Vida del auténtico Andy Bengoa
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Porque eso es, exactamente, Andy Bengoa, un ser salvajemente libre, valiente hasta la temeridad, de temperamento rocoso y, al mismo tiempo, rebosante de sensibilidad. La intensidad y, en ocasiones, crudeza de su peripecia vital, que Iturralde traslada con pulso firme y absoluta fidelidad a estas páginas, es de las que hacen dudar de la naturaleza humana del protagonista y narrador. Repleto de situaciones límite, su relato rezuma, quizá por eso mismo, un obstinado amor a la vida y a la libertad.
Iturralde, en su breve prólogo nos describe así a Andy Bengoa: "Es el amigo invisible. Es el holandés errante (en este caso, mejor, el vasco-americano errante). Es el hombre del saco. Es el niño tierno y cariñoso. Es el hombre duro, seco y distante. Es el caminante que no deja rastro. Es la apisonadora que machaca. Es un recuerdo alargado y una presencia aplastante. Es una memoria omnipresente.
"Él sigue con su vida, va y viene, aparece y desaparece. Ahora mismo debe de estar en algún lugar perdido del bosque de la Amazonia, o acaso en Manaos, o quizá en Iquitos, degustando una gran botella de cerveza helada, y pensando ya en su próximo movimiento".
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Vida del auténtico Andy Bengoa - Jose M. Iturralde
VIDA DEL AUTÉNTICO ANDY BENGOA
© 2010, Joxemari Iturralde
© De la presente edición: 2010, ALBERDANIA,SL
Plaza Istillaga, 2, bajo C. 20304 IRUN
Tf.: 943 63 28 14 Fax: 943 63 80 55
Portada: Antton Olariaga
Digitalizado por Comunicación Interactiva Adimedia, S.L.
www.adimedia.net
ISBN edición impresa: 978-84-9868-186-4
ISBN edición digital: 978-84-9868-259-5
Depósito legal: SS. 1221/10
JOXEMARI ITURRALDE
VIDA DEL AUTÉNTICO
ANDY BENGOA
A L B E R D A N I A
a s t i r o
PRÓLOGO
Joxemari Iturralde
Es el amigo invisible. Es el holandés errante (en este caso, mejor, el vasco-americano errante). Es el hombre del saco. Es el niño tierno y cariñoso. Es el hombre duro, seco y distante. Es el caminante que no deja rastro. Es la apisonadora que machaca. Es un recuerdo alargado y una presencia aplastante. Es una memoria omnipresente.
Es un amigo y un desconocido. Es un extraño y es un íntimo. Está presente y siempre ausente. Es desconcertante. Tiene una vida nada corriente, siempre interesante.
Le conocí en una época muy mala (para él), y mi amigo Juantxu y yo lo acogimos en casa durante una temporada. En épocas de su vida quizá haya sido –no lo sé con seguridad– una zona libre de toda moralidad. De otro lado, es un hombre recto, justo, honrado y cumplidor fiel de la palabra dada, amigo de sus amigos, una persona que no defrauda.
A lo largo de todos estos años nos hemos ido viendo a veces, intermitentemente, y es en esos tramos cuando él me ha ido contando parte de su vida a retazos, cosas sueltas aquí y allá. ¿Cuánto? No lo sé con seguridad, quizá cuatro partes de diez, acaso más o acaso menos. Puede que esa sea la proporción exacta de lo que yo conozco de su vida, un cuarenta por ciento.
Esto es lo que hay y lo que ahora, amable lector, tienes entre manos en forma de libro.
Él sigue con su vida, va y viene, aparece y desaparece. Ahora mismo debe de estar en algún lugar perdido del bosque de la Amazonia, o acaso en Manaos, o quizá en Iquitos, degustando una gran botella de cerveza helada, y pensando ya en su próximo movimiento.
Quién sabe, quizá acaba de regresar y está de nuevo aquí, entre nosotros. Con él nunca se sabe.
