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Ámame ahora y siempre
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Ámame ahora y siempre
Libro electrónico718 páginas8 horas

Ámame ahora y siempre

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Información de este libro electrónico

Ámame ahora y siempre narra la historia de Alison y Noah, un amor que atraviesa el tiempo, pasado, presente y futuro. Una preciosa historia que arrastra a los lectores por un camino de amor y fantasía, de entrega y pasión a través de un argumento tan controversial como los viajes en el tiempo.

Trilogía completa:
Más fuerte que su destino
Amor, recuérdame
Un nuevo comienzo

IdiomaEspañol
EditorialChris Axcan
Fecha de lanzamiento22 jun 2019
ISBN9780463959039
Ámame ahora y siempre

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    Vista previa del libro

    Ámame ahora y siempre - Chris Axcan

    ÁMAME AHORA Y SIEMPRE

    CHRIS AXCAN

    ÍNDICE

    ÁMAME AHORA Y SIEMPRE

    CHRIS AXCAN

    MÁS FUERTE QUE SU DESTINO

    CAPÍTULO 1

    CAPÍTULO 2

    CAPÍTULO 3

    CAPÍTULO 4

    CAPÍTULO 5

    CAPÍTULO 6

    CAPÍTULO 7

    CAPÍTULO 8

    CAPÍTULO 9

    CAPÍTULO 10

    CAPÍTULO 11

    CAPÍTULO 12

    CAPÍTULO 13

    CAPÍTULO 14

    CAPÍTULO 15

    CAPÍTULO 16

    CAPÍTULO 17

    CAPÍTULO 18

    CAPÍTULO 19

    CAPÍTULO 20

    CAPÍTULO 21

    CAPÍTULO 22

    CAPÍTULO 23

    CAPÍTULO 24

    EPÍLOGO

    AMOR, RECUÉRDAME

    CHRIS AXCAN

    CAPÍTULO 1

    CAPÍTULO 2

    CAPÍTULO 3

    CAPÍTULO 4

    CAPÍTULO 5

    CAPÍTULO 6

    CAPÍTULO 7

    CAPÍTULO 8

    CAPÍTULO 9

    CAPÍTULO 10

    CAPÍTULO 11

    CAPÍTULO 12

    CAPÍTULO 13

    CAPÍTULO 14

    CAPÍTULO 15

    CAPÍTULO 16

    CAPÍTULO 17

    CAPÍTULO 18

    CAPÍTULO 19

    CAPÍTULO 20

    CAPÍTULO 21

    CAPÍTULO 22

    CAPÍTULO 23

    CAPÍTULO 24

    CAPÍTULO 25

    UN NUEVO COMIENZO

    CHRIS AXCAN

    CAPÍTULO 1

    CAPÍTULO 2

    CAPÍTULO 3

    CAPÍTULO 4

    CAPÍTULO 5

    CAPÍTULO 6

    CAPÍTULO 7

    CAPÍTULO 8

    CAPÍTULO 9

    CAPÍTULO 10

    CAPÍTULO 11

    EPÍLOGO

    A través del tiempo

    AGRADECIMIENTOS

    ÁMAME AHORA Y SIEMPRE – TRILOGÍA

    Primera edición: Enero de 2014

    Segunda edición: Abril de 2016

    © 2016, Chris Axcan

    © 2016, Chris Axcan, por el diseño de portada

    © 2016, Mirella Díaz, por la corrección

    ISBN-10: 1532737548

    Imagen de Inarik, Canstockphoto.

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducir total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, e tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, http://www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    MÁS FUERTE QUE SU DESTINO

    Libro 1

    CAPÍTULO 1

    —Unidad dos. Aquí central urgencia. Prioridad uno en la mansión Jefferson. El paciente es un hombre mayor, con los síntomas de un ataque al corazón, pero con dificultad para respirar. Jefferson County oeste…

    Mi padre puso el helicóptero en marcha y me preparé para el vuelo atando el cinturón de seguridad.

    Vivo en Denver desde que me trasladé hace ya ocho años, y desde entonces no han hecho más que cotillearme del tenebroso señor Jefferson; un hombre sólo, amargado, asquerosamente rico, pero sólo al fin y al cabo. La gente comentaba que su esposa desapareció misteriosamente. Fue un escándalo en el pasado. Un compañero me contó que él la asesinó y escondió el cadáver para no ir a la cárcel.

    —Ya casi estamos hija —me advirtió mi padre sobrevolando la ciudad.

    Mi padre desde que se divorció de mi madre no volvió nunca a hablar de ella, dolido porque aún la quería. Ella se volvió a casar y yo volví con mi padre. A mis veinte nueve años de edad me sentía mal, nunca encajaba en ningún lado ni con mi madre ni con él. Por lo menos con él no hacía falta hablar mucho, al revés de mi madre.

    Me llamo Alison Bennett, soltera, y trabajaba con mi padre, Paul. Él era conductor de helicóptero y yo médico. Aunque me mareaba la sangre y de verdad que todos se extrañaban de que eligiera esta profesión. Por alguna razón que desconozco supe que en un momento dado sabría el por qué…

    Llegamos y mi padre maniobro para aterrizar en el jardín de la mansión. Apenas el helicóptero aterrizó me desate el cinturón y Salí a fuera agachando la cabeza. Me quedé helada al contemplar la casa. ¡Parecía un castillo!, con sus dos torres, una por cada lado. ¡Y todas esas ventanas!

    Por Dios, me puse a temblar, mi corazón se aceleró cuando vi la puerta de entrada.

    De repente me vino algo a la cabeza: «Te buscaré por la eternidad…»

    ¿Un recuerdo? No, no lo creo.

    Me quede ahí parada delante de esa puerta. Me era tan conocida, sin embargo nunca había estado aquí. Era como un déjà vue.

    —Alison, vamos —indicó mi padre.

    Volví a la realidad de repente y automáticamente cogí el maletín de primeros auxilios y entramos a la mansión.

