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Magoi
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Libro electrónico206 páginas3 horas

Magoi

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Información de este libro electrónico

Martín es un joven mexicano de 18 años a punto de emprender sus estudios universitarios. Prepara con ilusión su último verano libre antes de empezar el grado de Historia. Sin embargo, sus planes se ven interrumpidos por lo que él cree una conspiración familiar llena de silencios y secretos, que le obliga a acompañar a sus padres a la tierra de sus antepasados en el norte de España. Allí, en el Monasterio de Santo Toribio de Liébana descubre la existencia de la Cofradía de la Cruz y su labor custodiando las reliquias del lugar. También se revela una identidad nueva de su madre y de él mismo como magos de una sociedad milenaria. Su misión será proteger un Códice medieval: el Manuscrito original del Beato de Liébana y le llevará a viajar por Europa retomando ese proyecto de verano con sus amigos, pero esta vez, enfrentándose a sus perseguidores y descubriendo el verdadero alcance de su propio poder Magoi.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 nov 2020
ISBN9788418034787
Magoi
Autor

P. R. Tafall

P.R Tafall nació en Santander en 1974. Es licenciada en Comunicación Audiovisual. Actualmente trabaja en Sevilla como profesora de ELE donde reside desde el 2014.Esta primera novela de la autora pretende homenajear a la literatura de aventuras y fantástica que disfrutaba en su juventud y que hoy es un puente que a menudo le une a sus jóvenes estudiantes. Forma parte de una trilogía.

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    Magoi - P. R. Tafall

    Magoi

    El Códice perdido del Beato de Liébana

    P. R. Tafall

    Magoi

    El Códice perdido del Beato de Liébana

    P. R. Tafall

    Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras, por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

    © P. R. Tafall, 2020

    Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras

    Imagen de cubierta: ©Nacho Fraile

    Fotografía de autor: Ricardo Hernández SanJuán

    www.universodeletras.com

    Primera edición: 2020

    ISBN: 9788418036286

    ISBN eBook: 9788418034787

    La historia de esta novela está inspirada en lugares, objetos, organizaciones, cultos religiosos reales que existieron y algunos que aún hoy continúan profesándose. Conviven en el relato con otros inventados. La mayoría surgieron de viajes y lecturas que la peregrina mente de esta autora disfruta de mezclar y así jugar con la hipótesis que tanto le gusta: Y si en realidad…

    ….Y si la Cofradía de la Santa Cruz se creó mucho antes del siglo XII.

    ….Y si el manuscrito original del Beato de Liébana no estuviera perdido.

    ….Y si la madre de un rey del siglo VIII se mereciera más que una enigmática mención en su crónica...

    ….Y si los Reyes Magos formaran parte de una sociedad secreta que perdurara en la actualidad…

    ... Y si. ¡Hay tantas posibilidades! 

    Solo espero que os inviten a viajar con mochila o con un libro o con un clic en el extenso universo de internet y así empezar también a fabular.

    A Leyre,Tayo y Diego, por devolverme las ganas de contar.

    A Kike, sabes que no existirían los Magoi sin ti.

    A mi familia, de sangre y de corazón, por ser los magos a mi alcance.

    «En lo fantástico y maravilloso hay que creer a pie juntillas y el que no cree —por lo menos desde las 11 de la noche hasta las 5 de la madrugada— es tuerto de cerebro, o sea medio tonto».

    Emilia Pardo Bazán

    Aproximaciones

    Nunca es un día cualquiera. Cada instante esconde la posibilidad de lo único, de poder trascender al olvido y regalarnos así una intensa ilusión de inmortalidad.

    La belleza, el amor, el miedo, incluso, por qué no, la magia, vivirían en el tejido del tiempo más cotidiano esperando a manifestarse o ser encontrados.

    Sería una pena no darse cuenta. Y ahí residiría la dificultad; en estar atento a las señales.

    Hoy podría ser el día en que de pronto descubras esas marcas de lo misterioso. ¡ Qué lástima si estuviera mirando a otro lado!.

