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Por los buenos tiempos
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Libro electrónico327 páginas3 horas

Por los buenos tiempos

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Estamos en Irlanda del Norte en los convulsos años setenta. Sammy, Tommy, Barney y Patrick son cuatro amigos de Ardoyne, zona depauperada y de mayoría católica del norte de Belfast. También son «provos», miembros del IRA Provisional que abrazan devotamente la causa de una Irlanda libre y unida. Para ellos, la iniciación a la violencia y la iniciación a la vida son indistinguibles. Todas sus relaciones se desarrollan siempre bajo la sombra de la lucha armada y un reguero de víctimas y destrucción. Todo es vertiginoso y deslumbrante. Son los buenos tiempos. Sin embargo, una vorágine de muertes, traiciones, corruptelas, luchas intestinas y secretos que salen a la luz amenaza con poner fin a lo que para estos chicos del IRA ha sido una época dorada.
IdiomaEspañol
EditorialSexto Piso
Fecha de lanzamiento2 nov 2020
ISBN9788418342189

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    Por los buenos tiempos - David Keenan

    CANCIONES

    LA RESPUESTA DEL CISNE

    : Soy como un ángel que regresa al pasado para decirle a mis yos de Ahora, aquí y Ahora, que éste es Jesucristo hablando desde la cruz, con los guardias a una distancia prudencial.

    Jesucristo habla a mis yos de Bobby, el cual estaba entrando y saliendo de un coma. Bobby proyecta su eco, les habla a mis yos, a través del tiempo y del espacio, un eco descom­pasado.

    ¡Por los clavos de Cristo…! ¿Qué?

    Éste es Su Padre, que se ha olvidado de Él, le dice el sacerdote a mis yos. Su cuerpo está aquí entre nosotros, los reos, dice. Su cuerpo está aquí repartido entre nosotros. Señala a los chicos demacrados, a todos los Jesús que están por venir, y es como un cuadro en la pared de una celda, en el cielo, recordando. Y mis yos lo ven con sus propios ojos.

    Pregúntale por el cielo, le dice uno de los reos al sacerdote, pregúntale cómo son las cosas en el cielo. Reos, les dice Jesucristo a mis yos con la voz de un sacerdote del bloque H3, reos, dice, las cosas ocurren sin existir. Y luego, con su propia voz, añade: Soy amor en los ángeles. Ésta es La Zona Muerta: El Lugar de los Ecos Infinitos.

    Padre, dice en voz alta, Padre, pero es Él Mismo quien habla. ¿Seguro que eres tú, Padre?, dice Él, y levanta la mano como si fuera a tocarse a Sí Mismo la mejilla.

    Y lo que dice el sacerdote es que Jesús estaba con los Hombres de las Mantas y que sufrió al igual que ellos, así que seguramente los Hombres de las Mantas estarán sufriendo hasta el fin del mundo. Y que un río de oro discurre desde un jardín de África que responde al nombre de Belfast, a su vez llamado el Estado Libre Irlandés. Y que IRA significa «Ángeles Justicieros Inmortales». Y que UDA significa «Bajo Influjos Demoníacos». Por sus siglas en inglés, evidentemente. Y que sólo hace dos mil años que la Tierra existe. Pero en ella se respira un ambiente espeluznante.

    Y el Propio Jesús, desde Su lugar en la cruz, que piadosamente se halla en el Corazón del Tiempo, habla a través de un sacerdote del bloque H3: Éste es viejo, reos, le dice a mis yos; llama «reos» a mis yos, como ecos en el tiempo; así que avisadme si ya os lo sabéis.

