Libro electrónico166 páginas2 horas
Entre tus brazos
Por Elizabeth Duke
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Cuando Kate estaba a punto de casarse con el hombre que sería su marido ideal, Jack Savage reapareció en su vida; un hombre que, decididamente, no lo sería. De hecho, era el peor enemigo de su familia y ya la había traicionado una vez, pero Kate no había conseguido olvidar la pasión que la hizo sentir entre sus brazos...
Ahora se veían obligados a trabajar juntos y Kate se enfrentaba a un dramático dilema: estaba comprometida con un hombre, pero enamorada de otro. ¡Y solo faltaban dos semanas para la boda!
Ahora se veían obligados a trabajar juntos y Kate se enfrentaba a un dramático dilema: estaba comprometida con un hombre, pero enamorada de otro. ¡Y solo faltaban dos semanas para la boda!
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Entre tus brazos - Elizabeth Duke
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1998 Elizabeth Duke
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Entre sus brazos, n.º 1437 - agosto 2021
Título original: The Husband Dilemma
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1375-860-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
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Capítulo 1
KATE observó su imagen en la pared de espejos de Novias Exclusivas de Madame Yvette. Vio a una mujer esbelta y de pelo dorado vestida con un clásico vestido de novia blanco.
Sintió un escalofrío de pánico. La boda era inminente. Faltaban menos de tres semanas. Tres cortas semanas.
La realidad la golpeó por primera vez. En tres semanas sería una mujer casada, esposa, compañera de por vida. Pareja de un hombre para siempre.
Era el paso más importante de su vida. El más serio, el más permanente… si uno creía que el matrimonio era para toda la vida, como creía ella. Daba un poco de miedo.
Pero no tenía dudas. Brendan la quería y ella a él. Lo que era más importante, confiaba en Brendan. Puede que no fuera el hombre más excitante del mundo, ni el más apasionado. Puede que no fuera impresionantemente guapo ni tuviera el físico de un atleta bronceado. Puede que nunca hiciera que la sangre le hirviera en las venas como… como…
Vio el destello fugaz de unos intensos ojos azules, pelo negro alborotado por el viento y fuertes hombros tostados por el sol.
Parpadeó para borrar la inquietante imagen. El último hombre del mundo en quien quería pensar, ahora o nunca, era Jonathan Savage. La enervaba que aún consiguiera atormentarla, que algunas noches apareciera en sus sueños. No tenía sentido. Habían pasado cinco años desde aquel tumultuoso día en Shelly Beach… desde aquel prometedor encuentro que se había tornado en pesadilla.
Desde entonces, no había sabido nada de él, ni deseaba hacerlo. Al menos, no conscientemente
La imagen que aparecía en sus sueños era, por supuesto, la de su galante salvador, Jack, no la del odiado Jonathan Savage. Jack no existía. Sólo había sido una fantasía, un ensueño, una ilusión. Llevaba años buscando… esperando a un hombre que la hiciera sentir como Jack, Jack, no Jonathan Savage, pero no lo había encontrado. Por fin, había comprendido que perseguía un fantasma, un sueño imposible, y había vuelto a la dura realidad.
Pasiones… sentimientos… no eran de fiar. Confianza, fiabilidad y estabilidad eran lo que importaba en un hombre, no cómo te hiciera sentir. El fuego y la pasión sólo nublaban la realidad, ocultando las debilidades humanas que había debajo… ¡como la fría indiferencia y la despiadada insensibilidad!
Irguió la barbilla, relegando a Jonathan Savage al lugar que merecía: el pasado. Todo se debía al nerviosismo por la boda, a todas las novias les ocurría. Había sufrido un pánico momentáneo al verse vestida de novia y darse cuenta de lo próxima que estaba y lo irreversible que era la boda. Se estaba portando como una boba. Todo iba bien. Todo iba a ir bien.
—Serás una novia preciosa, Kate— dijo una suave voz a su espalda.
Volvió la cabeza y esbozó una sonrisa. Melanie, su dama de honor, amiga de infancia y actual compañera de piso estaba allí para ver la última prueba del traje. Sólo faltaba el bajo y algún adorno de pedrería y Madame Yvette, arrodillada en el suelo, hilvanaba el bajo del vestido en ese momento.
