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Cuentos de Hadas para no Dormir
Cuentos de Hadas para no Dormir
Cuentos de Hadas para no Dormir
Libro electrónico284 páginas5 horas

Cuentos de Hadas para no Dormir

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Un libro de magia, fantasía, romance, y aventura. Pero sin finales felices.

 

Una colección de cuentos que reimaginan y reconstruyen los cuentos de hadas populares que hicieron famosos a los hermanos Grimm, Hans Christian Andersen, varios cuentos folklóricos, junto con historias originales de fantasía oscura.

 

Fantasmas, vampiros, asesinos, cambia-formas, necromantes, seres inmortales y almas condenadas se juntan para responder una única pregunta: ¿Quién salva al príncipe cuando está en problemas?

IdiomaEspañol
EditorialAlan D.D.
Fecha de lanzamiento31 oct 2020
ISBN9781393316558
Cuentos de Hadas para no Dormir
Autor

Alan D.D.

Español Soy un autor, blogger y periodista de Venezuela que ha estado enloqueciendo el mundo desde 1995. Empecé a leer siendo adolescente, aunque desde niño me gustaban los cuentos de hadas, los mitos y leyendas. Creo que por eso tengo una fijación por los retellings. Como escritor, escribo romance (casi siempre paranormal) y fantasía, con un poco de terror y drama, pero tocando temas sociales como la diversidad sexual, el abuso, acoso, la búsqueda de la identidad y la adolescencia. Como periodista, he trabajado reseñando libros, cómics, música, películas y cualquier otra cosa que capte mi atención. 99% de las veces, es algo sobre brujas. Actualmente busco un proveedor de chocolate 24/7 y agradezco cualquier información que pueda ayudarme al respecto. English I'm an author, blogger and journalist from Venezuela who has been driving the world crazy since 1995. I started reading as a teenager, although as a child I liked fairy tales, myths and legends. I think that's why I have a fixation on retellings. As a writer, I write romance (almost always paranormal) and fantasy, with a bit of horror and drama, but touching on social issues such as sexual diversity, abuse, bullying, the search for identity and adolescence. As a journalist, I have worked reviewing books, comics, music, movies, and anything else that grabs my attention. 99% of the time, it's something about witches. I'm currently looking for a 24/7 chocolate supplier and I appreciate any information that can help me in this regard.

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    Vista previa del libro

    Cuentos de Hadas para no Dormir - Alan D.D.

    Portada: C. A. Freeman

    Todos los derechos reservados: Alan D.D. 2020.

    Nota Preliminar

    Temas fuertes en este libro: Sí

    Este es un libro con contenido fuerte y descripciones gráficas. Quiero ser responsable con los lectores que puedan sentirse incómodos o afectados, pero como lector prefiero no leer advertencias detalladas.

    Por ende, hice mi mejor esfuerzo por enumerar el tipo de contenido que podría ser perturbador para algunos lectores. La lista está al final del libro. Aquellos que estén interesados pueden leerla libremente, y los que son como yo pueden seguir leyendo después de esta página.

    Ópalo Blanco

    Érase una vez, en un reino muy lejano, un príncipe vuelto espanto.

    Años atrás, el Rey Blanco contrajo nupcias con una reina extranjera, una mujer que nunca antes había pisado el territorio de su reino, luego de la trágica muerte de su esposa, la Reina Nieves.

    Ambos habían reinado por largo tiempo de manera justa, honorable, y generosa. Tanto el Rey como su Reina eran estimados por su pueblo, el Reino de Niveria. Las altas montañas que rompían las nubes eran tan blancas como la piel del heredero que nació una noche en el lecho monárquico, noche que llevaba el Príncipe en su oscuro cabello.

    Sin embargo, la felicidad de los soberanos duraría poco. Los dolores de parto de la Reina no cesaron luego de dar a luz a su hijo, mucho menos dejó de manar la sangre de sus entrañas, tiñendo las sábanas y el suelo.

    El dolor de Su Majestad atravesó el castillo cual espada cortando un cuerpo, sacudiendo sus cimientos, y algunos campesinos que pasaban cerca de la morada real lloraron al escuchar sus lamentos. No hubo tiempo para llamar a los médicos, a los curanderos, a los brujos.

