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La facultad de sueños
La facultad de sueños
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Libro electrónico365 páginas4 horas

La facultad de sueños

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En abril de 1988, Valerie Solanas —la escritora, feminista radical, autora del manifiesto SCUM y posible asesina de Andy Warhol— fue hallada muerta a los cincuenta y dos años en su habitación de hotel. Estaba en un sucio rincón de San Francisco, sola, sin un centavo y rodeada de las páginas mecanografiadas de sus últimos escritos. En esta excepcional novela, volvemos a visitar la habitación donde murió Solanas, así como la sala del tribunal donde fue juzgada y condenada por intentar asesinar a Andy Warhol. Sara Stridsberg, una de las principales feministas de Suecia y de las escritoras más aclamadas de Escandinavia, borra aquí los límites entre historia y ficción, creación propia y narración de historias, locura y arte, amor y tragedia.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 ene 2021
ISBN9788418451041
La facultad de sueños
Autor

Sara Stridsberg

Sara Stridsberg (Solna, 1972) Escritora y dramaturga sueca. Su primera novela, Happy Sally, se publicó en 2004, y dos años después obtuvo un gran éxito con la publicación de Facultad de sueños, su segunda novela. Su tercera novela, Darling River, fue publicada en 2010. Por Beckomberga. Oda a mi familia recibió en 2015 el Premio de Literatura de la Unión Europea. Además de varios premios im-portantes, ha sido seleccionada tres veces para el prestigioso Premio August, la última en 2012 por su colección de obras de teatro, Medealand. De 2016 a 2018 fue miembro de la Academia Sueca.

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    La facultad de sueños - Sara Stridsberg

    Sara Stridsberg

    LA FACULTAD

    DE SUEÑOS

    Anexo a la teoría sexual

    Traducción de
    Carmen Montes

    La facultad de sueños no es una biografía, sino una fantasía literaria que toma como punto de partida la vida y obra de la feminista norteamericana ya fallecida Valerie Solanas. Son pocos los datos conocidos acerca de Valerie Solanas, y esta novela tampoco les ha sido fiel. Todos los personajes que aparecen en ella deben, pues, considerarse ficticios, incluida la propia Valerie Solanas.

    Hope was never a thing with feathers.

    CLAUDIA RANKINE

    Una habitación de hotel en Tenderloin District, distrito putero de San Francisco. Es abril de 1988 y Valerie se muere de neumonía en un colchón sucio entre sábanas llenas de orines. Al otro lado de la ventana parpadean letreros de neón rosa y la música porno trabaja día y noche.

    El 30 de abril, el personal del hotel encuentra su cadáver. En el informe policial consta que la fallecida está arrodillada al borde de la cama (¿habrá intentado subirse a la cama?, ¿habrá estado llorando?). Consta que la habitación se encuentra en perfecto orden, montones de papeles bien apilados sobre el escritorio, la ropa doblada en una silla junto a la ventana. En el informe consta asimismo que el cadáver aparece cubierto de gusanos y que la muerte se produjo probablemente en torno al 25 de abril.

    Unas semanas antes, prosigue el informe, algún empleado del hotel la vio escribiendo sentada junto a la ventana. Me imagino montañas de papeles sobre el escritorio, el abrigo plateado en una percha al lado de la ventana y el olor a agua salada del océano Pacífico, me imagino a Valerie febril en la cama intentando fumar y escribir notas. Me imagino borradores y manuscritos esparcidos por la habitación…, luz del sol quizá…, nubes blancas…, una soledad de desierto…

    Me imagino que estoy ahí, con Valerie.

    Bambilandia

    NARRADORA: ¿Qué clase de material es?

    VALERIE: Nieve y negra desesperación.

    NARRADORA: ¿Dónde?

    VALERIE: En ese albergue de mierda. La última estación para putas moribundas y drogadictos. La última humillación gigantesca.

    NARRADORA: ¿Quién está desesperado?

    VALERIE: Yo, Valerie. Yo siempre llevaba pintalabios rosa.

    NARRADORA: ¿Rosa?