—Y tú serás una dama de honor guapísima, Mel— replicó Kate con calidez—. Estarás despampanante con el vestido carmesí que hemos elegido; va muy bien con tu pelo moreno.
—Siempre la dama de honor, nunca la novia… —Melanie hizo una mueca—. Es la tercera vez. Pero estoy encantada de ser tu dama de honor, Kate, no vayas a pensar que…
—Ya llegará tu turno, Mel. Es increíble que nadie te haya reclamado aún. Tienes una cara preciosa, ni un ápice de maldad y serás una esposa maravillosa… y una madre perfecta. Hasta tienes práctica en cuidad bebés y niños desde que trabajas en la guardería.
—Creo que a los hombres les resulto aburrida —suspiró Melanie. Muy hogareña, era más feliz leyendo un libro acurrucada en el sofá o haciendo muñecos y juguetes para fiestas benéficas, hospitales o los niños de la guardería, que haciendo deporte o asistiendo a fiestas. Pero no era nada aburrida. Iban juntas al cine o al teatro con cierta frecuencia, y después siempre charlaban animadamente. Mel era una acompañante encantadora.
—No hablemos de mí. Y tú ¿qué? —inquirió Melanie con gentileza—. Estabas algo pensativa hace un momento. No te estarás arrepintiendo ¿verdad? —preguntó medio en broma, pero sus ojos oscuros parecían preocupados—. Quieres a Brendan ¿no?
Kate tragó saliva y se volvió hacia el espejo. Melanie no sabía nada de su breve y doloroso encuentro con Jonathan Savage, hacía cinco años. Sólo otra persona estaba al tanto, Diana, que ahora trabajaba en Nueva York. Incluso antes de marcharse de Australia, poco después de aquella desastrosa estancia en Shelly Beach, Diana evitaba mencionar el episodio, consciente de que a Kate la molestaba.
Kate nunca había dicho una palabra a nadie sobre lo ocurrido aquel caluroso día de septiembre en la costa de Queensland. Era demasiado humillante.
—Por supuesto que quiero a Brendan —replicó, poniendo tono de sorpresa—. Es muy fácil quererlo.
Su prometido era extremadamente agradable, seguro y fiable; no deslumbrante, arrollador y sin corazón como Jonathan Savage. Brendan era gentil y estable, un hombre muy normal, de estatura normal, apariencia normal, carácter normal y un trabajo mejor de lo normal: era gestor de impuestos y dirigía con éxito su propia empresa.
Jack había distado mucho de lo normal. Jonathan Savage, se corrigió, apretando los labios. Y de lo estable o fiable. Pobre Charlotte…Los ojos de Kate se nublaron al pensar en su hermana.
—¡Ya está! —Madame Yvette se puso en pie—. Acabado. Puede recoger el vestido a finales de la semana que viene. Deje que la ayude a quitárselo…
—¡Cielos, Mel, tengo que salir volando! —exclamó Kate, echando una ojeada a su reloj—. Entro de guardia a las tres.
—No te preocupes por mí, tengo que comprarle un regalo de cumpleaños a mi madre, para llevárselo este fin de semana —Melanie la despidió con un gesto, esa tarde libraba en la guardería.
Kate le agradeció su presencia y corrió hacia el lugar donde había aparcado el coche. Una vez allí maldijo entre dientes, su tarjeta de aparcamiento había expirado, y tenía una multa en el parabrisas. Furiosa consigo misma por no haberle pedido a Melanie que saliera a cambiarla mientras ella se probaba, se sentó al volante y salió disparada hacia el hospital. Sabía que se arriesgaba a que la multaran por exceso de velocidad, pero lo prefería a llegar tarde. Se enorgullecía de ser siempre puntual.
El aparcamiento para médicos parecía completamente abarrotado. Los meros residentes no tenían plazas asignadas, tendría que recorrer fila tras fila hasta encontrar un hueco. Sus ojos se iluminaron cuando vio un sitio. Aparcó el coche con un suspiro de alivio; un segundo después gruñó con frustración al ver la señal Reservado Jefe de Enfermería. ¡Maldición! Había perdido unos segundos preciosos. Dio marcha atrás presurosa… y oyó el horrible crujido de metal contra metal.