    Porque la clave siempre está en la mirada, en ver más allá de los detalles, en aproximar el foco, al lugar, momento y personaje adecuado.

    Por eso, porque quiero prestar atención a las señales, hoy voy a fijarme y convertir lo que veo en algo más que un simple objeto enfocado. Así, un coche que no es un coche cualquiera se va a transformar en ese objeto central del que va a desplegarse nuestra historia de lo inesperado.

    Como si se tratara de una búsqueda de Google Earth que empieza con la belleza del globo terráqueo dando vueltas suspendido en el universo de una pantalla. De este modo voy a acercarme, en mi mano un clic imaginario…

    Actualidad, el hemisferio norte, Europa occidental, España, norte, cordillera Cantábrica, Parque Natural de los Picos de Europa, Cantabria, el desfiladero de la Hermida, la carretera N-621 dirección Potes, capital de la comarca de Liébana.

    La calzada en la que nos quedamos está trazada siguiendo el capricho de un pequeño río que avanza atravesando la roca de este desfiladero y sometiéndola con suma paciencia. Como si esa tranquilidad que transmite oírle fluir enmascarara una guerra de erosión que libra desde hace millones de años mientras desciende y busca su camino al mar. Todo son apariencias…

    Por esta vía de lucha geológica silenciosa se mueve nuestro objetivo; un pequeño coche azul, casi diminuto, de los pensados para moverse en las calles de los viejos cascos históricos de la anciana Europa.

    El conductor aparenta conocer el recorrido, se maneja con calma y seguridad, incluso esquiva un argayo —proyectil de la montaña— sin inmutarse.

    Es un hombre de mediana edad, moreno y muy corpulento, tanto que parece enlatado en el pequeño espacio que le deja el automóvil. A pesar de lo incómodo del habitáculo, está tranquilo. En su mirada, concentrada en la carretera, destacan unos grandes ojos verdes que se podrían confundir con el color de los pastos que surgen al paso de su coche. A partir de ahora será Jacobo y su copiloto Lara.

    Ella es unos años más joven, tal vez pasados los treinta, de serena belleza como las mujeres de los cuadros renacentistas parece que la enmarca un halo luminoso… Sus rasgos hacen pensar en el eterno femenino un tanto ingenuo del arte; aunque, en el caso de Lara, no le hace parecer frágil. Sus manos de dedos largos y huesudos son la viva imagen de la fuerza. Viste de modo informal y juvenil. Así sentada no parece apreciarse más, el cabello largo denota seguridad en el paso de los años y cierta rebeldía con el mundo de las convenciones femeninas referidas a la corrección de un corte de pelo más o menos apropiado según la edad y rol social. Desde su posición sí se aprecia que lo tiene rubio, veteado de reflejos casi blancos. Mira a la carretera, disfrutando de cada piedra de este camino, pero también atenta a un paisaje interior, donde a ratos entorna sus ojos también verdes.

    Conversa con Jacobo. Hablan con precaución para que el pasajero que va detrás no los escuche, un personaje que los ignora parapetado en el asiento trasero, también encogido por el poco espacio y por su propia corpulencia, aislado a la fuerza por los auriculares que le sirven de escudo y excusa para no hablar con sus padres y así concentrar sus pensamientos… En esa mente y este tiempo son los primeros en que vamos a quedarnos. Su nombre, Martín…

    Capítulo 1

    Viaje inesperado

    No se podía creer que estuvieran allí. La España de la que nunca hablaban y que ahora, al parecer, también era su patria. ¡Porque resultaba que no había nacido en México!

    Esa era la primera mentira, y ya no quería pensar en cuántas más le habrían dicho. ¡Todos sus recuerdos y documentos eran mexicanos! Su identidad fallaba desde el origen, se sentía perdido, como si tuviera que volver a construirse.

    Lo peor de ser pasto de la falsedad es la cara de tonto que se te queda, la humillación de saberte inferior por no haber podido descubrir la verdad de la que otros disfrutan o de la que se esconden.