    Con un último chillido agonizante, la Reina Nieves se despidió de la luna menguante que coronaba el cielo, sin una sola gota de sangre dentro de sí, soltando finalmente la mano de su suplicante marido. Desde ese día, el sol se ocultó tras densas nubes negras.

    El dolor provocado por tal pérdida y las circunstancias de esta hizo que el monarca se encerrara por un año sin salir de sus aposentos, admirando el último retrato pintado de su amada. Allí cuidaba del pequeño, recibía visitas, y atendía sus deberes.

    Un año y un día después, la servidumbre del castillo vio de nuevo el rostro del Rey, aún con sus ropajes oscuros. Día tras día, encargó bien fuese un retrato de su esposa, una escultura en su honor, o una balada por los artistas más renombrados en Niveria.

    La Reina Nieves no sería olvidada jamás, tal era el objetivo del Rey, y a medida que el pequeño príncipe crecía en cuerpo, también crecían sus ansias de saber, de nuevos conocimientos. Así como sus preguntas sobre aquella mujer que estaba en cada pasillo, cada vitral, cada canción, leyenda, poema, y bordado.

    Pasaron los años, y aunque aquellos sentimientos se mantuvieron siempre en secreto, crecieron en medio del silencio con cada día. Cada pregunta que podía concebir el sucesor, nombrado Ópalo Blanco en honor al padre de la Reina, era leña al fuego de su mente.

    Cuando el príncipe Ópalo contaba con siete años, el Rey anunció que se casaría nuevamente, y tras un largo tiempo escogió a una mujer cuyas condiciones eran las mismas que las de él. La Reina Nigredo había perdido a su esposo sin haber podido tener un heredero, y se esperaba que la unión de ambos fuese también la de sus reinos.

    A pesar de que el Rey Blanco era pálido y sus ojos grises, la Reina Nigredo carecía totalmente de color en todo su ser, salvo por sus negros cabellos, casi tan oscuros como los del hijo de Su Majestad. Negros como el corazón que pronto dejaría ver.

    La sangre volvió a manar en la habitación real cuando la recién desposada degolló a su marido luego de consumar el matrimonio. En silencio, la muerte tiñó de carmesí no solo las sábanas, sino también el suelo de la estancia.

    Esa misma noche, los soldados de la nueva soberana apresaron a los del Rey, tomaron posesión del castillo, y la mismísima Reina Nigredo entró a la habitación de su hijastro. Sus manos temblaban de deseo por llevarlo a la guillotina.

    Dentro de un año, el hijo del Rey ascendería al trono, el día en que cumpliría dieciocho años. Pero el Príncipe supo exactamente el tipo de mujer que era su madrastra al momento de verla a los ojos esa misma mañana.

    No intentó siquiera advertirle a su padre, pues conocía la profunda herida que aún palpitaba en su pecho por la madre que solo conocía por medio del arte de otros. Solo perdería el tiempo. En cambio, tomó un relicario con pequeños retratos de ambos, uno en cada mitad, y escapó por las alcantarillas luego de incendiar su habitación.

    Ópalo Blanco vivió en los bosques que rodeaban el castillo por varios días, evitando todo contacto con cualquier persona, aunque su silueta fue vislumbrada por más de uno. Surgió la leyenda, una creencia local, de que el espíritu del Príncipe, legítimo gobernante de Niveria, se escondía entre los árboles, leyenda que llegó a oídos de la Reina Nigredo.

    La nueva soberana era también una bruja maligna. A la edad del heredero, vendió su alma a los demonios del agua del mar al este de Niveria. Estos le concedieron un espejo en el que habitaba uno de ellos, prueba irrefutable del trato.

    Tan pronto escuchó los rumores, la bruja invocó la ayuda del espejo. Este se volvió negro ante su sola presencia y al escuchar su mandato, saber el paradero del Príncipe Ópalo Blanco, heredero al trono de Niveria, el demonio le mostró la imagen del muchacho, corriendo en la oscuridad del bosque.