—¡Oh no! —gimió, pisando el freno. No había visto el coche y el conductor, lógicamente, no esperaba que diera marcha atrás un segundo después de aparcar—. ¡No, no no! —rugió. Ella era la única culpable.
Saltó del coche con la esperanza de que el otro conductor fuera alguien conocido, para poder arreglar el parte de daños después. Deseando que los daños, si los había, fueran mínimos.
El conductor del otro coche, un lujoso BMW, notó con desazón, ya salía, desplegando su considerable estatura.
Con su mala suerte típica, había chocado con alguien importante. Era obvio que era un consultor o un profesor de visita, no un mero residente como ella. Peor aún, era un doctor que no conocía. Un hombre de presencia imponente, con la altura y cuerpo de un gladiador, un gladiador sofisticado que llevaba puesto un traje gris antracita.
—¿En qué diablos estaba pensando para salir así? —gritó él, agachándose para examinar una gran abolladura en el lateral del coche—. ¡Mire lo que ha hecho! Es un coche nuevo.
—Lo siento —musitó Kate. ¡Cualquiera diría que lo había hecho a propósito! Comprobó de una ojeada que su coche no había sufrido ningún daño, gracias al sólido parachoques posterior—. Me di cuenta de que estaba en un espacio reservado y… —su voz se apagó cuando él se enderezó y se vieron cara a cara.
Una devastadora sensación recorrió su cuerpo, fue como si se disolviera, se licuara. El aparcamiento comenzó a dar vueltas y su cabeza también.
No podía ser. Lo miró con fijeza, intentando desesperadamente recuperar el control, intentando permanecer en pie.
¡Era Jack!
No, no era Jack… La cruda realidad cobró fuerza, aplastando esa primera y abrumadora reacción emocional.
—Jonathan Savage— escupió entre dientes.
Un Jonathan Savage muy distinto del Sansón bronceado y medio desnudo que la había rescatado del mar hacía cinco años.
Capítulo 2
KATE, no desperdicies este glorioso sol. Baja a la playa —urgió Diana—. Me reuniré contigo después de que haya venido la policía. Han dicho que no toquemos nada, así que aquí no tienes nada que hacer, y preferirán que no estemos las dos molestando.
—¿Estás segura? —Kate echó una mirada al caos que las rodeaba.
—Del todo. Ya me siento bastante mal por traerte desde Queensland para nada. Creí que el maletín de Charlotte estaría seguro aquí en mi casa de la playa, encerrado en un armario.
Kate y la amiga de su hermana, Diana, una banquera mercantil de altos vuelos que acababa de volver tras pasar dos años en Londres, habían llegado a Shelly Beach hacía una hora, y se habían encontrado la casa desvalijada. Todo lo de valor había desaparecido: televisión, vídeo, microondas, radio.
Y el maletín de Charlotte. El maletín que la hermana de Kate había encomendado al cuidado de Diana hacía dos años, poco antes de suicidarse. Por eso la había llevado Diana hasta allí, para entregárselo a Kate en privado.
Charlotte le había confiado a Diana que el maletín contenía documentos muy delicados; documentos con los que no estaba preparada para enfrentarse, pero que no quería dejar en casa, donde su padre podía descubrirlos, ni en el hospital donde trabajaba.
—¿Podrías guardarlo un tiempo? —le había suplicado a Diana—. Si me atropella un autobús o algo así —había añadido, bromeando, pensó Diana—, puedes dárselo a Kate. Ella decidirá qué hacer con él. Pero deja que pase al menos un año ¿vale?, hasta que se asiente el polvo.
Y ahora el maletín había desaparecido, junto con los documentos personales de Charlotte. Kate, para no herir a Diana, no había mostrado cuánto la dolía que la última pista para aclarar el trágico suicidio de su hermana se hubiera perdido.
Aunque no hacían falta más pistas, reflexionó Kate. «Jonathan Savage es el culpable de la muerte de mi hermana. Si no la hubiera abandonado… si no hubiera sido tan cruel y desconsiderado…»
Sus ojos se endurecieron al pensar en
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