    Pat y Mick, le dice a mis yos este pálido Jesús que todos vemos ante nosotros, su eco está descompasado, como el de Bobby, sólo que Él está en la pared de una capilla de la prisión de Maze en vez de en una cama de hospital llena de meados, Pat y Mick están de vacaciones, nos dice Jesús, lo dice sin hablar, sin mover Sus labios ni abrir Sus ojos a todo el horror que se despliega ante Él, a todos los Jesús que están por venir, pero oírlo es tan sencillo como la pálida luz que brilla bajo Su piel, Su piel que se proyecta e ilumina como si Él hubiese parido la luna, y alza Sus cejas en una expresión de dolor, las levanta por el sufrimiento que Su Padre ha traído al mundo (admitámoslo), y sus cejas se asemejan a un pájaro dibujado por un niño, y nos dice: Dos amigos, Pat y Mick, están paseando por la calle en Estados Unidos, en la eternidad, en Nueva York, y levantan la mirada al sol, cuyo brillo procede de los cielos, y abren las manos para sentir el sol, para sentirlo en el centro de las palmas, levantan las manos como si estuvieran saludando, y entonces Mick le pregunta a Pat –todo esto lo dice con la voz de Jesucristo, que es la voz del sacerdote y que proviene de la Eternidad, del Corazón de la Cruz– si es el mismo sol que tienen en Ardoyne, y Mick le dice: Pat, no sabría decirte con seguridad, vamos a preguntarle a alguien, y en ese momento Jesús despega una de Sus pálidas manos de la cruz y se toca la cara y deja ver las llagas que tiene en el centro de la mano, son como unos labios vaginales, preciosos, delicados, y luego vuelve a poner la mano en su sitio sin mediar palabra y todo el mundo mira a todo el mundo con cara de «¿cómo?».

    Escuchad, reos, les dice Jesús a mis yos, como le deis cuartelillo al asombro, os arranco los ojos, cabrones, les dice a mis yos, y vuelve a Su rollo de los dos coleguitas, Pat y Mick, y el sol en el cielo. Resulta que estaban en un nuevo país, una vida completamente nueva, y paran a la primera persona que se encuentran, y le preguntan si sabe si ése es el mismo sol que habían visto antaño en Ardoyne, el mismo sol que brillaba en el cielo durante la puta contienda armada, y ahora la figura de la cruz entra y sale de la realidad, y la primera persona que se encuentran habla con la voz de Jesucristo, que es la voz de un sacerdote de la prisión de Maze al principio de la segunda huelga de hambre, durante la primavera de 1981, y Él les dice: Lo siento, chicos, pero no sabría decir si es el mismo sol que visteis en Ardoyne; yo también soy forastero aquí.

    Dicen que las últimas palabras de Jesús tuvieron que ver con Su Padre. Pero eso fue lo último que los Chicos escucharon de Él.

    Ésta es la historia de la manzana de Adán, hijo, así es como nos empezó a dar corte el quedarnos en bolas delante de la gente, porque hasta entonces la vida era la leche, colega, lo único es que nadie podía acordarse de nada porque no tenían idioma, se comunicaban por gestos, y también mediante sonidos que parecían canciones, no sé, como notas musicales o algo así, creo, pero no palabras de verdad, hasta que Adán le metió un bocado a la puta manzana y todo quisqui empezó a hablar, así de simple; hasta entonces todos los días habían sido iguales, pero entonces, Jesús, o seguramente su viejo (admitámoslo), dejó una serpiente suelta en el jardín y la serpiente fue el primer bicho capaz de hablar pero como nadie sabía decir nada de nada, la serpiente empezó a sentirse sola y por eso tentó a Adán para que se comiera la manzana, en ese momento él ni siquiera sabía lo que era una manzana, se pensaba que todo era como una prolongación de él mismo, tampoco sabía que la serpiente era una serpiente, así que nunca sabremos cómo ocurrió, pero básicamente la serpiente debió de decirle que la manzana era algo distinto de él mismo y que si quería se la podía comer y así podría saber el nombre de todo, también de su mujer, porque en ese momento no tenía ni idea de que se llamaba Eva. Después de aquello, empezó a recordar.

