Absurda lógica: Relatos que pondrán tu mundo patas arriba
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Absurda lógica - Marcelo Jorge Esses
Esses, Marcelo Jorge
Absurda lógica / Marcelo Jorge Esses. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Bärenhaus, 2021.
(Biblioteca elegida)
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-8449-05-0
1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Título.
CDD A863
© 2021, Marcelo Jorge Esses
Diseño de cubierta e interior: Departamento de arte de Editorial Bärenhaus S.R.L.
Todos los derechos reservados
© 2021, Editorial Bärenhaus S.R.L.
Publicado bajo el sello Bärenhaus
Quevedo 4014 (C1419BZL) C.A.B.A.
www.editorialbarenhaus.com
ISBN 978-987-8449-05-0
1º edición: abril de 2021
1º edición digital: abril de 2021
Conversión a formato digital: Libresque
No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446 de la República Argentina.
SOBRE ESTE LIBRO
En estas heterogéneas prosas narrativas de Marcelo Jorge Esses, tan irracionales como congruentes, los matices de la filosofía, la historia, la psicología y la crónica de viajes se entrelazan de un modo insólito con las bellas artes para alcanzar los niveles más hondos de la conciencia y del ser. La parodia ensayística, el humor paradojal y las reflexiones que llevan a la cumbre del nonsense ganan lugar en las versátiles páginas del libro, y nos revelan cuán lógico y cotidiano puede ser el absurdo del mundo en que nos desvivimos por sobrevivir.
Nomi Pendzik, verano de 2020.
SOBRE MARCELO JORGE ESSES
Marcelo Jorge Esses. Porteño nacido en 1959, estudió Ingeniería, que abandonó para encauzar su formación en Sociología. De chico, más precisamente a los diez años, lo marcó el alunizaje, y su pequeño paso como futuro escritor lo dio al empezar a leer a Julio Verne y a otros novelistas de aventura y ciencia-ficción. Por esa época también se apasionó por el ajedrez y por escuchar música, así como por los relatos históricos y científicos. Uno de sus mayores placeres es viajar: en la ópera prima Absurda lógica, combina su admiración por el mundo en que vivimos con el temor ante el sinsentido que ese mismo mundo nos arroja a la cara en cada esquina.
ÍNDICE
Cubierta
Portada
Créditos
Sobre este libro
Sobre Marcelo Jorge Esses
Entredichos y tribulaciones
Mapas
Match
Zenón
La mujer de la escultura
Las leyes del final
En fila
Esa voz
Recurrencia
La Vaca de Minos
El buen ciudadano
La Roma imposible
Predecir el pasado
Boceto para una novela
Saturación visual
Informes y crónicas
Paradojas de lo cotidiano
Ordenar una biblioteca
Entropía y orden hogareño
Izquierda y derecha
En otro lado
La relatividad del tiempo
Demografía de la familia
Vida súbita
Hora pico
Para los arqueólogos del futuro
Esquinas porteñas
Relojes de Praga
La mirada de un holograma
Teorema de Venecia
Newtoniana
Presentando a Fernando
Amor eterno
Haikus alemanes
Cuestiones de familia
Reporte sobre la teletransportación
ENTREDICHOS Y TRIBULACIONES
MAPAS
Primero fueron las ciudades, distribuidas a lo largo del territorio, cuidando de que en cada región hubiera una; luego las atravesaron los ríos, justo por la mitad, y así resultó que todas las ciudades contaban con un río que pasaba por ellas.
Después el territorio fue precisado y ampliado, y se dividió en varios países, sin nombre aún. También aparecieron nuevas islas o continentes que tuvieron las mismas características. El territorio crecía.
¿Y cuál era la relación entre los distintos Estados? Usualmente había algunos que querían conquistar a sus vecinos, ocupar sus territorios y sus ciudades, expandirse.
Mientras tanto los padres miraban, arrobados por lo que dibujaba el niño —tan inteligente y creativo—, sin tener idea de lo que representaban esos trazos. Y sin preguntarle: no les hubiera contestado, se hubiese refugiado en su timidez. Pero si le hubiesen insistido, el niño habría dicho, simplemente: Mapas
.
Los dibujaba en grandes cartulinas blancas: una hoja de cuaderno o carpeta hubiese sido pequeña. Usaba marcadores de distintos colores: negro para los bordes de los continentes, marrón para las fronteras entre los Estados, verdes las ciudades, azules los ríos. Cada elemento en el mapa tenía su propio color.
Estos proyectos le ocupaban la tarde. A la mañana, la escuela; a la tarde los mapas, en los días en que no salía a jugar.
Un mundo de papel —o de cartulina— era creado así: reflejo lúdico de lo que el niño iba entendiendo del mundo real. En los libros de Historia, los mapas siguen el curso de las batallas y de las campañas militares, de la expansión de las fronteras de un país, reino o imperio, y algo como esto se dibujaba ahora, pero siguiendo las batallas que el niño inventaba. Todos los días diseñaba nuevos mapas, cada vez más detallados.
Aunque al principio trató de crear el mundo con todos sus continentes, poco a poco, a medida que aprendía en la escuela, se fue concentrando. Y de ser Estados abstractos, sin nombre, se fueron pareciendo cada vez más a países reales. Resultó inevitable que esta evolución lo llevara a enfocarse en el Imperio Romano, modelo ejemplar de todos los imperios. Ahora su atención se centraba alrededor del Mar Mediterráneo, o de uno muy parecido. El niño tenía buena mano para los mapas, lo demostraba cada día.