    VALERIE: Rosa Luxemburg. Rosa Pantera Rosa. Sus rosas favoritas eran de color rosa. Alguien sale en bicicleta y reduce a cenizas un jardín de rosas.

    NARRADORA: ¿Y qué más?

    VALERIE: Hay personas muertas en el desierto y no sé quién va a enterrar a todas esas personas.

    NARRADORA: El presidente, ¿tal vez?

    VALERIE: La muerte rara vez está donde está el presidente. En la Casa Blanca han cesado todas las actividades.

    NARRADORA: ¿Adónde vas ahora?

    VALERIE: No voy a ninguna parte. Solo a dormir, supongo.

    NARRADORA: ¿En qué estás pensando?

    VALERIE: En las chicas del inframundo. Dorothy. Cosmogirl. El Niño de Seda.

    NARRADORA: ¿Y en qué más?

    VALERIE: Material de putas. Material de tiburones. Que siento un poco de vértigo ante toda esta eternidad.

    NEW YORK MAGAZINE, 25 DE ABRIL DE 1991

    El cielo que se extiende sobre Ventor es rosa como un somnífero o como un vómito rancio el día que New York Magazine entrevista a Dorothy con una conexión telefónica pésima. Ya nunca viene nadie a Ventor a arreglar las líneas, los pájaros del desierto se han apoderado del débil cable de color negro y perturban todas las conversaciones y se ríen de Dorothy y de esa forma suya de seguir siendo víctima de circunstancias desafortunadas. Sus palabras aletean como papel de regalo al viento.

    NEW YORK MAGAZINE: ¿Dorothy Moran?

    DOROTHY: Sí.

    NEW YORK MAGAZINE: Queríamos charlar contigo de Valerie.

    DOROTHY: Bueno.

    NEW YORK MAGAZINE: Hoy hace tres años que murió.

    DOROTHY: Lo sé.

    NEW YORK MAGAZINE: Háblanos de Valerie.

    DOROTHY: ¿Valerie…?

    NEW YORK MAGAZINE: Tu hija. Valerie Solanas.

    DOROTHY: Gracias, sé quién es Valerie.

    NEW YORK MAGAZINE: Cuéntanos…

    DOROTHY: Valerie…

    NEW YORK MAGAZINE: ¿Por qué le disparó a Andy Warhol? ¿Fue prostituta toda su vida? ¿Odió siempre a los hombres? ¿Odia usted a los hombres? ¿Es usted prostituta? Cuéntenos cómo murió. Háblenos de su infancia.

    DOROTHY: No sé…, vivíamos aquí, en Ventor…, no sé…, el desierto…, no sé… Quemé todas sus cosas después de su muerte…, papeles, notas, cuadernos…

    (Silencio).

    NEW YORK MAGAZINE: ¿Y qué más?

    (Silencio).

    DOROTHY:… Valerie… escribía…, ella se consideraba escritora…, yo creo que tenía t-t-talento…, es decir, talento…, tenía un sentido del humor fabuloso… (ríe), todos la querían… (ríe otra vez), yo la quería…, murió en 1988… el 25 de abril…, era feliz, creo…, es cuanto tengo que decir de Valerie…, ella estaba convencida, extendía los brazos en busca del cielo…, creo…, yo creo que así era, sí…

    NEW YORK MAGAZINE: ¿Era una enferma mental? Dicen que se pasó la década de los setenta de manicomio en manicomio.

    DOROTHY: Valerie no era una enferma mental. Durante unos años, incluso vivió con un hombre. En Florida, en las playas. Alligator Reef. En los cincuenta.

    NEW YORK MAGAZINE: Sabemos que estuvo ingresada en el hospital psiquiátrico de Elmhurst. Sabemos que estuvo en el Bellevue. Y dicen que estuvo registrada en el South Florida State Hospital.

    DOROTHY: Eso no es cierto. Valerie nunca fue una enferma mental. Valerie era un genio. Era una niña rebelde. Mi niña rebelde. En absoluto una enferma mental. Vivió varias experiencias raras con hombres raros en coches raros. Y en una ocasión, orinó en el zumo de un chico muy malo. Era escritora. Eso sí lo puedes escribir… Ahora voy a colgar…

    NEW YORK MAGAZINE: Dicen que sufrió abusos sexuales por parte de su padre. ¿Usted lo sabía?

