Cuentos reunidos
Por Adela Fernández
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Cuentos reunidos - Adela Fernández
Fotografía: archivo de Emilio Quetzalcóatl Fernández.
Adela Fernández (Ciudad de México, 1942-2013) fue cuentista, dramaturga, ensayista, así como guionista y directora cinematográfica. Su infancia estuvo marcada por la llamada Época de oro del cine mexicano y por la educación autoritaria de su padre, Emilio El Indio
Fernández; se interesó por la antropología, el indigenismo y la mitología desde muy joven. En sus textos plasmó la fascinación por los fenómenos de carácter mítico, mágico y ritual; recorrió muchas comunidades indígenas trabajando para el Instituto Nacional Indigenista, este acercamiento quedó plasmado en algunos de sus cortometrajes, también consideró el arte culinario como sinónimo de cultura e investigó las recetas, ingredientes y rituales tradicionales de varios estados de México para su libro La tradicional cocina mexicana. Conjugó su pasión por la cocina y su afición por las tradiciones en Sabrosuras de la muerte, donde abordó el viaje de los muertos según las creencias prehispánicas.
LETRAS MEXICANAS
Cuentos reunidos
Adela Fernández
Cuentos reunidos
Prólogo
JAZMÍN G. TAPIA VÁZQUEZ
Fondo de Cultura EconómicaPrimera edición, 2022
[Primera edición en libro electrónico, 2023]
D. R. © 2022, Emilio Quetzalcóatl Fernández
D. R. © 2022, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14110 Ciudad de México
www.fondodeculturaeconomica.comComentarios: [email protected]
Tel.: 55-5227-4672
Diseño de portada: Teresa Guzmán Romero
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos.
ISBN 978-607-16-7771-6 (rústica)
ISBN 978-607-16-7854-6 (electrónico-epub)
ISBN 978-607-16-7875-1 (electrónico-mobi)
Hecho en México - Made in Mexico
ÍNDICE
Prólogo. Las historias insensatas y sin juicio de Adela Fernández, por Jazmín G. Tapia Vázquez
DUERMEVELAS (1986)
La jaula de la tía Enedina
Cordelias
Una distinta geometría del sentimiento
Yemasanta
Hipocausto
Reencuentros
Los vegetantes
El hombre umbrío
Agosto el mes de los ojos
Reloj de sombra
Juegos de poder
Heliocidio
Las gallinitas
Ana y el tiempo
Memoria y olvido
Polifemo
Los mimos vacíos
VAGO ESPINAZO DE LA NOCHE (1996)
Vago espinazo de la noche
De todos los oficios
Más que fenicio
Jaculatorias e indulgencias
Taciturno
Con los pies en el agua
Ese maldito animal
El montón
Stasho
Macedonia
Mecanismo
Regresión
Incineraciones
Apostasía
La venganza de Flaubert
A la sombra del relámpago
No hay que dejar ascender a la muerte
Sapo rojo
Prólogo
Las historias insensatas
y sin juicio de Adela Fernández
JAZMÍN G. TAPIA VÁZQUEZ
Dueña de una pluma multifacética y de una desbordante imaginación creadora, Adela Fernández escribió una obra cuentística que hace coincidir sus dos grandes obsesiones. Por un lado, la dimensión mágica y sobrenatural del pensamiento indígena que conocía bien, pues desde pequeña estuvo rodeada de esa cosmovisión por medio de los cuentos y relatos que los trabajadores de la casa paterna le contaban a la luz de las velas. Por otro, la naturaleza experimental y los universos oníricos del surrealismo que descubrió a través de Leonora Carrington y Remedios Varo en el intenso ambiente cultural que vivió en su juventud. Así, los fantasmas, los seres que se metamorfosean o se duplican, los castigos divinos y los climas asfixiantes que habitaron el imaginario infantil de Adela Fernández encontraron en los ambientes liminares, las atmósferas enrarecidas y los territorios de la ensoñación la posibilidad de revelar la contundencia de su fuerza poética mediante las posibilidades de la escritura.
