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Memorias de África: A orillas del Níger
Memorias de África: A orillas del Níger
Memorias de África: A orillas del Níger
Libro electrónico416 páginas5 horas

Memorias de África: A orillas del Níger

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La fascinante historia de un suboficial del Ejército español.

«Cuando descendimos del avión, una bofetada de aire caliente nos sorprendió a casi todos. Lo primero que vi fue a un comandante español dándonos la bienvenida. Lo siguiente, la tierra roja africana fuera de la pista de aterrizaje. Militares malienses, franceses, italianos, alemanes y, por supuesto, militares españoles que se mezclaban en una amalgama de uniformidades mimetizadas propias de cada país».
Esta es la fascinante historia de un suboficial del Ejército español que formó parte del primer equipo de Apoyo de Fuegos que nuestro país envió, tras la Intervención de Malí, a instruir en técnicas, tácticas y procedimientos de Artillería y Morteros al derrotado Ejército de Malí. Los 10 componentes de este equipo tuvieron que reinventar los manuales para adaptarlos al nivel cultural y los medios propios de los bravos soldados malienses. Estudiaron y tradujeron del ruso las armas colectivas que este país tenía y tiene en servicio. Hicieron la conversión de milésimas artilleras a milésimas rusas, e idearon el medidor de ángulos T-12. Fueron los primeros… En todo.

Descubren las aventuras del primer equipo de Apoyo de Fuegos enviado en Malí, a instruir en técnicas, tácticas y procedimientos de Artillería y Morteros al derrotado Ejército.

FRAGMENTO

A las seis de la mañana ha sonado el reloj. Como cada día en el KTC. Antes de ir a desayunar, hemos realizado instrucción física por nuestra cuenta. Para no perder las buenas costumbres.
El día entero lo hemos dedicado a actualizar fichas con nuestras respectivas secciones y a distribuir el trabajo de la primera semana, que comenzará el lunes que viene.
Está previsto que los primeros componentes del GTIA IV comiencen a llegar desde el lunes 6 de enero; pero vista la anterior experiencia con los «Sigys» del GTIA III, nos conformamos con que a mediados de semana tengamos a la mitad del personal controlado.
Estamos aburridísimos. La semana que viene por fin acaban las vacaciones los futbolistas y volveremos a ver Liga y Premier, preferentemente.

ACERCA DEL AUTOR

Rubén Juárez Miranda (Madrid, 1978) pertenece a la XXIX promoción de la Academia General Básica de Suboficiales del Ejército de Tierra, con especialidad fundamental Infantería Ligera. Gran parte de su vida militar la ha desarrollado en la Brigada Paracaidista, exceptuando su paso por la Academia y un periplo de tres años en el Regimiento «Garellano» de Munguía (Vizcaya). Ha participado en misiones de mantenimiento y estabilización de la Paz en Bosnia, Afganistán, Líbano y Malí. Está en posesión de varios cursos y aptitudes paracaidistas.
IdiomaEspañol
EditorialEl Drago
Fecha de lanzamiento14 jun 2018
ISBN9788494877155
Memorias de África: A orillas del Níger

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    Memorias de África - Rubén Juárez Miranda

    Rubén Juárez

    Memorias de África

    (a orillas del Níger)

    Rubén Juárez

    Memorias de África

    (a orillas del Níger)

    Memorias de África (a orillas del Níger)

    © de los textos, Rubén Juárez

    © de la fotografía del autor, Miguel Ángel Peña García

    Ediciones El Drago

    www.edicioneseldrago.com

    [email protected]

    Edición permanente, 2018

    ISBN: 978-84-948771-0-0

    Diseño y maquetación: Emepece Studio

    La reproducción parcial o total de este libro, mediante

    cualquier medio, vulnera derechos reservados. Queda

    prohibida toda utilización del mismo sin el permiso previo

    y explícito de los editores.

    Dedicado a todos los militares, policías y guardias civiles al servicio de España que han sido desplegados en el exterior, cumpliendo así, con los compromisos nacionales e internacionales de nuestra Patria. En especial, a los que nunca volvieron.

    Al pueblo de Malí y a sus bravos soldados malienses. Para que algún día encuentren la paz que tanto ansían.

    INTRODUCCIÓN:

    CÓMO HEMOS LLEGADO HASTA AQUÍ

    Si le llegan a preguntar a cualquier militar español sobre Malí, gran parte de ellos (me incluyo) lo sabrían ubicar geográficamente. Los límites de sus fronteras y la capital. Nada más.