    DOROTHY:… Voy a colgar… Di que era escritora…, di que se dedicaba a la investigación en el ámbito de la psicología…, di que el amor es eterno, no la muerte…

    (línea interrumpida---).

    HOTEL BRISTOL, 56 DE MASON STREET, DISTRITO DE TENDERLOIN, SAN FRANCISCO, 25 DE ABRIL DE 1988, DÍA DE LA MUERTE

    La sangre discurre muy despacio por el cuerpo. Te arañas el pecho, lloras y gritas, recorres a tientas las sábanas con las manos. Las sábanas de este hotel están sucias, están renegridas por el tiempo y apestosas, apestan a orina y a vómito y a sangre de coño y a lágrimas, una nube de dolor totalmente amarilla cruza vientre y conciencia. Reflejos cegadores en la habitación, explosiones de dolor en la piel y en los pulmones que turban que caen que arden. El calor en los brazos, la fiebre, el desamparo y el olor a enfermedad mortal. Fragmentos y esquirlas de luz aún centelleando y las manos buscando a tientas a Dorothy. Me odio a mí misma y no quiero morir. No quiero desaparecer, quiero volver, ansío las manos de alguien, las manos de mi madre, el regazo de una niña, una voz, cualquiera, cualquier cosa menos este eclipse de sol.

    ¿Dorothy?

    ¿Dorothy?

    De fondo, los gritos desesperados de los animales del desierto. El sol arde sobre Georgia y sobre la casa del desierto sin cuadros y sin libros y sin dinero y sin planes de futuro. Un cielo de Ventor inflamado en rosa se inyecta a través de las ventanas y todo aparece de nuevo cubierto por esa ardiente, húmeda alfombra de felicidad. Dorothy ha encontrado viejos vestidos quemados en una maleta y por fin vais camino del mar otra vez, a Alligator Reef y los cielos de la eternidad, solas tú y ella. Da vueltas ante el espejo rodeada de cigarrillos encendidos en la habitación. En las macetas, en la mesilla de noche, en la polvera.

    VALERIE (se carcajea cariñosa): Mi querida pirómana.

    DOROTHY: Todos los vestidos tienen los puños quemados. Mira este, blanco como la nieve, Valerie. Se diría que ha vivido una guerra nuclear.

    VALERIE: Tú siempre fuiste en cierto modo como una guerra nuclear.

    DOROTHY: Es raro que una pueda olvidarse de uno de sus vestidos favoritos. Ya no recuerdo de dónde lo saqué. Solo que, cuando lo llevaba, todo se volvía del todo blanco y bien fregado a mi alrededor. El cielo, mi respiración, mis dientes… ¿Recuerdas cuando me olvidé de apagar todas las velas en el bar y ardieron las cortinas?

    VALERIE: Recuerdo que le prendiste fuego a la barba de aquel tío cuando querías encenderle la pipa.

    DOROTHY: ¿Recuerdas cuando le prendí fuego a mi pelo?

    VALERIE: Lo hacías a todas horas y siempre era yo quien iba por agua y te salvaba. Recuerdo que siempre era yo quien te salvaba.

    DOROTHY: Sí, así era.

    Rascacielos y asfalto pasan centelleando en la oscuridad, los aviones siguen circulando por Kennedy Airport, las fábricas funcionan, los surfistas se deslizan por las playas, los campos de algodón, los desiertos, las pequeñas ciudades, el tráfico de Nueva York avanza lento. Esquirlas de luz y de recuerdos parpadean aún vagamente en tu conciencia. Fuera, lóbregos barrios de putas, neón y chicas que andan a la caza, a la caza incesante de viento por las calles, retazos de vida y piel, sus sonrisas de embrujo y sus sueños cubiertos de vómito.