    Un mayordomo nos guió a través de los pasillos hasta el primer piso donde por fin llegamos a una habitación que supuse, sería la del paciente. Todo estaba pasado de época, pertenecía al siglo pasado. Era como un museo, observé en silencio.

    En la entrada me quedé helada. Me paré en seco. Las paredes de piedra antigua, los techos altos, hasta las cortinas de terciopelo en un color rojo vino me eran tan familiares.

    —Por Dios —susurré. En ese instante mi padre se acercó a mí.

    —¿Estás bien?

    —Sí… Sí, claro. Vamos, Noah nos espera.

    —¿Cómo sabes su nombre? —me preguntó mi padre perplejo.

    — Lo sé, eso es todo —le contesté sin saberlo.

    Me volví a poner en marcha. Mi corazón latía a mil por hora. Me acerqué a la cama. Era alta, de época y a baldaquines.

    Ahí estaba el señor Jefferson recostado y se le oía respirar con dificultad.

    —¿Señor? —le llamé—. Todo va a ir bien. Estamos aquí para ayudarle.

    Traté de tranquilizarlo con mis palabras, que me tuviera confianza.

    —¡Papá, oxigeno por favor!

    Mientras mi padre se daba prisa en poner la mini botella de oxígeno en funcionamiento le tomé el pulso al paciente.

    Se veía realmente mal. Su pulso era irregular, aunque fuerte.

    —Aquí tienes.

    Mi padre me dio la mascarilla, se la puse alrededor de la cabeza a mi paciente y la deposité con rapidez pero suavidad sobre su nariz y su boca.

    —¡Aguja! —pedí a mi padre que me la dio en seguida.

    Me dispuse a ponerle la intravenosa. ¡Haría todo para que no muriera! ¡No podía morir!

    —Ve a por la unidad móvil. «Rápido» —le susurré.

    Me miró extrañado, seguro se dio cuenta de mi nerviosismo, se fue corriendo.

    —Señor Jefferson, ¿Me oye? Todo va a salir bien —volví a decirle. Tomé su mano, intentando que él supiera que no estaba solo.

    Estaba muy delgado, la piel muy pálida, se le marcaban las venas a través del tejido.

    Su cara llena de arrugas, su pelo todo blanco y despeinado. De repente un movimiento leve llamó mi atención y me sobresalté. ¡Sus ojos estaban abiertos! Y me miraban fijamente. Eran verdes como el jade.

    —¿Señor? No se preocupe… —no me dejó terminar. Se arrancó la mascarilla de oxígeno. —No haga eso, es para ayudarle a respirar —repliqué con dulzura.

    —Alison. ¿Eres tú? —preguntó.

    Me recorrió un frío inexplicable por la espalda. Esa voz, ¡Oh, Dios!, esa voz me era familiar.

    Sentí que me iba a caer, pero no sé de dónde él sacó las fuerzas para sujetar mi mano.

    —¿Me perdonarás algún día? —murmuró con esfuerzo.

    Quedé perpleja, mirándolo, se perdía en sus recuerdos.

    —Tranquilo. Señor, yo soy...

    —Igual de hermosa que siempre —dijo en un suspiro.

    Me miró con más intensidad, sus ojos se enfocaron.

    —Mi Alison —murmuró con emoción.

    Me sentía perdida. ¿Cómo sabía mi nombre?

    —Señor, toda va a ir bien —le dije, en eso empezó a tener convulsiones, su cuerpo se retorció. —¡No, no, no! —emití un gemido ahogado.

    Comencé la reanimación y el masaje cardiaco con lágrimas en los ojos.

    —¡No te vayas! —Supliqué— ¡Noah! Por favor…

    CAPÍTULO 2

    ¿Me perdonarás algún día...?

    Esas palabras no paraban de dar vueltas en mi cabeza desde que dejé que se llevaran al señor Jefferson a reanimación.

    Conseguí, que su corazón volviera a latir. No me separé de él hasta ahora.

    Llevaba aproximadamente dos horas en la sala de espera del hospital. Sabía que en su estado era arriesgado hacerle una operación tan complicada. Había pocas probabilidades de que sobreviviese.

    Me aferré el colgante que llevaba siempre conmigo con fuerza, por favor pedí en silencio, que no muera.

    —¿Doctora Bennett? —llamó la enfermera.

    Trabajaba en el servicio de cardiología.

    —Sí —me levanté de un salto, el corazón apretado en un puño.

    —¿Qué hace aún aquí? —me preguntó sorprendida.

    —Bueno, yo quería saber el estado del señor Jeffeson.

    Enseguida desvío la mirada y me contestó:

    —Tengo prisa, ya sabe cómo son esas cosas.

    Y se fue alejando.

    Otra vez me quedé sola.

    —¿Familiares del señor Jefferson? —preguntó otra una enfermera diez minutos más tarde.

    Seguramente era nueva nunca, nunca la había visto antes.

    —Sí… Sí —contesté a duras penas y en voz baja.

    —¿Usted es Alison?

    —Sí, soy yo.

    —Pase al cuarto a verlo. Ha despertado de la anestesia y  solicita su presencia.

    Me levanté del sillón, hasta ahora no me había dado cuenta de lo tensa que estaba, me dolía todo el cuerpo.

    La enfermera me guió a una habitación en cuidados intensivos. Respiré hondo un par de veces y abrí la puerta acristalada palmo a palmo para no molestarlo.

    Ahí estaba tendido en la cama todo lleno de tubos y agujas que salían por todos los lados.

    Más pálido que esta mañana si era posible. ¡Parecía tan frágil! Un sentimiento de querer protegerlo me invadió. Tenía ganas de abrazarlo, de susúrrale que todo iría bien.

    Me aproximé a él, parecía tan cansado.

    —Alison... —me llamó. Estaba casi segura que dormía, me sorprendió—. Has venido.

    Me entró entraron ganas de llorar.

    —Sí —respondí con una emoción desconocida—, aquí estoy.

    Era de locos. No lo conocía de nada y me sentía tan atada a él. Era más fuerte que yo. No comprendía nada.

