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Entre la vida y la muerte
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Libro electrónico186 páginas3 horas

Entre la vida y la muerte

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Entre la vida y la muerte narra la historia, en primera persona, de una mujer marcada por el sufrimiento y las tinieblas desde su adolescencia, pero bajo la cual se esconde una auténtica guerrera dispuesta siempre a superarse en cada inclemencia. Una historia de lucha y de superación donde el amor se convierte en el motor de su vida y en la única estrategia posible para dar jaque mate a su más feroz enemigo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 dic 2022
ISBN9791220136389
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    Entre la vida y la muerte - April S. B.

    PRÓLOGO

    Jane Austen escribió: «No siempre quien sonríe es feliz. Existen lágrimas en el corazón que no llegan a los ojos». Cuánta razón condensada en unas pocas palabras y qué fiel reflejo de la realidad…, de mi angustiosa y triste realidad. Por mucho que pretenda fingir estar viviendo una terrible pesadilla de la que despertaré y todo continuará en su sitio, sé que no es así, porque este dolor tan intenso que me ahoga por las noches y que me tortura durante el día, a cada minuto, a cada segundo, no puede imaginarse, ni pensarlo, tan solo vivirlo... y por eso sé que es cruelmente real.

    Soy consciente de que el pasado es irrevocable, que solo el presente se puede modificar y que, en función de ello, así se construirá el futuro. Sé que el olvido es imprudente, una especie de infidelidad hacia aquellos que permanecieron a nuestro lado, y tampoco pretendo borrar aquello que fue, por mucho que día tras día me cuestione que por qué a mí, por mucho que duela la ausencia, pues solo en el recuerdo encuentro las fuerzas para continuar adelante, aunque a veces camine sin brújula, sin un destino seguro al que dirigir mis pasos… Pero en medio de esa densa y agobiante niebla que me quiere impedir avanzar, siento esa diminuta pero enorme presencia a mi lado, esos pequeños y delicados dedos que se aferran a mi mano, y entonces vuelvo a levantar la cabeza, oriento mi mirada al frente y reanudo mi avance por este camino tortuoso e incierto…

    La vida se desliza ante mí entre luces y sombras desde aquel último día. Es curioso, pues si echo la mirada atrás, hacia tiempos que parecen muy lejanos pero que no han envejecido tanto en el calendario de mi existencia, se podría decir que ha habido más oscuridad que claridad en mi vida y, sin embargo, la penumbra parece que se ha cernido solamente sobre mí a partir de aquel maldito instante en el que todo se esfumó, haciéndose perpetua y más oscura e inquietante si cabe. Las cicatrices que tatúan nuestra piel y, sobre todo, las que se asientan impresas en el corazón y en el alma nos recuerdan permanentemente que el pasado es real, que sucedió de verdad… Volvería una y mil veces a recibir las heridas que tanto me dañaron si eso me llevara de nuevo a ese encuentro que el destino, o lo que sea que fuera, nos permitió, pues la renuncia a lo vivido contigo sería un pecado imperdonable.

    Desde esta angustiosa y dolorosa soledad que siento hoy en día, el mismo estribillo se repite una y otra vez: «Por qué, por qué, por qué…», acompañando a esta interminable y agónica letanía un golpe seco de tambor que no es otra cosa que las punzadas que desangran mi corazón y el latido de mis sienes que retumban a la par que esta ansiedad parece dejarme sin oxígeno. Y no puedo encontrar una salida que ponga fin a esta locura que a veces me ciega impidiéndome avanzar. Pero sé que debo seguir, como tantas otras veces hice a lo largo de mi vida… aunque en esta ocasión duele demasiado.

    En mi libro yo no había escrito este final. Ni siquiera había realizado un salto de capítulo, pero alguna maldita mano invisible me usurpó mi pluma y mi tintero para escribir un «Fin» que yo no deseaba, que no encajaba en el argumento, provocando que toda la historia saltara por los aires, haciendo y deshaciendo a su libre albedrío sin tener en cuenta mi opinión. Y aquí me encuentro, intentando buscar las palabras acertadas para dirigirme a ti, para hacerte saber lo mucho que significaste para mí, para aliviar este vacío que se ha instalado como huésped no invitado desde tu partida y para que, algún día, él pueda comprender mejor todas las circunstancias que rodean nuestras vidas.