    Ni tipo de Gobierno, personajes que lo componen, Ejército, religión, costumbres, platos típicos, personajes públicos (excepto los futbolistas), colores de su Enseña Nacional… nada de nada.

    Por otra parte, si nos llegan a decir a principios de 2012 que la siguiente misión española se iba a desarrollar en el interior de estas fronteras, casi el 100% no lo habríamos creído.

    Siempre hemos visto a África como a la gran olvidada. Sin interés político para los países occidentales por la sencilla razón de carecer de beneficios económicos o estratégicos. De hecho, en Somalia, llevan más de dos décadas sin Gobierno y con el terrorismo islamista campando a sus anchas; y nadie ha movido un solo dedo desde la retirada de las tropas de élite estadounidenses, en 1993. Por no hablar de la guerra civil de Sudán, o las matanzas entre nigerianos o congoleños. Ejemplos hay muchos más. Prácticamente, uno en cada país.

    Únicamente, el mundo «civilizado» tomó cartas en el asunto en el genocidio entre Hutus y Tutsis, las dos tribus con mayor rivalidad de Ruanda. 800.000 muertos en poco más de tres meses, en 1994. A un exagerado y demencial ritmo de casi diez mil muertos diarios.

    Actualmente, Ruanda es uno de los países más prósperos del continente africano. Es el mejor ejemplo de que, cuando se quiere, se puede.

    Hace ya algún tiempo, alguien me dijo:

    —Rubén, para que tú estés bien, hay gente que tiene que estar mal.

    Se refería, obviamente, al estado de bienestar y a la opulencia europea en contraste con la hambruna y demás injusticias africanas.

    Es una frase que difícilmente pude olvidar. Es la vida misma. La suerte y la providencia se alían, para bien o para mal, con los que han nacido en un continente u otro.

    El 22 de marzo de 2012 se escribe una página más en la corta pero ajetreada Historia de Malí. El capitán Sanogo, descontento con la gestión del presidente del país, Amadou Toumani Toure, da un Golpe de Estado y asume el poder. Durante días, los militares realizan una caza de brujas en el propio seno del Ejército. La guardia pretoriana del presidente, los «boinas rojas» del 33º Regimiento de Paracaidistas, son perseguidos, arrestados y asesinados por no secundar el Golpe y mantenerse leales al depuesto presidente. Infinidad de políticos tienen que abandonar el país y otros muchos son colocados en el poder a dedo por la Junta Militar.

    En la histórica región de Tombuctú, los rebeldes tuaregs del MLNA (Movimiento para la Liberación Nacional de Azawad) aprovechan el vacío de poder para dirigir su enésimo alzamiento contra Bamako y hacerse con el control de Tombuctú en primer lugar, y posteriormente, ante la pasividad del Ejército de Malí, con las dos provincias norteñas restantes: Kidal y Gao.

    El MLNA aspira a secesionarse de la República de Malí partiendo la mariposa (Malí tiene la forma de este lepidóptero) en dos y formando un nuevo país llamado Azawad que aglutine Tombuctú, Kidal y Gao. La gran diferencia de recursos destinados desde el Gobierno central entre las regiones del norte (desérticas y con mayoría tuareg) y el sur (frondosas y de población negra) hace que en los últimos lustros se hayan levantado en armas, al menos en cinco ocasiones.

    Los grupos terroristas islamistas Ansar Dine (Defensores de la Fe), MUYAO (Movimiento para la Unificación de la Yihad en África Occidental), Boko Haram (la educación occidental es pecaminosa) y AQMI (Al Qaeda del Magreb Islámico), apoyan esta rebelión y llegan a participar activamente en los combates de la toma de la ciudad de Tombuctú, el 1 de abril.

    Con el Ejército en retirada, los islamistas y los tuaregs, ya asentados, no tardan en tener los primeros encontronazos con la forma de Estado a implantar en Azawad. De hecho, los fundamentalistas comienzan a aterrorizar a los lugareños del norte, imponiendo la sharia en todas las localidades en las que controlan. Se tienen las primeras noticias de amputaciones de manos a niños por supuestas acusaciones de robos menores, la lapidación de parejas de jóvenes por no estar casados, apaleamientos de mujeres en plena calle por ir solas o con vestimentas «provocativas», la destrucción de mausoleos centenarios…

    Los islamistas de Ansar Dine (de reciente creación) y MUYAO, se enfrentaron violentamente a los tuaregs y los vencieron en la Batalla de Gao, el 27 de junio. El avance prosiguió hasta expulsarlos del norte de Malí. El 17 de julio, la rebelión tuareg se había convertido en un Estado Islámico. Los yihaidistas eran cada vez más fuertes, ya que entraban por las porosas fronteras, más y más combatientes, para unirse a cualquiera de estos grupos.