    —¿Me llevarás a casa? —preguntó, esta vez abrió sus ojos de un verde profundo y vidrioso.

    —Yo… Yo no soy su esposa, falleció hace muchos años señor Jefferson —dije en un susurro.

    Hizo una breve negación con la cabeza.

    —Sí, lo eres, aunque no lo sabes... —contradijo con cansancio.

    Entonces levantó una mano y con un dedo acarició mi colgante.

    Me miró con ternura y se le derramó una lágrima por la comisura de sus ojos.

    Las lágrimas seguían por las arrugas de su cara para ir a morir más abajo de su barbilla. Me quedé hipnotizada, conteniendo el aliento. Un ruido hizo que girara a ver qué ocurría. El monitor de su corazón hacía un sonido de alarma.

    ¿Por qué la línea era tan plana?

    No quería reaccionar. ¡No podía ser! Volví la cabeza hacia Noah. Estaba sonriendo, con los ojos cerrados y tan tranquilo de repente.

    Automáticamente le cogí el pulso, aunque mi corazón me gritaba de dolor.

    Se había ido para siempre...

    CAPÍTULO 3

    Hacía ya un mes que Noah Jefferson había fallecido.

    Recuerdo fragmentos de una línea plana en un monitor, una lágrima correr por una mejilla arrugada y ahí ya nada. Negro total.

    Desperté como una hora más tarde bajo la preocupación de mis colegas y fui acompañada a casa.

    Subí a mi cuarto, me quité la ropa de trabajo. Mi blusa blanca toda arrugada, mis pantalones y mi camiseta y la ropa interior y lo tiré todo al suelo, me enrollé en una toalla y me fui corriendo al baño.

    Cuando me examiné en el espejo y vi la imagen que me devolvió me asustó. Parecía fuera de mí.

    Me metí a la ducha y sentí como poco a poco el agua caliente relajaba mis músculos aun doloridos. Me vino a la cabeza unos ojos de color verdes, una mirada que me hizo temblar de anhelo.

    Me dejé caer al suelo de la ducha, apretando mis piernas, rodeándolos con mis brazos.

    No me di cuenta de que lloraba, fue como si el mundo se acaba para mi, ¡era de locos, por Dios!

    Me dejé llevar por mi llanto. No sé cuánto tiempo estuve ahí sentada. Algo estaba mal y tenía que descubrirlo.

    Y ahora qué había pasado mes, no me sentía mejor. Estaba desanimada y apenada.

    —¿Alison? —llamó mi padre— ¿Bajas a desayunar?

    —Ya voy, papá.

    Acabé de vestirme. Hoy no trabajaba. Tocaba limpiar la casa. Aunque no me sentía con ánimo de más, la verdad. Me puse un chándal de un gris pasado desvaído y bajé a la cocina.

    —Buenos días, papá. ¿Estás leyendo el periódico?

    —Sí.

    Y regresó a su lectura. Mi padre, como siempre, hombre de pocas palabras. Me serví café y me hice un par de tostadas con miel, luego me senté frente a él.

    —Alison, ¿no piensas salir hoy?

    —No —respondí distraídamente y seguí comiendo.

    Hizo ruido al pasar las páginas.

    —¿Sabes? Van a organizar una subasta benéfica esta tarde.

    —Ah, qué bien, un sitio lleno de polvo y cosas viejas —refuté.

    —A mí me hubiera gustado ir, pero tengo guardia en el trabajo hoy.

    Le miré sin comprender

    —Bueno, otra vez será, papá, habrá otras.

    —No, no lo creo. Esa subasta es de todas las pertenencias que había dentro de la mansión Jefferson.

    Casi me estrangulo con la tostada y me entró un ataque de tos. Tosí varias veces, se me llenaron los ojos de lágrimas.

    —¿Estás bien? —preguntó mi padre alarmado al verme roja.

    —Sí, sí —repliqué, aun nerviosa de la noticia.

    Tenía que ir a esa subasta, estaba segura que ahí estaban las respuestas que buscaba.

    Más tarde, cuando mi padre se fue, llamé a Dan para preguntarle si me acompañaba y él feliz me dijo que pasaría a por mí en un rato. Era Cheyenne, habíamos salido un tiempo en el pasado.

    Corrí a mi habitación y me cambié de ropa. Me puse una falda larga hasta los tobillos de algodón azul, era ancha y fresca, y escogí una camisa de manga corta blanca con cuello en uve. Mis zapatillas deportivas blancas para ir a juego y corrí al cuarto de baño, me miré al espejo, ¿qué iba a hacer con ese pelo?

    Por Dios, igual de rebelde que siempre. Lo cepillé con fuerza y lo dejé caer libremente por mi espalda. No me puse maquillaje ya que era batalla perdida. Me cepillé los dientes y en ese momento oí el claxon del coche de Dan.

    Bajé corriendo para encontrarme con él en la entrada. Me miró y me dijo sonriendo:

    —Estás radiante hoy.

    —Gracias —contesté. Empuñé mi bolso de piel marrón de bandolera y me lo puse—. ¿Nos vamos?—pregunté ansiosa.

    —Sí, claro ¿Te encuentras bien?

    —Sí, ¿Por qué? —inquirí, mirándole a los ojos.

    —No, por nada —repuso dirigiéndose al coche, para ir rumbo a la mansión Jefferson, allí se daba la subasta.

    Estaba impaciente.

    Llegamos a la mansión, estacionamos el coche y me bajé, consciente de que a cada paso que daba me acercaba más a algo inexplicable. Me sentía como atraída.

    En la entrada de la casa había un grupo de personas con un guía. Iban a realizar como una especie de visita, nos unimos a ellos.

    Empezamos la visita por la inmensa cocina, seguido por la cochera. Había toda una colección de coches antiguos. Dan se dirigió a verlos más de cerca. El guía explicaba que al señor Noah Jefferson le encantaba los coches de lujo y esa era una de sus pasiones. Seguimos con el grupo hasta dentro de un salón enorme, era como una sala de fiestas, ahí habían puesto la mayoría de los objetos para sacar a la subasta.

