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Devuélvanme la muerte: Novela
Devuélvanme la muerte: Novela
Devuélvanme la muerte: Novela
Libro electrónico174 páginas2 horas

Devuélvanme la muerte: Novela

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Información de este libro electrónico

Los hechos del Terrorismo de Estado en la Argentina durante la última dictadura militar, por lo reciente, aún han transitado un corto camino a través de la historia de la literatura, del mundo audiovisual y, en fin, de nuestros lenguajes artísticos en general.  Cuesta todavía sacar la manifestación del arte de aquel largo y doloroso silencio.
Devuélvanme la muerte, de Ambrocina Cismondi (Adriana Correa) es la recreación narrativa de uno de los tantos casos emblemáticos de aquella época oscura. En esta novela corta, el supuesto accidente automovilístico que causó la muerte de Enrique Angelelli (1923-1976), Obispo de La Rioja, es enfocado y desnudado por distintas voces tanto de la historia real como de la ficción, para acentuar la salvaje injusticia del autoritarismo.
"Existen unos que no tienen voz, que son marginados y explotados, y existen otros que tienen privilegios y explotan a los demás…" ha dicho Angelelli. Y es este el sentido que podemos recorrer en los relatos que estructuran la novela, donde los "sin voz" hablan de una muerte hurtada por lo siniestro, y los "que tienen privilegios", temerosos de las consecuencias de esa figura humana que linda con la santidad en aras de los derechos de los más vulnerados por el poder, ejecutan al extremo los engranajes de su máquina de matar.
Dotada de una pluma que narra desde la poesía paisajes agrestes pero llenos de vida, dolor humano e historia sobre la que no debiéramos perder la memoria, la autora ha encontrado en Devuélvanme la muerte esa vertiente de arte que patentiza lo que muchos quisieran obviar.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 jun 2022
ISBN9789874931368
Devuélvanme la muerte: Novela

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    Vista previa del libro

    Devuélvanme la muerte - Ambrocina Cismondi

    CubiertaPortada

    Correa, Adriana

    Devuélvanme la muerte / Adriana Correa. - 1a ed. - Godoy Cruz : Jagüel Editores de Mendoza, 2022.

    Libro digital, EBL - (Arriba pasa el viento, narradores mendocinos contemporáneos / Bettina Ballarini ; Novela ; 2)

    Archivo Digital: descarga y online

    ISBN 978-987-4931-36-8

    1. Narrativa Argentina. 2. Novelas Políticas. I. Título.

    CDD A863

    © 2022 Jagüel Editores de Mendoza

    © 2022 Ballarini, Stella Marys

    © 2022 Ambrocina Cismondi

    Correspondencia: Sarmiento 1740 – (5501) Godoy Cruz, Mendoza, Argentina

    Teléfono: +54–261–5093367.

    e–mail: [email protected]

    Diseño de Colección y Arte de Cubierta: Clara Luz Muñiz

    Fotografía de Jr. Korpa Árbol rosa inverso en unsplash

    Fotografía de Jr. Korpa El último sol en unsplash

    Diseño gráfico: Ana Povedano

    ISBN 978-987-4931-36-8

    Conversión a formato digital: Libresque

    Derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la tapa, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor. Las opiniones expresadas en los artículos firmados son exclusiva responsabilidad de sus autores.

    All rights reserved. No part of this publicaction may be reproduced, displayed or transmitted in any form or by any means, electronic or mechanical, including photocopying or by any information storage or retrieval system, without the prior written permission from the Editor.

    Índice

    Cubierta

    Portada

    Créditos

    Reencuentro

    Juicio

    Pan

    La silla

    Latín

    Barbas

    Sopa

    Foto

    Grieta

    Roma

    Arañas

    Desprecio

    Comunicado

    Opción

    Escobas

    Ranchos

    Cooperativa

    Pedro

    Transgresiones

    Bota

    Venganza

    Formas

    Redes

    Miedo

    Fuego

    Manda

    Rabia

    Dulces

    Caracol

    Perros

    Museo

    Terror

    La Chachi

    África

    Devuélvanme

    Final

    Ante el llanto

    Por si falta algo

    Adriana Correa

    Sobre este libro

    Novela basada en la vida de Monseñor Enrique Ángel Angelelli, perseguido y muerto por la última dictadura militar de 1976 en la Argentina.

    …..

    Oliviero es Angelelli.

    Eladio y la Chachi son nacidos de la ficción.

    Los changos son reales y viven aún.

    Carlos de Dios Murias, Gabriel Longueville y Wenceslao Pedernera fueron parte del equipo Diocesano formado por el Obispo. Hoy componen el grupo de los cuatro mártires de La Rioja, torturados y asesinados por las fuerzas del Terrorismo de Estado.

    La novela está estructurada en relatos breves. Tienen distintos narradores, tiempos y personajes; pero, al terminar, se refleja claramente lo esencial de la vida y el martirio de Monseñor Angelelli y los suyos.

    Tampoco el orden de los relatos corresponde cronológicamente. Pienso que jugar nos hace niños y los niños son sabios.