    Las palabras se las lleva el viento, o eso dicen, pero las letras solo se desintegran con el fuego; ni siquiera el agua puede con ellas, ya que, aunque sea un papel mojado y solo quede la huella de un borrón de tinta impronunciable, seguirán teniendo vida propia. Quizás por ello hoy, rodeada de tu recuerdo, con tu aroma aún endulzando mi memoria, tu sonrisa brincando en mi pecho, tu eco susurrándome al oído y tu mirada erizando mi piel, me encuentro aquí hablándote, intentando recoger los fragmentos de mi corazón, de mi ser, para recomponer las fuerzas y reconstruir mi vida, aunque sé que en un instante podrá aparecer imperturbable la sombra que presagia esa tristeza y esa impotencia de no poder ya tocarte, sentirte…, vivirte. Y de nuevo sobrevolará mi cabeza ese interrogante sin respuesta de por qué te fuiste, por qué, por qué, por qué… Maldita cantinela que me persigue sin descanso, acusando esta soledad y agudizando este dolor que me quema en el pecho.

    Maldigo el instante en el que el reloj se detuvo para siempre y dejó de marcar el ritmo de nuestra historia. Siento rabia, ira, frustración, impotencia, dolor…, pero tengo claro que no permitiré que la tristeza y el desconsuelo sean lo que marque el avance de mi recuerdo junto a ti ni que desgasten la memoria de nuestra breve pero intensa historia… Ojalá el tiempo se hubiese prolongado eterno para nosotros, pero esta cruel vida no nos ha permitido más que un efímero instante. Seguiré refugiándome en tus ojos, haciendo perpetua tu sonrisa, aferrándome a tus caricias… aunque duela tu ausencia y no sea suficiente para saciarme.

    Tan solo espérame, pues llegaré a ti de nuevo nadando contra la furiosa marea, deambulando a ciegas entre mis luces y mis sombras, persiguiendo tu eco, para que vuelvas a darme cobijo entre tus brazos y a cicatrizar las heridas que me queden por soportar… como ya hiciste una vez… aunque no lo supieses.

    A veces me cuestiono cómo es posible que siga en pie cuando ni siquiera sé de dónde logro obtener la fuerza necesaria para levantarme cada mañana. Y sé que debo hacerlo… por mí, por ti, por él… Pero cada día pretende ser más difícil que el anterior, pues a cada minuto choco contra la realidad en la que vivo… Supongo que los golpes recibidos a lo largo de mi vida han ido tejiendo una coraza que solo tú conseguiste esquivar para adentrarte en mí y ahora que no estás a mi lado, los vaivenes del oleaje me sumergen de nuevo en un torbellino en el que me ahogo, buscando inexistentes bocanadas de aire para sobrevivir y no dejarme arrastrar por la marea, pidiendo a gritos silenciosos un salvavidas con el que mantenerme a flote.

    La gran diferencia radica en que esta vez regreso a las catacumbas de las sombras después de descubrir que la vida también tiene un hueco para la felicidad, para el respeto, para el amor, para las sonrisas y las caricias verdaderas, para los besos y las palabras sinceras, sabiendo por primera vez en mi vida que los cuentos pueden convertirse en realidad y que la ficción se queda extremadamente corta cuando recuerdo tu dulce voz susurrarme al oído «Buenos días, princesa». Y por eso esta vez la tortura es mayor, porque he estado en el infierno muchas veces y solo junto a ti descubrí que también existe un paraíso, ese que me enseñaste a construir a tu lado y del que me siento ahora de nuevo expulsada.