    Y si tú no tienes que morir, vuelves a ser Valerie la del abrigo plateado y Valerie la de los manuscritos y los ensayos como ladrillos en el bolso. Y si no tienes que morir ya, aún resplandece en el horizonte tu birrete de doctora. Y una vez más es esa época, los cuarenta, los cincuenta, los sesenta, Ventor, Maryland, Nueva York y esa certeza que llevas dentro: la escritora la investigadora yo. El ansia irrefrenable y la vorágine en el pecho, la convicción. El eco de las consignas entre los edificios de la Quinta Avenida y el presidente en Washington se amilana tras el escritorio. Solo hay finales felices.

    Las chicas pueden hacer lo que se propongan

    You know I love you

    Callan los gritos y el calor desaparece con el aroma de una Nueva York en flor y con el humo de los incendios. La Quinta Avenida se ve engullida en la noche, un estrecho y maloliente túnel subterráneo y lo único que no deja de funcionar es el áspero sabor a enfermedad mortal y la música porno. Hay luz del día en Tenderloin y cortinas color vómito ante una ventana cubierta de manchas y montones de notas y tus bragas llenas de sangre sobre el respaldo de la silla y en la mesilla de noche una botella de ron que no vas a ser capaz de apurar. El picor se ha apoderado de tu cuerpo, es peor que el dolor de los pechos y que la dificultad para respirar y que el que hayas perdido hace tiempo todo contacto con manos y pies.

    Mason Street está desierta, ningún grito, ningún tráfico, pero algo más allá está la ciudad auténtica con gente auténtica y sol y árboles y muchachas que van en bicicleta con pilas de libros en el portaequipajes y un poco más allá, ese mar negro que sigue azotando las playas. El aliento salado del océano Pacífico envuelve las playas de arena, la espera de los tiburones en las profundidades, la muerte por ahogamiento, la muerte por asfixia, yacer asesinada y violada en la playa, abril siempre ha sido el mes más cruel. Deseo que desaparezca la luz del día, que alguien cubra con una manta el sol, los letreros de neón, que alguien apague la música porno y esta enfermedad mortal. No quiero morir. No quiero morir sola.

    Ventor y Dorothy como un rayo en la habitación —una tira de papel ardiendo llamea y se apaga en una habitación totalmente a oscuras—, la arena del desierto que te entra continuamente en los ojos y te impide ver. La arena todo lo convierte en una bruma dulce y ardiente, una droga que anestesia y alivia.

    Hacía tanto que no ibas al desierto y al hospicio de color amarillo, a tantas millas de honor y honradez. El porche con un número incontable de horas de sol, una máquina secreta de vino dulce en un rincón y una única estación eterna de calor sofocante y de hierba quemada. Una bóveda de luz amarilla que fue tu luz hasta que te perdiste corriendo por el desierto y no quisiste volver a casa nunca más.

    ¿Lo recuerdas, Dorothy?

    ¿Recuerdas que solíamos ir juntas al río?

    El coche abierto y un hombre nuevo al volante. Tu pañuelo aleteando al viento. Tu pelo rubio recién lavado. El canto. Ibas cantando y parloteando en el asiento delantero.

    Éramos tú y yo bajo aquel cielo gracioso.

    HOTEL BRISTOL, 7 DE ABRIL DE 1988, UNAS SEMANAS ANTES DEL FIN

    El manifiesto se ha perdido entre las sábanas, solo quedan manchas de suciedad y el fluido pardusco que rezuman tus genitales y tu recto, un río apestoso y desgarrador de soledad que sigue fluyendo y humillándote hasta el fin. Si existen más formas de humillarme, haz que se manifiesten ahora. Y no es tu estilo estar tumbada desvariando para tus adentros en una habitación de hotel cuando sabes que estás sola y esperas la muerte, lo que pasa es que esta fiebre tan alta te perturba. Lo único que quieres es mantenerte en la habitación y no caer a través de la oscuridad ni a través del olor a bosque y a gaseosa y a aguas fluviales estancadas y el sol que estalla sobre la manta para el pícnic, esa luz intensa y sintética de los años cuarenta.