    Era imposible hacer algo mientras estuviera en constante movimiento, así que todos los días, al amanecer y atardecer, la bruja pedía ver a su hijastro. Siempre estaba en una zona diferente del bosque. Arrasar toda el área era una posibilidad tentadora, bastante llamativa, pero prefería estar allí para verlo arder en frente de ella.

    Cierto día, cuando de verificar que Ópalo Blanco siguiese con vida, casi un año después de su huida, cada vez más cerca del día de su decimoctavo cumpleaños, armó un grupo de cazadores. Su espejo podía decirle el qué lugar exacto se encontraba, pero no hacia dónde iría, así que estos rodearon la zona, dejando al heredero sin escape.

    Viéndose acorralado, el Príncipe entró a una cueva y avanzó en silencio, sin saber que adentro se encontraría con siete enanos deformes. Mucho menos esperaba que estos fuesen amables con él, cerrando uno de los túneles para evitar ser seguidos y penetrando en las profundidades de la tierra.

    Cuando volvieron al exterior, los ocho se encontraron con que era de noche. El silencio total los envolvía como un manto divino. Con cuidado, los enanos llevaron al Príncipe a su cabaña, escondida en una montaña, un volcán dormido que todos creían aún activo.

    Temerosos de la ira de la Reina, los cazadores asaltaron una aldea, tomaron todo aquello que pudieron y salieron llevándose el corazón de un joven cercano en edad al Príncipe Ópalo, seguros de que su treta era perfecta. Ignorantes de los poderes de la monarca.

    Tan pronto como la Reina tuvo en sus manos el corazón del aldeano, el espejo le reveló la verdad, y envió a todo el grupo a la hoguera. El olor a carne chamuscada llenó el reino y los gritos de dolor se escucharon una vez más, plagando la noche de pesadillas para aquellos suficientemente cerca para escuchar la barbarie.

    Sin embargo, insatisfecha y enfurecida, la bruja transformó su apariencia en la de una anciana decrépita. Sus ojos amarillentos sobresalían en su cara raquítica y sus cabellos ahora grises y secos se acercaban más a un nido de aves que al manto sedoso que heredó de sus padres.

    Con un cuchillo oculto entre sus ropas, la bruja emprendió el viaje en su caballo esa misma noche luego de ver en dónde se encontraba la morada de los enanos. Las horas se volvían eternas a pesar de que el corcel galopaba con fuerza. Para cuando llegó al humilde hogar que servía de santuario, la bruja se acercó, con cuidado de no hacer el menor sonido. Una vez dentro, contó los cuellos a medida que los degollaba hasta que solo faltaba uno.

    Cuando se disponía a buscar el último en las afueras, el príncipe Ópalo entró con leña en los brazos para alimentar la chimenea. Tan fácil había obtenido ayuda y tan fácil se la había arrebatado la Reina Nigredo. Un solo vistazo bastó para reconocer el rojo, aún brillante en sus ojos, llamas sedientas de sangre, poder y venganza.

    El grito que salió del Príncipe fue igual que el proclamara su madre años atrás cuando le diera la vida. Un grito que heló las venas de la bruja, su sangre, congeló las rocas de la casa, la montaña, y solidificó el mismo aire a su alrededor.

    La montaña se había convertido en una tumba de hielo, un témpano gélido donde descansaban siete cuerpos cercenados y una usurpadora.

    En silencio, el príncipe Ópalo decidió vivir en los bosques. Su reino en definitiva ignoraba su existencia, su imagen olvidada, y cualquier historia que pudiera dar sería puesta en duda. Los guardias reales, fieles a la memoria de su padre, no a las palabras de un extraño, lo condenarían a muerte ni bien osara llamarse a sí mismo heredero al trono.

    Ópalo Blanco pasó a ser entonces el nombre de un espectro helado que deambulaba por los alrededores del castillo. Suficientemente cerca como para dejarse ver. Suficientemente lejos para mantener su cara oculta.

    La leyenda de que era el príncipe perdido, heredero legítimo, se popularizó cada vez más. Se volvió una historia antes de dormir, un personaje en baladas y poemas, sinónimo sin cara de magia e historia oculta, hasta que el entonces Rey, un sobrino del Rey Blanco, prohibió toda mención de su historia, al considerarla una estrategia de reinos enemigos para desestabilizar su propia nación.

