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La noche de los monstruos
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La noche de los monstruos
Libro electrónico445 páginas9 horas

La noche de los monstruos

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Esta obra incluye: "Frankenstein o el moderno Prometeo" de Mary W. Shelley; "Augustus Darvell" (fragmento) de Lord Byron, " El vampiro" de John William Polidori, y cartas, diarios y fragmentos de los tres autores y de Percy B. Shelley.

El año 1816 ha pasado a la historia de la literatura por la legendaria estancia en Villa Diodati de Percy Bysshe Shelley, Mary Wollstonecraft Godwin (Mary W. Shelley), Claire Clairmont (hermanastra de Mary), Lord Byron y su médico John William Polidori. Allí, tras la lectura de una antología de cuentos de fantasmas alemanes traducidos al francés, Byron propuso que cada uno de ellos escribiera un relato. Y así nacerían Frankenstein, Augustus Darwell o El vampiro.

Tanto por la singularidad de sus protagonistas como por su relevancia literaria y, sobre todo, por la influencia que ese verano de 1816 tendría en la literatura de los años (y siglos) venideros, resulta de un especial interés poder leer todos juntos los textos que se generaron durante aquellas semanas. Este volumen reúne no sólo la edición definitiva de Frankenstein o el moderno Prometeo de 1831, enriquecida con la reseña que del mismo escribiera Percy W. Shelley en el momento de su publicación, y los textos de Byron y de Polidori, sino también una selección de diarios y cartas de los diversos protagonistas. Elementos éstos que, junto con las notas biográficas sobre sus autores y la completa cronología que los acompaña, permitirán al lector de nuestros días adentrarse en el ambiente y las circunstancias que los condicionaron. Y, sin duda, admirar la imaginación y el valor de esos jóvenes que fueron capaces de bucear en esa zona oscura que todos llevamos dentro y sacar de ella algunos de los más imborrables mitos modernos.

Una obra creada a partir de un encuentro que reune relatos y autores que han pasado a la categoría de clásicos de la literatura del terror.
IdiomaEspañol
EditorialEDHASA
Fecha de lanzamiento25 ene 2021
ISBN9788435047951
La noche de los monstruos
Autor

Mary Wollstonecraft Shelley

Mary Shelley was an English novelist, short story writer, dramatist, essayist, biographer, and travel writer, best known for her Gothic novel Frankenstein: or, The Modern Prometheus (1818). She also edited and promoted the works of her husband, the Romantic poet and philosopher Percy Bysshe Shelley. Her father was the political philosopher William Godwin, and her mother was the philosopher and feminist Mary Wollstonecraft.

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    5/5
    Muy buena novela un poco larga pero me gusto esta buena

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La noche de los monstruos - Mary Wollstonecraft Shelley

LA NOCHE DE LOS MONSTRUOS

MARY W. SHELLEY, LORD BYRON, JOHN WILLIAM POLIDORI

En nuestra página web: https://www.edhasa.es encontrará el catálogo completo de Edhasa comentado.

Títulos originales: Frankenstein or the Modern Prometheus de Mary Shelley, The Vampyre de John William Polidori y Augustus Darvell (fragmento) de Lord Byron

Diseño de la sobrecubierta: Edhasa basada en un diseño de Pepe Far

Ilustración de la cubierta: © iStockphoto.com/Natalia Lukiyanova

Primera edición impresa: abril de 2012

Primera edición en e-book: enero de 2021

© de la traducción: de «Frankenstein»: Mercedes Rosúa, 2008

© de la edición, prólogo y resto de las traducciones: Ángela Pérez, 2012

© de la presente edición: Edhasa, 2020

Diputación, 262, 2º 1ª

08007 Barcelona

Tel. 93 494 97 20

España

E-mail: [email protected]

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita descargarse o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra. (www.conlicencia.com; 91 702 1970 / 93 272 0447).

ISBN: 978-84-350-4795-1

Producido en España

LA NOCHE DE LOS MONSTRUOS

Introducción

El extraño verano de 1816:

veladas en Villa Diodati

He tenido un sueño que no era sólo un sueño:

El luminoso Sol se había extinguido y las estrellas

vagaban a oscuras por el espacio eterno

sin rayos y sin rumbo, y la Tierra helada

oscilaba a ciegas en el cielo sin luna.

Llegó la mañana, y pasó.

Y llegó de nuevo, sin alumbrar el día.

Y olvidaron los hombres sus pasiones

con el miedo a la desolación [...]

Lord Byron, «Darkness», Diodati, 1816

Aquí las tormentas son las más impresionantes y espectaculares que he visto en mi vida.

