Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Definitivamente, tú
Definitivamente, tú
Definitivamente, tú
Libro electrónico233 páginas3 horas

Definitivamente, tú

Calificación: 4.5 de 5 estrellas

4.5/5

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

La vida de Álex da un vuelco cuando recibe un mensaje de Whatsapp.

Mientras tanto, Gino continúa buscando su gran oportunidad como artista al tiempo que trabaja en El Desliz, una de las discotecas de ambiente gay referentes en la ciudad.

El destino parece llevarlos por direcciones totalmente opuestas. Sin embargo, sus caminos coinciden una noche en la que todo acaba derrumbándose para Álex. Será entonces cuando Gino entre en su vida con tanta fuerza que le hará plantearse si el mundo que conoce es el único al que pertenece o queda una parte de él por descubrir.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 sept 2019
ISBN9788412091205
Definitivamente, tú

Relacionado con Definitivamente, tú

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para Definitivamente, tú

Calificación: 4.666666666666667 de 5 estrellas
4.5/5

3 clasificaciones1 comentario

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

  • Calificación: 4 de 5 estrellas
    4/5
    Quiero la continuacion! jajaja muy bueno me gusto! Es mas como un comentario mi reseña pero esta bueno el libro es breve y tiene una redaccion que te atrapa me gusto y lo recomiendo

Vista previa del libro

Definitivamente, tú - Fernando de la Calle

Definitivamente, tú

© Fernando de la Calle Medrano. 2018

© Ediciones Hidroavión. 2018 

Textos

Fernando de la Calle Medrano

Portada

Manuel Rocamora Valero

Foto de la solapa

Manuel Rocamora Valero

Editado por

Ediciones Hidroavión 

www.edicioneshidroavion.com

ISBN: 978-84-120912-0-5

Depósito legal: A 291-2018

Ejemplar digital autoridazo por Ediciones Hidroavión.

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni parcialmente ni en su totalidad. De igual forma no podrá ser registrada y/o transmitida por un sistema de recuperación de información bajo ningún concepto, sea éste electrónico, mecánico, por grabación, por fotocopia u otros medios sin el permiso explícito y por escrito de los propietarios de los derechos de autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de un delito contra la propiedad intelectual.

A Manuel.

Esta historia es tan tuya como mía.

VOLUMEN I

ZUMO DE PIÑA

Y OTROS ESTUPEFACIENTES

ÁLEX

UNA NUEVA VIDA

-Sábado, 12 de noviembre-

Recuerdo perfectamente el día en que me regalaste una nueva vida. Llovía a cántaros y el agua corría por las aceras a tal velocidad que parecía estar desafiándome a una carrera. Las calles se iluminaron cuando un rayo atravesó el cielo, rasgándolo de lado a lado, antes de estallar en un estruendo que hizo vibrar el suelo bajo mis pies. En cualquier otra ocasión, lo más probable es que me hubiese detenido a contar mentalmente los segundos que separaban un fenómeno del otro para calcular la distancia a la que se hallaba la tormenta, pero ese día mi mente estaba en otro lado.

Con una camiseta y el pantalón del pijama como única prenda de abrigo, aceleré el paso en la bicicleta. Las ruedas arrastraron el agua salpicando a todo aquel que se cruzaba en mi camino. Iba tan absorto en tu mensaje que apenas me di cuenta de ello. De haberlo hecho, me habría disculpado ante la señora que volvía a casa cargando un par de bolsas de la compra. O ante la pareja que, ajena al temporal, esperaba al autobús abrazándose bajo un paraguas. Quizá incluso ante el perro que se asomaba por encima de la acera, observando cómo los riachuelos formados por la lluvia desaparecían al ser tragados por las alcantarillas.

Tenemos que hablar.

