La débil mental
Por Ariana Harwicz
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La débil mental - Ariana Harwicz
I
NO VENGO DE NINGÚN LADO. El mundo es una cueva, un corazón de piedra que aplasta, un vértigo plano. El mundo es una luna cortada a latigazos negros, a flechazos y escopetazos. Cuánto hay que cavar para dar con el desprecio, para hacer que mis días ardan. Yo podría haber nacido con ojos blancos como este bosque de pinos lisos y, sin embargo, me despiertan las cenizas de un volcán sobre los tréboles del jardín. Y sin embargo, mamá se arranca mechones y los tira al fuego. El día comienza, soy un bebé y mamá está sentada de espaldas en su sillón y llora. Me despierto niña, afuera las lavandas, adentro mamá y sus cabellos negros entre las brasas. Hay extractos de nubes en todas partes, bajas y blancas, altas y pasajeras, oscuras e intermedias. Me invento una vida en las nubes sentada en mi clítoris. Vibro, me agito, me trato con morfina en los dedos y durante ese lapso, todo está bien. Mi mano adentro es mil veces su cara dentro de mí, cuánto se puede poseer una cara, cuánto se puede meter una cara en el sexo. Durante ese tiempo la hierba es hierba y puedo correr entre pastizales. De las mil maneras de existir que hay, me tocó esta, no reconozco a nadie y cuando me ataca la gran desesperación, vivo en cualquier parte. Mamá dejó de llorar, ya camino sola, ya hablo, ya compartimos la ropa. Quiero que él regrese contra todo pronóstico, contra todo duelo, quiero que sus ojos me destierren y ver la punta de los árboles. Mi cabeza toma un giro. Mi cabeza en picada se incrusta. De pronto, tengo el tono de una muerta. La cara hinchada de una adicta en la bañera. El cuerpo épico de la que va a saltar al vacío rocoso. De pronto, noto que es mediodía y los ojos azules de las liebres brillan fríos y salgo a comer, pero es pasado. Me pongo a orar o es que estoy enamorada. Le pido que me escupa, que me rompa la cara de una bofetada. Me lo quedo mirando. No estoy tocada, solo poseída, siempre es la misma respuesta. Me aburro, mamá. Mi cerebro son polillas en un jarro y se ahorcan.
MAMÁ Y EL TIPO SE AGARRAN DEL CUELLO y se frotan contra el piso de cemento resbaloso. El tipo acaba en mamá mirando las alturas y todo empieza. Pongamos un microscopio en mi cuerpo amorfo esta tarde de moscas lentas. Podrían colgarlo como cuadros abstractos en el salón. A esta hora aparecen árboles calientes, hojas resbaladizas, me escondo de ella. La oigo gritar. Estoy pateando en el monte, hacia dónde. Por el momento hay solamente el ruido del viento sobre la cima y algunos cantos. Por el momento el misticismo dura y son hormigas en mi brazo. Si te gusta vivir en un sueño, quedate ahí, protesta, y se encierra y todo es humo sin ella. Tengo siempre este recuerdo de fiebre de la infancia en un auto calcinado. La mirada de mamá de frente, mamá en la nuca como un insecto de caparazón duro. La mirada de mamá fumando en el sillón de cuerina roto del tren. Yo despierta en el auto cerrado, sin poder hablar, los vecinos llamando a la policía. Me muevo mansa, dónde está ahora. Me agacho a besar la tierra. Cómo es posible este deseo repetitivo, molesto, el primo idiota de la familia que viene a interrumpir los desayunos al sol con medialunas con membrillo y termina tirándose por el balcón. El primo profundamente retardado que se toca la nariz, diciendo, nariz. Este deseo epiléptico, este deseo deforme, un discapacitado deseante y baboso al que hay que levantar entre dos y cargar como una carreta para poder coger sobre el colchón blando. Y sin embargo, no tiene otra cosa que hacer que cogerme, que desearme desde su silla. Y sin embargo, la aureola densa y transparente en el colchón, prueba que vivo. Preparo el dedo, pero pienso tanto que después me desvanezco. La idea del deseo sobre el deseo me deja chiflada, parásita con ojeras hasta el cuello. Mamá, dónde te metiste, estoy fastidiada, trabajé nueve horas parada, los empleados necesitan reposo. Mamá, tibio tibio, caliente se quemó. Si me viera le daría miedo, descargo un odio impresionante. Si querés quedarte en sueños, allá vos, me insulta desde su ratonera.
¿POR QUÉ SOMOS TAN BOBAS delante de las góndolas sin saber qué comer? ¿Por qué compramos albahaca y perejil industrial si tenemos en la huerta?, y nos reímos. Morir es una buena opción cuando se le caen todos los frasquitos de condimentos que levantamos uno a uno como partículas de esqueletos y nos queda ajo entre los dedos. Acostarme sobre la arena, sobre la hierba corta, sobre la tierra seca. Dejar de luchar con los brazos de mamá. Trato de concentrarme en el gusto de los zapallitos. Están frescos, digo. Apenas los rebocé, dice, sin casi nada de aceite de oliva. Mirá el pasto, mirá cómo crece por partes, qué raro, hay pedazos secos, como si el sol solo hubiera dado ahí, hay partes hundidas, como pantanos. Misterio, hija, para qué preguntar más. Buen provecho. Parece que las gallinas tienen hambre, no paran de chillar. Comemos, ida y vuelta de la mano a la boca. Dónde está mi teléfono mamá. No está. Dijimos que íbamos a hacerlo, lo estamos haciendo muy bien las dos, echále algo de sal. Yo tampoco pregunto por los vasos de culo gordo. Mamá. Él pudo haber llamado. Concentráte. Mirá un punto en el espacio y sigamos cenando. Hicimos bien en comprar esta mesa rectangular, ¿no? Con las sillas no fue cara, nos faltaría una sombrilla y tal vez una reposera reclinable. ¿Amarillas o a rayas? Así damos algo de color. Dicen que el color da vida. Qué payasada. ¿O a lunares? Miro un punto en el espacio, ¿y? Nada existe. La sensación de que se aleja es una puñalada seca en el estómago. Te llenas de imágenes que son una porquería para tu salud, ¿por qué mejor no te concentrás en la niña alegre y tontilla que eras antes de conocerlo armando hospitales para hormigas agonizantes? No arruines esta cena, qué desagradecida te vuelve, qué tipa áspera. No era alegre. Cocino en vez de recalentar y ni un gracias.
LEVANTAMOS LOS PLATOS entre grillos. Qué suerte tengo