Maniobra de evasión - Episodio 1: Un thriller de suspense y misterio de Katerina Carter, detective privada, en 6 episodios
Por Colleen Cross
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Diamantes, peligro y desaparición
La investigadora de fraudes Katerina Carter no sabe retirarse a tiempo, y eso la coloca en situaciones peligrosas y precarias. Ahora que está sin trabajo y casi sin dinero, necesita conseguir clientes o se verá obligada a volver arrastrándose al cubículo de la empresa en la que trabajaba antes. Y para Kat, ese es un destino peor que las deudas.
Por eso, cuando Susan Sullivan, directora ejecutiva de Liberty Diamond Mines, la contrata para buscar al director financiero, que ha desaparecido junto con una gran suma de dinero, Kat se apresura a aceptar el trabajo. La pobreza abyecta motiva mucho a la hora de aceptar casos difíciles, pero la alegría de Kat no tarda en dar paso al terror cuando dos empleados de la empresa son brutalmente asesinados. Eso hace que se dé cuenta de que la investigación puede ser más peligrosa de lo que anticipaba.
Como si el caso no fuera ya bastante complicado, descubre una conexión siniestra entre diamantes de guerra y el crimen organizado. Lo único que tiene que hacer ya es conseguir pruebas… e impedir que la maten antes de que desenmascare a los criminales. Kat cuenta con la ayuda de sus amigos y de su excéntrico tío, pero tendrá que ir con cuidado si no quiere que su primer caso sea también el último.
Maniobra de evasión es un suspense legal, económico y criminal al estilo de Michael Connelly y John Grisham.
Colleen Cross
Colleen Cross writes bestselling mysteries and thrillers and true crime Anatomy series about white collar crime. She is a CPA and fraud expert who loves to unravel money mysteries. Subscribe to new release notifications at www.colleencross.com and never miss a new release!
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Maniobra de evasión - Episodio 1 - Colleen Cross
CAPÍTULO 1
Buenos Aires, Argentina
La luz del dormitorio se encendió de golpe y el mundo de Clara saltó por los aires. Tres hombres con máscaras de luchadores entraron en la habitación y rodearon la cama como los relevos en un cuadrilátero de lucha libre. Ella volvió la cabeza para mirar a Vicente, pero solo vio la espalda de su esposo.
Por la calle, abajo, pasaban grupos de carnaval bailando y todo Buenos Aires era ajeno al teatro que se desarrollaba en su dormitorio. De abajo llegaba el sonido de los tambores y timbales con los que la Murga Porteños atacaba las notas finales de la Despedida, su última canción.
El más grueso de los tres hombres golpeó a Vicente en las piernas con un bate de béisbol. Clara se estremeció cuando el colchón se hundió con el impacto. Vicente gruñó, pero permaneció inmóvil. Un millón de imágenes pasaron por la cabeza de Clara: su madre, los compinches de su padre, sus competidores… Todas aquellas desapariciones habrían empezado así.
Date la vuelta
.
Vicente se puso tenso a su lado. Deslizó la mano hacia la de ella y se la agarró debajo de la sábana sin mirarla. Ella le devolvió el apretón luchando por calmar sus pensamientos desbocados. Sus planes, aunque detallados, no habían incluido la posibilidad de que los pillaran.
El hombre grueso se volvió hacia ella. Llevaba una máscara verde chillón con bordes rojos gruesos alrededor de los ojos y de la boca. La miró a los ojos, desafiándola. Ella se agarró con la mano libre a la colcha de seda de color de mora y tiró de ella hacia arriba. Cada latido de su corazón galopante hacía reverberar la tela.
Los diamantes. Su padre conocía su plan.
—Diga su precio. Se lo pagaré —dijo en un susurro.
