Hombres que ya no hacen sufrir por amor: Transformando las masculinidades
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Coral Herrera Gómez
Se doctoró con una investigación sobre el amor romántico, y desde entonces trabaja en el Laboratorio del Amor, un taller permanente en torno a los estudios amorosos desde una perspectiva de género. Gracias a su trabajo de divulgación, son cada vez más las mujeres que ya no sufren por amor.
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Comentarios para Hombres que ya no hacen sufrir por amor
17 clasificaciones2 comentarios
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Excelente lectura para aquellos interesados en el feminismo desde la postura masculina, es decir, ¿qué me importa, cómo me afecta el feminismo a mí, hombre?
Si estás empezando el tema, si quieres conocer más o buscas material para presentarle a un amigo, un familiar, alumnos, colegas, pacientes... esta es una excelente selección. Los últimos 4 capítulos tienen los elementos más impactantes y directos en uno, a mi criterio, pero toda la obra es una buena lectura.
Tómate tu tiempo, digiere cada capítulo y permítete reflexionar.A 1 persona le pareció útil
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Me parece un título introductorio al feminismo, lo empecé a leer por qué quería saber más sobre masculinidades alternativas, pero de eso hay muy poco y se enfoca mucho más en criticar el patriarcado.
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Hombres que ya no hacen sufrir por amor - Coral Herrera Gómez
autoría.
INTRODUCCIÓN
¿Disfrutan los hombres del sexo y del amor? Esta es la gran pregunta que me ha venido rondando por la cabeza desde que publiqué mi libro Mujeres que ya no sufren por amor. Nosotras llevamos décadas trabajando los patriarcados que nos habitan, y las relaciones con nosotras mismas, entre nosotras y con los hombres, pero, ¿qué están haciendo ellos mientras nosotras crecemos, evolucionamos y nos liberamos del machismo?, ¿cómo se sienten ante todos los cambios sociales, políticos, económicos, culturales, sexuales y emocionales que está consiguiendo la lucha feminista en todo el planeta?, ¿qué aportan ellos a esta transformación?, ¿cómo reaccionan ante la pérdida de sus privilegios?
Este nuevo libro está lleno de preguntas en torno a la construcción de la masculinidad patriarcal y a las masculinidades disidentes, la manera en que los hombres se relacionan consigo mismos, con los demás hombres y con las mujeres, su forma de gestionar las emociones y los sentimientos, y su relación con el amor romántico. Son preguntas que pueden ayudar a los hombres que se lo trabajan y a los que tienen ganas de ponerse a ello pero no saben cómo. Las preguntas nos sirven para analizar la cultura en la que vivimos y para conocernos mejor a nosotros mismos: son herramientas muy útiles para hacer autocrítica amorosa y para trabajarse todo aquello que hemos de trabajar para ser mejores personas y para disfrutar más de nuestras relaciones, y de nuestras vidas.
Los hombres están, en este momento, en una encrucijada histórica: tienen ante sí la oportunidad de unirse a la lucha por un mundo más pacífico, amoroso, igualitario, diverso y ecológico, o pueden seguir como están, atrincherados en sus posiciones, resistiéndose a formar parte de una de las mayores revoluciones que están teniendo lugar en este momento de la historia.
El feminismo nos está cambiando la vida a millones de personas, pero, ¿son capaces los hombres de disfrutar de estos cambios?, ¿por qué muchos de ellos siguen resistiéndose a luchar por la igualdad y por los derechos de las mujeres?, ¿tienen herramientas y capacidad de autocrítica para poder analizar el lugar que ocupan en el mundo, y su papel en una sociedad patriarcal?, ¿se sienten preparados para los cambios que están por llegar?
¿Cómo son las relaciones de los hombres con el feminismo? Poco después de la revolución feminista de los sesenta y los setenta, algunos hombres empezaron a juntarse para hablar de todos estos temas, y para trabajarse los patriarcados que les habitan a nivel personal y colectivo. Desde que surgieron en los años ochenta del siglo XX, los estudios de masculinidades han ido cobrando cada vez más importancia. En los años noventa esta corriente se convirtió también en un movimiento social y político que aún hoy en día sigue siendo muy minoritario, pero que ya está extendido en muchos países. Cada vez hay más grupos de hombres trabajándose los patriarcados, cada vez son más los que apuestan por unirse a los avances de la lucha feminista y los que ya están contribuyendo a este proceso de transformación colectiva.