Adela Fernández irrumpe en el panorama literario de la época con una edición de autor, El perro. El hábito por la rosa (1975), un libro de breve tiraje, experimental e híbrido en el que aparecen cuentos que se caracterizan por ubicarse en estados fronterizos entre diversas estéticas de irrealidad como lo fantástico, lo maravilloso y lo extraño, así como textos experimentales y poemas. Salvo por un pequeño grupo de lectores que agotó la edición, la primera aparición de Adela Fernández en el mundo de las letras no recibió una recepción particularmente notoria. Sin embargo, resulta paradójico que, décadas más adelante, algunos de los cuentos más leídos y admirados de Adela Fernández, tanto por los lectores como por la crítica especializada, son justamente aquellos que aparecieron en su primer libro. Este aspecto revela la extraordinaria madurez literaria con la que Adela Fernández incursionó en la literatura, pero también nos permite pensar en los presupuestos culturales y estéticos que dominaron las últimas décadas del siglo XX y que colocaron en un estado periférico o marginal otras expresiones que no se adecuaban a las exigencias literarias hegemónicas del momento.
En este primer libro se encuentra La jaula de la tía Enedina
, una extraordinaria muestra del universo creativo de Fernández. Debido a la dificultad de adquirir o consultar su obra, este cuento, reproducido en diversas antologías y páginas en internet, se ha convertido en una pieza fundamental para conocer y comprender el enigmático e inquietante universo literario de Adela Fernández. Adentrarnos en este cuento es descubrir los elementos que articulan la poética de la autora, así como la potencia que alienta su escritura. En La jaula de la tía Enedina
se narra la historia de dos personajes que no sólo comparten lazos familiares, sino también su estado de marginalidad y vulnerabilidad. Ambos, tía y sobrino, son expulsados de la estructura social y sometidos a una constante violencia familiar marcada por el signo del desamparo. Los personajes son rechazados por su familia debido a que están ubicados fuera de los márgenes de lo socialmente aceptable: uno por su color de piel, la otra por su soltería y locura. El sobrino, quien es el narrador, asume su situación como algo permanente e inmutable. En este universo hostil parece que no hay posibilidad de liberación para esos seres relegados, pues como se lee en el cuento así eran las cosas, así fueron siempre
. Resignado por el fatum que gobierna su existencia, el sobrino se adentra en el territorio de locura y penumbra de la tía Enedina con el afán de paliar su soledad. La búsqueda de compañía y de entendimiento con el otro precipita una experiencia límite. La habitación de los trebejos de la tía se convierte en un territorio de excepción, un lugar en el que los límites de la realidad, lo humano y lo social se van diluyendo poco a poco para revelarnos que todas las leyes que gobiernan el mundo no son inquebrantables, por lo menos así lo sugiere la presencia de los pequeños seres que cantan en la jaula de tía Enedina.
Este enigmático y magnífico cuento de Adela Fernández conjuga elementos compositivos que corresponden a diversas tradiciones literarias. Este rasgo definirá, en buena medida, la obra de la autora, pero al mismo tiempo dificultará el intento por encasillarla en una estética determinada. En todo caso, lo más importante es descubrir la forma en la que Adela Fernández asimila y transforma estas tradiciones para comunicar sus preocupaciones sobre los conflictos que experimentan los individuos en la realidad más familiar e íntima. Así, en su obra prevalecerán experiencias donde el sueño y la vigilia se confunden y la realidad difumina sus fronteras para dar paso a lo inexplicable o sobrenatural que está ahí para remarcar lo profundo y terriblemente humano de los conflictos que aparecen en el marco de la vida cotidiana. La jaula de la tía Enedina
no sólo concentrará las grandes obsesiones temáticas que la autora desarrollará con variaciones y desde diversas perspectivas a lo largo de su obra cuentística, como la fuerza de la imposición social y la búsqueda de completud con una otredad siempre amenazante, sino que también reúne los mecanismos de composición que caracterizarán su escritura como la construcción de la ambigüedad y de espacios liminares de indeterminación, el juego con el símbolo que constantemente encubre y revela, así como la construcción de metáforas y campos semánticos.