1
Mi abuelo paterno nació en Aretxabaleta, en un caserío de barrio. En el tiempo de la herencia el hermano mayor se quedaba con todo, y como mi abuelo no era el mayor, no le tocó nada, por lo cual tuvo que irse a vivir a Etxebarri a trabajar en las minas de Bizkaia. En aquellos tiempos, según he oído yo a mi familia, era normal que el capataz pegase a los trabajadores. Supuestamente, como a mi abuelo no le gustaba abusar de la gente, quedaba mal por una parte con los obreros porque era el capataz y por otra parte con la directiva, porque no machacaba suficientemente a los trabajadores. Decidió pasar de todo. Eran tiempos en que se podía emigrar a Estados Unidos, había mucha demanda de pastores, y sobre todo de vascos. No lo sé con seguridad, serían los años treinta cuando él emigró de pastor a la zona de Idaho, a las montañas; y después, en los años cuarenta, calculo yo, se llevó a mi padre para allá. Mi familia paterna vivía entonces en Etxebarri, mi padre había nacido allí, y no había mucho trabajo en aquellos tiempos en Bizkaia, aparte de las minas. Él se animó y aceptó ir a donde mi abuelo paterno, emigrando también a Estados Unidos para trabajar de pastor en los montes de Idaho. Después, también durante los años cuarenta, aunque no sé exactamente en qué año, vendría de vacaciones a Bizkaia como el típico indiano, a comer bien, a recordar sitios y ver a la familia.
Y ahí se casó con mi madre, María Garteiz, nacida en un caserío de Arrankudiaga, que aún existe y en donde vive mi tía, Gloria Garteiz. En aquellos tiempos un indiano era buena pesca, me imagino, venía con unos cuantos dólares y para una aldeana de Arrankudiaga pues sería… amor a primera vista. Mi padre volvió a Estados Unidos, a trabajar, mientras mi madre se quedaba aquí. Yo nací en la zona de Indautxu, en el último portal de General Eguía, ahora pasa la autopista por ahí, antes pasaba el tren cerca, había un puente que cruzaba lo que hoy en día es Sabino Arana; ahí estuve yo. Mi madre vendía y compraba pisos, tenía mucha amistad con la familia de Piru Gainza, jugador del Athletic y, bueno, no me acuerdo de mucho más porque yo tenía cinco años. Me acuerdo de que empecé un año con los jesuitas, no creo que lo terminase porque mi madre decidió, o decidieron mis padres, que íbamos a emigrar todos a Estados Unidos. Mi padre ya estaba allí, mi madre y yo vivíamos aquí.
O sea, que aproximadamente hacia mediados de los años cincuenta, nos fuimos para allí: me acuerdo de que era un barco de pasajeros que, me imagino, lo cogimos en Santurce, para hacer la gran travesía a Estados Unidos. Yo tendría entonces cinco o seis años, me acuerdo del barco, teníamos amistad con uno de los oficiales, que me llevaba a un lado y a otro por el barco, enseñándome otras zonas, mostrándome la cocina, y recuerdo que los cocineros me solían dar galletas. Recuerdo también que había unos cubanos que llevaban unas jaulas llenas de gallos de pelea, y que había que estar separando las jaulas porque los gallos sacaban las cabezas y empezaban a atacarse. Otro recuerdo del barco es que tuve un dolor de muelas terrible, y aprovechando una parada que hacía el barco en, no sé, Asturias, Galicia o Santander, nos bajamos y me llevaron a un dentista. Después ya nos fuimos al Atlántico y lo cruzamos.
La travesía fue normal para un barco de pasajeros, no hizo un tiempo especialmente malo. Me acuerdo de cuando ya llegábamos a la bahía de Nueva York: vi la estatua de la Libertad, todos los edificios, yo no me enteraba de nada, era demasiado pequeño, estaba bajo las faldas de mi madre. Me acuerdo de que estábamos en una cola, haciendo el trámite de aduanas o emigración, o lo que fuera, y fue la primera vez en mi vida que vi mujeres con pantalones largos, lo cual me impresionó bastante, ya que en los años cincuenta eso en Bilbao no se veía. Teníamos las señas de un hotel, que era de un tal Aguirre, me parece, bastante conocido porque era donde paraban todos los vascos que iban camino de Idaho. Paraban todos ahí a dormir, a comer, a enterarse un poco de cómo funcionaba aquello. Me acuerdo de que nos quedamos a dormir en ese hotel Aguirre de Nueva York, regentado por vascos.
