Inteligencia moral
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La inteligencia moral puede coincidir en parte con lo que se entiende como discernimiento ético, como capacidad para distinguir el bonum, lo que "se debe hacer", en medio de una pluralidad axiológica o en la ausencia total de esta. Es una capacidad para hacer juicios morales correctos, para dirimir argumentativamente dilemas que incluyen la carga de lo ético. Este tipo de capacidad se basa en la racionalidad y se sitúa cerca de un pensamiento abstracto, activo y crítico que va más allá de lo dado. La inteligencia moral así entendida se sitúa en línea con las aportaciones de Piaget, de Kohlberg y, antes, de Kant, donde se supone que el ser humano, en una evolución deseable, es capaz de hacer juicios morales cada vez más profundos y matizados. La inteligencia moral pretende, en virtud de su vertiente lógica, encontrar soluciones equilibradas en los conflictos morales en los que se ve involucrada.
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Inteligencia moral - Luis Fernando Vílchez Martín
INTELIGENCIA MORAL
PERSPECTIVAS
Luis Fernando Vílchez
Con la colaboración de Jacqueline Glaser
PRÓLOGO
HISTORIA Y OBJETIVOS DE ESTE LIBRO
Desde hace unos años me he venido ocupando de la consideración de las inteligencias múltiples a través de investigaciones, artículos, ponencias en congresos científicos y, sobre todo, de la reflexión personal. Singularmente he investigado sobre la inteligencia musical (2009), las nuevas tecnologías en su vinculación con la educación (2005, 2007 y 2013), la inteligencia lingüística (2010) y los videojuegos (2014 y 2015), preguntándome, entre otras cuestiones, por la posible génesis y consiguiente desarrollo entre las nuevas generaciones de una habilidad a la que tal vez quepa llamar con el tiempo «inteligencia tecnológica», y he sometido mis puntos de vista, dudas y preguntas a expertos, a profesores de los diversos niveles educativos, a mis alumnos en las clases ordinarias de la Facultad de Educación (UCM), así como a muchos colegas de universidades españolas y latinoamericanas.
Por otro lado, el interés por confrontar las relaciones entre moral y psicología me ha acompañado a lo largo de bastantes años, en especial durante mi vinculación como profesor al Instituto Superior de Ciencias Morales (Universidad Pontificia Comillas), en cuyas revistas –Pentecostés y Moralia– publiqué algunos artículos sobre esta temática; y en uno de mis primeros libros, La familia educadora (Madrid, Narcea, 1980), ya me ocupé igualmente de ello.
Mi encuentro como lector con las aportaciones, en primer lugar, de las obras de Salovey y Goleman (inteligencia emocional) y, casi al mismo tiempo, con las de H. Gardner sobre las inteligencias múltiples renovó en mí el interés por lo que he acabado atreviéndome a denominar «inteligencia moral», en paralelo a lo que otros estudiosos directa o indirectamente de esta temática han llevado a cabo, a cuyas obras he estado y estoy especialmente atento. Por lo demás, el estudio de la moral ha ocupado gran parte de mi formación universitaria (licenciaturas en Filosofía y Teología) en ámbitos académicos en los que el cultivo de aquella disciplina ha sido y es un signo de identidad.
Pero ha habido también algunos hechos concretos que han marcado mi trayectoria reflexiva sobre las temáticas que, a través de este libro, proponemos a los lectores. En primer lugar, durante los años en los que colaboré en la rehabilitación de adolescentes y jóvenes provenientes de situaciones de abandono, desamparo, maltrato y conductas disruptivas, hubo algo que especialmente llamó mi atención: la inexistencia en bastantes de aquellas chicas de una mínima implantación del sentido moral en sus vidas, consecuencia de omisiones educativas fundamentales. Otros aspectos de su desarrollo, como los cognitivos, sociales y emocionales, también estaban seriamente afectados, pero el que se refiere a la dimensión moral del desarrollo humano lo estaba de manera especial.