    Mira esta foto, anda. Mira qué pintas tiene Tommy. Parece un negrata. El único negro de Belfast. ¿Cómo coño podía estar tan moreno? Y esas orejas. El de la izquierda soy yo. Con mi pañuelo de seda en el bolsillo de la chaqueta. Una mano en el pantalón. Y con la otra mano agarrando a las chavalas. Joder, es que míranos, colega. Nos creíamos Perry Como. Un chute, un buen chute de Como, eso es lo que nos decía Tommy, no hay nada mejor que un buen chute de Como en vena, colegas, y entonces nos íbamos a la tienda de discos y nos metíamos en esas cabinas de madera que había para escuchar discos y nos poníamos a fumar y nos pasábamos la mano por el pelo y escupíamos en el suelo y entonces se oía la voz de Como por el pequeño altavoz de la esquina y era como una máquina del tiempo y nos teletransportábamos a otra Irlanda, a otra Italia, a otra California, adonde coño fuera que estuviera cantando Como. A otro paraíso, vaya. Ah, y a Frank Sinatra que le den. Puto depravado. No como Como, que nunca decía palabrotas, ni fumaba ni bebía. Y además siempre le fue fiel a su mujer.

    La foto es de la boda de Ellen McFadyen. El del medio es Barney, y ésa, su mujer, Shona. Shona McFadyen. Pobrecilla. Murió hace tiempo, qué lástima. De cáncer, y el de la derecha del todo es Patrick. Un disparo al corazón en el jardín de su casa, un capullo se lo cargó después de que su novia se fuera de la lengua, manda huevos. Pero eso te lo cuento bien luego. El que está al lado es Tommy. Míralo, qué planta tiene. La verdad es que éramos los guaperas de Ardoyne. Las teníamos a todas loquitas, las viejas nos miraban como si fuéramos actores famosos, y a las chavalillas se les caía la baba con nosotros. Me cago en la leche, es que miro la foto y parece que estuviera allí: de vuelta a los días felices.

    Esta foto nos la hicieron justo después de la movida de Dundalk. Tommy y yo habíamos ido allí para encargarnos de un asuntillo, llevábamos un par de pipas debajo de los pantalones, parecíamos mafiosos. Ahí, con dos cojones. Ésa era la mejor forma de que los maderos no se fijaran en ti: entrar como si fueras el puto amo. Para los maderos éramos poco más que ratas de alcantarilla, se pensaban que nos íbamos a colar por la puerta de atrás o a subir por alguna cañería, aparecer por un callejón con capucha negra y pantalones de camuflaje. Pero no, nosotros nos plantábamos allí con pañuelos al cuello y relojes de oro y trajes italianos hechos a mano. Por eso contaban con nosotros. Podríamos haberle vendido queso a los franceses.

    Teníamos que encargarnos de un tío, un puto chivato de mierda, y le íbamos a meter un tiro en su propia casa; estaba todo planeado. Tommy lo conocía, el tipo no tenía ningún motivo para sospechar nada. Le llevamos una botella de Bushmills y una trucha, un bicharraco enorme que Tommy le había pillado a un tío del Shamrock. Así es como se hacían las cosas por aquel entonces. Dime quién coño se va a resistir a una buena trucha recién pescada. Total, que allá que vamos. Bobby, se llamaba Bobby, así se llamaba el capullo. Bobby abre la puerta y está encantado de vernos. Coge a Tommy por la nuca y le despeina el pelo con los nudillos. Su apellido era Burns. Bobby Burns. Todo el mundo lo llamaba «Fat Burns», por aquello de que no le habría venido mal quemar un poco de grasa. Tommy empieza a pelear con él, en broma. Se pone a contar chistes y no para de reírse, Tommy se lo está pasando pipa de verdad con el cabrón este, vamos a meterle un tiro en la cabeza pero se ve que aún nos queda tiempo para echarnos unas risas.

    Me quedé mirando cómo Tommy jugaba a las peleas con el patán de Bobby en el sofá. Lo miré a los ojos y me di cuenta de que era real. Estaba allí, completamente allí. En ese momento era mi ídolo. Tommy era mi héroe. Entonces se levanta, con toda la frialdad del mundo, y hay un espejo encima del sillón. Bobby sigue allí, descojonándose, el cabrón se está partiendo el culo. Yo estoy desenvolviendo la trucha, es enorme y parece un dinosaurio. No sé dónde coño la habrían pescado, pero parecía un puto plesiosaurio. Y de pronto todo empieza a moverse a cámara lenta.