Perdí la cuenta del tiempo que permanecí mirando la pantalla del móvil con tu conversación de whatsapp abierta. ¿Dos minutos? ¿Una hora? ¿Tres? No solías expresarte de aquella forma tan distante y seria. Al contrario. Te gustaba acabar cada una de tus frases con un emoticono, aunque no tuviese nada que ver con el resto del mensaje. ¿Por qué ahora ni siquiera había uno?

Con la garganta seca y el corazón golpeándome con fuerza en el pecho, salté de la cama y me puse la camiseta tan apresuradamente que no me di cuenta de que estaba del revés hasta que doblé la esquina. Tampoco me molesté en abrocharme las zapatillas, de todas formas los cordones se habrían resbalado entre el sudor de mis manos. 

No sabía qué hora era. Había olvidado el reloj sobre la mesita de noche, junto al reproductor de música donde todavía sonaba Someday, de The Strokes. Sin embargo, y a juzgar por la cantidad de gente que volvía a sus casas desde el trabajo, supuse que serían pasadas las nueve. 

Los conductores, cada vez más impacientes, tocaban repetidamente el claxon de sus coches en un vano intento por avanzar entre el resto de vehículos detenidos. Uno de ellos estuvo a punto de tirarme de la bicicleta cuando lo adelanté por el hueco que  quedaba entre sus ruedas y la acera.

Recuerdo también que te llamé más de tres veces al teléfono y que las tres me topé con tu contestador.

Soy María. Si es algo importante deja tu mensaje después de la señal. Te llamaré en cuanto pueda.

No llamaste. Tampoco respondiste a la veintena de mensajes que te escribí mientras la impaciencia crecía dentro de mí a cada segundo que pasaba sin tener noticias tuyas. ¿Dónde te habías metido?

Pedaleé con fuerza. Las gotas de agua se estrellaban contra mi cara a medida que aumentaba la velocidad de la bicicleta, pero no tenía intención de detenerme. Agarré el manillar de tal modo que mis nudillos palidecieron y empujé los pedales con la misma intensidad con la que el miedo se apoderó de mi cuerpo. Volví a probar suerte al llegar al final de la calle.

El teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura. Por favor, inténtelo de nuevo más tarde.

Maldije antes de devolver el móvil al bolsillo derecho del pantalón. Fue entonces cuando choqué contra aquel coche negro que venía en dirección contraria sin tiempo ni espacio suficiente para esquivarlo.

Las ruedas de la bicicleta continuaron dando vueltas. Esta vez debajo del vehículo con el pasajero a cinco metros de distancia. 

GINO

OTRA NOCHE DE TANTAS 

-Domingo, 13 de noviembre-

Sentí en la boca el sabor amargo del alcohol al tiempo que me retumbaba la cabeza como si alguien se hubiese pasado la noche entera golpeándola con un martillo. Algo a lo que no contribuía favorablemente la música a todo trapo de los vecinos. Apenas recordaba nada de lo que había sucedido tras salir del local. Sin embargo, y a juzgar por la compañía en mi cama, supuse que fue otra noche de tantas.

Encontré la ropa tirada en el baño, junto a un par de condones y un bote de lubricante efecto calor. Todavía había agua por el suelo, por lo que era evidente que habíamos usado la ducha para conocernos mejor. Sonreí y fui a la cocina. Ni siquiera me molesté en vestirme.

No quedaba zumo en la nevera, así que opté por una manzana. Apoyado sobre la encimera, le di el primer mordisco mientras observaba a mi invitado. Las sábanas revueltas dejaban entrever gran parte de su escultural cuerpo. Piel bronceada, pelo oscuro, barba cuidada y labios carnosos. Los brazos, perfectamente definidos, se abrazaban a la almohada por encima de su cabeza. Seguí con la mirada el arco perfecto de su espalda, deteniéndome en sus dorsales. Las piernas sobresalían de la cama arrastrando consigo parte de las sábanas, dejando al descubierto el comienzo de sus firmes glúteos. Se intuía un culo perfecto.