Mary W. Godwin, Maison Chapuis, junio de 1816

El año 1816 ha pasado a la historia como «el año sin verano» en el hemisferio Norte, por las bajas temperaturas registradas en Europa y en la región nororiental de América, con brumas, nieblas, heladas, tormentas, ventiscas y lluvias torrenciales. Se perdieron muchas cosechas, hubo hambruna y problemas sociales. Tan extrañas alteraciones climáticas se han identificado a posteriori como efecto de la prolongada erupción del monte Tambora (en la isla Sumbawa del archipiélago de la Sonda, Indonesia) el año anterior, cuyas explosiones se oyeron a dos mil kilómetros, y que causó directa e indirectamente más de cien mil muertos en la región. La enorme cantidad de polvo y gases volcánicos que había lanzado a la estratosfera llevaban meses desplazándose sobre el planeta.

También ha pasado a la historia y a la leyenda de la literatura la estancia en Suiza el mismo verano de Percy Bysshe Shelley, Mary Wollstonecraft Godwin (Mary W. Shelley), Claire Clairmont (hermanastra de Mary), lord Byron y su médico John William Polidori. El tiempo «lluvioso y desapacible» propició las veladas del grupo en Villa Diodati, la mansión que había alquilado lord Byron a orillas del lago Leman, muy cerca de la Casa Chapuis en la que se habían instalado los Shelley; y una especial en la que, después de leer una antología de cuentos de fantasmas alemanes traducidos al francés, Byron propuso que cada uno escribiera un cuento de terror.¹ Al parecer, todos aceptaron y se pusieron manos a la obra. Mary nos lo cuenta así en la Introducción: «El noble autor comenzó un cuento, del que publicó un fragmento al final de su poema de Mazeppa. Shelley [...] empezó una basada en las experiencias de su juventud. El pobre Polidori tuvo cierta terrible idea sobre una dama con cabeza de calavera...». Añade que los dos ilustres poetas, aburridos por la insulsez de la prosa, abandonaron la tarea, que les resultaba poco grata. Polidori termina así la breve nota de su diario el 17 de junio: «Todos menos yo han empezado a escribir los cuentos de fantasmas».²

Los «ilustres poetas» emprendieron una excursión por el lago cuando el tiempo mejoró pocos días después (el 22 de junio); visitaron el castillo de Chillon (el día 26); debido al mal tiempo, se vieron obligados a esperar en Ouchy, donde Byron terminó el tercer canto de Childe Harold y empezó El prisionero de Chillon. Según Mary, el viaje inspiró el Himno a la belleza intelectual a Shelley, que, a su vez, le diría en una carta a su amigo Leigh Hunt que lo había escrito profundamente conmovido, con lágrimas de emoción.³

Mary lo intentó en vano, sumiéndose, nos dice, en la desdicha que sienten los escritores cuando sólo el vacío responde a sus invocaciones. Hasta que, una noche, cuando se acostó a altas horas tras una larguísima velada (en la que había escuchado atentamente la conversación de Byron y Shelley sobre diversas doctrinas filosóficas, entre ellas, «la naturaleza del principio de la vida» y la probabilidad de que algún día se descubriera y se aplicara), la imaginación desatada «me poseyó y me guió, dotando a las sucesivas imágenes que surgían en mi mente de una viveza que sobrepasaba con mucho los normales límites del ensueño».

¿Ensueño? ¿Sueño? ¿Pesadilla? ¿Inspiración? ¿Manifestación de los propios terrores, de los propios monstruos, de la propia monstruosidad? ¿Pura invención?

Tras contemplar las nítidas imágenes, las pavorosas criaturas de su imaginación, Mary abre los ojos aterrada. Mira a su alrededor para cerciorarse de la realidad del entorno. Procura tranquilizarse pensando en otra cosa, intenta concentrarse en algo distinto para olvidar al pálido estudiante de artes sacrílegas (arrodillado primero al lado de un horrendo fantasma de hombre animado, huyendo despavorido de su creación, tal vez con la esperanza de que volviese al estado de materia inerte), para borrar de su mente aquellos ojos amarillentos, acuosos e inquisitivos mirando a su creador. Recuerda el cuento que es incapaz de escribir.

Y, de pronto, ¡se hace la luz! Su imaginación desbordada se lo había brindado sin más. Sólo tendría que describir los terrores del ensueño. Lo que la había aterrado a ella, aterraría a los demás, se dice.

Empezó al día siguiente: «Una lúgubre noche de noviembre...».

Aquel breve «cuento de fantasmas» sería el germen de la novela Frankenstein o El moderno Prometeo, en la que Mary trabajó hasta mayo de 1817 y cuya primera edición (anónima) se publicó en Londres en enero de 1818.