    Pillo a Tommy mirándose en el espejo –sólo por una décima de segundo, una décima de segundo que parece no acabar nunca–, y veo sus ojos risueños. Nunca lo olvidaré, esos ojos irlandeses que se ríen al ver su propia imagen; todo lo que dicen las canciones es verdad. Y se arregla el pelo. Se chupa el dedo y lo usa como peine y se pone bien la raya. Todo en esta película se ha ralentizado hasta tal punto que parece que podrías quedarte a vivir en ella para siempre. Y entonces Tommy se saca la pipa de los pantalones con un único movimiento y mira a Bobby y sonríe y vuelve a mirarse a sí mismo en el espejo y aprieta el gatillo y le revienta la tapa de los sesos sin mirarlo siquiera.

    Tres disparos en la cabeza y la cara del tío es un puto cuadro. Joder, Tommy, le digo, ¿por qué no le has tapado la cara con un cojín o algo? Pero me agarra del cuello y empieza a jugar conmigo a las peleas exactamente igual que antes con Bobby, despeinándome, como si yo me tomara las cosas demasiado en serio o algo así.

    Nos vamos de allí corriendo y nos metemos en el coche. Vemos a la gente cerrar las cortinas. Todo el mundo sabía lo que pasaba pero nadie quería tener nada que ver. Mejor para nosotros. Pero entonces vemos dos coches patrulla de incógnito al fondo de la calle. Estamos en un callejón sin salida y los dos coches están bloqueando la carretera. Son los putos maderos, me dice Tommy. Aún hoy sigo sin saber si era la poli o no, pero el caso es que a Tommy se le ocurre una idea, una idea de locos. Átame al techo del coche, me dice. ¿Te estás quedado conmigo o qué?, le digo. Átame al puto techo del coche, insiste, y yo paso de discutir con él cuando se pone en ese plan. Así que entro de nuevo en la casa y me pongo a buscar por todos los muebles de la cocina a ver si encuentro alguna cuerda pero no encuentro nada y voy a la parte de atrás y arranco el puto tendedero y salgo otra vez y Tommy está tumbado en el techo del coche con una pipa en la mano. Átame, me dice. Y aprieta con ganas, coño.

    Entretanto, los dos coches que están bloqueando la carretera siguen allí sin hacer nada. Hay gente dentro pero están agachados, vigilándonos. Todo está en silencio, un silencio espeluznante. Están esperando refuerzos, me dice Tommy: Date prisa, joder.

    Lo ato al techo del coche y entonces me dice: Venga, písale. Piso el acelerador a fondo y vamos directos a los dos coches y veo las caras de los tíos que están dentro, mirándonos sin dar crédito. Intentan quitarle el seguro a las puertas. Intentan salir a tiempo. Y Tommy se pone a disparar. Las ventanas estallan y la gente grita y nosotros seguimos adelante y embisto a uno de los coches y me abro paso y oigo a Tommy gritando arriba; creo que le han dado, pero sigo conduciendo. Entonces entro en la carretera principal con un loco atado al puto techo del coche y justo en ese momento es cuando me doy cuenta: Tommy está cantando. El mamonazo se ha puesto a cantar ahí arriba, atado al techo del coche. Y está cantando una de Como, lay your head upon my pillow, hold your warm and tender body close to mine,¹ canela fina. Aquello fue inolvidable. Se me saltaron las lágrimas. Mira, incluso ahora me estoy quedando sin voz nada más que de acordarme. Tommy ha venido a este mundo para seducirlo, me dije.