Estos colectivos de hombres están hablando de cómo les afecta el patriarcado, cómo obedecen los mandatos de género, cómo aprenden a ser hombres, cómo aprenden a reprimirse y a mutilarse emocionalmente, cómo se cuidan y cómo cuidan a los demás. Escriben en revistas, crean blogs, organizan congresos y jornadas, toman y ofrecen talleres, se reúnen en círculos de hombres, organizan concentraciones contra la violencia machista en las plazas de las ciudades, elaboran comunicados, participan en espacios feministas, hacen ciberactivismo en redes. Son los hombres feministas, o los aliados del feminismo, o los hombres igualitarios, pero son una minoría.
La gran mayoría de los hombres están un poco confusos con esta revolución de las mujeres en la que no pueden ser los protagonistas. No saben si ponerse a favor o en contra. Se liga más poniéndose a favor, pero parece que lo de revisar sus privilegios y sus patriarcados les da pavor. Muchos creen que el feminismo puede feminizarles y quitarles su poderío viril.
Esta confusión provoca que muchos reaccionen a la defensiva ante el empoderamiento femenino al suponer que conforme ellas ganan derechos, ellos pierden privilegios. Muchos creen que se trata de una guerra de sexos, cuando en realidad lo que estamos viviendo es una auténtica guerra contra las mujeres. Nosotras vamos desnudas a la guerra, y nos atacan a golpes, hachazos, tiros, navajazos, martillazos y empalamientos. El lugar más peligroso para las mujeres, según el último informe sobre violencia machista de la ONU¹, es el hogar. Nos atacan en casa, nuestros novios, pretendientes, maridos y exmaridos. Nos matan a diario, en todos los países del mundo: 137 mujeres mueren cada día a manos de algún miembro de su familia.
El feminismo no ha matado a nadie, el machismo mata todos los días. Y, sin embargo, los hombres que se sienten amenazados por la revolución feminista no se han puesto a pensar en cómo les encadena a ellos el patriarcado, cómo les limita, como les oprime, cómo les hace sufrir. Tampoco se han puesto a pensar en cómo su patriarcado afecta a los demás, y, en especial, a las mujeres de su entorno, porque hacerlo conllevaría tener que cambiar y transformar sus vidas.
En general, la gente no es capaz de comprender la estructura patriarcal en la que vivimos porque no nos hablan de ella, y muchos creen que es un invento de las feministas para intentar dominar a los hombres. En la escuela sí nos enseñan lo que es el capitalismo, pero no nos hablan del patriarcado, lo que nos deja un gran vacío a la hora de entender cómo funciona nuestro sistema económico y cómo son nuestras relaciones.
El patriarcado es la estructura social, política, económica, cultural, sexual y emocional en la que vivimos y nos relacionamos con los demás. Es una estructura jerárquica en la que los hombres ocupan la parte superior de la pirámide y las mujeres la parte inferior: el mundo patriarcal está basado en las luchas de poder, la explotación de las mujeres y la violencia.
Es imposible vivir el amor como una experiencia gozosa en esta estructura patriarcal: es muy difícil construir relaciones igualitarias basadas en el compañerismo porque nos han educado para relacionarnos desde roles de dominación y de sumisión y para ejercer nuestro poder desde cualquiera de las dos posiciones. Así las cosas, resulta muy complicado quererse bien y disfrutar del sexo y del amor.
Los hombres patriarcales están obligados a ser fuertes, duros, proveedores principales, protectores, y a competir y tener éxito, a ganar todas las batallas, a reprimirse, a mutilar sus emociones, a demostrar constantemente su virilidad. Ser un hombre obediente es agotador, porque la mayor parte de sus energías la dedican a sus luchas de poder, a sus demostraciones de fuerza y virilidad, a su necesidad de imponerse sobre los demás.
Cuanto más inseguro es un hombre, más violento es: la mayor parte de los machos alfa son niños asustados con complejos de inferioridad y miedos que les torturan de por vida, y que torturan a los demás. Esto es producto de una educación basada en la misoginia, desde pequeños huyen de la feminidad porque la masculinidad se construye sobre una triple negación: no soy una niña, no soy un bebé, no soy homosexual. Elisabeth Badinter explica en su obra la manera en que los niños aprenden a asociar todo lo malo con las mujeres, véase: la debilidad, la cobardía, la cursilería, la estupidez, la vulnerabilidad, la torpeza o la maldad.
