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La Masía de Pili
La Masía de Pili
La Masía de Pili
Libro electrónico81 páginas42 minutos

La Masía de Pili

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Información de este libro electrónico

En esta audaz y soberbia historia de terrores familiares sobrenaturales, Claudio Hernández nos presenta la historia de Pili, una chica con la capacidad de ver fantasmas allá donde va. Su padre empieza a aparecérsele en el mismo momento en que una entidad misteriosa se lleva a sus hijos. Ahora el destino de su familia reside en los poderes de Pili... aunque nadie parece dispuesto a creerla.-
IdiomaEspañol
EditorialSAGA Egmont
Fecha de lanzamiento18 jul 2022
ISBN9788728330968
La Masía de Pili

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    La Masía de Pili - Claudio Hernández

    La Masía de Pili

    Copyright © 2022 Claudio Hernández and SAGA Egmont

    All rights reserved

    ISBN: 9788728330968

    1st ebook edition

    Format: EPUB 3.0

    No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

    www.sagaegmont.com

    Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

    Para los que se arrepienten de no hacer las cosas bien. Para los que han dado su vida por los demás, y sus dramas han servido para enriquecer a algunos y dar esperanzas a unos pocos científicos que trabajan día y noche. En memoria de ellos y para los que están en primera línea del frente.

    A todo ellos y ellas, gracias de todo corazón.

    Ahora toca concienciar.

    Y ser constantes.

    Y rezad por mi padre y mi WISKI, que están en el cielo, felices por fin...

    LA MASÍA DE PILI

    1

    La muerte formaba parte de su vida, y ella se llamaba Pili.

    —Lo cogí de las manos y lo atraje hacia mí. No pesaba nada. No opuso resistencia y su risa brillaba en su cara. Sus ojos castaños estaban iluminados de paz. Era como tenerlo de nuevo en casa. Era como si nada de todo este asunto hubiera sucedido nunca.

    Pili, a sus treinta y tres años, estaba agarrotada en el sillón de la consulta del psiquiatra. Él la miraba con los ojos clavados en su rostro. Sus muecas. Sus rasgos. En busca de un ápice de cordura, que no encontraba.

    —¿Lo ves siempre?

    —Sí. Por supuesto. ¿Es algo extraño?

    Carlos, el comecocos, frunció el ceño a la vez que sacudía la cabeza y, con la barbilla apoyada en su mano derecha, dijo:

    —Realmente sí lo es, Pili. Tu padre ya no está entre nosotros. Lo puedes tener en tu vida, pero solo en tu corazón o en tus recuerdos.

    Se levantó del sillón sin hacer ruido.

    Pili lo siguió con una mirada oscura.

    El hombre, ataviado con una bata blanca desabrochada —porque era verano y el puñetero aire acondicionado no funcionaba—, bordeó la mesa y se encaminó hacia el cristal de la ventana que habitaba a su izquierda. La señaló y, antes de pronunciar palabra, ella preguntó algo.

    —¿Ya ha acabado la sesión?

    —No. Acaba de empezar. Levántate y ven aquí. Quiero mostrarte una cosa que te hará reflexionar.

    El psiquiatra sacó unas flores secas de un florero con agua amarillenta, turbia y pestilente. Los mosquitos nadaban en su interior fraguando más viscosidad.

    —No me convencerá de nada —aseguró ella mientras se levantaba quejumbrosamente como si sus huesos tuvieran más de setenta años. Caminó hacia él, taconeando.

    —Ponte delante de la ventana.

    —¿Aquí?

    —Sí.

    Él estaba detrás de ella, sujetando la jarra con la mano derecha, que se alzaba como el aspa de un molino.

    —¿Y ahora qué?

    —¿Qué ves?

    —La calle a través del cristal. El sol cayendo a plomo y unos perturbados caminando alrededor del puente.

    —Sí, es cierto, pero ¿qué ves ahora?

    El hombre de la bata volcó el agua en el cristal. Ésta caía como lágrimas, mezclada con agua de una lluvia torrencial. La imagen se distorsionó. El cristal parecía haber cobrado vida.

    —Veo turbio. No veo bien ni el sol, ni la gente. Y da gracias a que no he dado un salto.

    —Exacto. Eso es tu

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