    Hora tras hora, días tras día, y conforme se ejecutaban a todos aquellos cuyos labios pronunciaban el nombre de Ópalo Blanco, su leyenda cayó en el olvido.

    Algunas noches, cuando nadie más lo veía, un ente blanco como la nieve, el cabello negro como la noche, y labios azules como su sangre, se dejaba ver por solo un segundo. O eso decían algunos susurros en los callejones del reino.

    El Chico de la Gabardina Roja

    El bosque seguía oscuro cuando el chico de la gabardina roja despertó.

    Había caminado por días para llevarle un paquete de comida a su abuela. Conocía el camino a la perfección, lo suficiente para caminar a ciegas, luego de ir infinitas veces mientras crecía, pero era la primera vez que se aventuraba por una ruta ligeramente distinta.

    El día anterior anduvo junto a un cazador que le ayudó a conseguir un río en donde poder lavarse la cara y tomar agua hasta que, poco antes del atardecer, tomaron rumbos separados. Le gustó la compañía, aunque ya estaba acostumbrado a ir solo en todo momento. Sintió un alivio culposo cuando al verse por su cuenta una vez más.

    El cantar de las aves, las hojas meciéndose al ritmo de la brisa y los pocos animales de la zona rompían por muy poco el silencio a su alrededor. Esto, junto con el siempre presente olor a tierra mojada y el aire fresco, constituían un deleite para sus sentidos.

    Cuando reconoció el camino por el que solía ir, decidió tomarlo, animado al darse cuenta de que en cuestión de minutos, quizá menos, estaría con su abuela. Pensó que lo mejor sería apurar el paso y llegar cuanto antes. Estaba cada vez más ansioso de llegar, además de que podría descansar.

    Aunque fue una pequeña aventura cambiar la ruta, así fuera solo un poco, el terreno resultó ser más irregular que de costumbre. Más de una vez cayó al piso, mientras que conocía hasta el más insignificante guijarro en el camino tradicional.

    Tal y como lo esperaba, llegó a la cabaña de su abuela cuando apenas se ocultaba el sol. Faltaban horas para el ocaso, o eso imaginó al acercarse.

    Desde niño iba a visitar a su abuela, siempre con su madre cuando era muy pequeño, hasta crecer lo suficiente para ir por su cuenta. Siempre la ayudaba a cuidar el jardín, a mantener su cabaña en orden, a cortar la leña para la chimenea, incluso aprendió a cocinar con ella, aunque su madre no le dejaba practicar en casa.

    Su abuela, por el contrario, le animaba a probar nuevas recetas, tanto para las comidas como para los postres e incluso hacer nuevas mezclas para tés. El chico se sorprendió al ver un día que era bueno con el cuchillo, bien fuera para picar vegetales, carne, o hierbas para condimentar los platos.

    También habían jugado varias veces a las escondidas, intentando hacer el menor ruido posible, mientras se buscaban mutuamente. Casi siempre ganaba él porque su abuela jadeaba al cansarse, pero él hacía alguno que otro ruido para que el juego fuera justo. Estaba casi seguro de que ella lo sabía, pero ella jamás decía nada al respecto.

    Entró sin avisar como siempre, dándole una sorpresa a la anciana, que lavaba los platos del almuerzo. Esta lo abrazó con cariño luego de un corto susto y le dijo lo mucho que lo había extrañado desde la última vez que estuvo allí.

    Ella le preparó una comida rápida, y él le dio el arroz, la harina, el pan, las frutas secas, y semillas que tenía en su bolso. Dejaron que el tiempo se desdibujara mientras conversaban sobre todo, igual que si fueran dos viejos amigos, rodeados por las flores del jardín hasta que oscureció.

    La anciana siempre tenía el cuarto de huéspedes preparado para aquellas visitas sorpresivas, así que solo tuvo que cambiar las sábanas y barrer un poco antes de que el chico se acostara luego de una ducha.