De los relatos de terror que todos se habían propuesto escribir, nada se sabe (hasta ahora) del de Claire Clairmont (a quien Mary excluye de la velada, indicando que eran cuatro);⁵ nada se sabe del de Shelley, aparte de lo que nos dice la autora en la Introducción. Byron sólo escribió el fragmento de «Augustus Darvell». Polidori anota en su diario (el 18 y el 19 de junio): «He empezado mi cuento»,⁶ pero se refiere al titulado Ernestus Berchtold o el Edipo moderno, que publicó en 1819 poco después que El Vampiro, y en el que no aparece la mujer castigada por curiosa que menciona Mary en la Introducción.

En cualquier caso, tanto por la singularidad de sus protagonistas como por su relevancia literaria y, sobre todo, por la influencia que ese verano de 1816 tendría en la literatura de los años (y siglos) venideros, resulta de un especial interés poder leer todos juntos los textos que se generaron durante aquellas semanas. Hemos optado por presentar aquí no sólo la edición definitiva de Frankenstein de 1831 –aumentada con la reseña que del mismo escribiera Percy W. Shelley en el momento de su publicación–, más los textos de Byron y de Polidori, sino también una selección de diarios y cartas de los diversos protagonistas. Elementos estos que, junto con las notas biográficas sobre sus autores y la completa cronología que los acompaña, permitirán al lector de nuestros días adentrarse en el ambiente y las circunstancias que los condicionaron. Y, sin duda, admirar la imaginación y el valor de esos jóvenes que fueron capaces de bucear en esa zona oscura que todos llevamos dentro y sacar de ella algunos de los más imborrables mitos modernos.

Lord Byron tenía entonces veintiocho años y era (y seguiría siendo) el poeta inglés más célebre del momento. Se había marchado de Inglaterra tras los «años de fama», casi cuatro años de extraordinario éxito literario y social que había empezado con la publicación en 1812 de los dos primeros cantos de su poema narrativo La peregrinación de Childe Harold, amores más o menos del dominio público, un breve matrimonio y la separación, rodeada de un sinfín de rumores atroces, acusaciones, sospechas y conjeturas monstruosas. En Diodati, escribió el tercer canto de Childe Harold, que empieza dirigiéndose a su hija Ada («única hija de mi corazón y de mi casa»), de la que se había despedido cuando la niña tenía sólo unas semanas sin saber que no volvería a verla. Lo compuso –escribía en Venecia el 28 de enero de 1817 a su amigo el poeta irlandés Thomas Moore– «medio enloquecido entre metafísica, montañas, lagos, amor inextinguible, pensamientos inconfesables y la pesadilla de los propios delitos».⁷ Allí escribió también «El prisionero de Chillon» y los poemas «Prometeo», «Oscuridad», «El sueño» y «Epístola a Augusta»; y empezó el poema dramático Manfredo. En octubre, siguió su «peregrinación». Sus caminos volverían a encontrarse con los de los Shelley, que iniciaron el regreso a Inglaterra el 29 de agosto.

Mary Wollstonecraft Godwin cumplió diecinueve años el 30 de agosto, ya de viaje rumbo a Inglaterra. Percy Bysshe Shelley había cumplido veinticuatro a primeros de mes. Hacía más de dos años que vivían juntos, desde que habían roto con todo por amor, para escándalo, indignación y rechazo de familiares, amigos y enemigos;⁸ e intentaban seguir contra viento y marea una pauta de lecturas, escritura, estudio y adaptación a una realidad y a unas relaciones personales y sociales que no siempre respondían a sus respectivas ideas de felicidad, libertad y gloria literaria. Regresaban a una Inglaterra incluso peor que la que habían dejado. Pero el verano había sido intenso y balsámico, había sido fecundo y enriquecedor para todos. Percy Bysshe Shelley no era en absoluto un poeta célebre como Byron, ni lo sería nunca en vida; entonces escribió Himno a la belleza Intelectual y Mont Blanc, que ocupan un lugar destacado en su obra poética. Mary había disfrutado inmensamente del paisaje, las tormentas, las puestas de sol, los paseos por el lago al atardecer y la excursión a Chamonix a finales de julio. Pero sobre todo, había encontrado el tema y las voces narrativas que le permitirían crear («del caos») su primera novela e «inscribir su nombre en la página de la fama».