Al día siguiente cogimos el tren que nos llevaba hasta Chicago. En Chicago teníamos que hacer trasbordo, mi madre no hablaba nada de inglés, aunque estuvo recibiendo unas clases, pero aparte de How are you?
no creo que supiera mucho más, y bueno, yo junto a su falda, allí nos metimos adentro, había muchísima gente, mucho lío, ella tratando de obtener alguna información… Por fin nos montamos en un tren que iba, me parece, hasta Shoshone (Idaho), no creo que parase ya hasta allí. Es un lugar donde las vías cruzan por mitad del pueblo, donde hoy en día no queda prácticamente nada, más que recuerdos. No sé cuantos días tardó el tren, cuatro o cinco, los que fueran, y allí aterrizamos en Shoshone. Estaba mi padre esperándonos, yo prácticamente no le conocía, o apenas tenía recuerdo de él. Venía con un amigo y nos fuimos a Gooding, a una pensión vasca que ya no existe, que la llevaban una tal Enriqueta y un tal Gamboa. Este Gamboa había sido boxeador, tenía la típica nariz rota del boxeador, y llevaban esa pensión, la casa vasca de allí, yo me acuerdo de haber dormido en ese lugar. Pasamos un par de días en Gooding y nos fuimos hacia un rancho, allá, donde mi padre trabajaba como capataz, y bueno, teníamos una pequeña casa donde mi madre trabajaba de cocinera, y allá al lado del comedor había una pequeña habitación, donde dormían mis padres, donde dormía yo, etc...
Allí fue donde creo que por primera vez en mi vida vi la nieve, porque para entonces sería ya noviembre o diciembre. La nieve me impresionó bastante, y también los fríos, el frío terrible que hacía en Idaho. Aunque era una zona tirando ya hacia el sur, los inviernos eran bastante duros. El otro capataz tenía también unos críos de aproximadamente mi edad, que me explicaron cómo iba aquello. Me preguntaron si me quería cambiar el nombre, a esa edad se podía cambiar de nombre, y a mí me sonaba mucho mejor Andy que Andrés Mari. Y ya desde entonces y para siempre, para todos los asuntos oficiales, de seguridad social, estudios…, siempre he sido Andy Bengoa, aunque haya nacido en Bilbao y mi nombre fuera Andrés María Bengoa Garteiz. Desde entonces fui y he sido Andy Bengoa, nada más, ya que siempre me ha gustado mucho más ese nombre.
2
Fue la época en que solíamos visitar a muchos pastores vascos que estaban en el monte, teníamos sus señas. Nos citábamos con vascos que vivían en los montes. Íbamos mi padre, mi madre y yo allí, y les dábamos cerveza, se ponían muy contentos, querían saber qué noticias había de Euskadi… Se tomaba cerveza, se cocinaba un cordero muy rico, estábamos allí en mitad del campo, con rifles, pistolas, yo nunca había visto esas cosas; montar a caballo también era algo nuevo para mí, ver a los mayores disparando sus rifles, sus pistolas… Una vez dormí con mi padre en un carro-campo. Un carro-campo es donde duermen y cocinan los pastores; hay una ventanita en la parte posterior del carro-campo, yo dormía en ese lado. Me acuerdo de levantarme por la mañana con la nariz completamente helada, del frío que hacía en aquellas montañas, aunque ya era verano.
Después de eso mi padre y mi madre aceptaron un trabajo en Sun Valley (Idaho), que está al lado de Ketchum, que se hizo famoso porque ahí se suicidó Ernest Hemingway. El pueblo es Ketchum y Sun Valley es el centro hotelero, donde se va a esquiar en invierno y en verano los artistas pasan una temporada. Mi padre consiguió trabajo de guía de pesca e hizo cierta amistad con Hemingway, mi madre me contaba todo esto, yo era muy pequeño y me acuerdo de ver a un señor barbudo con mi padre, y no mucho más porque yo entonces no sabía quién era Hemingway ni nada parecido. También mi padre me contaba, bueno, y yo lo veía, que a Hemingway le gustaba mucho pelear con mi padre; como mi padre era buen chicarrón del norte, pues, parece que los dos se llevaban bastante bien y les gustaba beberse unas cervezas y ponerse los guantes y darse unos mamporros de primera división. Yo me acuerdo de algo. Y a mi padre eso le encantaba. Trabó cierta amistad con Hemingway; también les gustaba ir al monte, tomarse media botella de whisky, ponerse los guantes y borrarse a tortazos, les encantaba. Está bien eso.