    Más tarde, esa misma noche, fuimos al puente de Bow, en el pueblo de Whiterock, y nos sentamos allí debajo, fumando pitis y mirando las golondrinas, que tenían sus nidos en las vigas e iban volando y cantando esa melodía suya, esa melodía veraniega, y todo el mundo venía y preguntaba si era verdad lo que había pasado y Tommy estaba allí sentado como una estrella de cine, sin reaccionar siquiera; no hacía más que fumar y escuchar a los pájaros mientras las mujeres gritaban como locas y venían tíos del IRA, tipos duros, y le daban la mano, y hasta un niño le pidió que le firmara una bala de plástico. ¿Qué vas a ponerle?, le pregunto, y entonces me mira y me guiña un ojo. «Por los buenos tiempos», dice, y los dos nos partimos el culo, menudo par de capullos irlandeses estábamos hechos.

    Al día siguiente vamos a la boda de la foto. Patrick, Barney y el cabrón de McManus. No te imaginas qué asco de tío: un auténtico gilipollas. Tommy fue con Patricia. Ella quería llevarse a Tommy a Estados Unidos. Quería tener una hija con él, pero decía que primero tenían que ahorrar bastante dinero para poder criarla en Nueva York. No querían criar a sus hijos en Irlanda, no tal y como estaban las cosas. Y nadie se lo podía reprochar. Si se hubieran ido en ese momento, Tommy sería ahora un actor de Hollywood, no me cabe la menor duda.

    Patrick era muy señorito. No cogía el transporte público ni muerto, pero el cabrón trabajaba haciendo promociones en un puto supermercado, no te vayas a creer. ¿Sabes el típico que se te acerca nada más entrar por la puerta y te da un trago de whisky y un bizcocho de fruta? Pues ése era Patrick cuando no estaba cargándose a gente para el IRA. Pero no era mal tío, sólo que había que conocerlo. De allí era de donde pillábamos el alcohol de garrafón.

    Barney parecía un pitbull italiano, pero con bigote. Nada más ver a Patricia se levanta la camisa y le enseña el pecho, todo magullado y lleno de cicatrices –algunas de esas cicatrices aún siguen grabadas en mi mente–, y le dice: Venga, dame un puñetazo, guapa. Venga, dame fuerte, le dice. Por supuesto, ella se niega. ¿Qué clase de mujer iba a querer darle un puñetazo a un hombre en el puto pecho nada más conocerlo? Pero todo el mundo está borracho y dando gritos y Tommy le dice: Métele duro, cojones; entonces ella se acerca y le da un puñetazo y él abre los brazos y le dice: No he sentido una puta mierda, y se va de allí andando como un puto loco.

    Ninguno de ellos sabía leer ni escribir; básicamente eran analfabetos. Yo era el más joven pero al menos había ido al colegio. La gente como Tommy, Barney, Pat. Ese tipo de tíos. Sus padres los pusieron a trabajar con siete años. Tendrías que haber visto las tarjetas de boda que le dieron a Ellen y a su marido, Desi, que, por cierto, era enano. Ponían coma después de cada palabra, así, ves, te, explotaba, la, puta, cabeza, y luego otro clásico era cuando les daba por subrayar todas las palabras por algún motivo desconocido. En ambos casos, ninguno de los tres acertaba a escribir bien casi ninguna palabra. Para ellos la ortografía era como un juego de azar. Pero daba lo mismo, porque Ellen y Desi casi no sabían leer. De hecho, había un cartel enorme en el salón de la ceremonia y sus nombres estaban mal escritos. Y encima de la puerta ponía «Música en bibo». Entre todos habíamos reescrito el puto mundo entero: nada mal para un hatajo de irlandeses analfabetos.

    Los melenudos tardaron en llegar a Belfast. No vi a un hippy con mis propios ojos hasta 1972: allí estaba el tío, sentado en el suelo, en una parada de autobús de Lisburn Road, bajo un sol resplandeciente, descalzo y con una guitarra acústica atada al cuello con un trozo de cuerda. No me lo podía creer.

