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La doble muerte del indiano Felipe
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Libro electrónico360 páginas5 horas

La doble muerte del indiano Felipe

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Novela que refleja lo acertado de aquel dicho: "No es oro todo lo que reluce". Tiene su verdadero sentido entre la serie de personas forzadas a la emigración que vuelven, se comportan como caciques y crean emporios de riqueza para morir desgraciadamente.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 ago 2018
ISBN9788417608613
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    Toda ella es muy interesante, siendo la parte central de la tripa lo que más engancha

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La doble muerte del indiano Felipe - Benjamín Sande Rodríguez

© Derechos de edición reservados.

Letrame Editorial.

www.Letrame.com

[email protected]

© Benjamin Sande Rodriguez

Diseño de edición: Letrame Editorial.

ISBN: 978-84-17608-61-3

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

CAPÍTULO I

Abandono del hogar familiar

El padre de Felipe y de Pablo, había nacido en una pequeña aldea del municipio de Arzúa, en el seno de una familia de ganaderos, en el año 1888. Cansado de trabajar en el campo, con horarios interminables, desde las cinco de la mañana, yendo a segar la hierba para las vacas, comiendo mal de un pote común, sin ver horizonte que le permita mejorar sus condiciones de vida, aprovechando que tiene que realizar el servicio militar por la marina, se da cuenta de que el horizonte de su vida no puede ceñirse a volver a la casa de sus padres y seguir con la misma vida. Al término de la mili, se formará la idea de emigrar a un país de América.

En aquel tiempo se había enamorado de una chica, vecina de su aldea. Era el mayor contratiempo con el que se encontraba dentro de las ideas que pasaban por su cabeza; tenía miedo a perderla si emigraba, y tampoco disponía de tiempo ni dinero para casarse. Al regreso a casa, decide hablar con su novia, le cuenta sus ideas, le promete que si marcha a América se casará con ella posteriormente. La novia, que estaba muy enamorada, acepta con resignación la propuesta. A los pocos días, se va a la ciudad, donde tramita el pasaporte y se pone las vacunas pertinentes en sanidad exterior para poder emigrar. Corría el año 1911.

Como no tenía dinero suficiente para pagarse el pasaje ni quería decirle nada a los padres, sabiendo el enorme disgusto que se llevarían, decide preparar el viaje para ir a embarcarse a Oporto; el dinero lo saca sustrayendo cuatro vacas de la ganadería familiar. El día de la feria mayor, las vende rápidamente, ya que le puso un precio algo inferior al que se solía pedir en el mercado. De allí mismo salía una caravana hacia Verín, muy cerca de la frontera con Portugal, siendo muy fácil pasar al país vecino, no solo por la poca distancia, que muchos hacían a pie, sino porque existían numerosos senderos que utilizaban las gentes de ambos lados de la frontera para realizar contrabando de víveres, café sobre todo y tabaco. Por una módica cantidad ayudaban a pasar a la gente para que no fuera detectada por la Guardia Civil. En este caso, no le cobraron nada, a cambio de que ayudase a los contrabandistas a pasar dos reses de vacuno. Por el camino le fueron aleccionando sobre cómo comportarse al llegar, indicándole la mejor ruta y el medio de transporte que debería utilizar para llegar al destino que se proponía. Al día siguiente llega al puerto de Leixoes, busca un agente para la tramitación del pasaje, con tan buena suerte que le dicen: «Hoy mismo sale un buque correo hacia Cuba al que le falta un tripulante». Al tener cartilla de navegación por haber hecho el servicio militar en la marina, podrían embarcarlo de «chó» (ayudante de cocina). Con ello no tendría que pagar nada por el pasaje y además cobraría una cantidad. Se le abrió el cielo, le entró una gran alegría en el cuerpo, aceptando la oferta de inmediato. Al anochecer desatraca el barco rumbo a Cuba.