En la piscina de Sun Valley es donde aprendí a nadar. En ese centro de vacaciones había también otros vascos y uno de ellos era el responsable de la piscina y me preguntó si quería aprender a nadar. Le dije que sí, me ató de una cuerda y me llevó arrastrando por toda la piscina hasta que me acostumbré a nadar de una manera o de otra. Y después ya, cuando llegó el invierno, mis padres tuvieron trabajo fijo y decidieron quedarse, pero yo no podía. A ellos les daban sitio para dormir, comer, etc… pero yo no podía quedarme. En Hailey, que está aproximadamente a once millas al sur de Ketchum, existía lo que había sido antes una pensión vasca, ya no estaba en funcionamiento, pero la señora tenía amistad con mis padres. Ese invierno fui a la escuela en Hailey (Idaho) y me quedé a vivir en la pensión de esta señora vasca. Otra vez nueva escuela, otra vez nuevo ambiente, con todo lo que eso implica…
Me acuerdo de alguna de las travesuras que hice, por ejemplo, escondí un montón de balas en la habitación, y quería explotarlas. Me fui a un monte e hice fuego y empecé a tirar las balas, bam, bam, y de repente me di cuenta de que el fuego se estaba esparciendo por todo el monte, era verano, hacía calor y claro, no quería acercarme a apagarlo porque igual empezaban a explotar las balas y me alcanzaban. Cuando por fin explotaron el fuego se había expandido tanto que ya no pude apagarlo, y empecé a correr y bueno… Fue mi primer monte quemado. No sé ni cómo llegaron los bomberos, no lo sé… Prácticamente todo el mundo sabía que había sido yo, pero nunca vinieron las autoridades a decirme nada, no sé si fue porque era demasiado joven o por qué. Pero, bueno, eso es lo que ocurrió.
También me acuerdo de que en Hailey siempre había unos chavales que eran los jefes de la zona, unos auténticos hijos de puta. Tendrían unos ocho o nueve años aproximadamente, se veía que no iban a acabar bien, muchos años después en un accidente de coche uno murió y otro quedó paralítico. En Idaho siempre ha habido gente muy bruta, ya se veía que esos iban a tener una corta vida y así fue. También solía ir a pescar con unos señores vascos, en Warm River, que pasa entre Ketchum y Hailey, ahí se pescaba muchísimo. Yendo por el camino a Sun Valley, yendo hacia arriba, puedes acampar y levantarte rodeado de ciervos, también en aquellos tiempos podías ver algún que otro oso negro si te internabas suficientemente en el bosque. Y ahí estuve un par de años aproximadamente, en ese plan: rodeado de naturaleza, aprendiendo a cazar, aprendiendo a pescar, aprendí a escalar montes. Afiné mucho la puntería para no fallar, en Idaho se puede comprar una pistola o una escopeta con simplemente demostrar que eres residente, con el carné de conducir. Entonces era demasiado pequeño para tener un arma, pero los mayores siempre enseñaban a los menores a disparar, a hacer puntería. Se empezaba con una que se llamaba BB John, como las que se usan aquí en las ferias, se pasaba al calibre 22 y después ibas subiendo, hasta comprar una legalmente, teniendo ya buena puntería para salir a cazar.
3
En la primavera de 1961 mi madre empezó a hablar del buen sistema educativo que había en España, de la buena educación que proporcionaban los curas, etc. Total, que me mandaron interno a Bilbao, a Santiago Apóstol, el colegio que estaba en Pozas. Y encima era carísimo. Supongo que mis padres tuvieron que hacer sacrificios para poder pagar mi internado ahí. Bueno, pues, Santiago Apóstol del 61 se hizo famoso por toda la gente que ha estado ahí, por los palos, las palizas que repartían, y por supuesto, por las misas, las había todo el tiempo, todas las que quisieras. Pues bueno, yo he estado interno ahí. Había mucha gente frustrada, que llevaba el uniforme de cura. Había un cura que si veía que no ponías atención en lo que decía, te hacía una pregunta, y aunque hubieras prestado atención y acertaras a repetir lo que él había dicho, replicaba: Sí, sí, pero otra cosa que dice la Biblia es que hay que escuchar en clase
, y te arreaba una bofetada que te borraba la cara. Y eso que nosotros teníamos once añitos, eh. Luego había otro cura que era como un corderito, pero de repente se volvía loco, y casi le tiró del segundo piso abajo a un chaval. Ahí estábamos, llenos de zumbados oficiales. Cuando le escribía a mi madre diciendo qué pasaba, ella me decía que la Iglesia lo era todo y que algo habría hecho yo. ¿Qué iba a hacer yo? ¿Qué va a hacer un niño a los once años? Nada, pero, bueno… La mentalidad entonces, sobre todo de la gente aldeana que creía que había ascendido algo, era así. Pero ya son cosas del pasado.
