Angeles a mi lado: Historias sobre estos ayudantes celestiales
Por Betty Malz
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¿Alguna vez estuvo a punto de que le ocurriera algo malo? ¿Siente a veces que alguien está a su lado? ¿Se pregunta si alguna vez se ha encontrado con un ángel "sin saberlo"?
Cuando Betty Malz era una joven madre sufrió la ruptura de su apéndice y luego de varias complicaciones graves fue declarada muerta. Veintiocho minutos más tarde regresó a la vida trayendo con ella un mensaje dinámico y alentador sobre estos ayudantes celestiales conocidos como ángeles.
Durante los siguientes años, Betty habló y escribió sobre su increible experiencia , incluyendo los ejércitos de ángeles que vió esperando las órdenes de Dios para ayudar a su pueblo. Y parecía que a dondequiera que iba encontraba a otras personas deseosas de hablarle de sus encuentros con los seres angelicales.
Este libro es la culminación de ese viaje. Aquí el lector descubrirá respuestas bíblicas a preguntas como :
• ¿Cuándo nos ayudan los ángeles?
• ¿Qué cosas hacen realmente los ángeles protectores, rescatadores y mensajeros?
• ¿Cómo sabemos si un ángel es un siervo de Dios o si forma parte de las huestes de Satanás y está tratando de engañarnos ?
• ¿Pueden los ángeles intervenir cuando enfrentamos tentaciones?
• ¿Cómo debemos orar para pedir intervención divina ?
Este libro le ayudará a entender el propósito de Dios para estos ayudantes celestiales en cada aspecto de su vida. Anímese a confiar en su amoroso cuidado, pues El tiene realmente ángeles a su lado.
Betty Malz
Betty Malz (1929–2012) was the author of ten books, including My Glimpse of Eternity, which has sold more than 750,000 copies. Following her death experience, Betty spent the next 53 years sharing her testimony through writing and speaking, always with great joy and a deep love for Jesus.
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Angeles a mi lado - Betty Malz
historia.
ENTRE
DOS MUNDOS
Cuando salimos de vacaciones aquella primavera de 1959, no tenía idea de cómo mi vida estaba a punto de cambiar. Mi marido, mi hija, y yo, salimos junto a mis padres hacia la soleada Florida y, aparte un malestar persistente que elegí ignorar, mi vida no podía haber sido mejor.
Atribuía mi seguridad a mi fe práctica: le había entregado mi corazón a Jesús siendo niña, y sabía que iría al cielo cuando muriera, así que estaba satisfecha en mi negativa a creer cualquier cosa que yo no pudiera ver o explicar. Como no había razón alguna para sentirme preocupada, continué ignorando una ligera molestia en el costado que necesitaba ser atendida.
Entonces, de repente una noche pasé la etapa de la advertencia. Sentí como si algo estuviera a punto de explotar en mi costado; como algo hirviendo que me quemaba sin piedad. Fui llevada en una ambulancia a un hospital cercano al hotel.
Los médicos lucharon durante días para encontrar un diagnóstico, hasta que una cirugía reveló que había sufrido la ruptura del apéndice once días atrás, y que una masa gangrenosa había recubierto todos mis órganos, causando que se desintegraran. A pesar de que caí en coma yo seguía en negación mientras mi familia oraba y daba gracias a Dios por haberme permitido vivir hasta ese momento. Los doctores se reunieron con mi familia sin estar yo presente para informarle que debido a que mi estado se había complicado debido a una neumonía y unas venas colapsadas, las probabilidades de sobrevivir eran mínimas.
Una mañana temprano, después de haber permanecido en coma durante cuarenta y cuatro días, la enfermera de turno en el tercer piso vino a revisar mis signos vitales y no encontró respuesta a sus sondeos. Había cruzado de esta vida a la otra. A las cinco en punto de la mañana un doctor me declaró clínicamente muerta, me tapó la cara con la sábana, y salió de la habitación a oscuras. Ese fue el estado en el que mi padre, que había despertado en medio de la noche con un imperioso deseo de estar conmigo, me encontró veintiocho minutos más tarde.
Yo por supuesto no sabía nada de estas actividades terrenales. Yo sentía como si estuviera en una montaña rusa en Disneylandia, y hubiera llegado a mi destino en la cima más alta de la euforia. Fue como tomar el avión más rápido imaginable desde la tierra hasta otro planeta, un lugar brillante y glorioso bajo un cielo azul profundo en el que no había miedo, sino solo paz y belleza.
Inmediatamente advertí una música majestuosa, llena de exquisitas armonías producidas por innumerables coros. Alrededor de mis pies, flores ondulantes salpicaban con su color los prados de verde terciopelo.
Me sentía realizada, joven, viva, mientras caminaba de manera firme y decidida hacia una ciudad brillante sobre una hermosa colina. Nunca había experimentado tal alegría o ansiedad.
Entonces, me di cuenta de que no estaba sola. Miré a mi izquierda y vi a un compañero alto, con una brillante túnica blanca. ¡Era un ángel! Recordé mis pensamientos infantiles sobre los ángeles, en los que me preguntaba qué hacían y cómo lucirían, pero nunca imaginé que serían seres de tanta belleza, poder, y majestad. Su rostro tenía rasgos masculinos, y sus manos eran grandes y fuertes.