En otro cuento, Los vegetantes
, Fernández nos enfrenta nuevamente a la locura y a la soledad, pero esta vez mediante una metamorfosis vegetal que sirve como símbolo y metáfora de las problemáticas relaciones filiales y las experiencias transgresoras que viven individuos condenados al abandono y al desinterés familiar. En este cuento, madre e hijo experimentan transformaciones que plantean de inicio los frágiles linderos que separan el mundo racional de la locura; lo humano y lo vegetal, pero sobre todo de lo socialmente permitido y la transgresión de la norma. El dolor de una pérdida provoca la transformación vegetal de la madre, quien ya alejada del mundo racional y humano abandona todos los imperativos sociales. Paralela a esta metamorfosis, Aciano Badián, el hijo, también experimenta una transformación corporal: aquella que es signo del hambre, del descuido y del abandono materno. En un ejercicio cercano a las ensoñaciones surrealistas, Adela Fernández hace gala de su dominio del lenguaje y de la técnica para desplazar, mediante imágenes, símbolos y metáforas, el sentido transgresor y compensatorio que supone el encuentro entre madre e hijo en el invernadero.
En 1986 Adela Fernández publicó su segundo libro, Duermevelas, en la editorial independiente Katún. Con ilustraciones de Edgardo Villalba, esta edición recupera los cuentos que aparecieron en el primer libro de la autora y da continuidad a un proyecto de escritura que, a pesar de los años transcurridos, se mantuvo sólidamente anclado a los principios estéticos que lo vieron nacer. Ya desde el título se anuncia ese territorio intermedio entre el mundo del sueño y la vigilia como el lugar en donde sucede lo inexplicable y atemorizante, pero también donde se manifiesta la imaginación y la creación. En la breve nota que abre el libro, Adela Fernández recuerda que de niña podía dormirse en cualquier lado, pero no perdía la conciencia. Según su nana, tras despertarse comenzaba a contar historias insensatas y sin juicio
. Duermevelas reúne esas historias en las que ocurren eventos que se apartan de los paradigmas racionales y lógicos para dar paso a lo oculto y a la puesta en crisis de los presupuestos que conforman la noción de realidad. Las historias insensatas y sin juicio
de Duermevelas nos invitan a explorar esos límites de la realidad en donde la magia, la creencia, la superstición y la sobrenaturalidad aparecerán para acentuar, mediante un paradójico juego de encubrimiento, la falta de comunicación, la soledad, el abandono y el desamor que aparecen como una fuerza destructiva en el ámbito más íntimo y cotidiano del ser humano, ahí donde lo familiar se enrarece, se enturbia. En ese sentido, no puede pasar desapercibida la presencia de personajes infantiles que Adela Fernández construye bajo la lógica de lo siniestro. Su naturaleza amenazante o extraña metaforiza las fallas estructurales de las instituciones sociales y familiares que ejercen toda su violencia en los elementos más vulnerables de la comunidad. Estos niñas y niños son portadores de poderes mágicos inexplicables que les permiten conseguir su libertad o algo parecido a la justicia. Por ejemplo, en El hombre umbrío
se narra la historia de Oseas, un niño marcado por la enfermedad y la repulsión familiar, que tiene el poder de ensombrecer todo a su alrededor. El juego con los campos semánticos, ya convocados desde el título, construye un universo de significación textual en el que es posible transitar por dos caminos: el de la sobrenaturalidad asumida o el de la ruptura de los paradigmas de realidad. La historia nos presenta una serie de sucesos trágicos que son atribuidos a la naturaleza mágica del niño; sin embargo, Adela Fernández nos hace mirar con mucha atención en el contexto familiar, social y económico en el que se gestan estas tragedias como un recordatorio de que la realidad es mucho más amenazante y hostil que cualquier evento mágico o sobrenatural. Como sucede en todos los cuentos de Duermevelas, el espacio tiene una función cardinal para el desarrollo de las historias. En este cuento, la casa familiar y el convento son sometidos a una suerte de desfamiliarización de sus elementos simbólicos, vinculados a lo materno y a la protección, para presentarse como espacios