Claro, yo tenía alguna dificultad con el idioma, no mucha, aunque me costaba un poco más que al resto, pero bueno, sólo cateé matemáticas, igual que va a hacer mi hija ahora. Nunca he tenido mucho respeto por las matemáticas, aunque los matemáticos dicen que se necesitan para todo en esta vida. Bueno, las cateé. El primer verano antes de ir al colegio lo pasé con nuestros primos en Neguri. Vivían en Neguri porque trabajaban allí, de chófer, de jardinero, de guardaespaldas, en la antigua casa de Lezaga-Lizamón. Eran unos alemanes y mi tío era el que hacía de chófer, de jardinero y de todo, tenían allí una casita. Ese primer verano antes de ir a Santiago Apóstol lo pasé con ellos. Después de Santiago Apóstol me fui con mi tía a Arrankudiaga, mi tía Sol vivía cerca de donde está el ayuntamiento, y bueno, ahí todo el mundo jugaba al fútbol menos yo. Había un tal Escalza, que falleció hace poco, que después jugó en el Athletic, yo jugué con él, pero como yo no valía como futbolista, para mí entonces no existía el fútbol, pues nada, me ponían de portero y me daban cada una con la pelota… Después vino mi madre a recogerme, aproximadamente en agosto, me tocó hacer el examen de recuperación de la asignatura de matemáticas en septiembre, fui al examen y lo hice, pero nunca supe si lo aprobé o no, porque no nos quedamos. Mi madre vino a recogerme para volver a Estados Unidos.
Yo le preguntaba por mi padre y me acuerdo de que ella al principio no me respondía directamente, pero, al poco ya me enteré de que mi madre y mi padre se habían separado, y bueno, desde entonces ya éramos sólo mi madre y yo.
Mi madre seguía viviendo en Sun Valley, y al volver alquilamos una casa en Ketchum. Hizo amistad con un vasco de Erandio, Peru Ugalde, que se había exiliado durante la Guerra Civil y que también trabajaba en el complejo urbanístico de Sun Valley. Yo era un chaval, no le conocía, nunca había tenido un padre y ahora no le podía aceptar aunque él fuera una buena persona. También ocurrió que empezamos a cambiar de pueblos, íbamos de un pueblo a otro por cuestión de trabajo, etc., cuando empezaba a hacer amistad con alguien tenía que cortarla porque nos íbamos a otro pueblo, con todo lo que eso quiere decir. También allí los chavales son violentos, siempre hay un jefecillo y tú cuando llegas a un pueblo nuevo, no eres nadie. Estás solo, no conoces a nadie, el único que se te va a arrimar va a ser, a lo mejor, el más pringado, el perdedor, como mucho. Entonces empecé yo una etapa que bueno, no sé si era porque no tenía padre o porque no podía aceptar a Peru Ugalde…
Nos mudamos a Gooding, Idaho. Era un pueblo en el que ya habíamos estado antes, y allí me dio por apropiarme de todo lo que no estaba atado; o sea, me puse a robar, yo tendría unos doce años y me llevaba absolutamente todo. Una vez había una ferretería en el mismo pueblo de Gooding, y por detrás estaba el callejón, y allí estaba la puerta de atrás de la ferretería, había una ventanita con unas barras, el espacio entre esas barras era suficiente para que pudiera entrar yo. Yo había visto que en el escaparate había una pistola del calibre 22 con cañón largo. Ya me había empezado a enamorar de las armas, pero claro, yo no tenía ni dinero ni edad para andar con ellas. Bueno, vi por el callejón lo que había y por la noche rompí