    El 24 de septiembre de ese mismo año, el gobierno de Bamako hace una petición de auxilio al mundo para que le ayude a recuperar el norte de Malí. A todo esto, los fundamentalistas se marcan como objetivo la toma de la capital del país. El avance hacia el sur es imparable.

    El 20 de diciembre, las Naciones Unidas aprueban una resolución para el envío de una fuerza militar conjunta africana, llamada AFISMA (African-led International Support Mission to Malí), con participación propia de su ex colonia: Francia.

    El 10 de enero de 2013, el presidente maliense, Dioncounda Traore, pide expresamente al presidente del Elíseo, François Hollande, que intervenga su país. Los islamistas han tomado la región de Mopti y amenazan seriamente el resto de la República, incluida su capital.

    El 11 de enero, tan solo un día después, el Ejército de Francia, en cooperación con los Ejércitos de Malí y Chad, pasa a la ofensiva. Bombardean campos de entrenamiento yihaidistas, arrasan sus cuarteles generales y después de duros combates, toman la estratégica ciudad de Konna, en el centro del país. Balance general: más de un centenar de islamistas, 11 militares malienses y un uniformado galo (teniente piloto de helicópteros Damien Boiteux) muertos en combate. La Operación Serval ha comenzado.

    Las siguientes jornadas, la coalición africano-francesa va empujando hacia el norte a los grupos islamistas hasta combatir con un núcleo muy reducido en las montañas de Adrar de Ifoghas, en el noreste del país. Tras un mes y medio de operaciones militares, se da por derrotada a la coalición islamista.

    Los aliados de Malí (9.000 militares, aproximadamente un centenar de bajas mortales) y Francia (3.500 militares, 8 bajas) son, por este orden:

    • Chad: 1.800 militares, 38 bajas.

    • Nigeria: 1.200 militares, 2 bajas.

    • Senegal: 800 militares, 2 bajas.

    • Togo: 740 militares, 2 bajas.

    • Burkina Fasso: 350 militares, 1 baja.

    • Níger: 300 militares.

    • Ghana: 250 militares.

    • Benin: 150 militares.

    • Guinea: 150 militares.

    Por su parte, entre todos los grupos terroristas islámicos, más los occidentales que acuden a la llamada de la yihad, suman unos 5.000 combatientes. De los que, tras algo más de un mes de lucha, son abatidos entre 600 y 1.000 de ellos. También se hacen numerosos prisioneros entre los que se encuentra un ciudadano francés.

    El 1 de julio de 2013 la ONU se hace cargo del país, cambiándoles el color del casco (ahora es azul) a los militares africanos de AFISMA y pasándose a llamar MINUSMA (Misión Internacional de Naciones Unidas para la Estabilización de Malí).

    La Unión Europea (UE) decide apoyar a su socio francés y envía un contingente militar de instructores para reorganizar el Ejército de Malí en la academia de Oficiales de Koulikoro, a 60 kilómetros al norte de Bamako. Este contingente está compuesto por 23 países de la UE y consta de algo más de trescientos militares. También se crea una Compañía destinada a asegurar la libertad de movimientos y dar seguridad a dichos instructores.

    La misión fundamental de la UE es la instrucción de Grupos Tácticos Inter Armas (GTIAs), creados por el propio Ejército de Malí en periodos de diez semanas, para posteriormente ser enviados al norte del país con el apoyo de MINUSMA y una Fuerza de Acción Rápida (QRF) francesa.

    España, en concreto, aporta 112 militares a esta operación: 81 encuadrados en la Force Protection (Compañía de Protección), 1 oficial sénior, con graduación de teniente coronel, máximo responsable de los militares españoles destacados en Koulikoro, 12 instructores de una Compañía (Commando) de Operaciones Especiales, 10 instructores paracaidistas del equipo de Apoyo de Fuegos, Batería de Artillería y manejo de morteros ligeros de Infantería, y 8 oficiales independientes con destino en el Cuartel General de Bamako.