ominosos, inseguros e inhabitables. Lo mismo sucede con los climas asfixiantes, como el calor agobiante y la tierra yerma del pueblo, que funcionan como elementos simbólicos de la opresión social, pero también como elementos indiciales que anuncian la catástrofe que restaura la libertad y dignidad perdidas de Oseas, quien se internará en el desierto para confirmarse como esa otredad amenazante: el profeta de los desprotegidos y marginales. En los cuentos de Adela Fernández, la otredad se plantea en términos de lo excepcional, pues aquello a lo que alude representa o proviene de territorios que se articulan con sus propias reglas de funcionamiento, por lo tanto su presencia es atemorizante, como sucede en Cordelias
, otro de los cuentos que conforman Duermevelas. Más allá de los temas cruentos, la técnica de la autora se inclina por el equilibrio estructural en sus cuentos, pues cada una de las unidades de acción, tiempo y espacio están perfectamente organizadas bajo la lógica de la condensación y la brevedad que otorga una clara función incluso a los pequeños detalles que conforman el universo narrado. Un ejemplo extraordinario de esta técnica de escritura es el cuento Cordelias
. En este cuento, Adela Fernández regresa a su imaginario temático, pero desde el ejercicio de la variación. En una muestra de una adecuada economía discursiva, la autora construye, en brevísimas oraciones, dos paradigmas de realidad en constante tensión. La historia, entonces, se desliza entre las explicaciones de orden racional y aquellas que atañen al mundo de la superstición y la magia. En un pueblo azotado por la infertilidad, aparece una niña, Cordelia, que tiene la siniestra capacidad de duplicarse mediante la reproducción de su imagen. Al invertir el sentido simbólico de la fertilidad, la historia adquiere un halo de extrañeza que problematiza la noción del sujeto como una identidad monolítica estable, pero sobre todo plantea la idea de la reproducción, en clara referencia a la maternidad, como una fuerza destructiva que corrompe al individuo en su deseo de continuidad.
Una década después, Adela Fernández dio a conocer su tercer libro de cuentos, Vago espinazo de la noche (Cuentos negros, crueles y cínicos), publicado por Ediciones de la Correa Feminista y con un tiraje de apenas quinientos ejemplares. En este libro, Adela Fernández se inclina por explorar la muerte y la crueldad bajo las coordenadas críticas del realismo, pero no abandona por completo las estéticas de irrealidad. Los cuentos que conforman Vago espinazo de la noche son textos oscuros con finales trágicos, pero que no están exentos de cierta ironía que potencia el sentimiento de desamparo, el aislamiento y la imposibilidad de un ordenamiento coherente del individuo enfrentado a una realidad que se desgrana poco a poco, como sucede en el cuento que da título al libro. Vago espinazo de la noche
es la historia del deseo de unos huérfanos por alcanzar a Dios, deseo que se traduce en la búsqueda desesperada por alejarse de una realidad cruel que los golpea incansablemente. De ahí que decidan emprender un viaje del que sólo el narrador regresa, atrapado en una concavidad estelar
. El texto se articula en la irresolución narrativa que se despliega ante la imposibilidad de discernir si aquello que se relata realmente sucedió mediante un ritual mágico o es producto de las alteraciones neuronales del narrador derivadas de una intoxicación con mescalina y éter. En esta permanente tensión se va tejiendo la mirada crítica de la autora sobre la ineficacia de las instituciones sociales, el abuso del poder y la crueldad del mundo adulto.
La búsqueda de Dios
, ese deseo de alcanzar la liberación, aparece como el motivo que desencadena la tragedia en Ese maldito animal
, otro de los textos que aparecen en Vago espinazo de la noche y que no sólo conjuga las obsesiones temáticas de Adela Fernández, sino que también muestra la fluidez con la que la autora se mueve por los diferentes registros de irrealidad. En este cuento, Adela Fernández plantea, de inicio, un juego discursivo entre lo maravilloso, lo fantástico y lo extraño que desarticula constantemente las certezas sobre el universo relatado. La historia que se cuenta en Ese maldito animal
se construye bajo