    Me entró vértigo y me agarré a una silla cercana. Fragmentos de conversaciones me venían a la cabeza. Susurros. Un jarrón que se rompía. Caras que ni si quiera conocía. Discusiones. Palabras de amor. Era como recuerdos, pero nada que yo hubiera vivido, estaba segura.

    Mi corazón martilleaba en mi pecho, ¿qué es lo que me estaba ocurriendo?

    Tenía que descubrir lo que pasaba. El guía dirigió al grupo hasta los cuadros y retratos.

    —¡Por fin vamos a ver a su esposa —decía una mujer, muy emocionada.

    —Seguro que fue el amante quien la mató —indicaba otra.

    —Pues yo creo que se fugó con él —comentó un tercero.

    —No constato nada de eso, señoras. ¡Por favor, un poco de respeto! —les replicó el guía con enfado. Luego explicó con más calma: —Este famoso retrato pintado a mano es el último que fue echó de la señora Eleonor Jefferson. La noche que desapareció, buscándola hasta unos pasadizos secretos detrás de la chimenea, se encontró el cuadro y el colgante tirado por el suelo.

    Me acerqué a ellos, que ponían todos caras de sorpresa mirando el cuadro y el guía no paraba echar miradas entre el cuadro y yo.

    Dan que estaba a mi lado se aproximó primero y se sorprendió.

    —¡Alison, ella es idéntica a ti!

    Me acerqué, me empezaron a sudar las manos y ahí estaba ella sentada en un sillón antiguo. Quedé congelada, pasmada, mejor dicho y tuve la impresión de verme en un espejo. ¡Era increíblemente parecida a mí! Los ojos grandes del mismo color marrón, el pelo también tenía el mismo color caoba, sólo que más ondulado y recogido en un lado que hacía que cayera en cascada de bucles sobre su hombro. Llevaba un vestido de época eduardiana, de un color rojo rubí con pedrería incrusta. En ese momento percibí una mano apoyada posesivamente en su otro hombro. Seguí con mi mirada esa mano para subir más arriba del sillón, y allí detrás había sin lugar a duda una visión espectacular.

    Contuve la respiración cuando me encontré con el señor Noah de joven. Tendría como unos treinta años más o menos. Era alto, guapo, con cabello castaños con reflejos fuego. El pintor había hecho un trabajo magnifico, parecía que estuviesen vivos. Recorrí con la mirada el rostro perfecto de mi paciente, sus rasgos tan jóvenes me impactaron. Su expresión era seria y refinada y cuando por fin me encontré con su mirada, esos ojos verdes tan profundos, tan hipnóticos, tan bellos... me entraron unas ganas enormes de acercarme y alcanzarle. Como si fuese real.

    Me giré para ver donde estaban todos y me di cuenta de que ya no había nadie ahí, sólo Dan, pero él estaba distraído por una vieja colección de discos de vinilo. Entonces, salté la cinta donde había pegado un cartel que decía «no tocar».

    Me daba igual. Estaba tan atraída al cuadro que no podía resistirme. Era como un imán. Me acerqué y algo centelló; me hizo detenerme y mirar más detenidamente el cuello de Eleonor.

    —¡Ese es mi colgante! —exclamé aturdida.

    Me cubrí la boca con una mano para ahogar un grito adicional de sorpresa.

    —Pero no puede ser —dije en un susurro para mí.

    Me aproximé indecisa. Estaba a punto de tocarlo. Era igual que el mío, en forma irregular y sostenido por un filamento de oro entrelazado. Mi colgante colgaba de una cadena a juego y el de Eleonor de una fina cinta de terciopelo negra.

    Instintivamente me llevé una mano al cuello para ver si seguía allí. Claro que si estaba y volví a oír a lo lejos voces otra vez, discusiones, no me aguanté más y toqué el colgante del cuadro.

    Una luz cegadora llenó toda la sala de fiesta, borrando todo lo que ahí estaba. Todo menos la sonrisa de suficiencia de Eleonor.

    Escuché a Dan llamándome, su voz sonaba distendida.

    Un trueno estalló muy fuerte haciéndome cerrar los ojos asustada, me sobresalte violentamente. ¿Acaso había tormenta?

    Otro trueno repiqueteó mucho más fuerte que el anterior y me cubrí las orejas con las manos. ¡Parecía que estaba dentro de mi cabeza!

    —¡Basta, basta! —grité aterrorizada.

    Me tambalee y alargue las manos en busca de algo a lo que aferrarme, todo se sacudía y algo chocó en mi cabeza haciéndome perder el conocimiento.

    CAPÍTULO 4

    Estaba todo muy oscuro cuando reabrí los ojos, recuerdo el trueno, las voces, los gritos de Dan y luego nada.

    Percibí algo pegajoso y caliente deslizarse por mi mejilla. Por el olor a sal y oxido probablemente era sangre.

    Respiré hondo y solté el aire por la boca. Intenté moverme, pero no podía.

    Me puse a temblar, las lágrimas empezaron a desbordarse de mis ojos.

    Seguía sin poder moverme pero gracias a una suave luz que percibí, observe que estaba sentada en el suelo con la espalda apoyada contra una pared. Pero ¿dónde estaba? Había muchos trastos viejos, muebles, muy parecidos a los del siglo pasado, telarañas en todos los rincones. Era como un cuarto trastero y a mi izquierda había un pasillo muy diminuto, de esos que tienes que acachar la cabeza para pasar, el cual tenía un espejo viejo de esos que tienen marco de madera hecho a mano apoyado en la pared. ¿Cómo había llegado aquí? No recordaba nada, estaba frustrada.

    Escuché pasos que provenían por el pasillo más abajo, con suerte me encontrarían, me sentía feliz, en el reflejo del espejo vi a dos siluetas acercarse.

    Un hombre de mediana estatura, no le veía bien, estaba de espalda a mí y a su lado una mujer con un vestido rojo granate, me concentré en ver su cara y abrí la boca con sorpresa.