En casa, sus padres, al desaparecer y faltarles el ganado, pusieron en conocimiento a las autoridades para encontrarlo. Sin resultados en los dos primeros días, hasta que hablan con la novia, por si sabía algo; la novia les contó lo poco que sabía, que quería irse a América, pero que no sabía a qué país. El novio se había cuidado mucho de decirle dónde había pensado embarcarse. Hicieron indagaciones en el puerto de Vigo, por ser uno de los puertos de donde solía partir la mayoría de los emigrantes gallegos por aquellas fechas, sin obtener resultado positivo alguno. Se les vino el mundo encima, porque solo tenían ese hijo y confiaban en que, con su trabajo en el campo, arando las tierras y con el ganado, pudieran vivir con cierta comodidad. Ahora, con la cabaña mermada, se sentían más pobres; para el trabajo de las tierras tendrían que pagar a algún vecino. Maldecían al hijo, solo esperaban un milagro, rezaban para que retornase como un hijo pródigo.

En el barco es bien recibido, haciendo sus labores de chó. Le dieron un alojamiento a proa en un pañol con veinte literas, donde se alojaban otros tripulantes, todos ellos portugueses, que le dispensaban un buen trato. En el transcurso de la navegación, pudo hablar con otra gente emigrante, entre los que había bastantes gallegos, con los que confraternizó. La mayoría llevaban contratos de trabajo o conocían gente que les estaría esperando a la llegada al puerto de La Habana. Como carecía de esos requisitos, se disgustó mucho, pero no fue obstáculo para que no siguiese con su idea, preguntando a unos y a otros cómo podía hacer para quedarse en Cuba. En estos cruceros siempre había gente oportunista que, teniendo posesiones en Cuba, hacía viajes sabiendo que en el camino podía contratar gente a la que luego en sus haciendas tienen prácticamente como esclavos. Le pusieron en contacto con uno de esos señores, que lo fichó de inmediato. Al llegar a puerto se encargaría de que un transporte le condujera a la plantación de tabaco que tenía.

Como era bastante hábil, el dinero que tenía lo fue convirtiendo en dólares durante el viaje, haciendo trueques cruzados con gentes de distintas nacionalidades; por ello se sentía bastante independiente en el aspecto económico. A lo que tal vez tendría que renunciar era a su sueldo como tripulante, ya que pensaba desembarcar tan pronto pisara tierra y no volver. Por ello tampoco llevaba equipaje, solamente un pequeño saco con lo imprescindible. La llegada a La Habana y el desembarco resultó como lo tenían planeado. El hacendado que lo contrató le indica hacia dónde debe dirigirse en tierra; desde allí le llevarían directamente al lugar de trabajo. También le dice que deje el pequeño saco con los enseres en el camarote del patrono, que se lo haría llegar.

CAPÍTULO II

Llegada a Cuba

En el punto de encuentro previsto, divisa un carro tirado por cuatro caballos cargado de aperos de labranza, sacos de semillas, alimentos y dos hombres negros, que son los encargados de llevarle de viaje. Estaban sobre aviso, lo acogieron con gran alegría, el camino duraría más de un día, tendrán que hacer parada para dormir y comer.

El lugar de destino era una zona llamada San Luis, en el departamento de Llano. Fueron conversando y satisfaciendo la curiosidad de todo lo que les preguntaba. Se pone al tanto del tipo de trabajo que le puede esperar, que la plantación de tabaco era enorme, que el amo solía ser generoso con la gente, pero asimismo muy exigente. A la llegada estaba esperándole el patrón, como le llamaban todos. Le manda pasar a un pequeño despacho anexo a la gran mansión donde vivía, le hace entrega del saco de sus pertenencias y le hace preguntas sobre los trabajos que había realizado durante su vida. Al contarle que su mayor, único y duradero trabajo había sido la ganadería, el patrón se levanta, le da un abrazo y le dice.