    Antes de dormirse, su abuela le aplicó una crema que hacía con hierbas del jardín para las heridas. Según le dijo, servirían para bajar la hinchazón y ayudar a cicatrizar. Aunque le ardió por un segundo, igual que siempre, la molestia pasó con un beso en la frente, deseándole buenas noches antes de irse a su propio cuarto.

    El grito de su abuela lo despertó un par de horas después.

    Cuando salió, se encontró con la puerta de madera del cuarto destrozada, cubierta con marcas de garras. Al entrar, vio a quien creyó era el cazador. Eso creyó en un primer momento.

    Este se alzó, revelando una cabeza alargada, cubierta de pelaje gris. Sus ropas colgaban harapientas, rotas por el cuerpo deforme que apenas logran cubrir. A pesar de los miembros alargados de su cuerpo, fueron las fauces goteando sangre lo que hizo que el chico gritara.

    Los huesos e intestinos de la vieja estaban a plena vista.

    Una arcada lo obligó a quitar la vista, devolviendo el almuerzo de esa tarde. Mareado, se derrumbó en su propio vómito. Un golpe en la cabeza lo desorientó aún más cuando la criatura, ahora en cuatro patas, corrió a la salida arrastrando el cadáver de su abuela con sus mandíbulas.

    El chico se obligó a correr siguiendo el rastro de sangre. Saltó por encima de las mesas y las empujó hasta bloquear el pasillo que llevaba a la puerta de la entrada, la misma que usó la criatura para entrar, justo cuando ésta cruzaba para salir.

    Su mente se apagó.

    Frenesí.

    La bestia dejó el cuerpo de su abuela, ahora cubierto de sangre, y saltó hacia él. El chico se lanzó a un lado, golpeándose con la pared. Se arrastró reprimiendo un quejido  para luego correr a la cocina, la bestia siguiéndolo desde cerca.

    Bloqueó la puerta con una silla tan pronto llegó. Una embestida hizo que esta se balanceara. Jaló con fuerza la gaveta con los cubiertos hasta sacarla del carril, estos cayendo al piso, pero solo le importó tomar dos cuchillos para cortar carne. Con una segunda embestida, la criatura entró a la cocina, relamiéndose el hocico enrojecido.

    Como moviéndose en cámara lenta, el chico cruzó hacia un lado, atrayendo a la bestia, para luego ir en dirección contraria y correr a la entrada. La criatura se le lanzó encima, derribándolo al suelo antes de atacar sus piernas. En medio de los gritos que se impregnaban en la pared, el chico soltó uno de los cuchillos, pero le cortó la cara a la bestia con el otro.

    Cuando esta retrocedió, intentó levantarse, pero con un gruñido adolorido la criatura le clavó las garras en el pecho, intentando arrancarle el cuello. Con el cuchillo que le quedaba, el chico trató de hacer lo mismo, apuntando a donde creía recordar estaba la yugular, mientras que la bestia le destrozaba los brazos con cada intento.

    Los colmillos se le clavaron en la mano que tenía libre. Al apuñalarla en la cara, la bestia le arrancó tres dedos junto con un chillido de dolor. El chico se retorció, apretándose la mano herida con la otra. Todo su cuerpo ardía como un infierno, pero el cuerpo despedazaba anestesiaba el dolor como un narcótico.

    La bestia hacía lo mismo. Cuando logró verla, se dio cuenta de que el cuchillo estaba enterrado en sus costillas y que esta no podía pararse. Con un grito agónico, el muchacho se levantó y buscó el otro con desesperación. Ya le estaba faltando el aire y comenzaba a ver borroso.

    Al lado de la puerta de la cocina, desencajada luego de las embestidas, estaba el segundo cuchillo. La criatura se levantó entonces, pero retrocedió, como pensando en qué hacer a continuación. El muchacho hizo lo contrario, y comenzó a perseguirla, hasta que esta lo embistió de lleno, estampándolo contra el lavaplatos.

    Sus pulmones se vaciaron en un segundo, su cuerpo derrumbándose al suelo, mientras aquella cosa salía de la cocina. Intentó levantarse, pero las fuerzas le fallaron por un momento. Tras varios intentos, aunque seguía mareado y le costaba

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