    Paralelamente, el Ejército del Aire participa con cincuenta efectivos en la operación Serval, aportando un avión de transporte de tropas y su base se establece en Dakar, la capital de Senegal.

    Otra fecha muy importante, y que bajo mi punto de vista marca el inicio de la posterior Intervención en Malí, es el 20 de octubre de 2011. El asesinato del dictador libio, el coronel Muanmar Al Gadaffi, como consecuencia de la llamada «Primavera Árabe». Los grupos afines al coronel huyen con todo el arsenal libio y se establecen en el norte de Malí, después de ser perseguidos por Argelia. No olvidemos que el tirano provenía de una tribu nómada. Cuatro meses después se desencadena la ira y el fuego en este país que le sumirá en el más absoluto caos. Y es que, como dijo el propio Gadaffi antes de ser ajusticiado por su pueblo: «Si caigo yo, caerá toda la región. Solamente yo puedo mantener a raya a los terroristas. Europa y Estados Unidos no pueden deshacerse de mí. Soy un socio de Occidente».

    Pero se deshicieron de él. ¡Y de qué forma! Linchado, sodomizado, tiroteado y expuesto durante días en un hangar para que todo el mundo lo viera. Actualmente, Libia está inmersa en una Guerra Civil religiosa o sectaria, como se quiera denominar.

    ¿Por qué nos empeñamos los ciudadanos del Primer Mundo en imponer la Democracia a este tipo de países?, ¿acaso Irak era más inseguro con Saddam Hussein?, ¿y Libia con Gadaffi? Aún sigo sin entender al Mundo Desarrollado. Tenemos frente a nuestras narices otro caso, la Siria de Al Assad. Esperemos que los rebeldes «moderados» no lleguen al poder, sería demasiado peligroso para El Líbano, Jordania, Israel y… Europa.

    El Viejo Continente es demasiado ambiguo con ciertos hechos geopolíticos acontecidos en Oriente Medio o Asia Central. Mantiene una posición inentendible (a veces) con la única Democracia de la región: Israel, y da su beneplácito a ciertos países dictatoriales con Leyes ancestrales.

    Aquí comienza la vivencia de un suboficial del Ejército de Tierra que forma parte del primer equipo español de instructores de Apoyo de Fuegos desplegado en Malí.

    PRIMERA PARTE

    Lunes, 16 de septiembre de 2013. Día uno.

    El reloj sonó a las 05:30. No tardé mucho en levantarme. De hecho, casi no había podido conciliar el sueño. Me había dado por vencido una hora y media antes. La recién nacida Emma (17 días), evitó que mi esposa y yo tuviéramos una última noche romántica. La verdad, no me importó mucho. Y creo que a mi mujer tampoco. Desde finales del mes pasado, le damos infinitamente más importancia a nuestra hija.

    Me levanté, decidido, al baño a satisfacer mis necesidades fisiológicas y a afeitarme. Solo la parte de debajo de la boca ya que me estaba dejando bigote. El famoso bigote de los paracaidistas españoles de misión en el extranjero.

    Mirándome en el espejo, me sentí de repente cansado. Cansado de volver a salir de misión y perder a mi familia. Cansado de volver a cohibirme de las comodidades del hogar; la nevera, la calefacción y la vida cómoda y sedentaria europea. Cansado de dormir poco. Cansado, en general, por todo.

    Tras unos segundos de reflexión, me convencí a mí mismo de que es inevitable no pensar con cierto pesimismo en ese preciso momento. No es la primera misión, ni será la última. Este es nuestro trabajo. Nuestra vida. Por lo que sentimos, reímos, lloramos, nos ilusionamos y nos defraudamos. Y en esta vorágine, inentendible para los civiles, arrastramos a nuestras familias, que la mayoría de las veces aguantan más de lo que nos podamos llegar a imaginar.

    Me vestí con la uniformidad árida que había cogido de la base de Paracuellos el día antes, cuando nos citó el capitán Ferrera (el jefe de nuestro mini contingente) para darnos las últimas directrices. Hice mi café matutino y me lo tomé mirando la última hora en el mundo con el teléfono móvil. Por enésima vez, empecé a pensar. La niña, mi mujer, mis padres, mis hermanos… volvió a apoderarse de mí una cierta ansiedad.