—Tengo en ti al hombre que necesito, aquí todo el transporte de tabaco y el trabajo de campo se hace a base de carros de vacas. Serás el encargado de mantener en buen estado a las vacas, los carros y la logística en general. Como capataz, te indicaré dónde y cómo se hace; espero que no me defraudes. Te pagaré bien.

Llegaron al acuerdo y firmaron unos papeles. Eran, además del contrato de trabajo, sin el cual se le consideraría un ilegal, otros donde se señalaban sus obligaciones y emolumentos, así como la vivienda donde pernoctará, pero por la cual le cobraba un pequeño alquiler.

Al día siguiente, ya ubicado, sentía alegría por cómo le estaban yendo las cosas, en la soledad de la noche, siente morriña de su tierra, remordimientos por lo que les había hecho a los progenitores, recordaba su novia.

La mayoría de los trabajadores de la plantación eran negros de origen africano que vivían en pabellones para unas veinte personas con cocina y comedor; los de hombres y mujeres estaban separados; en el caso de que hubiese matrimonios, se les ubicaba en otro tipo de pabellones que tenían divisiones individuales, con dos o tres habitaciones, si bien la cocina y el comedor eran comunes.

A los dos meses, se había hecho con todo el trabajo que le correspondía a entera satisfacción del patrón. Había secciones de plantadores, de recolectores, de transportes, cada una con su correspondiente capataz; luego, la sección de los secaderos y la fábrica de puros, en la parte sur de la plantación, alejada de lo que era la plantación de tabaco y el personal de la misma, como a tres leguas; el personal de la fabricación de los cigarros puros era mayoritariamente mujeres, de raza blanca. Aquí se elabora un tipo de puro que llamaban «regalía», de una calidad excelente, dedicado casi todo a la exportación a Inglaterra; tabaco de pipa, al cual se le daba un tratamiento especial, y también rapé, que se envasaba en cajitas hechas de madera fina y que se exportaba a Estados Unidos y Europa.

El trabajo concreto que realizaba era tener en buen estado los establos y proporcionar a las vacas el alimento adecuado. Para ello tenía dentro de la plantación de tabaco una zona de dos hectáreas para plantar maíz, girasol y hierba. Al ser el clima muy cálido, estas zonas estaban provistas de canales de riego que partían de un riachuelo que pasaba por la parte alta de la plantación y que mediante una serie de compuertas se regaba por gravedad. Tenía que organizar, después de que los recolectores recogiesen las plantas y las pusieran en una varas apoyadas en caballetes, abiertas boca abajo pasados dos o tres días al sol, ir con los carros de vacas recogiendo esta mercancía, que ya tenía sus hojas mustias, facilitando que en cada carro entrase una mayor cantidad de plantas de tabaco, llevarlas en los carros al secadero, lugar en que otros trabajadores los ponían a secar, antes de tener la textura y el grado adecuado de humedad para pasar las hojas a la fábrica de puros.

Cada mes tenía que organizar un convoy de entre ocho o diez carros, según la producción, para llevar los elaborados al puerto de La Habana, donde estaba el gran almacén destinado a la exportación del tabaco. Uno de los carros estaba siempre destinado a la intendencia, porque el trayecto duraba días. En cada carro iban tres personas, una de ellas armada con un rifle, para protegerse de algunos malhechores que solían aparecer por el camino. Colaboraban a su vez, al llegar al destino, en la descarga y estiva de los elaborados de tabaco. Esta hilera de carros salía de madrugada para aprovechar el tiempo fresco; en las horas del mediodía el calor a veces andaba por los treinta y cinco grados. Aprovechaban las paradas para comer y descansar en lugares ya programados, en zonas boscosas para tener sombra. Se arrancaba de nuevo para aprovechar la luz del día y paraban por las noches. Era especialmente bonito escuchar el andar de los carros, el sonido de sus ejes contra las chumaceras, sobre todo cuando se les ponía agua para que el calor del rozamiento no dañase los mismos, que eran de madera. Era como si de cada carro saliese una canción, entre todos componían una hermosa melodía que se solía escuchar a varias leguas de distancia. Se hacía el retorno después de haber hecho las compras necesarias para la buena marcha de la plantación.