    Total, que en la boda había varios melenudos, unos cuantos hippies de mierda dando el cante. Tommy empieza a meterse con ellos. Míralos, pero si parecen tías, joder, dice, y se pone a caminar con gestos afeminados. Uno de ellos me suena mucho, pero no consigo ubicarlo. Así que se puede decir que en ese momento no conozco a ninguno de ellos. Entonces el tío que te he dicho que me suena se acerca con otros cuantos melenudos más y va en busca de Tommy. ¿Eres Tommy Kentigern?, le pregunta. Tommy le dice: ¿Y a ti qué coño te importa, Bob Marley?, y se echa a reír y nos hace un guiño. El tío se queda mirándolo. ¿Pero qué dices? Si Bob Marley es rastafari, responde el tío. Me da igual quién seas, colega, me la suda, le dice Tommy. Tommy se ha confundido, dice Pat, quería decir Bob Dylan. Mira, a mí no me corrijas, le dice Tommy a Pat. Quiero decir Bob Marley, cojones. Venga, dime una canción de Bob Marley, le dice el tío a Tommy y la forma en que dijo aquello, con un punto así como arrogante, hizo que por fin cayera en quién era. Ah, coño, me digo a mí mismo, pero si es Mackle McConaughey, este cabrón es comandante del IRA. Un asesino, un héroe, un tío serio. Agarro a Tommy por el hombro, Tommy, le digo, tranquilo. ¿Tranquilo?, me suelta, ¿pero qué coño te pasa a ti también ahora? Entonces se gira hacia Mack de nuevo. Bob Marley canta la canción esa del viento, «Blowin’ in the Wind», le dice, no me líes más, coño. El que canta la canción del puto viento es Bob Dylan, le dice Mack, cortante a más no poder. Vamos a ver, les digo a los dos, ¿qué coño nos importará a nosotros lo que cante Bob Marley o Bob Dylan? Corrígeme si me equivoco, digo, pero tú eres Mackle McConaughey, ¿verdad? Uno de los melenudos que va con él da un paso adelante y se acerca a mí. ¿Quién cojones eres tú?, me pregunta. Soy Samuel McMahon, le digo. Claro, ya decía yo que me sonabas de algo, me dice McConaughey. De pronto McConaughey está de muy buen rollo conmigo. ¿Qué tal anda tu madre?, me pregunta. Mejor que quiere, le digo.

    ¿Eres Mackle McConaughey?, pregunta Tommy. Tommy está flipando. Siento lo de Bob Marley, dice. No tengo perdón. En fin, que sí, que me he liado con Bob Dylan. Bah, no pasa nada, dice Mack, vamos a por unas birras, y él y sus colegas se van a la barra. Empiezo a respirar de nuevo. Tommy me mira y me dice por lo bajini: ¿Qué coño hacen los del IRA en esta boda? Y al final todos nos pillamos una buena cogorza y luego Mack se sube al escenario con la banda y empieza a cantar «Blowin’ in the Wind».

    En aquel momento Tommy no sabía nada de rock and roll. Ninguno de nosotros. A ver, habíamos ido a ver a Bill Haley cuando tocó en Belfast. Aunque fue más bien una excusa para arrancar los asientos. Pero aquella noche me quedé mirando a Mack, que le había echado a Tommy un brazo por el hombro, los dos ciegos como piojos, hablando con las caras casi pegadas, y pensé: Hay qué ver cómo cambia todo, me cago en la leche.

    ¿Has probado alguna vez el pudin de tofe con natillas frías? ¡¿En serio?! Pues no sabes lo que es la vida, hijo. Un brik de natillas frías por encima y ya está. Las natillas tienen que estar frías, eso sí; si no, olvídalo. Para chuparse los dedos.

    Eso es lo que más echo de menos en la cárcel. Pero hay más cosas, cosas que a veces nos dan y que me traen recuerdos, por ejemplo, el chocolate caliente; ahora, cuando nos dan chocolate caliente, siempre me acuerdo de cuando era crío y vivía en el barrio de Ardoyne, y con el jabón carbólico me pasa igual, el olor a jabón carbólico siempre me hace volver a aquella casa vieja, todos durmiendo en una cama, tapándonos con chaquetas y con los abrigos enormes de mi padre (no habíamos visto un edredón en la vida, ¿un edredón, qué coño era eso?) y todo olía a jabón carbólico, que es lo que usaba mi madre para lavarnos la ropa, pero en la cárcel tienen sábanas en condiciones y mantas y cosas de esas y lo meten todo en una lavadora con Persil, y tienes que esperar a meterte en las duchas para que te llegue el olor, el olor de los recuerdos. Hombre, en cierta manera, es un avance.