En segundo lugar, una constatación durante los cursos, con el aula siempre abarrotada de alumnos que escogían voluntariamente una asignatura optativa, de Desarrollo moral, en la Facultad de Educación de la Universidad Complutense. Antes que nada percibí la falta de una formación moral que pudiera considerarse suficiente en las jóvenes generaciones de finales del siglo pasado y principios de este. Por otro lado, la dificultad en muchos de mis alumnos para argumentar con razonamientos éticos en torno a cuestiones fronterizas que a todos nos afectan o pueden afectarnos. Mis alumnos de esta asignatura expresaban sus puntos de vista en los debates que les proponía (cuestiones de bioética, aborto, eutanasia, pena de muerte, prostitución, moral sexual, dilemas morales en torno a lo más justo en situaciones diversas, etc.) no solo desde una rampante subjetividad, sino desde la pura opinión, la simple doxa, lejos de la episteme, del conocimiento razonado y la argumentación propios de la formación universitaria. Al mismo tiempo constataba en todos ellos un gran interés por estas cuestiones, y nunca dejó de constituir para mí una gran satisfacción que la evaluación final reflejara, un curso tras otro, que muchos de ellos terminaban dando un paso desde las simples opiniones o pareceres hasta los argumentos razonados en torno a cuestiones relacionadas con la moralidad. Algunos de ellos manifestaron que lo que más agradecían al profesor, que con entusiasmo y humildad les había motivado y animado a razonar en términos de pensamiento formal, era que les hubiese ayudado a ser «mejores personas». Pocos elogios como este puede agradecer un profesor empeñado en su tarea a lo largo de una extensa vida académica.
En tercer lugar, en la práctica de la psicología clínica he recibido multitud de confidencias, expresadas en vivencias, hechos, datos, en los que con gran frecuencia y de forma entrecruzada se mezclaban los elementos psicológicos con los morales, situándose casi siempre como fondo de trastornos y problemas personales que resolver, causados por determinados estilos educativos equivocados, además de notorias carencias emocionales, todo lo cual tanto mal ha hecho a muchas personas y que la terapia no tiene más remedio que comenzar por desentrañar, en el más puro sentido de la raíz de este verbo, sacar de las entrañas, de lo más íntimo de tantos afectados. Añádase a la experiencia clínica algunos hechos que, al menos a mí, me dieron mucho que pensar y que ejemplifico en uno: la lectura en los periódicos sobre la sentencia emitida por un juez español en un tema de acoso laboral y sexual a una trabajadora por parte de un superior; el citado juez argumentaba, como atenuante para imponer una sanción menor, la circunstancia de que la mujer acosada solía llevar ropa muy corta. Confieso mi sobresalto, lleno de indignación, al leer la noticia. El citado juez no solo actuaba como un machista descarado, sino que además denotaba tener una muy escasa inteligencia moral. Si a algunos profesionales se les debiera exigir un plus de inteligencia moral, entre ellos estarían los médicos, los jueces, los profesores y todos aquellos cuyo trabajo tiene que ver con el trato directo con las personas, y además sobre cuestiones fundamentales de la vida. Y así otros hechos y conductas humanas en los que la ausencia de criterios éticos, que debieran nacer de una elemental inteligencia moral, resultaba a mis ojos realmente clamorosa.
A estos hechos concretos que acabo de relatar cabe añadir la circunstancia de un encuentro. En el año 2007 conocí, durante un congreso internacional celebrado en Cáceres sobre estilos de aprendizaje, en el que ambos interveníamos, a Jacqueline Glaser, psicopedagoga brasileña becada en aquel entonces en la Universidad Lumière 2 de Lyon para la realización de su tesis doctoral, relacionada con la teoría de Jean Piaget sobre el desarrollo moral. La interpelé en una de las sesiones de presentación de comunicaciones, interesándome por su investigación. Creo recordar que ella se extrañó y se sorprendió gratamente de que alguien se interesara por «su» tema. De ahí surgió una relación académica y una amistad. Ella hizo una indagación casi detectivesca sobre publicaciones mías (¡el milagro tecnológico de Internet posibilita en poco tiempo lo que hasta no hace mucho resultaba arduo y a veces imposible!) relativas al tema que estaba investigando para la realización de su tesis y entramos en un fructífero diálogo académico. Formé parte del tribunal internacional ante el que expuso y defendió su tesis en la Universidad de Lyon, posteriormente tuve el honor de ser invitado como ponente a un congreso internacional sobre neurociencia, celebrado en 2012 en Curitiba (Brasil), donde, en diálogo con otros expertos, volvimos a reencontrarnos personalmente y, por mi parte, a reencontrarme con Piaget, a quien nunca había olvidado, pero que, como un Guadiana luminoso, aparecía y desaparecía de vez en cuando. De todo esto nació la invitación que, gustoso y agradecido, hice a la Dra. Glaser para que colaborara conmigo en este libro, que empezaba a tomar cuerpo en mi mente y en mis propósitos. En este libro se recogen (caps. 1 y 2) sus aportaciones al tema desde las perspectivas de Piaget y de Kohlberg.