    ¡Por Dios bendito! Pensé aturdida. ¿Es Eleonor?

    El mismo cabello, los mismos ojos.

    Sonreía coquetamente al hombre que tenía al lado, ¿quién era él? No podía verle, sólo el pelo, que lo tenía todo grasiento, mal cortado y negro.

    Me quede ahí mirando con la boca abierta, no sabía si reírme o llorar. ¿Acaso había viajado al pasado? ¿Cómo podía ser eso posible? Un chillido de Eleonor me hizo salir de mis pensamientos.

    —¡Suéltame! —le gritó al hombre que la había cogido por las muñecas.

    El hombre la acercó a él con gestos bruscos.

    —¡Siempre serás mía!—le respondió con furia, por el tono de su voz se notaba muy enojado.

    —Que me sueltes, canalla —Eleonor se debatía— ¡Nunca, nunca dejaré a mi marido! ¿Me oyes? ¡Lo amo!

    El hombre enfurecido la estaba estrangulando, se veía en el rostro de la mujer el miedo reflejado, el horror, yo no podía gritar algo me lo impedía. Estaba sin voz.

    Apretaba más y más su cuello tan delicado. Eleonor luchaba, pero no tenía nada que hacer contra él. Era muy fuerte.

    «¡Lucha, lucha!» grité interiormente, ojala pudiera oírme.

    Entonces la mirada de Eleonor y la mía se encontraron por unos instantes. Se quedó sorprendida, me miró fijamente, su mirada impresionada. Poco a poco dejaba de combatir, ya casi sin fuerza. Me di cuenta que podía mover un brazo, luego otro.

    Conforme el cuerpo de Eleonor dejaba de moverse el mío recuperó toda la fuerza y me levanté si hacer ruido a esconderme atrás de unas cajas apiladas. Seguía mirando por el espejo como el hombre soltaba a Eleonor para dejarla caer sin escrúpulo al suelo.

    Qué podía hacer yo, tenía miedo de que me descubriera y me matara a mí también.

    El hombre se acuclillo delante de su víctima y le aplastó los labios con un beso furioso. ¡Dios, que monstruo!

    —Volveré a por ti —señaló el hombre. En eso arrancó el colgante del cuello de Eleonor, en apenas un segundo vi una marca de nacimiento en el antebrazo izquierdo del asesino.

    No lo iba a olvidar.

    —¿Eleonor? —gritó a lo lejos una voz de mujer —¿Dónde estás?

    El hombre se sobresaltó, gruñó y salió corriendo en dirección opuesta. Cuando estuve segura que ya no había peligro salí de mi escondite, agache la cabeza para pasar por el pasillo y me acerqué a ella. Temblaba por dentro, automáticamente fui a cogerle el pulso. Nada ya se sentía. Miré a la cara a Eleonor, a su cuello con marcas moradas. Tenía que buscar ayuda, me levanté y caminé por el mismo sitio por dónde provino la voz.

    Me sentía mal, aturdida. Me llevé una mano a la cabeza, ya no salía sangre, pero noté una buena brecha abierta, necesitaré puntos. Seguí caminando y una mano salida de la nada me atrapó del brazo.

    —¡Ah! —grité, espantada

    —Eleonor, que soy yo ¿qué te pasa? ¿Dónde estabas? —me preguntó una mujer, giré a verla.

    Ahí estaba una mujer no muy alta con pelo corto y negro y con ojos de un color oscuro también. Traía puesto una falda larga hasta abajo de un color amarillo pálido y una blusa del mismo color. Me miraba con curiosidad, de arriba a abajo.

    —Pero, ¿qué llevas puesto? —se indignó ella.

    No supe qué contestarle. No sabía ni quién era. Me confundía con Eleonor.

    —¿Dónde está el vestido que te regalé? ¡Por Dios, estás llena de sangre! ¿Qué ha pasado querida?

    —Yo... Yo no sé, yo no soy... —iba a decirle que no era ella cuando nos interrumpieron.

    —¿Ann? ¿Amor, dónde estás?

    —Ya me contarás más tarde. Vamos, nos buscan, y hay que curarte esa herida.

    Me arrastró por una puerta diminuta que daba paso a una espectacular biblioteca, ¿cómo? Pero, ¿dónde estamos? Me di la vuelta y vi una chimenea con un falso fondo. Me recordó lo que dijo el guía.

    «La noche que desapareció la señora, buscándola hasta unos pasadizos secretos, se encontró el cuadro y el colgante tirado por el suelo».

    Ann me soltó y se fue corriendo hasta un hombre rubio y con ojos azules, y se tiró a su cuello para darle un sonoro beso en los labios. Desvié la mirada sintiendo mucho ser testigo de un momento tan privado.

    —Hay que llamar a mi hermano —le dijo Ann al que suponía era su pareja —¡Eleonor está herida!

    Él me echo una mirada extraña y en eso se abrió una puerta grande, todos nos volvimos a ver quién se acercaba. Cinco personas; dos mujeres y tres hombres, todos vestían de época. «¿Acaso había una fiesta de disfraces?» me pregunté confundida. Llevaban ropas del siglo pasado, o eso me parecía a mí.

    Una de las mujeres que tendría sobre mi misma edad tenía una mirada dulce de color ámbar y pelo de un castaño claro recogido en un moño muy complicado a mi gusto. A su lado un hombre que la cogía por el brazo, alto, rubio oscuro y con ojos marrones, tendrían la misma edad. La otra pareja parecían salidos de una revista de moda.

    Ella muy alta, pelo de un rubio platino, ojos azules muy claros, parecía una Barbie con ese cuerpo tan espectacular. Su pareja, a juzgar por cómo se miraban, tenía el cabello oscuro, corto y rizado, ojos azules marinos, muy musculoso, tenía una cara muy expresiva, como los de los niños pequeños.

    A dos pasos de ellos había un hombre delgaducho de piel oscura, africano o algo así, que vestía como un criado.

    Se acercaron a nosotros con paso ligero.