    Me siento navegando por el río Estigia mientras Caronte rema y me sonríe… Sonrisa maldita que tantas veces he vislumbrado en mi vida acompañada de una carcajada irónica que me devuelve al sufrimiento… tan diferente siempre pero tan dolorosamente eterno como lo siento ahora…, tan real como lo viví en esas otras ocasiones…

    CAPÍTULO 1

    El indeseable sonido del despertador que escucho al otro lado de la pared me anuncia la hora de un nuevo día. Mis ojos permanecen abiertos desde hace horas, como todas las noches desde... ni recuerdo cuándo, ardiendo por las lágrimas derramadas que se estrellan gota a gota sobre la almohada. Espero unos instantes y agudizo el oído para adivinar los movimientos que empiezan a presentirse al otro lado de la puerta. Y entonces resuena en el pasillo la frase matutina que me anuncia que el telón se ha levantado y que debo salir a escena, acompañada por el dulce apodo con el que me llaman mis padres desde que era una cría:

    Fillota, es la hora, no vayas a llegar tarde.

    Respiro hondo, aprieto los ojos para construir el dique que retenga el torrente salino que me abrasa y vuelvo a prestar atención a los sonidos. La máquina de café comienza a resonar para dar paso a los pocos minutos al tintineo de una cuchara que se zarandea para endulzar el amargor de ese potente quitasueños. Permanezco en silencio a la espera, hasta que por fin escucho el leve roce de unas zapatillas contra el suelo, arrastrándose sobre él de tal manera que parecen querer acariciarlo para darle los buenos días. Solo me queda contar hasta tres para saber que el pasillo ha quedado despejado y que no hay obstáculos hasta el baño, pues mis padres ya disfrutan en la cocina de una buena taza estimulante.

    —Uno, dos, tres...

    Salto de la cama y me dirijo rauda hasta el baño, donde me encierro como si alguien me estuviese persiguiendo y le faltase un paso para atraparme. El agua fría me relaja la cara y borra cualquier resquicio que pueda delatar una noche más de pesadillas y sobresaltos, de sofoco y llanto. Me seco con la toalla sin mirarme al espejo. Hace ya demasiado tiempo que esquivo voluntariamente el reflejo que pueda devolverme. Y comienza la función: finjo la mejor de las sonrisas y salgo al escenario, abandonando entre bambalinas a esa joven de no ficción que pretende regalar su mejor actuación ante dos grandes espectadores.

    —Buenos días, mamá. Buenos días, papá.

    Y antes de recibir respuesta, desaparezco de la cocina corriendo rumbo a mi habitación. Me resulta muy difícil fingir delante de mis padres, pero debo hacerlo, así que prefiero representar papeles breves, permanecer todo lo que pueda como un anónimo figurante sin relevancia en el que nadie se fija.

    Rebusco en mi armario qué ponerme, pero da lo mismo, cualquier vestuario será blanco de las críticas y aquí no utilizamos burkas que puedan esconder a los ojos de los demás mi persona por completo. Lo que sí llevo a rajatabla es lo que se ha convertido ya en un ritual necesario del que no puedo prescindir: desde hace tiempo, he decidido utilizar dos sujetadores de deporte para intentar que mis pechos no sean el destino de todas las miradas.

    Termino de prepararme y me cuelgo a los hombros una mochila que cada día parece pesar más, quizás porque no solo va cargada de libros y cuadernos, sino también de angustia, miedo, incertidumbre... Un paso rápido por la cocina para despedirme y dejo atrás ese pequeño refugio en el que se ha convertido mi solitaria habitación para enfrentarme de nuevo al escarnio público. Quisiera permanecer encerrada en mi búnker, aislada del mundo y de todo ser viviente, pero es un deseo inalcanzable por el que tendría que dar demasiadas explicaciones.