He subtitulado el libro «Perspectivas», porque creo que es así como con mayor propiedad lo reflejan sus contenidos. Abordar el estudio de la inteligencia moral es tarea ardua, no terminada aún por nadie de modo totalmente satisfactorio, a mi entender, y resulta más adecuado y modesto llamar perspectivas a los caminos de acercamiento que hemos seguido en torno a su núcleo temático principal.
Partimos, pues, de dos referencias ineludibles, aunque no haya que considerarlas como dogmas dentro de esta amplia temática: el punto de vista de Piaget y el de Kohlberg, aportaciones que nos hace la Dra. Glaser. Siguen siendo reflexiones que, se citen o no, están en el fondo de las que hacen quienes se acercan al estudio de la moralidad, en su vertiente de desarrollo evolutivo en el ser humano o, como en este caso, además en su vertiente intelectiva y luego en sus aplicaciones a la educación. Durante años he escrito, y sobre todo explicado, a mis alumnos universitarios la asignatura troncal en todas las carreras educativas (Pedagogía, Magisterio, Psicopedagogía, Educación Social, diversos másteres, etc.) titulada Psicología del desarrollo. Y, como una especie de mantra repetido una y otra vez desde la primera clase, he tratado de recalcar ante ellos que las dimensiones del desarrollo humano –desde el embrión hasta la vejez– son la física, la cognitiva, la social, la emocional y la moral. Sin Piaget ni Kohlberg difícilmente habríamos mencionado la última de dichas dimensiones. Hablamos de dimensiones del desarrollo, no de frutos. Quiere decirse que, para que se hagan efectivas y visibles, han de ser cultivadas. Algunas de ellas han llevado la primacía tanto en la educación informal y espontánea impartida por la familia como en la educación formal que se imparte en la escuela. Unas se quedan a medias en su desarrollo; otras, desajustadas a veces, e incluso inéditas y atrofiadas, como ha podido ocurrir en determinados casos con la dimensión moral.
Pero, al mismo tiempo, he tratado de nutrir este relato con perspectivas que, como los afluentes de un gran río, desembocan en la consideración de una inteligencia moral como real o potencialmente existente en el ser humano. Son perspectivas que, a mi modo de ver, convergen con nuestra temática sobre la inteligencia moral, se explicite o no. Es el caso de estudios desde la fundamentación moral y la fundamentación ética como los de Adela Cortina, Victoria Camps y Marciano Vidal; desde la filosofía, como la excelente perspectiva de Martha Nussbaum con algunas de sus obras; de lo que entiende Francesc Torralba como inteligencia espiritual, que toca tangencialmente nuestro tema; desde la sociología, como J. Habermas, la visión filosófica basada en la tradición platónica y aristotélica de Emilio Lledó, o desde planteamientos relevantes para la educación como los de E. Morin. Pero especialmente me he sentido interpelado, y le dedicamos un apartado especial, por las reflexiones de Bandura sobre la desconexión moral. Sin olvidar la referencia a los aspectos neurológicos de la cuestión tratada, atento por mi parte en esta etapa de mi vida personal y académica a quienes están haciendo descubrimientos realmente esclarecedores, sobre todo por lo que prometen, desde ese gran descriptor que engloba diversos campos de especialidad y aplicación y que se cobija en el amplio ámbito epistemológico titulado «neurociencia» o, más exactamente, «neurociencias».
En la parte final de este libro hacemos una especie de síntesis conclusiva que recoge ese cúmulo de aportes, nuestro diálogo con ellos y fija en puntos tanto lo que estimamos clarificado suficientemente en relación con el tema propuesto como nuevas dudas y preguntas, porque, no haría falta decirlo, este es un tema totalmente abierto. A lo largo de la obra se hacen diversas llamadas y aplicaciones al campo de la educación, tarea que para mí constituye un leit motiv en lo que escribo, transmito a los demás de diversas maneras y propongo como oferta de diálogo y opera aperta para todos.