    Martín no hacía otra cosa que repetirse su incompetencia y, sobre todo, no quería perdonar a sus padres, los seres en que más había confiado. Ahora le tocaba encontrar —de toda su historia personal— los detalles reales para separarlos de las burdas mentiras.

    Ya sabía que ellos eran españoles, nunca dejaron su acento y, con él, su modalidad de «español peninsular», como le encantaba decir a su padre. Después de dieciocho años en el país azteca, seguían creando situaciones divertidas con sus amigos, y aunque lo tenía asumido como «la extravagancia familiar», de niño, alguna vez, se sintió avergonzado.

    A estas alturas lo tenía superado, simplemente sus padres tenían un pésimo oído para la música y los acentos. Como consuelo, la certeza de que formaba parte del final de la infancia abandonar la imagen de superhéroes de tus padres y pasar a centrarse en sus fallos humanos y carnales; desde luego, distaban mucho de ser perfectos, y como prueba, su nula inmersión lingüística.

    Claro que ya no era un niño, y perdonar esa mentira, incluida la falsedad documental en su partida de nacimiento, iba a ser más difícil que aguantar las bromas de los distintos significados del verbo «coger» en las dos modalidades del español.

    Aquello nada tenía que ver con el sonido de las palabras, ni siquiera con el significado. Era la ausencia de ellas lo que le estaba matando.

    Desde que había empezado este absurdo viaje no dejaba de repasar el relato de la historia familiar.

    Siempre le contaron que procedían de Madrid y que decidieron irse, casi fugarse porque los padres de su madre no aceptaban a Jacobo. Al parecer, preferían una profesión mejor remunerada para su yerno; un historiador experto en la evolución de las sociedades neolíticas era demasiado exótico para su mentalidad conservadora. No le dieron más explicaciones y no las pidió. Al fin y al cabo, México era un destino idílico para un arqueólogo y una antropóloga. Uno no suele sospechar de las explicaciones de sus padres, si no te dan motivos…

    Entendió, o le hicieron entender, que la familia española no quería saber nada de ellos y que no merecía la pena perder los veranos en viajes tan largos y costosos si esta estación también era el mejor momento para las campañas de excavaciones.

    Pronto su curiosidad por los orígenes fue perdiendo peso y prefería la pasión por catalogar objetos antiguos y rodearse de la auténtica familia de amigos de sus padres, también locos por los fósiles y la historia precolombina. Y ahora, una llamada de teléfono lo había cambiado todo. Más que nada, su confianza en ellos.

    Esa llamada, dos semanas atrás, tan solo dos semanas, había causado el cataclismo que arrasó sus vidas. Porque algo terrible tuvo que pasar, no podía olvidar la cara de terror que asomó al rostro de su madre durante aquella conversación telefónica. En una vida tranquila como la suya, incluso viviendo en un país continuamente sobresaltado por la violencia de los cárteles, nunca había visto esa mirada en sus padres.

    La gente como ellos, encerrados en el mundo de los museos y las cátedras de historia antigua, tiene pocos sobresaltos. El terror lo dejaban para las películas de género.

    Sin embargo, su madre escuchó algo que le hizo asustarse mucho y que, contra todo lo vivido antes, puso en marcha una confabulación, un complot contra su propio hijo.

    Sus padres, que siempre contaron con él, de pronto se encerraron en su habitación y al salir decidieron ese viaje; con reservas de avión, sin fecha de regreso ni explicaciones. Dejando en suspenso todos sus planes con sus compadres, sus amigos del alma. Era «su verano» antes de empezar la universidad y tenían un millón de propósitos que cumplir.