    —Cariño, me voy —le dije a mi mujer, tumbada en la cama con la pequeña al lado.

    —Se acaba de quedar dormida —me advirtió sonriendo.

    —Ya. Supongo —asentí—. Yo no podía aguantar más. Tenía que descansar aunque fueran dos horas.

    —¿Has dormido?

    —Fatal. Muy poco. Los nervios.

    —No te preocupes. Todo va a salir bien.

    Nos abrazamos un par de minutos y me fui con las enormes mochilas al portal, ya que había quedado con mi hermano a las seis y media para ir a casa de mis padres. Allí me despediría de mi madre, y recogeríamos a mi padre. Y, directo a la base aérea de Getafe.

    Cuando subí a casa, mi madre estaba llorando. Mi familia y mi esposa se han ido acostumbrando a mis despliegues (cada 3 o 4 años) en zona de operaciones. Son las servidumbres que acarrean el estar destinado en una unidad expedicionaria y operativa como es la Brigada Paracaidista. Todos lo entienden, salvo mi madre. Para no variar. No es cuestión de sentimientos, es cuestión de genes. Una madre es una madre. En España o en Malí. Este, la relación madre-hijo/a, es el vínculo afectivo más grande de la Historia de la Humanidad.

    —Ahora sé lo que es ser padre —le dije a mi madre mientras la abrazaba. Volvió a llorar.

    —Esta foto la voy a poner en casa hasta que vengas —me dijo mi madre después de guardar la cámara con la que nos retrató en el salón.

    Llegamos a la SATA de la base cuando pasaban veinte minutos de las siete. Fuimos los primeros. Inmediatamente después aparecieron los familiares del teniente Mayorgas.

    La salida estaba prevista a las 08:45 con destino a la base aérea de Gando, en Las Palmas. Pero, finalmente, embarcamos poco después de la una de la tarde. La espera para los familiares nos creaba aún más ansiedad y procuramos «despacharlos» pronto. Allí conocimos (y nos presentamos) a nuestros homólogos de Operaciones Especiales y al coronel Cortijo, entre otros.

    Nos despedimos del coronel Escámez, 2º jefe de la BRIPAC, de los tenientes coroneles de la Bandera y Artillería, Esteban y Torres, respectivamente, del capitán Vara, jefe de nuestra Compañía y el sargento 1º Muñoz, entre otros.

    Casi todos mis «chavales» de morteros habían pedido ir a despedirme: Sanisidro, Alcolea, Pereiro, Gómez Gil, Romero y Zamarreño estaban allí. Tampoco faltó personal de la Compañía de Apoyo para hacer lo propio con sus respectivos jefes.

    El vuelo duró cuatro horas. En nuestro viejo conocido Hércules. El T-10. El «papa yuyu», como le denominamos los paracaidistas debido a lo mal que lo pasan nuestros estómagos cuando los pilotos vuelan en modo táctico. El mismo tipo de aeronave que nos llevó 14 años antes a Bosnia-Herzegovina. Desde el accidente del Yakolev-42, el 26 de mayo de 2005, no suelen emplearse aviones militares para los desplazamientos de personal que va a ser destacado a Zona de Operaciones. Pero este, era un vuelo especial. Un contingente de 25 uniformados. Doce guerrilleros, diez paracaidistas, dos operadores informáticos del Ejército del Aire y una enfermera. Esta última también de Paracuellos.

    La misión de los guerrilleros era la misma que la nuestra: instruir al Ejército de Malí en tácticas, técnicas y procedimientos propios de nuestra cultura militar de Operaciones Especiales. O mejor dicho, de la cultura castrense francesa, para poder contrarrestar las acometidas yihaidistas del Norte del país.

    La estructuración de nuestra unidad, después de meses de imprevisibles cambios, quedaba de la siguiente manera: el capitán Ferrera, del arma de Artillería, como jefe de los instructores españoles de Apoyo de Fuegos. Y tres grupos o equipos compuestos por un oficial y dos suboficiales de infantería o artillería.