Habían retrasado la fuga dos días, esperando el pago del último cargamento de diamantes. Vicente había protestado, había insistido en que un año de preparativos no se debían cambiar en un día. Pero Clara quería arrancarle hasta el último peso a su padre, quería arruinarlo, hacerle pagar. Demostraría que podía ser más lista que él, llevaba dos años haciéndolo. Y ahora su fuga corría peligro. ¿Cómo se había enterado su padre?
—No puedes comprarme, Clara. —Rodríguez no se molestó en disfrazar la voz. O era demasiado estúpido o demasiado chulo para preocuparse por eso.
—¿Por qué no? Mi padre lo ha hecho. ¿Cuánto quieres? —dijo ella con calma a pesar de la bilis que le subía por la garganta. Su padre había enviado a Rodríguez a propósito, porque sabía que ella lo despreciaba.
Vicente le apretó la mano, que ahora estaba húmeda de sudor. Los otros dos hombres seguían a los pies de la cama, apuntándoles cada uno con un AK47.
—No es dinero lo que quiero. —Rodríguez se quitó la máscara y la luz del techo arrancó reflejos a su diente de oro—. Todavía puedes elegirme a mí. Al menos yo tengo un futuro.
Uno de sus compinches, el hombre alto y delgaducho que llevaba una máscara de hombre lobo, se echó a reír y movió el arma.
¡Bastardo! Ella no era un trofeo al que entregar en matrimonio. Y Rodríguez podía creer que pertenecía al círculo íntimo de su padre, pero Clara estaba mejor informada. No sería extraño que él se encontrara también en el punto de mira de un rifle. Y al igual que a las langostas del acuario de un restaurante, antes o después le llegaría su turno.
Vicente se sentó en la cama.
—No la metas en esto.
Clara tiró de su brazo. Sabía que no debían enfurecer a Rodríguez. Por algo se le conocía como el ejecutor.
—¡Cállate! —Rodríguez hizo caer a Vicente de nuevo en la cama con la culata del rifle.
—Llama a mi padre, esto es un malentendido. —Clara podía explicar los diamantes y convencer a su padre de que tendrían beneficios aún mayores. La idea de cambiar armas y municiones por diamantes de guerra había sido una gallina de los huevos de oro para la organización, pero su padre no se había dignado ni darles las gracias, así que Vicente y ella se habían adjudicado una parte. Se la merecían.
—Demasiado tarde. Está fuera del país. Imposible contactarlo.
—Embustero. Llámalo, Rodríguez. Te lo ordeno. Llámalo ahora mismo.
Rodríguez era poco más que un matón que había ascendido en las filas de la organización de su padre por estar dispuesto a hacer cualquier cosa, a matar a quien fuera. No sabía que su padre planeaba traspasar la dirección del cartel a Vicente. O eso decía. Solo hacía unas horas que habían cenado con él en Resto, su restaurante favorito. ¿Había despachado ya su padre a sus matones mientras cenaban? No, probablemente había organizado la cena y el castigo con días de antelación, esperando el momento de la venganza final. Esa ironía le habría encantado.
—Yo no acepto órdenes de mocosas mimadas.
—¡Llámalo ahora! —Clara casi se sentó en la cama, olvidando que estaba desnuda bajo las sábanas.
—No, ya es hora de que yo consiga algo de lo que quiero —Rodríguez se acercó lentamente a su lado de la cama. El Hombre Lobo y su compañero el Diablo seguían en su sitio, apuntándolos con los rifles. Vicente se movió en el colchón, a su lado, y le apretó la mano debajo de las sábanas.
Clara probó un tono más suave.
—Por favor. Necesito hablar con mi padre.
—Habla con él en el funeral de Vicente. —Rodríguez se volvió y caminó hacia los otros dos. Les hizo una seña con un movimiento de la muñeca y desapareció en el cuarto de baño.
Los hombres bajaron un poco las armas y, uno primero y el otro después, miraron la colcha, empezando por los pies y avanzando lentamente hasta encontrarse con los ojos de ella. Clara no necesitaba verles la cara para saber lo que pensaban. Lo sentía.
Se estremeció y tiró de la colcha