Aprovecha Felipe su segundo viaje de mes para enviarle una cantidad de dinero bastante superior al valor de las vacas que había robado a sus padres antes de marchar, junto con cartas de tranquilidad, cariño y agradecimiento. A su novia le escribía cartas llenas de ternura y amor, prometiéndole que en un año más o menos le enviaría los papeles para poder contraer matrimonio (por poderes) y posteriormente poder juntarse los dos en América.

Transcurridos ya ocho meses, en uno de esos viajes a La Habana, uno de los encargados de la exportación en el puerto le indica que unos directivos de una firma de Estados Unidos está muy interesado en hablar con él, y que le tiene preparada una entrevista ese mismo día por la mañana en un hotel de la ciudad. Como no tenía nada que perder y tiempo le sobraba mientras los estibadores ponían a buen recaudo el tabaco en los almacenes, se dirigió al encuentro. Estaban esperándole dos señores típicamente vestidos a lo norteamericano; después de los saludos de rigor, le plantean que intercedan delante de su patrón, porque querían comprar la plantación de tabaco al completo, y no solamente esa, sino la de varios terratenientes más, para construir un gran grupo tabaquero controlado por Estados Unidos. En el caso de que no fuese posible la operación, querían contratarle como encargado general en unas plantaciones que ya tienen y controlaban en Jamaica.

Ante tal propuesta, desconcertante para él, dado que estarían en La Habana dos días más, les pide que le dejen reflexionar un día sobre la propuesta. Quedan en verse al día siguiente, en el mismo hotel. Después de varias consideraciones, les dice que su patrón merece todo el respeto y agradecimiento por su parte, que no se atreve a decirle nada, que, si ellos llegan a un acuerdo, sí, pueden contar con sus servicios; respecto a lo de Jamaica, que le presentasen un borrador con los servicios a realizar junto con las condiciones económicas; si estas fuesen muy superiores a las que tenía, estaba dispuesto a cambiar de aires. Se despidieron cordialmente para verse ya en la hacienda de su patrón. Cuando ellos fuesen a hacer sus gestiones, allí concretarían, según los resultados obtenidos.

De vuelta a la plantación, comienza a sentir desasosiego por la descortesía que supondría marcharse. Imaginaba la traición al patrón que tan buen trato le dispensaba. Económicamente se encontraba satisfecho, le permitía que cada mes le enviase una cantidad a sus padres y otra a una cuenta que había abierto su novia para que fuese haciendo el ajuar para la boda y cubrir las necesidades que pudiera tener. Lleva casi diez meses sin ningún contratiempo en la plantación. Unas le iban y otras le venían, en esa descortesía que sentía en su mente si no se lo contaba al patrón. Tiene la tentación de ser franco: se arma de coraje, se lo cuenta todo, y siente una sensación de alivio, de sosiego, de paz enormes después de hablarle al patrón.

La reacción de dueño de la plantación ha sido mejor de lo que esperaba: le agradece su sinceridad, el que le haya prevenido sobre las intenciones del grupo tabaquero americano, con una reflexión:

—Los problemas siempre se dieron, pero no voy hacer un problema de eso. Yo no voy a venderles nunca mi empresa, tú puedes quedarte o irte con ellos, no pasa nada. Si te vas y luego cambias de idea, siempre tienes aquí un sitio para trabajar. Es lógico que un momento de la vida cada uno se busque lo máximo. Cuando vengan a verme, aunque no les venda, si desean contratarte y te ofrecen unas condiciones de trabajo muy por encima de lo que tienes, acéptalas. Yo las condiciones que tienes aquí muy poco te las puedo mejorar. La elección es tuya.