Me sentí cómoda en su presencia, y de alguna manera supe que había estado conmigo desde que tenía trece años y acepté a Jesús como mi Señor y Salvador. Nunca supe que él estaba allí, posiblemente porque nunca estuve muy al tanto de mi entorno o de mi necesidad. Pero, sin lugar a dudas, él era una parte necesaria de la transición que estaba experimentando de la vida que abandonaba a la nueva vida que tenía por delante.
Juntos, dábamos largos pasos, e incluso grandes zancadas hacia la hermosa colina. Ninguno pronunciaba palabra alguna, pero podíamos comunicamos fácilmente con solo pensar lo que queríamos expresar. También me di cuenta de que podíamos viajar tan rápido como nuestros pensamientos pudieran elegir un destino. El deseo de ver a mi abuela durante mi infancia, por ejemplo, nos transportó hacia el columpio que ella tenía en su pórtico, con la cálida brisa del verano y la madreselva endulzando el aire. Aun así, caminábamos sin parar hacia nuestro destino.
Llegamos hasta una enorme placa de perla transparente que aparentemente era una puerta en las murallas de la ciudad, a través de la cual pude detectar un enorme brillo. Mi ángel de la guarda extendió la mano para tocarla, y fue como que si con la calidez de su toque hubiera derretido el material, haciendo que este se abriera hasta los bordes de la puerta.
Al instante fui bañada por una cálida luz y me sentí plena. Cada anhelo de mi corazón encontró una satisfacción completa en el torrente de poder de esa luz. Algunas veces, cuando he disfrutado de momentos de resplandor y logros en mi vida, siempre permanece una pequeña cavidad vacía en las cámaras secretas de mi alma. Ahora sé que se trata del anhelo de este nuevo hogar; que nada más ha podido llenarlo.
Mis ojos fueron atraídos hacia Uno que estaba sentado en un trono de oro, y vi la fuente de la luz deslumbrante. El rostro de Jesús brillaba con un resplandor maravilloso. Tuve que bajar la mirada. Este se reflejaba sobre el bulevar de oro en el centro de la ciudad, y era la misma luz que fluía a través de mí.
Otros, aparte de mí y mi compañero, eran también atraídos por el poder de esa luz. Reconocí a personas alrededor del trono que había muerto durante mi vida, y ellos también me reconocieron. Todos compartíamos la convicción de que habíamos alcanzado nuestras verdaderas identidades. Habíamos alcanzado lo que siempre habíamos anhelado.
Muchos hacían lo mismo que hacían en la tierra, pero de una manera perfecta, sin obstáculos o impedimentos. Vi a varios floristas tender afanosamente unas delicadas flores, como las que había admirado mientras ascendía hasta la colina. Pero ahora estaban trabajando para un empleador diferente en un ambiente en el que no había sequías, plagas, ni dolores de espalda. Del mismo modo, los constructores estaban ocupados en la construcción de viviendas (de alguna manera supe que estaban esperando a un gran número de personas) y muchos otros perseguían sus sueños.
Jamás habría pasado por mi mente abandonar este lugar tan impresionante, pero las cosas estaban por cambiar. De repente hacia mi derecha vi como rayos de luz que subían directamente de la tierra y que entraron en la sala del trono, en la presencia de la gran luz original, la fuente de toda la energía, el calor, la creatividad y el poder. Los rayos de luz, rectos y veloces como rayos láser, eran oraciones. Y de pie alrededor de la sala del trono había ejércitos de ángeles a la espera de órdenes para ejecutar las respuestas.
En un rayo determinado, vi y escuché una oración de una sola palabra, y reconocí la voz del que oraba. Era mi padre. Él simplemente susurró el nombre Jesús, y en él iba implícito el deseo de que yo no hubiera muerto. Su oración se convirtió en mi deseo.
Inmediatamente sentí como si estuviera en un ascensor descendiendo a una velocidad alarmante. Finalmente se redujo la velocidad y me detuve. Todo quedó en silencio. Seguidamente abrí los ojos en la habitación del hospital y miré el asombrado rostro de mi papá. Había vuelto a la vida.
El médico que me había declarado muerta estaba pasmado. El mismo que validó que había estado muerta durante veintiocho minutos, me envió a mi casa dos días después sin dificultades físicas discernibles causadas por mi extraordinaria experiencia.
Pero yo había aprendido lecciones muy valiosas. Ahora, por ejemplo, tengo una mejor comprensión de las relaciones humanas, y siento unas ganas tremendas de hablarles a otros de Jesús. También aprendí que no debo creer solo lo que puedo explicar con mi lógica práctica. Pero lo que me sorprendió más de todo lo que vi fueron la actividades de los ángeles ministrando frente a la presencia de Dios; unos seres que nunca había visto y de los cuales jamás me había preocupado mucho, a pesar de que durante mi niñez tuve agradables encuentros con el concepto de los ángeles.
Uno de ellos fue una pintura titulada Ángel de la guarda
, que desde que tengo uso de razón cuelga de una pared en casa de mis abuelos. En ella puede verse a un niño y una niña en un puente que cruza una cascada. El chico está recogiendo flores silvestres, inclinándose sobre algunas tablas que faltan en el puente, mientras que su hermana pequeña sostiene algunas de las flores que él ya ha recogido. Tal vez las flores son para una abuela enferma, o para sorprender a sus padres al llegar a casa. En cualquier caso, el mensaje que recibí de niña fue que el ángel que estaba detrás de