Tras terminar la fruta, tiré los restos a la papelera y recorrí el piso entero en busca del móvil. Lo encontré debajo de mis calzoncillos. Tenía más de diez llamadas perdidas y un mensaje de voz:

—Gino, ¿dónde diablos te has metido? Llevamos más de media hora esperándote. No sé qué más decirle a Fontaine. Está empezando a impacientarse. Llámame. ¡Y ven para acá ahora mismo, joder!

Desconozco si fueron los gritos de Ricardo o el retumbar de las paredes lo que despertó a mi invitado. Me habría gustado llamarlo por su nombre, pero o no lo recordaba o ni siquiera se lo había preguntado.

—Buenos días —dijo con voz ronca. El sol incidía sobre sus ojos verdes arrancándole un brillo de aspecto felino.

Se recostó sobre la cama y se estiró abriendo los brazos por encima de su cabeza, marcando pectorales.

Ni siquiera le di tiempo a reponerse antes de lanzarle los pantalones.

­—Tienes que irte.

—¿Cómo dices?

—Ya lo has oído. Coge tus cosas y vete.

Fue todo lo que obtuvo por respuesta mientras me ponía los calzoncillos y sacaba ropa limpia del armario.

—¿De qué coño vas?

Previsible. Todos reaccionaban de la misma forma tras dejarles claro que no buscaba nada más allá del sexo de una noche. Por mucho que me atrayesen, nunca repetía con el mismo tío. Eso solo llevaba a confusiones.

—He dicho que te marches. —No tenía por qué darle más explicaciones.

Tras abrocharme la camisa, me puse un jersey oscuro encima y terminé de peinarme frente al espejo. Mi invitado seguía incrédulo sobre la cama. Las sábanas ya no le cubrían ni el más mínimo centímetro de su cuerpo. 

Pude sentir el comienzo de una erección bajo mis vaqueros. Cogí los bocetos y, antes de cerrar la puerta, dejé claro que no quería verlo allí cuando volviera. 

GINO

ALGO FUERA DE GUION

-Domingo, 13 de noviembre-

La lluvia de la noche anterior acabó dando paso a la niebla. Las señales de tráfico apenas se diferenciaban unas de otras y costaba distinguir más allá del coche de enfrente. En tales circunstancias, y como cabría esperar de una urbe tan grande y abarrotada como Madrid, no tardaron en formarse atascos imposibles en la carretera. Una vez más, y a pesar del frío que se colaba sin piedad entre los pliegues de mi chaqueta, agradecí moverme en moto por la ciudad.

Ricardo me esperaba a la entrada del edificio. Caminaba nervioso de un lado a otro tratando de no salirse de un círculo imaginario de reducido tamaño que había dibujado a sus pies. Además de un viejo amigo de mis padres, Ricardo hacía las veces de mi representante. Llevábamos trabajando codo con codo durante tanto tiempo que ya era considerado parte de la familia. Ricardo confiaba en que mis obras volviesen a causar sensación más allá de la Ciudad Condal y fue él, precisamente, quien me animó a probar suerte en la capital. Seis meses después, ese éxito asegurado aún no había llegado. 

Cuando me vio aparecer, tiró el cigarrillo y vino directo hacia mí.

—¿Pero en qué narices pensabas? Habíamos quedado hace casi una hora —farfulló. Me quité el casco y empujé el anclaje con el pie derecho. Ricardo continuó con sus bramidos—. Fontaine está impaciente. Ni siquiera sé cómo he conseguido convencerle de que te esperase. Ya  pueden ser buenos esos dibujos porque estamos bien jodidos. ¿Dónde estabas?

—Llegamos tarde. ¿De verdad quieres perder más tiempo con explicaciones?

—¿Ahora me vienes con esas? —Volvió a coger carrerilla—. Joder, Gino, llevo aquí desde las nue…

—Follando. ¿Subimos?

Por su expresión supuse que mi respuesta no le había sorprendido lo más mínimo. Me conocía desde que era niño. Veintinueve años después, nada de lo que tuviese que ver conmigo le pillaba de improviso.