Al acabar esta introducción cabría preguntarse con el filósofo y profesor argentino Augusto Klappenbach lo que el título de un reciente libro suyo expresa: ¿Se puede seguir hablando de ética? (Buenos Aires, Anexo, 2015), una reflexión sobre la experiencia moral. A la pregunta de este autor, que él mismo concreta y desarrolla en otras muchas sobre la libertad, el deber moral, la ley, la política, la religión, la ciencia, el feminismo, la existencia o no de normas morales universales, etc., cabe responder con un sí rotundo y cambiar la pregunta por una afirmación doble: se puede y se debe seguir hablando de ética y de moral. Es lo pretendido con las perspectivas que desarrollamos a continuación.
LUIS FERNANDO VÍLCHEZ
1
LA PERSPECTIVA DE J. PIAGET
JACQUELINE GLASER
1. Mi punto de partida
Personalmente me he acercado al estudio del desarrollo moral a partir de investigaciones sobe el fracaso escolar de muchos niños, a los que he tratado a lo largo de mi trayectoria profesional como psicopedagoga. La moral incluye las reglas, principios y valores en los que una persona se apoya para fundamentar su trayectoria de vida, de modo que interrogarse respecto a la manera como aquella se desarrolla en el ser humano se convierte en una cuestión fundamental. «La moral infantil explica la del hombre. Nada es entonces más útil para formar a los hombres que aprender a conocer las leyes de esta formación» (Piaget, 1932, p. 1).
Nos apoyamos, pues, en Piaget, así como en autores constructivistas e interaccionistas para comprender la moral infantil. Encontramos en la teoría piagetiana un paralelo estricto entre los desarrollos cognitivo y moral. Es imposible disociar la razón de la moral, simplemente porque, para analizar y juzgar una situación, el niño necesita utilizar sus herramientas cognitivas. El desarrollo cognitivo es una condición fundamental del desarrollo moral, y viceversa, y así, para este autor, comprender el desarrollo moral del niño es comprender su desarrollo lógico. La afectividad también juega un papel importante en esta dinámica, pues los factores cognitivos y afectivos son interdependientes e indisociables los unos de los otros. La afectividad constituye la parte energética, y la inteligencia hace referencia a la estructura del comportamiento humano.
Los conocimientos son construidos por el sujeto en sus intercambios con el medio. Piaget estableció y describió unas etapas por las cuales pasa el ser humano durante la formación de sus procesos cognitivos o de cómo aprende y otorga significado a las realidades a las que se enfrenta y da sentido a sus conocimientos. En lo que concierne al desarrollo moral, este es construido por el niño y pasa por diversas auto-organizaciones a través de interacciones sociales: «La vida del niño se desarrolla dentro de la familia y en la escuela, donde va a construir sus primeros aprendizajes y sus primeros valores. El tipo de relación que el niño construirá con el objeto, el medio y con los otros será la matriz de su proceso de aprendizaje. El hecho de que el niño encuentre un medio que favorezca sus exploraciones, su curiosidad, dará origen a los conocimientos y más especialmente al amor por el conocimiento» (Glaser, 2007, p. 1).
Los valores construidos por el niño en sus interacciones derivan más de los hábitos de reciprocidad propios del respeto mutuo que de los deberes impuestos, propios del respeto unilateral y vividos en las relaciones de autoridad. Depués de formarse, los valores penetran nuestras acciones a lo largo de la vida y orientan todos nuestros comportamientos. Por tanto, conocer los valores de una persona puede permitirnos comprender sus actos. Durante la vida escolar es normal que los niños pasen por períodos de dificultades, sea en relación con los contenidos que han de aprender o en relación con el momento emocional que viven personalmente; las piedras son inherentes al camino.
Además, determinados hechos dramáticos nos impresionan cotidianamente, con relación a nuestro entorno, en las relaciones personales, familiares o profesionales. No siempre podemos comprender las reacciones de los otros, que muestran a veces la destrucción y crueldad de la que los individuos son capaces. En nuestra época, da la impresión a veces de que los vicios resaltan más que las virtudes. La Taille (2009), psicólogo brasileño que estudia la psicología moral, aportó una investigación llevada a cabo con jóvenes en la que se les preguntó acerca de las virtudes. Es sorprendente que la mayoría de los jóvenes respondió que admiraba a las personas que se hicieron famosas y conocidas en los medios de comunicación por su belleza, el dinero ganado o por su fuerza. Estas personas son los ídolos de los adolescentes de hoy. Pocos fueron los jóvenes que citaron a personalidades que permanecen en la historia por un recorrido memorable, por su inteligencia o por los hechos realizados para contribuir al bien de la humanidad, y de los que somos herederos. En otra investigación dirigida