    Valerie, sugar

    A comer, Valerie

    Dorothy te llama desde una manta cerca del río en una parte donde la hierba se ve mordisqueada y enmarañada y quemada por el ardiente sol. Detrás de ella se alza la luz en columnas entre los árboles, manotea espantando las moscas y las libélulas que intentan precipitarse sobre el pícnic. América acaba de lanzar la bomba atómica sobre Nagasaki y otra vez es ese tiempo, un tiempo olvidado de excursiones en coche descapotable con bocadillos de pollo en el asiento trasero y Louis tumbado en una manta con la camisa abierta y en pantalón corto. Un tiempo en que las noches son azul profundo y claras como el cristal y Ventor y otros agujeros insignificantes del desierto se quedan sin electricidad durante meses y aún se puede beber agua del río y Louis va y viene de las fábricas de tejidos para arreglar el cableado y hace ya una eternidad que no lo llamas daddy.

    Vas corriendo bajo los arces de plata y llevas otra vez el vestido blanco, ese que en realidad es demasiado fino y demasiado infantil, con hilos de la suerte en oro y plata cosidos en la enagua y lo llevas solo porque a Dorothy le encanta. Te sudan los pies con las zapatillas de deporte y la boca te sabe a metal y a sangre y a otra cosa extraña, asfixiante. Reina tanto silencio en el lugar por el que vas corriendo, todos los sonidos quedan aislados fuera de ti y no hay más que ese raudal de luz cegadora que cae de los árboles y el aleteo de ese vestido de infortunio, que te queda estrecho de cuerpo y de hombros.

    El bosque está invadido de animales muertos de muerte natural y la suave luz humeante está estática y aguarda entre los árboles. Y al pensar en ello ahora el rostro de Dorothy está sobre todas las copas de los árboles y su vestido huele a genitales y a azúcar cuando extiende los brazos sudorosos en tu busca y maldice la sombrilla descolorida por el sol porque el viento la vuelca constantemente, y tiene las manos y los brazos llenos de lunares. Y el sol quema muchísimo a través del follaje y sus ojos son unos lagos negros en los que quieres ahogarte y ella te alisa con la mano la tela del vestido, estrellas y sonrisas y nieve, y te espanta las moscardas de la cara.

    Dorothy

    ¿Dorothy?

    ¿Estás ahí, Dorothy?

    DOROTHY (junto a la ventana del hotel): Haré lo que quieras, girasol mío.

    VALERIE: Pues no te pongas esas perlas tan feas.

    DOROTHY: Mis perlas blancas. Son mis perlas favoritas.

    VALERIE: Pero no en el entierro, en mi entierro, no.

    DOROTHY: Lo que tú quieras. Nada de perlas falsas, nada de escote, nada de pieles, nada de maquillaje. Dime qué me pongo y me lo pondré.

    VALERIE: ¿Dorothy?

    DOROTHY: Sí, querida Vallie.

    VALERIE: Me da mucho miedo morir. Me da mucho miedo morir sola.

    DOROTHY: Solo el cielo, mi niña… Solo el cielo puede apreciarte por tu alma y no por ese pelo amarillo…

    VALERIE: Yo no tengo el pelo amarillo.

    DOROTHY: Lo sé, pero no importa. Es solo una metáfora. Un símil sin más.

    VALERIE: Yo no tengo el pelo amarillo.

    DOROTHY: Eso ya no importa, Vallie. No tiene la menor relevancia cómo lo diga. Tú eres mi niña de dorados cabellos.

    VALERIE: Ya, pero yo creo que ahora se me ha puesto el pelo cano. Y tengo poco. Se me cae. Y cuando me despierto, lo veo en las sábanas en marañas asquerosas.

    DOROTHY: No tengas miedo, mi niña.

    VALERIE: Ahora soy muy ligera, una nube nada más. No tengo manos y echo de menos mis manos.

    Valerie

    El sol quema a través de la sombrilla. El agua rojiza de olor herrumbroso del río discurre lenta y estática. Dorothy y Louis siguen con su excursión junto a la orilla. Beben cerveza y están tumbados en una manta agotados por el calor. Transistor, quesos pringosos, besos de cerveza, pícnic.