Efectivamente, a los quince días se presentan allí los tabaqueros americanos que tienen una reunión con el patrón. Como había dicho, no les vende. Con ellos allí, me mandan llamar: el patrón me dice que había leído el contrato que me ofrecían, que si fuese él no lo pensaba ni un minuto y aceptaba, que a eso no podía llegar ni por asomo. Me lo dan para que lo lea. Efectivamente, las condiciones doblaban con creces las que tenía y la respuesta fue que sí. Para tal vez no tirar la toalla tan bruscamente, les digo que al patrón no lo dejo así, de inmediato, hasta que haya cubierto mi baja con alguien que esté calificado, a lo que no se oponen los americanos. El patrón se lo agradece. Tendría que hacer un último viaje con la caravana de carros a La Habana, y sería para esas fechas cuando firmara la baja en la empresa y me integrara en la compañía americana.

Se cumplían con ello dos años desde mi llegada. Echaba de menos a su novia, ultimaba los preparativos para casarse, tramitando todos los papeles por ambas partes, casándose por poderes. La que ya era su mujer se traslada a vivir a casa de los suegros, en tanto no recibe el pasaje desde Cuba y la indicación de dónde vivirían, con toda probabilidad ya en Jamaica.

En el mes que trabaja en la plantación antes de irse, se dedica especialmente a preparar a un capataz, como le había pedido el patrón. Lo acompañaría ya en su viaje a La Habana, en el que será su último compromiso con el primer trabajo que había tenido en la isla caribeña de Cuba. A la llegada ya estaban los tabaqueros americanos esperándole con los papeles del contrato para firmar, el pasaje y todos los pertrechos para su traslado a Jamaica.

Pasa en las oficinas de la nueva empresa un par de días antes de salir hacia la isla de Jamaica. El viaje lo hace en una goleta de vela, partiendo de La Habana con destino a Ocho Ríos, pequeño puerto que está al norte de la isla. El viaje desde Cuba hasta Jamaica, que está situada al sur de Cuba, dura catorce horas. En esta época la isla es una colonia británica que fue arrebatada a los españoles, dándose la curiosidad de que los españoles huyeron a Cuba, haciendo este mismo recorrido, solo que al revés.

CAPÍTULO III

Traslado a Jamaica

Permanece tres días en esta ciudad, preparando el viaje a las plantaciones de tabaco, que estaban en el condado de Middlesex, concretamente a la parroquia de Saint Catherine, en unos valles cercanos al nacimiento del río Minho. La compañía tenía cerca del puerto un enorme edificio singular, los bajos eran almacenes de las mercancías de los elaborados del tabaco para la exportación a Estados Unidos, garajes con coches para el transporte de mercancías y traslado de personal. Para el traslado de sus pertenencias a la plantación, utilizarían un coche Ford Others, una especie de furgoneta abierta con arranque a manivela. Para el viaje le entregaron un Cadillac 1912 de la General Motors, que estaba equipado con arranque eléctrico, siendo el primer modelo en el mundo que lo poseía. Le ponen un monitor durante un día para que aprenda a conducirlo. Estaba alucinado por el salto cualitativo que había dado con el cambio de empresa. Durante el viaje, en el que lo acompañaban cuatro personas más, dos en la furgoneta y dos en el Cadillac, reflexionaba sobre si podría dar la talla en su nuevo trabajo. Se daba ánimos a sí mismo, considerándose capaz y fuerte para hacer lo que fuese necesario.

A la llegada a la plantación, le dan una vivienda estilo colonial, muy cerca del edificio central de la compañía, donde en los pisos superiores vivían el director y subdirector de la plantación. A un lateral de su vivienda había una edificación anexa que comunicaba con su casa por un pasillo interior. Allí planificaría junto con un ayudante todo lo concerniente a su nuevo cargo, director de producción.