Claire Clairmont tenía dieciocho años. Compartía en buena medida la vida y la suerte de Percy y de Mary desde la escapada de seis semanas al continente con ellos. La idea de ir concretamente a Ginebra aquel verano había sido suya. Sabía que Byron estaría allí. Esperaba un hijo de él y sin duda deseaba reiniciar la breve relación que habían mantenido (por iniciativa de ella) en abril, poco antes de que el poeta se marchara de Inglaterra. Pero antes de que terminara el verano, Byron dio por definitivamente terminada la relación con Claire, le recordó que se lo había advertido claramente desde el principio y se comprometió a hacerse cargo de su hijo cuando naciera. Esto no sólo cambiaría los planes de la joven, sino también los de Mary y Percy, que tendrían que protegerla y ocultar su embarazo (sobre todo a la familia) y seguir conviviendo con ella.

John William Polidori acababa de cumplir veintiún años cuando se despidió de Cologny y de lord Byron (que había decidido prescindir de sus servicios) el 16 de septiembre «a las seis de la mañana», según consta en su diario, que termina el 30 de diciembre en Pisa. Era un joven inteligente y sensible, sin duda deslumbrado por el gran poeta que, a pesar de las bromas de que le hacía objeto y de sus comentarios sarcásticos, opinaba: «[Polidori] conoce bien su profesión y no carece de talento general [...] Es inteligente y hábil [...], es honorable y en absoluto malévolo. Creo que con suerte será un valioso miembro de la sociedad y del Colegio de Médicos [...] Ha escrito un diario médico en Pisa, supervisado por Vaccà (el primer cirujano del continente) [...] y también ha escrito una tragedia. Todo lo cual dice mucho en su favor...».⁹ Polidori viajó por su cuenta unos meses antes de regresar a Inglaterra. Volvió a ver a Byron en Milán, donde pasó el mes de octubre y donde llevó una vida «muy feliz y agradable», y muy «metódica»;¹⁰ y en abril de 1817, en Venecia, de donde partió hacia Inglaterra el 14 del mismo mes, acompañando como médico al nuevo conde de Guilford y a su madre.

* * *

Era maravilloso vivir en aquel amanecer,

¡pero ser joven era la gloria!

William Wordsworth, Francia (El preludio, 11)

Cuando nace George Gordon Byron, Inglaterra celebraba el centenario de su revolución «gloriosa» y su monarca, Jorge III, sufre el primer acceso de la enfermedad mental que ensombrecería el resto de su vida. La independencia de las colonias británicas en América del Norte se había consumado y los ecos de la tormenta que se avecinaba en Francia despertaron en principio escasa inquietud, cierta atención y bastante entusiasmo entre los partidarios de la reforma parlamentaria. El mismo año llega a Australia (el 26 de enero) la primera flota cargada de presidiarios, un experimento asombroso que respondía a la necesidad de aliviar las tensiones de la numerosísima población reclusa.¹¹ En el siglo que se acercaba al final, la población del país se había duplicado, la industrialización se aceleraba y precipitaba cambios en los sistemas de producción que permitirían la creación de grandes fortunas, al tiempo que aumentaba el número de pobres y la pobreza de los que ya lo eran. Percy Bysshe Shelley nació el mismo año que la República francesa, meses antes de la ejecución de Luis XVI y del Terror en Francia. Cuando nació Mary Wollstonecraft Godwin, un año antes de que Napoleón se nombrara primer cónsul el octavo año de la Revolución francesa, las esperanzas de igualdad y de justicia se atenuaban. Con la evolución de los acontecimientos, se invocó el patriotismo para justificar las medidas represivas, y los derechos de los ingleses se verían recortados en distintas ocasiones con la suspensión del hábeas corpus, censura, espionaje, prohibición de asociaciones y asambleas. La guerra con Francia y las guerras napoleónicas se prolongaron hasta 1815. En ese mundo habían crecido los personajes reunidos el verano de 1816 en Villa Diodati. Para entonces, el sueño napoleónico había terminado definitivamente tras la tentativa de los Cien Días, Bonaparte reflexionaba en Santa Elena sobre el fracaso de su proyecto y auguraba que, tarde o temprano, la unión de Europa se consumaría, mientras las potencias vencedoras se aprestaban a consolidar el nuevo orden acordado en el congreso de Viena.

William Godwin y Mary Wollstonecraft aportaron sus propias teorías a la célebre polémica sobre la revolución en los primeros años noventa del siglo XVIII: ambos pertenecían al círculo londinense de «jacobinos ingleses» que participaban en las reuniones de Joseph Johnson, amigo y editor, que publicó sus principales obras (y, en cierta medida, sufrió las consecuencias). Mary Wollstonecraft publicó la primera respuesta a Reflexiones sobre la Revolución francesa de Edmund Burke: Vindicación de los derechos del hombre (1790); y su obra más célebre: Vindicación de los derechos de la mujer (1792); y, en 1796, Cartas escritas durante una breve estancia en Suecia, Noruega y Dinamarca. William Godwin, por su parte, publicó Investigación acerca de la justicia política y su influencia en la virtud y la felicidad comunes (Justicia política, 1793) y su novela más conocida: Las cosas como son, o Las aventuras de Caleb Williams (Caleb Williams, 1794). Ambos influyeron notablemente en los escritores románticos, de modo especial en la segunda generación de poetas románticos y en particular en Percy Bysshe Shelley; y, por supuesto, en su hija Mary.