    —¿Eleonor, qué a pasado? ¿Estás bien? ¿Te sientes mal? —me preguntó la mujer con la mirada dulce, pero llena de preocupación.

    Todos me miraban no supe que contestarle.

    —Essien —llamó la mujer el que suponía yo el criado y vino a ella.

    —¿Si, señora Jefferson? —contestó éste.

    —Busca a mi hijo y tráelo —indicó la señora.

    El criado salió casi corriendo. El hombre a su lado se acercó a mí y no escuché lo que decía. ¿Dijo Jefferson? Me quedé helada, mirando a todos con cara de poker. Entonces ¿no era un sueño? me pregunté, él está aquí... Imposible. ¿Dónde estaba yo? Tan abstraída estaba que no me di cuenta de una presencia a mi espalda, hasta que sentí un aliento erizarme la piel del cuello.

    —¿Ya te cansaste de tu amante? —preguntó una voz detrás de mí.

    Me di la vuelta sobresaltada y di un grito, ahí estaba él. El mismo hombre del cuadro, pero ese de carne y hueso, esa mirada tan verde, tan hermosa, casi me derrito ahí mismo, me temblaban las rodillas. Me quede sin habla, paralizada por el asombro.

    Me miraba con furia y desprecio. Yo con asombro y confusión.

    Mi corazón se aceleró, no podía creer que estaba vivo.

    CAPÍTULO 5

    Me despertó la luz del sol que inundaba la habitación. Abrí mis ojos lentamente, miré a mi alrededor desorientada. Era una gran habitación con techo alto y paredes de papel pintado con motivos florales dibujadas en tonos pastel. Un armario de cuatro puertas de madera blanca, un escritorio con silla a juego y un tocador con un espejo estaba en otro rincón. A cada extremo de esta había dos grandes ventanales con cortinas de terciopelo marón claro.

    Esta definitivamente no era mía. Me moví para levantarme pero un dolor agudo en la cabeza me hizo cambiar de idea. Y todos los recuerdos del día anterior me vinieron a la cabeza de golpe.

    El cuadro, el verme tocar el colgante, la luz cegadora, el ver morir a Eleonor.

    Y el más bello recuerdo, haber visto en persona a Noah. Mi corazón empezó a acelerarse.

    Era tan guapo, con esos ojos tan verdes como el jade, su cabello rojizo me hizo sonreír.

    ¡Y yo que lo conocí de mayor y con pelo blanco!

    No sabía cómo había llegado hasta esta época y el por qué.

    Tampoco sabía si volvería a la mía pero de algo estaba segura, encontraría al que mató a Eleonor para que se hiciera justicia.

    En ese momento oí que tocaban a la puerta.

    —Adelante —dije.

    Me senté en la cama y en la puerta vi a Ann.

    —Por fin estás despierta.

    —Sí, así es.

    Se acercó a mi cama casi corriendo, dio un salto para subirse a la cama y me abrazó.

    Le correspondí.

    —¿Qué pasó anoche? —me preguntó ella con cara seria al echarse para atrás.

    Yo no sabía qué o cómo decirle quien era y lo que me pasó en verdad.

    —No me va a creer.

    —Cuando tú te derrumbaste ayer al ver a mi hermano te llevamos a tu cuarto. Te limpié y te puse ropa de noche. Mi padre, tu curó la herida —contó ella—. Me quedé junto a ti toda la noche, tuviste fiebre alta.

    Me llevé la mano a la cabeza, estaba vendada, me di cuenta que llevaba puesto un camisón de color blanco de seda, demasiado pequeño para mi.

    —Pero tranquila, ya estás bien —continúo Ann— Es de Ashley.

    Me la quedé mirando con gratitud, y me preguntaba quién era esa tal Ashley.

    —Es que cuando vi a Noah me sorprendí mucho, no me esperaba verlo ahí. Eso es todo.

    Ann hizo un puchero y me miró como si fuera a llorar.

    —¿Por qué no me quieres decir la verdad, Alison? ¿Porque te sorprendiste al ver a mi hermano vivo?

    ¿Qué? ¿Me llamó Alison? ¿Y sabía lo de su hermano?

    Ahogué un grito, me la quedé mirando boquiabierta. Ella también me miró, pero con una mirada de saberlo todo o casi.

    —¿Tú lo sabes todo? Pero ¿cómo?

    —Bien, primero, déjame presentarme como es debido. Me llamo Ann Sheffield, el hombre guapo que me vistes besar ayer es mi marido Jeffrey. Soy hermana adoptiva de Noah. Soy también vidente, veo el futuro Alison —me explicó con una sonrisa—. Sabía que vendrías, te estaba esperando.

    —Entonces, ¿estaba escrito que tenía que venir a aquí?

    —Bueno, algo así, ¿sabes que hablas en sueños? —me dijo riendo.

    Me entró vergüenza.

    —Sí, lo sé —me ruboricé— ¿Qué? ¿Qué dije?

    —¡Casi lo cuentas todo! Y Noah estuvo aquí gran parte de la noche velando tu sueño.

    —¡Dios mío, Ann! ¿Conté algo de Eleonor? —pregunté con miedo.

    Mi corazón latía al frenesí.

    —Si —respondió bajando la mirada entristecida.— Toda esa parte la contaste, entera entre balbuceos. Noah salió corriendo de aquí como un loco. Thomas, mi otro hermano, y Jeffrey lo acompañaron a los pasadizos a buscarla. Aún no sabemos nada.

    Me puse a llorar. Ann que se dio cuenta enseguida, me rodeó con sus brazos.

    —Lo siento tanto —murmuré gimiendo— ¡No llegué a tiempo de salvarla!

    —Oh, Alison, no llores, eso nadie podría haberlo cambiado —me dijo ella, abrazándome más fuerte— Ni yo lo vi venir. Tienes que contarme todo lo del futuro. Dime ¿dónde encontraste ese colgante?

    Me llevé una mano protectora a mi cuello. Ahí seguía, menos mal.

    —Fue muy extraño, la verdad.

    Recordando aquel día como si hubiera fuera ayer. Se lo relaté.

