Desconfianza
Por Meredith Webber
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Descubrir que Jen estaba embarazada había sido un shock. Pero a medida que pasaba el tiempo, Angus se convenció de que ella lo seguía amando, y de que el bebé que ella llevaba en su vientre sería suyo, aunque él no fuera su padre biológico. Pero, ¿podría convencerla a ella de todo aquello?
Meredith Webber
Previously a teacher, pig farmer, and builder (among other things), Meredith Webber turned to writing medical romances when she decided she needed a new challenge. Once committed to giving it a “real” go she joined writers’ groups, attended conferences and read every book on writing she could find. Teaching a romance writing course helped her to analyze what she does, and she believes it has made her a better writer. Readers can email Meredith at: [email protected]
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Desconfianza - Meredith Webber
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.
www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1999 Meredith Webber
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Desconfianza, n.º 1109 - abril 2020
Título original: A Hugs-And-Kisses Family
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-092-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Si te ha gustado este libro…
Prólogo
ENTONCES, ¿cuáles son tus planes para cuando regreses a Australia? –preguntó Alain.
Angus se quedó mirando a su amigo mientras pensaba en la pregunta. No sabía si contestar la verdad.
Alain Corot había sido su cable a tierra durante las siete semanas que había estado en el hospital, y su anfitrión durante los siguientes quince días de convalecencia, antes de que los médicos lo considerasen suficientemente curado como para volver a su casa.
En aquel momento, mientras estaban sentados en el salón del aeropuerto Charles De Gaulle, esperando el embarque del vuelo de Angus a su casa, sintió que la amistad era algo efímero; que difícilmente traspasaba el umbral de las mutuas postales de navidad.
¡Lo que podría convertir a Alain en el confidente perfecto! Alguien con quien Angus podría expresar sus pensamientos en voz alta y ver su confirmación, algo que ayudaría a su propia seguridad.
–Voy a cortejar y conquistar nuevamente a mi ex esposa –contestó, con la esperanza de que su voz sonara más segura de lo que en verdad la sentía para sus adentros–. Tengo intención de sitiarla, de probarle mi amor, y lo más importante: volver a intentar la fertilización in vitro hasta que ella pueda concebir el niño que tan fervientemente desea.
¡Lo había dicho por fin! Había expresado la síntesis de todos los pensamientos que le habían rondado la cabeza desde su repatriación a Francia, o desde que se había dado cuenta de dónde estaba y había sido capaz de ir formando ideas y frases en su cabeza.
–¿Es guapa, tu ex esposa?
Angus se sonrió con picardía. Conocía a Alain para saber que su análisis de los encantos femeninos era una fachada para ocultar su timidez. Siempre lo había visto mirar a las chicas, pero jamás tocarlas.
–Muy guapa. Como la Madonna que vimos en aquel cuadro de Murillo en el Louvre.
–¿La virgen y el niño? Creo recordar que te quedaste mirándolo mucho tiempo. ¿Es por ello por lo que quieres dejarla embarazada? ¿Porque te gustó el cuadro?
–El cuadro me gustó, pero como obra de arte, no como para querer tener un niño –explicó Angus–. Jenessa, mi esposa, deseaba desesperadamente tener un hijo. Al principio no, cuando estábamos estudiando. Pero después de cinco años de matrimonio decidimos dejar de tomar precauciones. Es decir, decidimos que ella dejara de tomar la píldora, que fue el único método contraceptivo que usamos.
–¿Y estuvisteis contentos con la decisión? ¿Fue una decisión conjunta? –Alain parecía sinceramente interesado en la conversación.
–Sí, muy contentos –dijo Angus, un poco molesto por mentir. Luego pensó que si quería empezar de nuevo con Jenessa, tendría que empezar por decir la verdad.
–Yo estaba un poco ambivalente –admitió al fin–. Siempre he sido un poco solitario, desde que mis padres se divorciaron y yo me fui a vivir con mi padre. El niño se quedó con el padre y la niña con la madre. Cuando conocí a Jenessa fue como encontrar un alma gemela. En realidad creo que lo que me pasó fue que tuve miedo de que un niño afectase a nuestra intimidad y nuestra compenetración.
–Como hijo de divorciados, debes de haberte sentido responsable, en parte, del fracaso del matrimonio de sus padres. Suele suceder, dicen.
Angus asintió con la cabeza. El haber sido separado de su hermana había aumentado el sentimiento de culpa por la ruptura de sus padres, de algún modo. Y el irse a vivir con su padre había sido como un castigo por algo de lo que no había sido consciente.
–Has hablado de fertilización in vitro… –dijo Alain–. ¿Ella tenía problemas para quedarse embarazada? ¿Ya lo habéis probado en algún otro momento?
–Te aseguro que no es fácil. No es tanto por las pruebas como por las esperanzas y la desilusión que viene luego, después de usar una nueva estrategia y que ésta falle. Lo intentamos durante un año y luego no quise seguir. Fui sincero con Jenessa acerca de mis sentimientos…
–¿Le dijiste que no querías tener un niño? –preguntó, incrédulo, Alain.
–Me pareció mejor decir la verdad –musitó–. Yo pensaba que ella podría estar pasando por todo aquello por mí. Que tal vez se sintiera culpable por tener que darme un hijo.
En realidad él había pensado que cuando terminase la presión que suponía estar en un programa de fertilización in vitro, volverían a la normalidad, a su vida de antes del programa. Había pensado que la fisura que se había dado entre Jenessa y él desaparecería milagrosamente, que desaparecería la presión sobre sus relaciones sexuales, programada y controlada por la medición de la temperatura y los fármacos para la fertilidad. Y que el amor volvería a reinar entre ellos.