En enero de 1798, William Godwin publicó Memorias de la autora de «Vindicación de los derechos de la mujer», una breve biografía en la que relata con franqueza extraordinaria y candorosa la corta existencia de Mary Wollstonecraft: sus relaciones amorosas, su residencia en la Francia revolucionaria, los desesperados esfuerzos por retener el amor de Gilbert Imlay, padre de su hija Fanny, los dos intentos de suicidio y, por último, la amistad con el autor («una amistad que se convirtió en amor»),¹² el experimento de convivencia de ambos y su matrimonio, seguido del parto y la muerte de ella tras una agonía larga y dolorosa. Godwin se había negado a seguir el consejo de Joseph Johnson, que le propuso matizar o eliminar las partes «demasiado explícitas». Las críticas fueron atroces, tan absolutamente insultantes que el autor se apresuró a preparar una «segunda edición revisada», que apareció en agosto del mismo año con añadidos, eliminaciones y cambios. Mary Wollstonecraft Godwin leyó, consultó, releyó y estudió las obras de sus padres (sola y con Percy) y seguiría haciéndolo. Sin duda también las Memorias. Y sin duda sabía que el prestigio de ambos había quedado bastante maltrecho tras su publicación.

* * *

Mary Wollstonecraft Godwin había crecido en un entorno peculiar: la presencia de un padre que se confesaría incapaz de educar a las hijas, un padre al que ella recordaría frío y distante, aunque también diría que había sido su dios hasta que conoció a Shelley; la ausencia de la madre, cuya imagen y enseñanzas parecen siempre muy presentes; la madrastra, los hermanastros, una hermana de madre, un hermano de padre. El largo paréntesis escocés en la adolescencia con otra familia, la amistad de las hermanas Baxter, el campo, las montañas, un ritmo distinto («refugio de la libertad [...] donde podía comunicarme con las criaturas de mi fantasía [...] donde nacieron los etéreos vuelos de mi mente»). Cuando Mary regresa al hogar paterno, se enamora del joven poeta Percy Bysshe Shelley, casado, con una hija y un hijo en camino, y se marcha con él contra la voluntad de su padre, iniciando así la vida adulta, nos dice, una vida en la que «la realidad ocupó el lugar de la ficción».

La realidad que encontraron los jóvenes al volver de su excursión a través de la Europa arrasada por las guerras napoleónicas no era muy alentadora: rechazo familiar y social, apuros económicos, continuos cambios de domicilio, la muerte de la primera hija a los pocos días de nacer... Y la incómoda convivencia con Claire (al menos para Mary, que todavía en 1836 lamentaba en una carta las persistentes quejas de abandono de su hermanastra, como si pudiese abandonarse a alguien a quien nunca se había sentido unida, dice, y confiesa: «nunca fuimos amigas [...] no iría con ella ni al paraíso, me amargó la vida de joven»).¹³

* * *

Dicen que en Staffordshire y Shropshire hay veintiséis mil hombres sin trabajo y sin medios de conseguirlo. [...] Ha habido disturbios muy graves en los condados del interior [...] Hablan de un cambio de ministros, aunque eso no servirá de nada; lo que ha de cambiar es el sistema [...] Pero el señor Owen dice que nos animemos, porque en dos años todos notaremos los beneficios de sus planes. Él está convencido de que triunfarán y no dudo de que él hará muchísimo bien, pero no sé cómo espera conseguir que los ricos renuncien a sus propiedades y vivan en un estado de igualdad, es demasiado romántico para creerlo [...] No me gustaría vivir para ver cómo desaparecen de Gran Bretaña el genio, el talento y el elevado sentimiento de generosidad, pues supongo que ha de ser la consecuencia lógica del plan del señor Owen.

No entiendo la causa de esta penuria que veo y de la que oigo a diario relatos espantosos, pero que sé que existe. El señor Booth dice (y otros lo confirman) que es la paz la que ha traído esta calamidad; que durante la guerra todo el continente estaba concentrado en luchar y defender a sus países de las incursiones de los ejércitos extranjeros, que sólo Inglaterra podía trabajar en paz y que nuestras fábricas empleaban a millones, y con salarios más altos [...] ahora con la paz los puertos extranjeros están cerrados y millones de compatriotas pasan hambre...