La empresa había adquirido recientemente novecientos ochenta y ocho acres americanos de terreno para ampliar sus cultivos.

Uno de los primeros cometidos que tenía era roturar esos terrenos, allanarlos, ponerles riego y dejarlos listos para nuevas plantaciones, labor que en principio le asusta por el poco tiempo que le daban para hacerlo. Estaba con la mente puesta en los carros de vacas y los arados romanos. Por la mañana le enseñan el parque de maquinaria: ve diez tractores nuevos que tendrá a su disposición para las tareas asignadas y empieza a soñar y a pensar que lo máximo no era lo que había soñado, sino que era mucho más. Por su desconocimiento de los medios que ahora existían se sintió capaz, con fuerzas, contento.

Lo primero ha sido seleccionar un equipo de gente joven, todos ellos de color: en esta parte de la isla la mayoría era negra. Los pone a hacer prácticas con los tractores antes de comenzar los trabajos. Los tractores, a los que llamaban Fordsons, eran de la casa Ford. Establece las brigadas de trabajo para comenzar la roturación de las tierras, con dos choferes y cuatro personas, hombres y mujeres, por cada tractor, poniendo al frente de todo ello a un encargado al que daba las órdenes diarias en su despacho y visitando las obras personalmente cada semana por si se tenía que cambiar algo de lo programado.

No podía estar dedicado enteramente a ello, porque su trabajo comprendía, asimismo, vigilar las plantaciones existentes, seleccionar el tabaco en la recogida de la cosecha, el presecado, el transporte del mismo a los secaderos y controlar la fabricación de los puros en la fábrica.

Uno de los días de visita a la fábrica, constata que la calidad de los puros es inferior a la de Cuba. Tras un estudio, se da cuenta de que las hojas del tabaco son más gruesas; los remates de cada puro, que se hacían de la misma manera, en forma de cola de cerdo, quedaban muy toscos.

Ante este descubrimiento, que transmite a la dirección, le propone que se tiene que cambiar la variedad de la planta de tabaco, empezando por la zona que se estaba roturando para la nueva plantación, para luego ir poco a poco cambiándolas en la zona ya existente, ya que de este modo no se interrumpía el suministro de tabaco. Para ello tendría que hacer un viaje a Cuba, con el fin de hacerse con las semillas de las mejores plantas de hoja fina y trasladarlas a Jamaica. La idea le pareció fantástica a la dirección, que preparó el viaje de inmediato. En Cuba aprovecha para visitar a su antiguo patrón, que lo recibe con gran alegría. Le indica el motivo por el que viaja de nuevo allí, al tiempo que le comenta el grado de modernización de la tabaquera americana, insinuándole que debería empezar a modernizar la suya, cambiando los carros de vacas por furgonetas y sembrando con algún tractor, idea que aceptó encantado el patrón. Le enviaría los tipos de furgoneta y tractores, y dónde podía comprar: tendría que hacer importación directa de Estados Unidos.

Con toda la semilla en La Habana, embarca la mercancía en un vapor mixto de carga y pasaje. Anteriormente, durante la visita a la plantación del antiguo patrón, habla con el encargado de la confección de puros, el cual le manifiesta que no se encuentra contento con la marcha de la plantación desde que se ha marchado él. Le dice que, si decide irse y quiere trasladarse a Jamaica, será bien recibido.

—Mi estancia en La Habana será de cinco días, estaré en el hotel y, si apareces por allí, ya te vienes conmigo.

Así sucedió: al tercer día aparece en el hotel, le dice que sí, que quería irse, y fijan las condiciones; la familia se iría más tarde en otro viaje, junto con las pertenencias.