    Solo lo esencial es verdad cotejable con los hechos históricos. Todo lo demás es libremente creado.

    La dedico a todos quienes la lean. Me gustaría llegar especialmente a los jóvenes que no vivieron esa época. Ellos son nuestra memoria.

    A.C.

    (Mendoza, febrero, 2022)

    Reencuentro

    Wenceslao camina, por primera vez, con la figura incompleta. A su sombra, si la hay, le falta algo. O más de una cosa. Mira hacia atrás, a los costados y hasta se palpa todo el cuerpo. Y sí, está incompleto.

    Por primera vez Wenceslao Pedernera camina sin dos elementos que forman su estampa. Sus hombros están vacíos. No tienen pala ni azadón. Busca el algarrobo donde apoyarlos. Tampoco existe. Tal vez la razón de su existencia haya sido la de sostener las herramientas de trabajo. Intenta, en medio de la nada, buscar un punto de referencia, pero está turbado. No es inquietud lo que lo trastorna. Todo lo contrario. Una paz que no le resulta propia lo envuelve y lo transforma en una figura extraña.

    Aquello que una vez escuchó sobre ser libre se le ha hecho, por fin, respiración. Y la está bebiendo. Dónde, no lo sabe. Busca. Pero ni siquiera le importa. Solo quiere que no termine.

    Wenceslao Pedernera, nacido en un palmo blanco de San Luis, ahora camina sin ver su árbol cotidiano. No hay viento. Y no lo necesita. No hace calor ni frío. Y no lo comprende. Ni siquiera lo intenta.

    El niño que vivió en las anchuras de los campos y quiso atrapar las nubes con un anzuelo, ahora está a punto de lograrlo.

    Aquella vez había sido con un trozo de lata cortada a cuchillo y doblada con maña hasta fabricar un gancho. En un extremo una cuerda y después el impulso del brazo y del viento. Luego restaba esperar. Esperó creyendo que se habría enganchado en un pájaro distraído. Pero regresó. Regresó sin el remolque. No le trajo la nube. Llegó con la fuerza del Chorrillero y se le clavó sobre el labio. Le vino a dejar una mueca de sonrisa permanente. Tal vez por eso no encontró otra forma de transitar la vida. Con más mueca, mientras más fea se ponía.

    Aunque ahora no ríe por aquel recuerdo. Lo hace porque, a su manera, está a punto de descubrir el misterio.

    Las formas que siempre encontraba en aquellos gigantes blancos tan inalcanzables, ahora las siente cercanas. Ahí están la iguana descuartizada, el barbudo sin dientes y el nido del hornero. Están en el charco de los chanchos. Todo es tan calmo que debe mirar a ambos lados para saber si en verdad es cierto. Viene uno, sediento, a beberse de un solo trago todo el paisaje. ¡Nooo! Grita para salvarlo. Y el animal huye con una agilidad grotesca. Entonces se zampa para recuperar su cielo. Y como en los intentos más anhelados, en el preciso instante en que lo encierra entre sus brazos, se le escapa. Es que no le gusta al cielo ser barro. Es que no le gusta caerse a un charco. Prefiere volar antes que terminar en la panza de un chancho.

    Ahora están girando al alcance de su mano y no quiere por nada hacerles perder la paz. Nadie se molesta. Nadie perturba la esencia de ese momento. Y ellas, gordas y orondas, nadando en un mar inmenso de aire.

    Logra su sueño de alcanzarlas y ya no quiere tenerlas en su caja de cartón roído. Ellas están donde deben estar. Y aunque le pese el vacío, él también está ahí.

    La única voz que siente clara, cercana, aunque venga desde muy abajo:

    ―Dejá de perseguir las nubes, que hay mucho que hacer.

    Es su madre con el fuentón lleno se soplos de jabón y la tabla de luchar contra las manchas. Tiende las sábanas en un intento de quitarle su cielo. Pero el viento pronto se lo devuelve. Y sigue insistiendo como quien lo hace tras un sueño. Corre por esos campos sin frenos. Pajonal y viento.

    El recorrido se hace ronda y dos brazos son ahora cuatro y luego más y más. Se abraza con sus amigos felices de saber que no se abandonaron. Se alegran sin dudar de su felicidad. Pero lo extraño es que a nadie le importa qué debe ser y dónde hay que estar. Por primera vez están riendo sin miedos. Así debió ser siempre. Entonces se escucha la música. El canto es suave. Poco a poco, mientras el círculo se agranda, las voces van tomando más fuerzas.

    Será una canción que rezuma todas las vidas. Y ahora esas vidas son palabras. Livianas y frescas. Y los cantos se suman. La rueda de cuatro se agranda y todos comienzan a girar hasta hacerse nubes. Y ser solo canto.

    Son un eslabón de la ronda. Cada quien tiene entre sus dedos un gancho para atrapar nubes. Un sueño. Se unieron y quisieron ser parte de esa rueda infinita. Los cuatro amigos se hicieron espiral. Y de todas partes vinieron a completar el círculo para seguir girando.