Fanny Imlay, carta a Mary, 29 de julio de 1816¹⁴

Mientras Fanny escribía esa carta (una carta muy larga en la que, aparte de contestar a las preguntas de Mary sobre la situación en el país, le habla del «tiempo», también frío y lluvioso, aunque sin tormentas con rayos y truenos, de los amigos y conocidos y de los graves apuros económicos familiares), Mary y Percy, con Claire, habían regresado de la excursión a Chamonix. Leían a Voltaire y a Quinto Curcio, a Lucrecio, a Plinio y a Rousseau, paseaban en barco por el lago, visitaban Diodati, hacían compras en Ginebra, Mary escribía (sin duda Frankenstein), traducía, etc. El 2 de agosto, Mary anota en el diario que Shelley y Claire subían a Diodati solos. Ella no (por expreso deseo de Byron). Tal vez lord Byron quisiera hablarles de su ruptura con Claire. Y el día 9, también según el diario de Mary, ella lee y traduce, termina Adèle y lee a Curcio. Shelley sale por la mañana en el barco con Byron y por la tarde lee a Tácito. Y añade: «Hacia las 3, subimos a Diodati. Recibimos una larga carta de Fanny». Los Shelley llegan a Inglaterra de las vacaciones ginebrinas el 8 de septiembre de 1816. Se instalan en Bath y luego en Marlow.

Podemos imaginar a Mary trabajando en Frankenstein mientras su hermana de madre, Fanny Imlay (la única de las tres «hermanas», el peculiar trío de «diosas», como llamaba Godwin a su hija y a sus hijastras, que seguía en el hogar de Skinner Street con sus padrastros), escribe la última nota de su vida y se suicida con láudano en una posada de Swansea. Era el 9 de octubre. El 10 de diciembre, encuentran a Harriet Shelley ahogada en el lago Serpentine de Hyde Park; Percy recibe la noticia cinco días después y viaja a Londres con la intención de hacerse cargo de sus hijos Ianthe y Charles. La familia materna se opone. Mary y Percy se casan el día 30. El 13 de enero de 1817, Mary escribe una breve carta a lord Byron comunicándole el feliz nacimiento de su hija («ayer domingo a las cuatro de la mañana») y el buen estado de la madre (Claire). En el último párrafo, le comunica «otro acontecimiento» que le permite firmar «Mary W. Shelley». A finales de marzo, termina el juicio por la custodia de los hijos de Harriet y Percy, que niega la custodia al padre, basándose en su ateísmo, en su inmoralidad y en sus ideas radicales. La gestación de Frankenstein se prolonga hasta mayo. Seguramente fue un alivio para Mary concentrarse a continuación en preparar el libro sobre su «excursión de seis semanas» (que se publicaría en noviembre). El mes anterior (septiembre), Mary había dado también a luz a una niña (Clara Everina). En ese tiempo, Percy escribe el poema La revuelta del islam. Los Shelley pasan por primera y última vez en su vida en común meses en una casa propia (Albion House, Marlow), un hogar «permanente», «muy político y poético», dice Mary en una carta de invitación a su amigo Leigh Hunt.¹⁵

Pero el ambiente se iría cargando hasta hacerse irrespirable.

Los Shelley partieron una vez más de Inglaterra en marzo de 1818, en esta ocasión hacia la luz y el sol de Italia, dejando atrás la pesadumbre y las tensiones personales (agudizadas, al menos en el caso de Mary, por la incómoda convivencia continua con Claire y la incesante presión económica de su padre William Godwin) y sociales (el rechazo persistente, las turbulencias del país y la tormenta represiva que arreciaba y avanzaba imparable); y los problemas monetarios de nuevo. Percy llegó a creer que podrían quitarle también la custodia de William y de Clara Everina; y, una vez más, se creía muy enfermo. Mary se sentía agotada. Una noche, en Marlow, escribió a Shelley (que pasó dos meses en Londres haciendo trámites para la publicación de sus respectivas obras, visitar al médico y arreglar asuntos económicos): «... Te envío las pruebas... [de Frankenstein], pero estoy cansada y poco lúcida, así que te doy carta blanca para que hagas los cambios que quieras».¹⁶

No dejarían atrás a Claire Clairmont, por supuesto: tenía que entregar a la pequeña Allegra a su padre, según lo acordado, y es posible que todavía confiara en reiniciar la relación con él gracias a la niña.

Y así emprendieron un largo peregrinaje, en el que el entusiasmo inicial de Mary se iría quedando en el camino.

Atrás quedaba también su «progenie» anónima, de cuyo «avance en el mundo» sin duda esperaban noticias.