    El primer equipo, llamado oficialmente «Daoiz», en recuerdo a aquellos bravos oficiales que se sublevaron contra la Grande Armeé, dos siglos atrás en la capital de España, pero nombrado oficiosamente por los miembros del equipo «Las Tigresas», está compuesto por la teniente Viedma, de Artillería, y el sargento 1º Reina, de Infantería Ligera, y el sargento Domínguez, de Artillería de Campaña. El segundo equipo, «Velarde», o «Los Lobos Malienses», está compuesto por el teniente Pontijas, de Artillería, el sargento 1º Moreno, de Artillería de Campaña, y el sargento 1º Juárez (el que suscribe) de Infantería Ligera. Finalmente, el tercer equipo, «Ruiz» o «Los Zorros del Sahel», lo compone el teniente Mayorgas, de Infantería, el sargento 1º Clemente, de Infantería Ligera y el sargento Robles, de Artillería de Campaña.

    Atrás quedaba ya, el mes de preparación intensiva conjuntamente, y más lejano aún, el mes de julio, en el que no sabíamos a ciencia cierta si seríamos o no desplegados en África Occidental.

    Los diez componentes somos de la Brigada Paracaidista. Los artilleros, del GACAPAC (Grupo de Artillería de Campaña Paracaidista), como es lógico, y los infantes, de la BPAC I (Bandera «Roger de Flor», I de Paracaidistas).

    Los suboficiales del Ejército del Aire con los que compartíamos vuelo serían desplegados en Dakar (Destacamento Marfil), donde operaban «las muñequitas» (apodo cariñoso que reciben los componentes del Ejército del Aire. No en vano, el apodo que recibimos de ellos es el de «los terris». El de los miembros de la Armada es «los popeyes»), desde hacía unos meses apoyando a la Operación Serval con un T-10 español dedicado al transporte de tropas francesas y de la Unión Africana.

    En la residencia militar de Gando, nos alojamos desde nuestra llegada, pasadas la una de la tarde, hasta el día siguiente. Partiríamos temprano a continente africano.

    Por la tarde, después de deshacer parte del equipaje, salimos por Las Palmas, la ciudad más importante de la isla, y paseamos por la calle Triana, la más céntrica y neurálgica. Aprovechamos para cenar y tomar una copa en una terraza de ensueño, antes de meternos en otra misión.

    Por cierto, en Canarias, es una hora menos. Todos lo sabemos, pero nunca reparamos en ello hasta que no estamos allí. Esto nos trajo algún quebradero de cabeza a la mañana siguiente.

    Martes, 17 de septiembre de 2013. Día dos.

    Me levanté a las seis de la mañana. Cuarenta y cinco minutos después nos habíamos citado en el la cafetería «La Maestranza» para desayunar. Aún estaba cansado. La reciente separación de mi esposa e hija deambulaba por mi cabeza. Mi único consuelo era pensar que Emma no se enteraría de nada. Aunque yo sí. Pero bueno, eso es cosa mía. Durante la jornada de visita insular de ayer, no dejé de pensar un solo instante en mi recién creada familia. Mi esposa, mi hija, la distancia, cómo me afectaría a lo largo de los días en Koulikoro, cómo le afectaría a mi familia…

    Nos aseguraron casi al 100% que tendríamos un descanso de algo más de quince días en España durante el mes de diciembre. Mi mente deseaba con locura que así fuera.

    Este segundo embarque no se hizo tanto de rogar como el del día anterior. A las 08:49 nos metimos de nuevo en el Hércules. Ya en la bodega del avión, me comentó un suboficial de los del Ejército del Aire, que el vuelo iba directo a Bamako, contrariamente a lo que nos habían explicado la semana de antes: Getafe-Las Palmas-Dakar-Bamako. —Mejor. Menos tiempo hacinado aquí— pensé egoístamente. No creo que fueran de la misma opinión los que volaban con destino Dakar.

    Cuatro horas y cuarto duró esta travesía intercontinental. La teniente enfermera Campos me llamó a mitad de trayecto y me animó a mirar por la ventana.

    —¡Desierto! —le dije cuando deje de observar anonadado semejante cantidad de arena y dunas en tan basto terreno.

    Por algún motivo, volábamos lo suficientemente bajo para distinguir perfectamente la orografía Saheliana. Saqué el teléfono móvil y lo encendí. Busqué en él una foto que le hice en casa a un trozo del plano del mundo en el que aparecían España y Malí.

    —Estamos sobrevolando Mauritania —le dije a la teniente, después de hacer una ruta directa de Canarias a Bamako.

