómoda, peligrosa. En realidad, esperamos