Los romanos avanzaban conquistando, no había cómo detenerlos. Un territorio tras otro caía bajo su dominio. Y cuando ya ocupaban todo el mapa, cuando parecía que ya se agotaba el juego, el pequeño cartógrafo se enteró de lo sucedido en Pompeya.
Ese drama lo impresionó. No por nada en su ciudad, muy cerca de donde él vivía, existía un barrio con ese nombre.
Pero había algo más: el fuego.
Siempre le había atraído ver a su madre cocinar. También le resultaban muy sensuales los fósforos, con sus cabezas de colores que estallan brillantes al encenderse. Sin embargo, él estaba excluido de esa magia; no lo dejaban acercarse a las hornallas ni prender fósforos: los padres tenían miedo de que se quemara. Y ahora resultaba que un volcán reunía en sí todo el fuego del universo.
Entonces el juego cambió. Comenzó a dibujar mapas de la región de Pompeya, cada vez más cercanos, más precisos, más realistas. Con cada nuevo mapa se introducía más y más en la ciudad. Aparecieron las calles principales, sólo ellas en el primer acercamiento; en el siguiente se fueron delineando las otras, hasta que al final la traza completa quedó reflejada en la cartulina. Y también el volcán.
Ya salía menos a jugar por las tardes, hasta que dejó de hacerlo. Pompeya lo absorbió. La sombra del volcán crecía protagónica. Era como jugar con fuego. El niño empezó a dibujarse a sí mismo en el mapa. Pasó a ser parte de la ciudad.
No era usual que el niño se quedara solo; la madre solía estar siempre en casa mientras el padre iba a trabajar. Pero ese día ella tuvo que salir, así que no había nadie más cuando aquello sucedió.
La gran erupción se produjo. Ríos de lava corrieron por las calles. Todo era tapado por un color rojo intenso. Todo era sepultado debajo de esa corriente irrefrenable. El niño había querido saber cómo era estar en Pompeya, cómo sería vivir la catástrofe. Y ahora le costaba salir.
El volcán arrojaba rocas ardientes que hostigaban la ciudad. El niño las esquivaba como podía. Algunas caían muy cerca, y no podía saber en dónde caerían las próximas. Y las rocas generaban nuevos incendios. Las cenizas volcánicas lo nublaban y asfixiaban. ¡Era imprescindible que escapara de esa trampa! A medida que la lava se derramaba sobre Pompeya, él iba cambiando su posición, se iba corriendo a los lugares aún no sepultados, esquivando bombardeos de piedras, escrutando a través de las cenizas, tratando de huir de la ciudad.
El avance de la lava era imparable.
Cuando los padres volvieron, encontraron al niño con varias quemaduras. Había estado llorando. El dibujo centelleaba, manchado totalmente de rojo.
No consiguieron que les explicara qué había sucedido.
MATCH
La noche siguiente a la partida, todavía sin poder dormir, Guzmán le comunicó al juez que abandonaba el match y que reconocía la justa victoria del campeón, que había jugado mucho mejor que él. Las cosas sucedieron así.
El match había sido pactado a veinticuatro partidas. Guzmán era el retador. En el primer juego llevaba las blancas Ortiz, el campeón.
Ortiz tomó asiento y, tras echar una rápida mirada al tablero, adelantó dos casillas uno de los peones centrales. Mala suerte
, pensó Guzmán, abrió con peón rey
. El retador hubiera preferido que su rival jugara peón dama, pues las partidas suelen ser cerradas y esto le resultaba más adecuado a su propio estilo. Problema entonces. ¿Cómo responder?
Guzmán sabía que Ortiz era experto en posiciones abiertas; no obstante, se sintió sorprendido. ¿Una falla en mi entrenamiento?
Evaluó las posibles respuestas a esta primera jugada y sus derivaciones. Cada tanto miraba furtivamente la expresión segura y aplomada de Ortiz. Se inquietó. Debe tener algo preparado, sin duda. ¿Cómo evito caer en su trampa?
Los minutos pasaban, y la inquietud de Guzmán crecía. Ninguna respuesta aparecía sobre el tablero, inmóvil tras la primera jugada del campeón.
Guzmán consideró varias posibilidades. Pero no acerca de esta partida: Si Ortiz hubiese jugado peón dama, ya sabría qué responderle
; para la próxima tendré que prepararme mejor
; necesito descansar bien
.
El tiempo pasaba. La inquietud de Guzmán se iba transformando en angustia. Seguía paralizado. La angustia se convertía en pánico. La tensión psicológica le resultó insostenible: abandonó.
Abrumado, llegó a su casa y se acostó de inmediato. No pudo dormir. Los acontecimientos de esa noche lo mantenían en ascuas. Por suerte para él, había un día más de descanso: la segunda partida se jugaría dos noches después. Podría recuperarse. Sobre todo, tendría que templarse un poco: no podía inclinar su rey sin responder ni una sola jugada. Millones de veces se había producido en la historia del ajedrez la posición en la que él resignó, y todo el mundo, buenos y malos jugadores, excelentes o pésimos, habían contestado sin inconvenientes. En cualquier caso, los inconvenientes surgirían más adelante, en una fase posterior de la partida, no en la primera jugada.
La noche pasaba. Por suerte no tenía que ir a trabajar, pues había pedido una licencia para jugar el match. ¿Y qué diría en su trabajo? ¿Que abandonó la