    En ese preciso momento, me sentí especialmente feliz. El Sahel. África. Este era, sin duda, uno de los motivos por los que siempre me sentí atraído por el Ejército. Conocer nuevos horizontes, nuevos retos, diferentes países, culturas y religiones. Era consciente de ser el precursor de algo grande que con los meses secundarían otros militares de mi nación. Tan solo 22 instructores españoles integrados en la misión de entrenamiento de tropas malienses lideradas por la Unión Europea. Y yo, uno de ellos.

    Una hora después, estábamos viendo por la ventana la sabana. Todo el terreno completamente verde (en contraste con el árido del norte del país) con el serpenteante río Níger de acompañante. La teniente enfermera nos dijo que era ese el momento para rociarnos la ropa y el cuerpo de repelente de mosquitos. En España nos dieron, entre otras, cuatro cajas de dicho arsénico. El verdadero problema de esta exótica misión, eran las picaduras de mosquito por ser los normales transmisores de la temida malaria. También nos medicábamos desde hace ya dos semanas para combatir esta enfermedad.

    Cuando bajamos del avión, una bofetada de aire caliente nos sorprendió a casi todos. Lo primero que vi fue a un comandante español, destinado en el cuartel general de la Unión Europea en Bamako, dándonos la bienvenida a todos.

    Lo siguiente, fuera de la pista, la tierra roja africana. Militares malienses, franceses, italianos, alemanes y, por supuesto, españoles que se mezclaban en una gran amalgama de uniformidades mimetizadas propias de cada país. El brigada Aysa y el cabo Poblete. Caras conocidas. Ambos del contingente de la Force Protection hispano-belga, que venían a recogernos y llevarnos a Koulikoro como parte del convoy de seguridad y escolta.

    Tras una breve charla con oficiales españoles que se iban en el mismo vuelo, fuimos al comedor francés. Lo que sentí era indescriptible. Era como si estuviéramos en pleno siglo XIX. En la época del colonialismo. Mesas redondas gigantescas alrededor de una mesa presidencial alargada y, encima de esta, una bandera francesa de aproximadamente 20 metros de largo por 10 de ancho. Por un instante me sentí orgulloso de ser francés. Calor, mucho calor, a pesar del constante movimiento de los ventiladores y aire acondicionado de aquel tenue comedor. A pesar de que el idioma de unión entre todos los países de la UE es el inglés, llegué a escuchar seis tipos de lenguaje diferente. Cada vez me gustaba más la misión.

    Nos sentamos a comer con dos comandantes, un capitán y la brigada Ruiz, vieja conocida para nosotros de nuestra misión de Afganistán. Todos ellos pertenecían a la unidad española de Operaciones Especiales.

    No hablé mucho, la verdad. Aún estaba cansado de los dos días de viaje en transporte militar. Se deshacían en elogios para con los militares malienses. Dispuestos a aprender, muy buenas personas, ritmo africano… eran las palabras que más repetían.

    Después de despedirnos y desearle un buen viaje, nos centramos en el desembalaje de nuestra carga. Nos llevó más de dos horas, y fue lo más desagradable del día, pero había que hacerlo.

    Por fin salimos para Koulikoro. Nos dirigíamos al destacamento en el que estaba emplazado la Academia de Oficiales del Ejército de Malí, en aquella ciudad, situada al norte de Bamako, de cuyo nombre nadie, absolutamente nadie, había oído hablar tres meses atrás.

    Durante el trayecto, que duró más de dos horas por el lamentable estado de las carreteras, no paré de hacer fotos. Las imágenes que capté eran fascinantes. Muchos puestos ambulantes a ambos lados del pobre asfaltado, la gente por la calle, restos de basuras en todos los lugares imaginables, y otra vez la tierra roja. La tierra arcillosa africana. Lo cierto era que costaba habituarse.

    Otra visión congratulante fue sin duda alguna el río Níger. El famoso Níger. Como el Ganges, el Nilo o el Éufrates. Historia pura. Uno de los ríos que estudiábamos en el colegio. Y estábamos allí. En un país al que a ningún europeo se le habría ocurrido ir de vacaciones, a menos que la situación cambiara mucho. Y vaya si cambió.

    A la llegada al destacamento, nos recibió el capitán Aguirre con la irónica frase de: —Por fin estáis aquí. Llevábamos esperándoos dos meses—. El jefe de la Compañía de Protección (Force Protection) se alegró mucho de vernos, como el resto del contingente español. Su misión había comenzado el pasado mes de julio (8 y 15 de julio) y concluiría en diciembre. Dimos una vuelta para ver los puestos fijos, la lavandería, la cantina, el comedor y los límites del acuartelamiento, y rápidamente descargamos el material que habíamos traído desde España. Lo metimos en un contenedor que nos fue asignado, y nos preparamos para cenar.