El rellano olía a lejía. Un perro atado a la barandilla de la escalera nos miró con cara de curiosidad cuando Ricardo refunfuñó al descubrir que el ascensor estaba estropeado. Al llegar al quinto piso tuvo que apoyarse en la pared para recuperar el aliento antes de arrancar a toser como si se le fueran a salir los miedos por la boca. El tabaco y el sobrepeso volvían a pasarle factura.

La puerta del piso estaba abierta. Al otro lado, un tipo menudo, supuse que se trataba de Fontaine, discutía con alguien por teléfono. Al vernos entrar levantó el dedo índice indicándonos que esperásemos un momento.

Dejé la carpeta con mis bocetos sobre una mesa y eché un vistazo al estudio. Era pequeño, pero sin duda acogedor. La altura del edificio permitía disfrutar de unas vistas envidiables de la ciudad a través de sus enormes ventanales. Cualquier exposición de arte luciría bien sobre aquellas paredes blancas. El espacio era diáfano, interrumpido por  una cantidad mínima de asientos desperdigados por la estancia y una extraña escultura de arcilla en el centro. ¿Era una ardilla o un rinoceronte?

Desconocía el significado de la última palabra que  Fontaine gritó por el teléfono. A juzgar por su tono de voz, parecía de todo menos agradable. Como tampoco lo fue la mirada que me dedicó.

Enfin! —exclamó agitando los brazos de forma exagerada—. ¿Sabes cuánto tiempo llevo esperando? ¿Crees que no tengo nada mejor que hacer que ver pasar le temps hasta que a ti te dé la gana aparecer?

En una primera impresión, aquel hombre me pareció patético. En la segunda, una auténtica burla a la naturaleza. Bigote excesivamente largo y rubio, media cara oculta tras un flequillo del mismo color y uñas pintadas de amarillo. Por no hablar de las gafas doradas, a juego con el pañuelo que le cubría la garganta. Parecía un polluelo recién salido del cascarón. 

Sin embargo, su reputación lo precedía y estaba en juego la exposición de mis obras en su galería. Un solo cuadro colgado en alguna de esas cuatro paredes se convertiría automáticamente en una máquina de hacer dinero. Así que cambié el ¡que te jodan! por un:

—Lo siento.

Parecía satisfecho con la respuesta.

Ricardo, visiblemente nervioso, nos observaba desde la puerta. Ambos necesitábamos sacarle el máximo beneficio a mis obras, por lo que éramos conscientes de que nos apostábamos mucho con aquella reunión. Aunque en un principio tratase de ocultarlo, Ricardo acabó confesando su adicción al juego hacía un par de años. Llegó un momento en que las deudas le impidieron llegar a fin de mes y su vida en familia acabó tan desatendida que le costó el divorcio y la custodia de su hija, Lucía. Aunque aseguraba que lo hacía porque confiaba en mi talento, yo era consciente de que si me había acompañado a la capital era, en gran parte, para tratar de solucionar sus problemas económicos y recuperar así a su familia. 

En mi caso, conseguir aquel dinero era una cuestión de vida o muerte en un sentido mucho más literal del que me habría gustado aceptar y Ricardo jugaba un papel tan importante en ello que poco me importaba cuál fuese su verdadera motivación. De hecho, fue él quien concertó la cita con Fontaine. Su labia y habilidad para los negocios lo convertían en el mejor de los representantes.

—Confieso que he oído hablar de ti. Por eso he decidido darte una oportunidad. Bueno, por eso y por tu charme naturel. Me alegra saber que no exageraban. —Empujó ligeramente sus gafas con el dedo índice y me examinó de arriba abajo con una mirada asquerosamente lasciva—. Me intriga saber si es verdad eso que cuentan sobre tus dibujos.

Una vez más, la ignorancia por encima del arte. No pude evitar sonreír con cierta compasión en la mirada.

¿Disfrutas la vista previa?
Página 1 de 1