* * *

En Italia, los Shelley retomaron la amistad de lord Byron y mediaron en las relaciones de Claire con él, que se negó a verla. Allí recibieron las reseñas de Frankenstein y de La revuelta del islam. Hicieron nuevas amistades, crearon nuevos vínculos y se empaparon de cultura italiana. Allí murieron sus hijos: Clara Everina en Venecia el mismo año de su llegada (24 de septiembre), y William en Roma al siguiente (7 de junio de 1819). Cinco meses después, nació Percy Florence, el único hijo que sobreviviría a sus padres. También moriría allí Allegra Byron (29 de abril de 1822), que estaba interna en un colegio.

Entre desgracias, encuentros y desencuentros, tensiones y desencanto, pesadumbre y distanciamiento, Mary y Percy siguieron colaborando, leyendo, estudiando, escribiendo, tanteando y buscando juntos y por separado el esquivo ideal, la verdad escurridiza, la amistad, la libertad y el amor: siguieron buscándose a sí mismos. Mary escribió Mathilda (novela de tema incestuoso, que no se publicó hasta 1859, después de su muerte) y Valperga, o Vida y aventuras de Castruccio, príncipe de Lucca, que se publicó en febrero de 1823; y los dramas mitológicos Proserpina y Midas. Y Percy escribió las que se consideran sus mejores obras en verso y en prosa, sus obras de madurez.

No obstante, parece evidente que, pese a su amor a Italia, Mary no podría decir después que aquella había sido una época feliz en la que «muerte y dolor sólo eran palabras que no hallaban verdadero eco en mi corazón», como diría en 1831 del verano ginebrino de 1816. Tenía casi veinticinco años cuando perdió al nuevo hijo que esperaba y estuvo a las puertas de la muerte tres semanas antes de que Percy las cruzara.

Los textos

Frankenstein

La primera edición (anónima) de Frankenstein; or The Modern Prometheus se publicó en 1818 (Lackington, Hughes, Harding, Mavor & Jones, Londres), en tres volúmenes, con una tirada de quinientos ejemplares. Percy había presentado antes la novela (como primera obra de un amigo que vivía en el extranjero) a su editor Charles Ollier y al editor de Byron (John Murray). En 1823, William Godwin aprovechó el inminente estreno de una versión teatral para preparar y negociar (tras consultarlo con su hija, que seguía en Italia) una segunda edición (Whittaker) en dos volúmenes, con algunas correcciones, en la que figuraba el nombre de la autora: Mary W. Shelley. Y en 1831 (coincidiendo también con nuevas adaptaciones escénicas), apareció una nueva edición «Revisada, corregida e ilustrada, con una nueva Introducción de la autora»,¹⁷ en la colección Standard Novels de la editorial Colburn and Bentley, en un solo volumen y con una tirada de 3.500 ejemplares, de la que se hicieron varias reimpresiones en los años siguientes (1832, 1836, 1839 y 1849). Incluía también el Prólogo de la primera edición (escrito íntegramente por Percy, como indica Mary en la Introducción). Esta última edición revisada por la autora (más a fondo de lo que ella dice en la Introducción) es la que se siguió publicando (y traduciendo) mucho tiempo. Es evidente que Mary cumplió entonces un antiguo deseo al revisar la novela, pues ya en diciembre de 1818, en Italia, escribe en su diario: «Corrijo Frankenstein». Es probable que las correcciones sean las que figuran en un ejemplar de la primera edición que la autora regaló en 1823 a una amiga (la señora Thomas) y que se conserva en la Pierpont Morgan Library de Nueva York. Al final del capítulo II del primer volumen, Mary escribió: «Si alguna vez se hace otra edición de este libro, tengo que corregir estos dos primeros capítulos. Los episodios son flojos y desordenados; y el lenguaje resulta pueril a veces. No corresponden al resto». La estrecha colaboración literaria de Percy y Mary Shelley está sobradamente documentada desde el principio de su relación: ambos leían, copiaban, comentaban y revisaban sus respectivas obras. E incluso se proponían temas. Una primera muestra es History of a Six Weeks’ Tour (publicado en noviembre de 1817), compuesto a partir del diario conjunto que habían escrito en su primer viaje, cartas de ambos del verano de 1816 y el poema «Mont Blanc» de Percy. Ambos leyeron y revisaron Frankenstein.

Lord Byron aclaraba en una carta del 15 de mayo de 1819: «La historia del acuerdo de escribir cuentos de fantasmas es cierta, pero las damas no son hermanas. Una es hija de Godwin y de Mary Wollstonecraft y la otra es hija de la actual señora Godwin y de su marido anterior. Mary Godwin, ahora señora Shelley, escribió Frankenstein, que me parece una obra espléndida para una joven de diecinueve años, bueno, ni siquiera los había cumplido entonces...».¹⁸

En el último párrafo de la Introducción, la autora resume en qué había consistido la revisión. Dejando a un lado la pertinencia o intencionalidad de las correcciones, es indudable que los cambios que hizo no tenían más objetivo que mejorar la historia sin tocar «su núcleo y esencia».