    El comedor está bajo supervisión francesa. Por lo cual, no tenemos paella los domingos, como en mis anteriores misiones. Tendré que contar Larianes. La dichosa pastilla que tomamos semanalmente para combatir la Malaria.

    Nos han comentado que la comida es buena y abundante. En este tipo de escenarios, la alimentación es fundamental.

    Nos hemos alojado en una habitación, los diez instructores. Parece espacioso. Perdemos intimidad, pero ganamos en camaradería. Después de casi seis meses, vamos a ser como hermanos.

    Hemos podido también ver como ganaba el Real Madrid al Galatasaray 1-6 en el infierno turco. Podemos ver la Champions y algunos eventos deportivos, gracias al Canal+ Francia. El idioma no es problema para el deporte. La lástima es que no se puede ver la Fórmula 1.

    Por supuesto que, en cuanto he podido, he llamado a casa. La primera persona con la que he hablado ha sido con mi madre.

    —Hijo mío, qué tal. ¿Todo bien?

    —Sí, mamá. Todo bien —estaba casi afónico a causa de los cambios de presión y los viajes.

    —Ya te llamaré más adelante, que estoy liadillo y cansado.

    —Ten cuidado, Rubén.

    —Tranquila, mamá, soy paraca —le he respondido riéndome, como siempre acostumbro—. Habla con mis hermanos y diles que estoy bien. Que ya les llamaré.

    Con una última conversación con mi esposa, me di por vencido. Debía ducharme y acostarme cuanto antes para descansar física y psíquicamente.

    Miércoles, 18 de septiembre de 2013. Día tres.

    Anoche acordamos con el capitán levantarnos a las siete. Llevábamos dos días sufriendo el famoso jet lag y en vuelos militares, que no son tan cómodos como los civiles.

    Me desperté, incluso, más tarde que el toque de nuestra diana. Estaba realmente cansado.

    Después de desayunar tortilla francesa con salchichas «typical french» y tomarnos un café, entre otros manjares que nos brindaba la patria gala, nos hemos dedicado a hacer limpieza a fondo del lugar en el que pretendemos pasar las próximas 22 semanas.

    Sillas, mesas, libros, armarios… todo apilado fuera de la habitación. La sudada ha sido importante. El calor es extremo y la humedad es empapante.

    He dedicado gran parte de la mañana y la tarde a ver y hablar con el personal de la Compañía de Protección. Su representación española es en base a la Primera Bandera Paracaidista. Mi unidad de origen, por lo cual, los conozco a todos bastante bien. Esta Cía. está compuesta de cuatro secciones de fusileros y una de apoyo. La sección de apoyo no es tal como lo entendemos. El teniente Cando (al mando de dicha unidad) es responsable de un equipo de EOR (sgto. Caballero), un equipo Raven (sgto. Calle), un núcleo de mantenimiento (sgto. Palancas), una unidad de electrónica (sgto. Devesa) y otro equipo de armamento (sgto. 1º Hernandis).

    Dos secciones de la cuatro de fusiles son españolas. Y están al mando de los tenientes Alonso (sgtos. Sánchez, Morales y Larrumbide) y Alameda (sgtos. Vera, Jiménez y Bermejo). Las otras dos, las aporta el Ejército de Bélgica. El auxiliar de la Compañía es el sgto. 1º Castellanos. También están por allí, los cabos 1º Casas, Otero y Montoya y el cabo mayor Couceiro. Todos ellos de la «Bandera» a excepción de «Monty», que es zapador. Estos empleos tienen menos problemas para meterse en este tipo de misiones ya que aparte de ser jefes de pelotón en España, pueden ocupar puestos tácticos de conductor, radiotirador ametrallador, o puestos de oficinas en el extranjero. Es un reconocimiento a tantos años de experiencia y antigüedad en las unidades de combate. El mando de la Compañía lo ejerce el capitán Aguirre. El brigada Aysa y el cabo Poblete están fuera del paraguas de mando de este capitán ya que tienen labores de enlace entre los militares españoles destacados en Malí y España.

    Por la tarde nos hemos presentado al teniente coronel francés Pellabeauf. El jefe de los

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