–¿Y ella se sentía culpable como tú dices?
–No. Bueno, no del todo. Creo que se sentía incompleta –dudó, preguntándose hasta dónde dejar brotar la confesión–. Pero Jenessa realmente quería tener un hijo. Ella también tuvo una infancia solitaria. Supongo que es lo que nos unió e hizo nuestros lazos más fuertes. De lo que no me di cuenta fue de que ella tenía aquella idea de familia desde muy joven. Era un sueño al que se aferraba cuando pasaba momentos malos.
–Eso debe de haberla hecho sentir peor frente al fracaso de la concepción. Sin embargo es extraño que ella no haya compartido este sueño contigo, antes del matrimonio, o en los primeros tiempos de casados.
Angus sintió el peso de la responsabilidad caer sobre sus hombros.
–¡Oh! Ella lo compartió, si te refieres a hablar conmigo de ello cada tanto, cuando nos sentíamos felices y estábamos relajados. Pero ya sabes, Alain, cuando hay dos médicos en la familia, falta el tiempo para hablar y comunicarse de forma íntima. Durante nuestros años de médicos residentes, teníamos la suerte de vernos una vez al día, y de pasar una noche juntos una vez a la semana. Y cuando estábamos juntos había cosas más importantes de las que preocuparnos, que el futuro, como la sexualidad, y tratar de arreglar nuestros horarios para saber cuándo volveríamos a tener relaciones sexuales nuevamente.
Alain se rió.
–¿Ésa es tu idea de esos años? ¿O es la de ella también?
–¡Es una buena pregunta! Es mi visión de las cosas, en realidad. Recuerdo haber estado obsesionado con ello, no tanto con el sexo, pero sí con la organización que nos llevaba poder tenerlo. Siempre me decía que no debía tomármelo así. Supongo que Jen debe de haberlo sentido de manera diferente, aunque en aquel momento ella parecía estar tan interesada como yo en nuestras estrategias.
–Pero la residencia de los médicos no dura eternamente. –señaló Alain–. Tú estabas en una consulta privada, antes de irte de voluntario a África. La práctica de la medicina privada necesita dedicación, pero no es tan exigente, no demanda una actividad tan frenética como el trabajo en un hospital o una clínica.
Angus miró a lo lejos. Sonrió y luego contestó.
–No, no fuimos médicos residentes toda la vida. De hecho, cuando empezamos a llevar una vida más estable, no entendía por qué el sexo había sido tan importante para mí en aquel momento. El matrimonio, es decir, el compartir el tiempo, los ideales, las ideas, el trabajar juntos con un propósito común, todo eso se transformó en algo muy importante. Jenessa pasó a ser alguien muy preciado para mí, nuestra vida llegó a ser completa, perfecta. Al menos eso creí yo.
Alain se quedó un momento en silencio, luego preguntó sonriendo:
–¿Hasta que empezó a hablar de tener un bebé?
Anunciaron varios vuelos, y Angus fingió estar escuchando mientras pensaba una respuesta para dar a su amigo. Le interesaba pensarlo, puesto que la siguiente persona con quien hablaría sería con Jenessa.
Pero en medio del mensaje en francés escuchó claramente la palabra Sydney y Singapore. Era su vuelo. Y no podría completar la explicación.
Agradeció a Alain su ayuda y compañía, le prometió mantener el contacto y se despidió, pero la pregunta de su amigo se quedó con él, como una compañía indeseada a lo largo de su vuelo.
«Cortejaré y conquistaré a Jenessa», murmuró para sí, mientras se adentraba en la manga para embarcar en el avión. Sus palabras se convirtieron en un mantra que tenía que repetir en su mente hasta que se hiciera realidad.
Capítulo 1
EL ÚLTIMO tramo del viaje, un vuelo nacional desde Sydney, pareció eterno, pero finalmente el avión aterrizó en el aeropuerto de Coolangatta. Angus pestañeó para borrar la inesperada humedad de sus ojos. Era el cansancio del viaje, emprendido demasiado pronto después de salir del hospital. Cualquiera en su lugar habría sentido emoción al volver a casa después de una experiencia tan penosa.
Pero, ¿era volver a casa? ¿Tenía hogar él?
Se sintió incómodo, un poco desanimado, casi deprimido.
¿Deprimido? ¿De dónde sacaba esos estados de ánimo? Había estado soñando con su regreso desde que se había marchado de París… ¡Por supuesto que tenía un hogar allí! Estaba en el barrio de Palm Beach, en la ciudad de la Costa Dorada, en Queensland, en el mundo, ¡en el universo!
El avión se acercó a la terminal. El pequeño edificio fue creciendo a medida que se acortaba la distancia. Y él siguió dándole vueltas a las cosas.
Era cierto que su casa de la playa ya no era su hogar. Le había dicho a Jenessa que se quedara con ella, cuando él se había marchado a África. Le había dicho que en algún momento, en el futuro, arreglarían cuentas, pero que mientras ella viviera allí, cerca de su trabajo, en una consulta de medicina general anexa al Hospital de John Flynn.
Legalmente él era el dueño de la mitad, puesto que su divorcio no había establecido un reparto. Se habían apurado a hacer el papeleo estableciendo una mínima separación, que había sido más teórica que práctica, ya que él se había quedado en la habitación de invitados hasta que se había ido. De hecho, no había pensado en el divorcio, aunque había sido el primero en admitir que su matrimonio se había roto, y el primero también en