    «Un día mi padre me llevó a un anticuario, porque quería darme un regalo de bienvenida. Me dijo que era por todos esos cumpleaños que se perdió. Sabía que no me gustaban los regalos, aun así no pude negarme.

    Entramos a una tienda diminuta pero muy acogedora, tenía miles de objetos de toda clase. Parecía la caverna de Ali Baba.

    Sombreros de todas las épocas, relojes de cuco, vestidos antiguos, recuerdos de toda una vida. Nos acercamos al mostrador donde nos esperaba una señora mayor bajita con pelo negro con canas y ojos negros. Le preguntó mi padre a la señora por las joyas antiguas, enseguida sacó un joyero de debajo del mostrador, lo abrió con manos temblorosas, rebuscó entre anillos, brazaletes y relojes de bolsillo hasta encontrar lo que buscaba.

    —¡Aquí esta! —exclamó con alegría la señora, sacando una pequeña bolsa negra.

    Extrajo de ella un colgante que realmente era hermoso.

    Sentí algo cuando lo vi y lo cogí en mis manos, por primera vez no sabía describirlo. Era como si fuese echó para mí.

    —Ese colgante, le quedará muy bien —parlamentó la señora.

    —Si — estaba de acuerdo.— Es muy bonito. Se ve antiguo, como a mí me gusta.

    —Entonces es para ti, hija —mi padre estaba feliz de acertar con el regalo.

    Lo miré con agradecimiento

    —¡Gracias papá, me encanta!

    La señora se puso a reír, la miré, ¿qué tenía tanta gracia?

    —Perdónenme —nos contestó la señora— Por favor, cuida mucho de él, era de mi cuñada, tiene un valor muy sentimental para mí.

    —¡Oh!—exclamé— Pero, ¿no quiere conservarlo?

    —No, está hecho para usted señorita, lo supe en cuando la vi entrar.»

    Me quedé mirando a Ann por un segundo, ella me sonreía con conocimiento.

    —¿Eras tú?

    CAPÍTULO 6

    —¡Eras tú la de la tienda!

        —¡Sí! Lo sabía —estaba encantada—. Siempre supe que algún día tendría mi propia tienda —continuó, con un brillo nuevo en la mirada.

    —Esto es demasiado raro. Mi padre me dijo que mi Noah del futuro al morir no tenía familia.

    —Bueno, puede que no legalmente, pero todo pasa por alguna razón, ya ves, estaba ahí por algo, tenía que entregarte el colgante.

    En ese momento mi estómago hizo un ruido que me avergonzó.

    —Oh, Alison, lo siento, debes tener mucha hambre. Con todas mis preguntas se me olvidó que vienes de muy lejos.

    —Bueno, a unos setenta años de distancia más o menos —repliqué con broma.

    Ann sonrío y se levantó de la cama y fue directo al armario. La miré como se agitaba, rebuscando por toda la ropa. Finalmente encontró lo que buscaba y me lo enseñó. Una falda larga hasta los pies o casi, de color azul noche y una blusa blanca de manga de tres cuartos.

    —Te va quedar muy bien ese color, ya verás. Primero, date un baño, el agua está lista.

    Me señaló una puerta atrás que no había visto antes.

    Volví con ella quince minutos más tarde vestida y aseada.

    —Vamos, te acompaño a la cocina.

    La seguí por los pasillos, esta casa era enorme con todas esas habitaciones. Bajamos por una escalera de servicio hasta llegar a una cocina muy grande y muy antigua, la misma que había visitado el día anterior pero con algunas cosas diferentes. Había una mesa de madera al medio y unos fogones a la izquierda. Una hilera de cacerolas se alineaba en la pared, eran de cobre.

    Y olía muy bien, como a pan recién hecho.

    Ann me hizo sentarme a la mesa, en ese momento entró la mujer que vi anoche con mirada dulce.

    —Margaret, te presento a Alison —nos presentó Ann.

    Ésta me miró con gentileza, pero con un poco de desasosiego.

    —Alison, ella es mi madre adoptiva —le di una sonrisa tímida.

    —Hola, sé bienvenida.

    —Gracias, tiene una casa hermosa, señora Jefferson —comenté, ella sonrío con disimulo

    —Llámame Margaret, por favor.

    Me dio un vaso de leche que bebí casi de un trago y dispuso una bandeja de fruta variada delante de mí, tomé una manzana y empecé a comerla. Estaba famélica.

    Las tropecientas preguntas del como llegué hasta aquí me daban vueltas en la cabeza. Comí pensando en eso, distraída hasta que escuché como unos caballos se acercaban a toda velocidad. La puerta que daba al patio estaba medio abierta.

    Nos levantamos las tres a la vez y salimos a fuera.

    Ahí estaba Noah, Thomas y Jefferson. Bajaron de los caballos y se nos acercaron.

    Se les veía cansados.

    —¿Qué? —Preguntó Margaret con desesperación en la voz—. ¿La han encontrado?

    —Si —fue Noah quien respondió con sequedad—. Avisa a padre que disponga todo para el funeral.

    Nuestras miradas se encontraron y mi corazón tartamudeó.

    Sentí un escalofrió bajar por mi columna.

    —Lo siento mucho de verdad —expresé mis condolencias con desolación.

    Desvió la mirada y entro a la casa. Me sentía mal por él, perder así a su mujer. Era horrible.

    Pero algo no me cuadraba, en el futuro a Eleonor no la encontraban nunca. ¿Habría cambiado la historia sin querer?

    —Alison, ve tras él —me susurró al oído Ann, la miré con duda—. Confía en mí. Está en la biblioteca, al fondo, última puerta a la derecha.

    Entré y fuí caminado por donde me indicó, abrí la puerta y ahí estaba él de cara a la chimenea, mirando al fuego. Me acerqué a él y se giró al oírme.

    Tenía una mirada tan triste, sus ojos reflejaban tanto dolor que me mordí el labio inferior. Me miró como si viera un fantasma. Retrocedió un paso para luego acercarse a mí, no me dio tiempo a reaccionar, me sujetó la nuca con una mano y alzó mi barbilla con la otra y me besó. Me paralicé.