    A algunos no les gustó ese canto. No quisieron que la farolera pasara de la puerta al sol. Y rompieron eslabones. Pareció detenerse y difuminarse entre las nubes. Pero el viento, como en las sábanas, los hizo de nuevo visibles. Y ahí están girando otra vez. Girando en una canción joven. Las palabras son tan recién nacidas que nadie puede develarlas. Pero en todos actúa como aquel anzuelo que fabricó el chico de San Luis. A todos les dibuja una sonrisa permanente.

    Parece extraño. Un remolino de gente grande y feliz. Tan extraño que atrae. La música los hace invencibles. Ya nada temen. Todo ha pasado. Y allá, lejos, la espiral vuelve a comenzar.

    Otro niño empieza a mirar el cielo. Le gustan los charcos blancos que ha formado el viento. Son esponjas, son globos de azúcar. Tan ricas que quiere atraparlas. Busca con qué y encuentra una lata, vieja, oxidada, entre los yuyos secos. Hay también un pedazo largo de cuerda liviana…

    Juicio

    La sala está repleta. La ansiedad del público se huele hasta en la forma de rascarse la nariz. Hay altavoces para quienes no han podido acceder al recinto.

    ―¿Qué pasa?― pregunta alguien recién caído de una nube cercana.

    ―¡A los pororó! ¡Algodón de azúcar! ¡Globos que no se pinchan!

    Adentro, la situación no se ve tan relajada. Hasta las respiraciones parecen filosas. Las voces son apenas murmullos resecos y los ventiladores no hacen más que guillotinar suspiros.

    El Jurado, previo a su aparición, aparenta confianza pero se alcanza a ver uno que se ha comido tanto las uñas que pareciera descalzarse para comenzar con las que tiene dentro de los zapatos.

    Las cabezas giran todas hacia un mismo espacio, o al vacío por donde debe hacer su ingreso la acusada. Todas al mismo tiempo como si una voz les hubiera gritado la posición. Pero no hay voz ni mando en el momento en que cuatro hombres aparecen.

    La traen en andas.

    Se la ve vapuleada.

    Después de expresiones sordas y golpe de martillo comienza el desarrollo del Juicio.

    Se da lectura, en primer lugar, a los cargos que se le imputan.

    El listado es extenso. Ella escucha inerme. El silencio del público hace pensar que obedecen.

    Ha llegado el turno del Fiscal y es quien ahora se coloca frente a la procesada y comienza su interrogatorio:

    ―En el momento en que sucedieron los hechos, usted se encontraba en el lugar preciso ¿podría explicarnos claramente por qué?

    ―Cosas del destino, señor Fiscal.

    ―Usted, por lo que se desprende de los acontecimientos, accedió, sin oponerse, a ejercer la acción delictiva.

    ―No tuve otra opción, créame.

    ―Pero usted fue clave para que se cometiera el crimen.

    ―Contra mi voluntad, señor.

    ―Entonces ¿niega su participación?

    ―No, en absoluto.

    En ese momento, los murmullos de la sala, que habían cesado al ingresar la rea, se levantaron como moscardones pesados de lamer miel. Luego del silencio que pidió el Juez, continuaron las preguntas:

    ―¿Niega su responsabilidad?

    ―Totalmente.

    ―¿Puede describirnos cómo fue el desarrollo de los hechos?

    ―Los hechos se desarrollaron contra mi voluntad. Me forzaron a cometerlos.

    ―¿Puede detallar los acontecimientos con mayor claridad, por favor?

    ―Fui sorprendida en mi refugio y sin previa consulta, llevada a un escenario que, como soy femenina, no quisiera describir en detalle.

    ―Explíquese, por favor.

    ―Lo único que diré, y que a ustedes y a mi defensa puede servir, es que había un hombre tirado.

    ―Continúe, por favor.

    ―Me forzaron a darle.

    ―¿Por qué habla en plural?

    ―No era uno.

    ―Especifique.

    ―Eran por lo menos, cuatro. Vi sus botas.

    ―¿Está segura de que llevaban botas?

    ―Totalmente.

    Ahora el murmullo de la sala deja escuchar los gritos de afuera. ¡Justicia! ¡Justicia!

    ―¡Silencio!―pide el Juez.

    ―Continúe, acusada―pide el Fiscal.

    ―No vi sus caras. Pero me forzaron a hacerlo.

    ―Especifique.

    ―A golpearlo. Una y otra vez. Yo no quería ejercer mi fuerza porque tuve una intuición. Soy femenina, ya lo dije. No era una mala persona. Si así hubiera sido, yo lo sabría. Era un hombre manso, blando.

    ―¿Dónde lo golpeó?

    ―Una y otra vez. En el mismo lugar. Hasta que me llené de sangre. Era una sangre tibia y buena. Se me arrugó más mi rostro. No tanto por los años, fue por la vergüenza.

    El silencio de la sala y el de afuera olía a muerte.

    ―Especifique el lugar concreto en que se ejecutaron esos golpes.

    ―Fueron en la nuca. Una nuca limpia, sin mancha, sin un pelo, hasta que irrumpieron los golpes. Uno, dos, tres, y se

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