    El padre de Tommy estuvo a las puertas de la muerte durante un espacio de tiempo que pareció no acabar nunca. Dicen que en sus años mozos estuvo involucrado en el Alzamiento de Pascua, que pasó tiempo en la cárcel por eso, pero nunca conocí a nadie que pudiera confirmarlo y, además, ¿cuántos años tendría que haber tenido el cabrón? Tommy llevaba un anillo soberano del rey Jorge V, de oro, y decía que su padre se lo había agenciado en la cárcel, pero vete tú a saber, como para fiarse de lo que te cuentan en la trena. Tommy vivía en Jamaica Street y cuando ibas a su casa, todo el mundo estaba sentado en la cocina escuchando al padre quejarse. El padre estaba detrás de una cortina que habían puesto alrededor de su cama, en una esquina. Aunque yo creo que lo único que le pasaba es que sentía pena de sí mismo. En fin, aquello era un dramón de cojones. A veces sacaba la mano de detrás de la cortina, una mano sin cuerpo, y cogía una taza de té o se encendía un cigarrillo y luego a dar la murga otra vez. Daba un miedo que te cagas. Estabas allí comiéndote una galletita y el tío venga a quejarse como un puto leproso. Todo el mundo le hablaba a través de esa cortina tan tupida. La primera vez que lo vi, pensé: Pero ¿quién coño está ahí, el Mago de Oz o qué?

    Al principio, el padre de Tommy no quería que nos metiéramos en el IRA. Poneos a repartir periódicos, nos decía. Haced algo decente con vuestra vida. Su propio padre había estado en el IRA, lo que pasa es que lo pilló un taxi una noche que volvía a casa borracho y ahí se acabó todo. El padre de Tommy también había sido un buen prenda. Los registros que guardaba el IRA de él eran para enmarcar. Años más tarde pedí que me enviaran una copia y me llegó un disquete con el archivo: ebriedad, alteración del orden, negarse a fregar los platos, ausencias, trifulcas en la cantina. No sabía que el IRA tuviera cantinas, pero mira tú por dónde.

    La madre de Tommy estaba viva y se encontraba bien pero su presencia se hacía sentir menos incluso que la del padre sin cuerpo. Una cara mohína con grandes ojos mohínos, mohínos y negros como el carbón; encima la mujer se pasaba el día pegada al fregadero y al fogón. Nunca la vi fuera de la cocina, salvo una vez en un funeral y otra vez que fue al hospital, de visita, pero eso te lo cuento luego. Supongo que dormía allí, junto a su marido. El retrete estaba fuera, en la parte de atrás, así que no había que subir a la planta de arriba ni pasar por el salón. Ni siquiera sé si había salón. Y permíteme que corrija una falacia muy extendida: todo el mundo cree que los católicos y, por supuesto, los republicanos, y por supuestísimo, los miembros del IRA, odiaban a la reina, pero nada más lejos de la realidad, amigo. En el año 1977 tuvo lugar el vigesimoquinto aniversario de la reina y la madre de Tommy se puso a coleccionar todo tipo de objetos donde saliera ella. Tenía una lata de galletas conmemorativa en la estantería y una taza con su cara y una chapa, y también una revista especial dedicada a Su Majestad que guardaba en un cajón y la sacaba cuando tenía visita. Para mí no tenía ningún sentido porque mi consigna era «que le den a la reina». Pero las madres la adoraban. Mi propia vieja estaba loquita con la colega. A pesar de que habían quemado casas de amigos y vecinos suyos en su nombre. Putos irlandeses, no tenemos

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