    Era un beso lleno de rabia y de furia, aun así sentí electricidad pasar entre nosotros, casi me deja sin aire.

    «¿A quién besaba?» me pregunté.

    Me deshice de su agarre como pude, sabía que me arrepentiría pero cerré mi puño bien fuerte, cogí impulso y le pegué en todo el mentón.

    CAPÍTULO 7

    Sentí crujir algo, gemí de dolor y me lleve la mano al pecho.  Dolía mucho, pero me arrepentí en el acto de lo que le hice a él. Miré a Noah con arrepentimiento.

    —¡Oh, lo siento mucho!

    Me miró confundido y sorprendido frotándose el mentón, donde ya se le veía como cambiaba de color y se oscurecía.

    —No lo sientas, no tenía derecho, me lo merecía. Soy yo quien te pide disculpas, por un momento pensé que eras ella… —esta vez él inclinó la cabeza.

    Iba a acercarse a mí cuando oímos una voz detrás nuestro preguntando.

    —¿Qué pasa aquí?

    —Nada —respondió Noah—. Padre, te presento a Alison. Me hizo un gesto con la mano señalándome al hombre—. Es mi padre, Cedric Jefferson.

    Recordé lo que me dijo Ann.

    —Doctor, encantada de conocerlo, gracias por curarme la herida.

    Lo miré agradecida, él me contestó:

    —De nada, pero llámame Cedric y dejemos para el resto del mundo las etiquetas y formalismo. He de revistarte la herida.

    En ese instante entraron el resto de la familia. Thomas se acercó a Noah.

    —¿Qué te pasó? ¿Quién te pegó? —preguntó, muerto de una fingida curiosidad.

    —Bien hecho, Alison —exclamó Ann. Todos la miraron incrédulos, luego me miraron a mí.  Era vidente recordé.

    Me sonrojé violentamente. Agaché la cabeza y en eso Thomas literalmente explotó de una risa contagiosa, todos nos unimos él, aunque algunas risas eran tensas debido a la tragedia de Eleonor, supuse yo. Noah permaneció en silencio, él me miraba a mí con sus ojos de jade impenetrables, parecía que intentaba leer en mí, le veía tan desolado y abatido. Desvié la mirada, incapaz de aguantar la suya.

    —Bueno, ya basta. Alison, ven conmigo al consultorio —me comentó el doctor Jefferson—, de paso te examinaré también la mano.

    Asentí con timidez mientras seguía apretando la mano contra mi pecho.

    —Luego reunión familiar en el salón —continuó diciendo el cabeza de familia—. Tú también tienes que asistir, Alison.

    Asentí con la cabeza y le seguí. Su consultorio estaba a dos puertas antes de llegar a la biblioteca. Entramos y me llevó hasta una cama de blancas sabanas, me hizo sentarme en ella. Acercó una mesita de hierro con ruedas, con todo tipo de instrumentos.

    —¿Puedo hacerle una pregunta?

    —Sí, adelante —cogió unas tijeras y comenzó a cortar la venda.

    —¿Puede contarme algo de ella? —me miró parpadeando por un instante y siguió a lo suyo—. Es que me siento tan conectada a Eleonor, me gustaría saber más de su vida, entender lo que pasó —justifiqué.

    —Bueno, es comprensible. Noah es mi hijo acogido. Sus padres eran pacientes míos, murieron de viruela hace unos años, no pude salvarlos. Eran mucho más que eso, eran como de la familia. Un año antes de morir redactaron un testamento para prometer que su hijo contrajera matrimonio con Eleonor, que era sobrina de una tía lejana demasiada mayor por hacerse cargo de esta. Eleonor no dudo en casarse ya que ansiaba su libertad, era eso o ir al convento.

    —¿Pero, por qué le obligaron? —pregunté, sorprendida por la información.

    —Pues, verás, no sé cómo es de donde provienes, —hizo énfasis en la palabra— pero aquí un matrimonio de conveniencia es muy corriente. Sus padres miraron por el futuro de su hijo, ya que Eleonor era una rica heredera.

    —Oh, ya veo.

    —Cuando murieron los padres de Noah, él aún no había cumplido la mayoría de edad, y lo adopté.

    Que gesto tan noble, pensé.

    —El cumplió la voluntad de sus padres y se casó, pero todo fue un gran error. Una esposa demasiado tiempo sola en casa, Noah que viajaba a través del mundo en busca de sí mismo. Ella era joven, caprichosa, y empezó a ir a fiestas. Era muy hermosa pero muy inocente, tenía a todos los hombres a sus pies, dándole todo lo que ella quería. Collares de diamante, brazales de perlas, anillos, abrigos de pieles... Se fueron alejando poco a poco el uno del otro. Hasta hace poco.

    En ese momento me vino a la cabeza como un recuerdo, Noah gritando, cogiendo un jarrón para estamparlo contra la pared, sacudí la cabeza para que se me pasase, me di cuenta que Cedric me observaba, le devolví la mirada, animándolo a seguir.

    —Un día llegó a casa antes de la fecha prevista. Buscó a su esposa, para encontrarla coqueteando con un hombre en el jardín, medio escondidos a medio vestir. Se volvió loco, lleno de celos y echó a patadas al intruso. Le dio a elegir entre él o el otro, ya que sí que la quería, y se dio cuenta que él tenía la culpa de todo por dejarla sola. Los dos se dieron una segunda oportunidad, esta vez sí se les veía feliz, por fin. Pero esa felicidad duró muy poco. Hasta ayer por la noche en que Eleonor desapareció de su habitación misteriosamente. Lo que pasó después tú ya lo sabes.

    Tenía los ojos llenos de lágrimas. Qué pena me entró por ellos dos. Que injusta era la vida a veces.

    —Bueno, esto ya está. —Sin darme cuenta ya me había cambiado la venda y revisó mi mano—. No está rota, tienes los nudillos inflamados, pero evita mover la

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