    Tú bajas sola hasta la orilla del río. Los pies hundidos en el negro fango, en el limo del río, y los robles extienden sus ramas en busca de agua y las manchas de polen en estado de putrefacción. Esta luz embrujada, siempre la recordarás, y los animales acuáticos embarrados, las aves que chillan a lo lejos, pesados jirones de nubes en lo alto. Y ahí está la penumbra de los árboles, como una nostalgia tornasolada, y no saber en absoluto de qué sientes nostalgia y saber solo que en el vientre hay un animal que quiere salir y que la luz cae en columnas y a través de la ardiente penumbra verdosa. Saber solo que en algún lugar hay un canto que suena como un cuento, pero no aquí; un jardín lleno de fragmentos, un paisaje desierto, una manada de leopardos de las nieves cazando por los sembrados. Tú solo quieres ser dueña de ese canto, quieres poseer ese extraño lenguaje y el cuento tal como vive y respira en el río.

    Y se te deslizan los pies por esa cosa rojiza y maloliente y no sabes cómo podrás dar alcance a tanta nostalgia ni lo que harás con ella si la alcanzas. Solo que existe un canto que es como un cuento, pero ni aquí ni ahora, solo penumbra verdosa. Las copas de los árboles giran a tu alrededor, por todas partes hay manchas de luz que te agotan y te marean y te duermes junto al río y sueñas que vas volando alto sobre montañas nevadas y que lejos, allá abajo, hay gente que te aplaude.

    Y cuando te despiertas, Louis está bajo las copas de los árboles y el calor ha desaparecido y el sol lleva un manto de rayos que irrumpen en tus ojos cuando los abres y tienes la parte posterior de los muslos pegada al brillo del asiento trasero y manchada de algas y barro y aquella luz intensa irreal funciona como una oscuridad cuando, mucho después, se lo cuentas a Cosmogirl:

    era una oscuridad, vino cuando yo estaba a punto de cumplir siete años. Estábamos de pícnic en el río. Dorothy estaba allí, Louis estaba allí. La luz era muy potente, yo no sabía dónde meterme. Cuando me desperté, Louis estaba tumbado a mi lado, a Dorothy no la vi. Las copas de los árboles le bañaban las manos de luz, yo estaba boca arriba y allí estaba Louis. Mi vestido era blanco nieve, jamás tuve un vestido blanco después. Él había metido las manos por dentro del vestido blanco. Y yo lo dejé y yo lo dejé. Después, una oscuridad. La luz que cae de los árboles en sus manos

    MANHATTAN CRIMINAL COURT, NUEVA YORK, 3 DE JUNIO DE 1968

    VISTA ORAL, POR LA NOCHE

    Dicen que fuera está lloviendo, no podía importarte menos, porque en el edificio de los juzgados no existe clima alguno, solo piedra y madera y trajes oscuros y ese policía de tráfico tan encantador, William Schmalix, con sus guantes blancos. Todas las preguntas están mal formuladas y fuera, en Madison Square Park, tú has estado rebuscando de rodillas en los pantalones de un número incalculable de extraños. Llevas la camiseta amarilla de Cosmo y allí dentro todo es calma absoluta.

    MANHATTAN CRIMINAL COURT: El juez David Getzoff llama a Valerie Solanas en el caso del Estado de Nueva York contra Valerie Solanas.

    VALERIE: Muchísimas gracias. No es frecuente que le dispare a una persona y luego tenga el honor de venir a un sitio como este.

    MANHATTAN CRIMINAL COURT: Todo lo que digas aquí podrá utilizarse en tu contra.

    VALERIE: No me cabe la menor duda.

    MANHATTAN CRIMINAL COURT: Datos personales de la compareciente. Valerie Jean Solanas. Edad: treinta y dos. Domicilio: ninguno. Estado civil: soltera. Profesión: indefinida, la sospechosa asegura que es escritora. Ningún antecedente en el registro penal. Nacida en Ventor, Georgia, el 9 de abril de 1936.

    VALERIE: Hey, hey, hey, mister, ¿qué sabes tú del amor?

    MANHATTAN CRIMINAL COURT: Se te acusa de intento de asesinato o quizá de asesinato, aún no está claro cómo se clasificará el delito.

    VALERIE: Bueno.

    MANHATTAN CRIMINAL COURT: ¿Sabes qué día es hoy?

    VALERIE: Sé

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