Los héroes masculinos que los hombres admiran son hombres sin pareja y sin familia, hombres que no saben amar ni cuidar. Solo se rodean de otros hombres como ellos para salvar al mundo, para cumplir una misión, para divertirse, para alquilar mujeres, para hacer negocios. El premio que reciben al final de su batalla es una mujer buena, dulce, entregada y devota que espera su llegada para curar las heridas del guerrero, para alimentarlo, para cubrir sus necesidades más básicas, para obedecerlo, para quererlo incondicionalmente, para hacerle feliz y darle hijos.
Los niños que admiran a estos héroes aprenden desde pequeños a defender su libertad. En toda la cultura patriarcal el mensaje es que los hombres tienen que defenderse de las mujeres, porque ellas son las enemigas. Todas quieren apresarlos mediante sus encantos y su poder sexual, y ellos han de resistir como Ulises resistió a los encantos de las malvadas y seductoras sirenas.
Básicamente la idea que transmite el patriarcado a través de la cultura es que hay unas pocas mujeres buenas, como las princesas de las películas que se dedican a esperar, y la mayoría son mujeres malas que quieren enamorar a los hombres para encerrarlos en el hogar, para aprovecharse económicamente de ellos, para separarlos de su seres queridos, para destruir su autoestima, para manipularlos a su antojo, para hacerlos sumisos y para destrozarles el corazón.
Esta es una de las razones por las cuales los hombres patriarcales aspiran a disfrutar de una vida sexual muy diversa, pero se lo piensan mucho antes de enamorarse o de comprometerse emocionalmente con una mujer. Nosotras sufrimos al lado de hombres que no se enamoran, que no se abren, que no se comparten ni se comprometen emocionalmente. Permanecemos meses y años al lado de hombres que no se fían de nosotras. No nos ven tan perfectas como la princesa rosa de cuento. Ellos aspiran a encontrar una mujer honesta y leal que no les traicione jamás, que les deje llevar el mando, que sea complaciente y abnegada, que sea una esclava del amor. Las mujeres libres les dan miedo. No saben relacionarse con una mujer autónoma de igual a igual: solo aprenden a construir relaciones de compañerismo con otros hombres. Y esto les limita mucho a la hora de relacionarse con las mujeres a nivel sexual y sentimental, porque van siempre con el freno de mano puesto, con miedo a aumentar la intensidad y la velocidad.
Los hombres que nunca entran a las profundidades y se quedan en la superficie son incapaces de disfrutar del amor. Y nosotras sufrimos porque nos han vendido el cuento de que si esperamos y somos pacientes, al final el príncipe azul se enamorará de nosotras. Son mensajes que nos lanzan directos al ego: nos dicen que somos maravillosas, que ningún hombre podrá resistirse a nuestros encantos, y que, si resistimos y sufrimos, obtendremos nuestra recompensa. Al final él se dará cuenta, acabará enamorado y arrodillado como don Juan ante doña Inés, y nos ofrecerá el trono del matrimonio. Sin embargo, la realidad es que la mayor parte de las relaciones en las que hay muros y obstáculos para el amor no funcionan, y nos hacen sufrir a todos para nada.
Las relaciones entre los hombres también son complicadas, pues los varones patriarcales viven con un miedo constante a la homosexualidad. Solo se besan, se tocan el culo y se frotan los cuerpos cuando meten un gol jugando al fútbol: el resto del tiempo están continuamente reprimiéndose o reprimiendo a los compañeros con las bromas típicas de la homofobia patriarcal. Y los que peor lo pasan son, por supuesto, los hombres homosexuales y bisexuales.
Muchos hombres heterosexuales viven su sexualidad en función de otros hombres. Es decir, cuando tienen relaciones con mujeres piensan en realidad en la admiración y la envidia que sentirán los demás por su habilidad para la caza de hembras hermosas, su potencia sexual y su fertilidad. Para los hombres educados en el patriarcado, su virilidad depende de la cantidad de mujeres que logren penetrar: estar en una relación de pareja monógama y formal les resta puntos. Por eso muchos tratan de permanecer solteros el mayor tiempo posible. Incluso una vez que se casan muchos de ellos siguen disfrutando de su diversidad sexual, y negando a su compañera la posibilidad de hacer lo