    Llego al aula arrastrando los pies, deslizándome con sigilo para no llamar la atención, sin levantar la vista, escurriéndome en mi pupitre hasta querer hacerme diminuta, invisible, pero es imposible. Soy el objeto de los chistes hirientes y de los insultos de mis compañeras de colegio. Imagino que a mis espaldas las carcajadas crueles y las burlas deben ser su tónica diaria, el pasatiempo con el que se entretienen. Esta situación me persigue día tras día desde hace muchos meses ya, haciéndome sentir que la vida es una mierda y que nada importa. Intento aguantar las estocadas sin mostrar debilidad, pero en el fondo saben que me afectan y por eso continúan con sus puyas, ofensas, humillaciones... Debe resultarles un juego de lo más divertido, pero yo no encuentro la gracia a no ser como las demás. Me siento el centro de la diana, ese punto rojo donde todos mis compañeros apuntan y disparan con violencia sus dardos por el simple hecho de ser una chica de mayor corpulencia y haberme desarrollado mucho antes que las demás.

    Día tras día, la historia se repite y estos meses se me asemejan a siglos insoportables, donde las manecillas del reloj no avanzan y el cuco ha sido enmudecido para no piar las horas. Cada vez me faltan más fuerzas para actuar sonriente en casa y aguantar la mofa en la escuela. Nadie me va a ayudar, nadie va a salir en mi rescate, así que debo tomar una decisión y solucionar esta situación que me consume, que me hace sentir el ser más insignificante del mundo. Debo remediar esto y creo conocer la solución; solo me resta ponerla en práctica. Tan solo será cuestión de tiempo el que consiga moldear mi cuerpo como yo quiero, reduciendo el volumen y convirtiéndome en un maniquí gemelo de las demás que pase desapercibido. Y todo volverá a ser como era antes de que esta maldita pubertad explosionase sin convertirme en mariposa, dejándome como un gusano al que todo el mundo parece repudiar.

    La primera vez no resultó tan fácil como me imaginaba. Es más, me costó tanto obtener resultados que casi decaigo en mi empeño. Pero mis ganas de acabar con aquella pesadilla me empujaron a seguir, a no rendirme ni dejarlo en un intento frustrado y cobarde. Solo debía tener la prudencia necesaria para que nadie a mi alrededor se percatase y así no tener que escuchar tonterías y consejos absurdos, pues intuía que los demás pretenderían saber más que yo sobre mi propia vida y sobre lo que debía o no hacer. Buscaba un objetivo, costase lo que costase, y no iba a permitir que nada ni nadie se interpusiese para alcanzarlo. Así que tuve que aprender también a mentir, a inventar historias y a construir realidades ficticias que ocultasen el plan que me había marcado.

    Ahora, después de tantos meses, aquel primer acto se ha convertido en algo automático que consigo ejecutar sin ninguna dificultad. Como también las mentiras y las evasivas. Ya no me cuesta ningún esfuerzo deshacerme del alimento ingerido que tanto me perjudica o pasar el máximo de tiempo posible sin probar bocado. Pero no me siento bien aún. El proceso está resultando ser más lento de lo que estimé en un primer momento. No entiendo cómo es posible. Mi contorno sigue siendo voluminoso y mis pechos siguen siendo el reclamo de las burlas.

    He adoptado una serie de rutinas: intentar esquivar la comida cuando las mentiras me lo permiten o saciarme hasta no poder más cuando tengo ansiedad e inmediatamente expulsar de mi cuerpo el veneno alimenticio que engullo. Es en esos momentos cuando me siento aliviada, con fuerzas, porque sé que por fin estoy dando pasos hacia la victoria. Pero entonces me miro al espejo y me sigo viendo fea, gorda, aborreciendo a esa persona situada al otro lado, y solo experimento deseos de hacer trizas y pulverizar ese reflejo especular. Y vuelvo a comer y vuelvo a vomitar... sintiéndome culpable de intoxicar mi cuerpo. Mi plan es una mierda, no lo debo estar haciendo bien porque no logro arribar al puerto que deseo. Y vuelvo a comer y vuelvo a vomitar... recriminándome y maldiciendo mi propia vida. En mi caso, la calma no llega después de la tempestad, sino cuando el agua del retrete se aleja formando un torbellino por el desagüe y siento que es un paso más para sentirme guapa y a gusto conmigo misma.

    Altos y bajos, esa es mi vida. La humillación y la burla continúan atosigándome en el colegio y solo me reconforta atiborrarme de la nevera y después aliviar mi culpa vomitando en el retrete. Mis padres

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