* * *

Recuerda que yo soy tu criatura; yo debía ser tu Adán,

pero más bien soy el ángel caído...¹⁹

El explorador Robert Walton se presenta al lector de Frankenstein con la carta que inicia la narración, dirigida a su hermana Margaret Walton Saville (cuyas iniciales, MWS, curiosamente coinciden con las de Mary Wollstonecraft Shelley), en Inglaterra, y fechada en San Petesburgo el 11 de diciembre de 17–. La expedición que va a emprender es el sueño de su infancia (recuerda su descuidada educación, su apasionada lectura de la historia de los viajes de exploración, su paso a la poesía y su vano sueño juvenil de hacerse un hueco al lado de Homero y de Shakespeare, y la suerte de haber podido volver al primero, que se dispone a realizar ahora, tras seis años de estudio y esforzada preparación, esperando ilusionado satisfacer su curiosidad con el descubrimiento de lugares ignotos, el paso del Noroeste «para eterno beneficio de la humanidad», o la fuerza prodigiosa que atrae la aguja de la brújula). La carta siguiente es del 28 de marzo, desde Arcángel. Walton ya tiene el barco y está eligiendo a los tripulantes. Se queja de que no tiene «ningún amigo». Confiesa que anhela la compañía de un hombre cuya mirada responda a la suya. Y vuelve a lamentar haberse educado solo, sin guía de nadie hasta los catorce años, en los que, repite, sólo había leído libros de viajes. «Tengo veintiocho años y soy más ignorante que un escolar de quince», concluye. La tercera carta es del 7 de julio. Walton escribe en el barco, rumbo al norte, viento en popa, entre témpanos, sin incidentes dignos de mención. La carta siguiente (fechada el 5 de agosto) da cuenta de un suceso extraño: unos días antes, rodeados de hielo, habían divisado, a una media milla, un trineo tirado por perros en el que viajaba alguien de estatura gigantesca y apariencia humana que se perdió de vista entre las irregularidades del hielo. Al día siguiente por la mañana, descubrieron al lado del barco sobre un témpano a otro viajero (en trineo también, con un solo perro vivo) que parecía europeo y medio muerto de congelación y agotamiento y que, antes de aceptar subir al barco, aunó sus escasas fuerzas para hacer la pregunta más insólita que cabría esperar en su situación y en semejante lugar «¿Tendría la amabilidad de decirme hacia dónde se dirigen?».

El capitán Walton sigue anotando en la carta a modo de diario en días sucesivos el estado del recién llegado, que, cuando se recupera lo suficiente, promete contarle su historia, a pesar de que había decidido llevarse el secreto a la tumba. Walton promete a su hermana que anotará lo que le cuente cada día, según las palabras del que ya considera un amigo y por quien siente cada vez más afecto. Y así, le cede la voz y la palabra.

Sigue al preámbulo epistolar el capítulo I: la historia de Víctor Frankenstein, que él le cuenta a Walton y que Walton anota literalmente para su hermana, para sí mismo y para «la posteridad». Es «ginebrino», pertenece a «una de las familias más distinguidas de esa república», describe a unos padres bondadosos y una infancia idílica, sus estudios e intereses y cómo había pasado de creer que «nada se conocía ni podía ser conocido» hasta su gran descubrimiento en la universidad de Ingolstadt tras concentrarse en examinar y analizar las causas que concurren en el cambio de la vida a la muerte y de la muerte a la vida hasta que vio la «maravillosa, simple y brillante luz» que le permitió desvelar el origen de la generación y de la vida; y mucho más: ser capaz de animar la materia inerte. Expone sus dudas y su determinación final de crear un ser humano, impulsado por el primer entusiasmo del éxito a creer que la vida y la muerte eran «fronteras teóricas» en las que él «irrumpiría el primero para derramar un torrente de luz en nuestro oscuro mundo. Una nueva especie me bendeciría como a su creador, muchos seres felices y maravillosos me deberían su existencia. Ningún padre podría reclamar tan completamente la gratitud de sus hijos como yo merecería la de éstos».

En el centro de esta historia, que nos llega filtrada por Víctor y por Walton, surge la voz de la criatura (capítulo XI), que relata la propia historia a Víctor Frankenstein, su creador, desde el momento que había empezado a cobrar un confuso conocimiento de su existencia: la búsqueda de sí mismo («¿Quién era yo? ¿Qué era

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