Nuevamente recalaron en Ocho Ríos. En la sede de la compañía tabaquera ya estaban esperándole. Se encontraban muy contentos con la idea de la nueva modalidad de planta de tabaco que traía, así como con el fichaje del encargado de la anterior plantación. Con todo ello suponían que podrían ser a medio plazo más competitivos y aumentar las exportaciones también a Europa, sobre todo a las islas británicas, donde hasta ahora su calidad no era bien recibida por no alcanzar la calidad «regalía», con el consiguiente aumento en el precio.

A la llegada a la plantación de Saint Catherine, tras la presentación del nuevo jefe de la fábrica de puros, se trata de darle un alojamiento en un pabellón situado al lado de la fábrica, donde tendría todas las comodidades y espacio para cuando pudiera traerse a la familia. En cuanto a la nueva clase de semilla, en una esquina de la zona roturada de nuevo llevaban acondicionados unos ciento ochenta acres americanos. Se preparan unos semilleros con riego provisional para poner en marcha la nueva cosecha con el tipo de planta adecuado, de hoja fina.

Por parte del nuevo maestro de puros, consensuan que, aun con el tabaco que tienen, se puede mejorar la forma estética, y le dan un cursillo acelerado al personal existente, en este caso mayoritariamente mujeres de color. Al poco tiempo se nota que el puro goza de otra presencia. Quedaba por arreglar la parte final del puro, en cola de cerdo, que no acababa de gustar. Tras varias conversaciones, deciden probar a eliminar dicha terminación y cerrar el puro pegándolo. Tenía que ser con un pegamento natural que no cambiase el sabor del tabaco y no intoxicase al fumador. Hacen pruebas con un engrudo de harina de trigo, pero se quedaba muy dura y no dejaba transpirar el puro al succionarlo. Devanándose los sesos, recuerda que cuando iba a la escuela en Arzúa, sus padres, cuando se le rompía un libro, solían pegarle las hojas con patata cocida. Deciden probar con la patata y el resultado fue espectacular. El puro terminaba redondito en la punta, no daba ningún sabor y transpiraba perfectamente.

Ante estas mejoras, la compañía le cambia el nombre al tipo de puro, notando que el mercado de Estados Unidos lo acoge de mejor grado: los pedidos aumentan.

CAPÍTULO IV

Llegada de la mujer a Jamaica

Deciden como premio darle por todo su esfuerzo, trabajo y nuevas ideas un regalo en forma de acciones, de un uno por ciento de la empresa, para tener una tranquilidad total en cuanto a lo material y lo espiritual, para llenar los vacíos que cada noche notaba en su corazón ante la ausencia de su mujer. Cree que ha llegado el momento de que su esposa se reúna con él. Ultima todos los preparativos, los permisos, el dinero y pasajes, y la reclama a su lado. Al mes y medio llega al puerto de Kingston, capital de Jamaica, el buque de pasaje que había salido de Vigo haciendo el recorrido Lisboa-La Habana-Kingston.

Pasan unas breves vacaciones en esta ciudad, alojados en uno de los mejores hoteles, haciendo turismo, compras, disfrutando de ellos mismos como venían deseando desde hacía más de tres años. Se sintieron cómplices, alegres y felices, deseando que, ya una vez juntos, esa felicidad durase toda la vida.

Los deberes hacen que pongan rumbo a las plantaciones. Era un camino hermoso, lleno de vegetación frondosa, en la zona costera, a base de palmeras y manglares. Ya subiendo a las sierras, se llena de maderas de caoba, cedro rojo, ébano, ornamentales como las buganvillas. Los valles son de una increíble belleza. El paso causaba un profundo bienestar. Hablaban mucho, como queriendo contarse las cosas de la ausencia que habían estado separados en un espacio corto de tiempo. Se sentían enamorados, como cuando se despidieron en Arzúa antes de marcharse.

A la llegada a la plantación, el recibimiento ha sido entrañable. Parte de los trabajadores de la plantación les hicieron un pasillo hasta su apartamento, tirándoles flores y entregándole a la mujer un ramo precioso de orquídeas. La dirección y parte

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