    En primavera habían recibido la invitación de un amigo de su padre a un curso monográfico de verano en la Universidad de Mantua donde hacía su lectorado. El diseño del tour no podía ser mejor, una semana de curso y luego vagabundear por Europa. Creía que su padre se sentía orgulloso de la decisión de Martín de estudiar Historia. Incluso se reían de la capacidad de persuasión de su hijo embarcando a los amigos en un viaje por aquel continente con parada de contenido académico incluida . Parecían orgullosos de su pasión y ganas de aprovechar el recorrido que otros jóvenes usaban para ir de fiesta. El «Latin Team» —nada que ver con los bailes latinos— era como su padre los había bautizado, siempre tan del gusto de las bromas con los malentendidos de las palabras. El apelativo venía, más bien, de la afición de los cuatro jóvenes a la historia antigua y lenguas muertas, y, más que nada, de ese empeño por viajar juntos y pisar por primera vez el Coliseo romano y otras huellas de los imperios antiguos.

    Además, ¿quién estudiaba grados sin el respaldo de un trabajo prometedor? De sus compañeros de Prepa eran los únicos que no habían sucumbido a las múltiples posibilidades de la ingeniería y el mundo digital. Todo el mundo quería estar preparado para las «profesiones del futuro», si es que eso significaba algo para él, que optaba por una del pasado. Tampoco estaban en la onda sus amigos con la arquitectura que iba a estudiar Antonio, el periodismo de Lucho o, mucho peor, la decisión de Santiago de decidirse por las Bellas Artes en la Esmeralda. El mejor alumno de su generación, con pase automático a los estudios que deseara, se decidía por el arte… ¡Vaya equipo formaban!

    Siempre pensó que sus padres se sentían complacidos por la decisión y los pasos que iba a dar durante las vacaciones. Llevaba trabajando y ahorrando para ello desde hacía cuatro años. ¿Por qué debía renunciar? Él , cómplice, los seguía en sus proyectos, y ahora, más consciente de su prestigio en el Instituto Nacional de Antropología, donde llevaban a cabo su trabajo y donde a él mismo le gustaría algún día poder continuarlo, no alcanzaba a comprender por qué dejaban paralizado su futuro.

    Ni siquiera le garantizaban volver antes del comienzo de las clases.

    Todo este viaje rodeado de misterio y con la certeza de que le habían mentido durante toda su vida rompió algo en su interior. Como si todos los recuerdos se alejaran de él. En esos momentos, inmerso a la fuerza en aquella loca huida sin explicaciones, veía los antiguos viajes familiares del pasado tan fuera de lugar que le hacían dudar hasta de su existencia. Porque esto en que estaba inmerso no se parecía nada a lo que llevaba viviendo desde su infancia.

    Excavaciones en casi todos los yacimientos arqueológicos de América, ese era su mundo heredado del de ellos. Un campo de juegos impropio para un niño, pero poderosamente fascinante.

    Estaba encantado de oír una y otra vez cómo, en pañales, encontró una joya prehispánica que Lara había rescatado de su boca. ¡Presumía de tener como primer mordedor una estatuilla de oro procedente de un tesoro tolteca de más de mil años!

    Y ahora se encontraba allí, en un lugar perdido del norte de esta España que, desde apenas unas horas, también era parte de él. Se estaba volviendo loco, atrapado en ese vehículo de juguete, sufriendo cada minuto que pasaba y crecía el enfado y la tensión entre ellos.

    —¡Por Dios, no había uno más pequeño! —se quejaba del poco espacio que tenía en el carro.

    A pesar de su pataleta, debía reconocer que ese lugar le atraía. Las piedras, el río, la montaña, el verde que invadía todo a su paso. Cuánto le gustaría perderse por esos bosques. Claro que no podría ser, seguro que no le dejarían salir del coche. Siempre atentos a su alergia a los animales y ciertos árboles de la floresta atlántica, se pasó la infancia y juventud exento de excursiones a los que no fueran sus padres para comprobar las especies vegetales y animales que se encontraría… Bicho raro desde siempre, menos mal que sus weyes siempre quitaban importancia a las experiencias que se perdía…

    Y ahora parecía que sus padres, aparte de mentir, también olvidaban sus funciones como progenitores responsables de protegerle: le metían en el entorno del que le aislaron toda la vida. Otro dato más para apoyar sus dudas y enfado. ¿Desde cuándo su salud no era una prioridad? Al

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