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Teléfono rojo a la Tierra
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Libro electrónico55 páginas41 minutos

Teléfono rojo a la Tierra

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Información de este libro electrónico

Esta historia va de alienígenas… pero no hay ningún alienígena, solo la insensatez en su más puro significado.

 

En pleno auge de la guerra fría, una señal procedente del espacio detona las alertas en la Tierra, creando un pandemonio y un frenesí de locura y delirio en las mentes de los altos funcionarios del ejército y el gobierno americano, llevándolos a tomar medidas que acabarían siendo peores que la amenaza.

 

Teléfono rojo a la Tierra es un relato corto de humor absurdo, ciencia ficción, drama y un desenlace que acabará desviando los eventos de la historia hacia otra parte.   

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 jun 2023
ISBN9798223280767
Teléfono rojo a la Tierra

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    Teléfono rojo a la Tierra - Esteban Figuerola

    Ocasionalmente pienso en lo rápido que nuestras diferencias en todo el mundo se desvanecerían si nos enfrentáramos a una amenaza... fuera de este mundo...

    O quizás...

    Cada pequeño y ligero salto sobre la superficie lunar venía acompañado de los acordes imaginarios del Danubio Azul; pisadas danzantes que dejaban atrás las permanentes huellas del bailarín de escafandra. Había alcanzado un nuevo récord de altura que le habría deshecho los pies a cualquiera, de no ser porque su retorno al suelo era igual que el caer de una pluma. Muy cerca de su perímetro, y sin importarle aquella ridícula danza, el teniente George Miller se tendía sobre una cómoda y rosada cama de playa con su botella de birra y su reflector solar. Y aunque el visor de policarbonato impedía que los rayos broncearan su cuadrado rostro, al menos tenía una vista magnifica hacia aquel brillante y no tan distante planeta azul, cuya mitad sobresalía de la oscuridad espacial.

    Todo marchaba con relativa tranquilidad en la base espacial secreta instalada en la luna. Presentaba un diseño circular hermético y muy bien camuflado para confundir a las anticuadas lentes de los satélites comunistas. Tan solo era una diminuta espinilla brotada sobre el acantilado de un joven cráter. Dentro de sus instalaciones, los paneles arrojaban datos normales y tan aburridos que servían como canción de cuna para el operador que los controlaba. Desde sus primeros días de operación, poco después de iniciada la guerra fría, la base nunca detectó ni reportó nada interesante. Supusieron que el cerebro del comunista promedio alcanzaba solo a actualizar la propaganda en lugar de su tecnología espacial, y ya no valía la pena seguir tomándose tan en serio los protocolos en la base, o al menos no los más prescindibles. El segundo oficial Henry Woods revisaba por enésima vez la misma revista Playboy mientras le daba sorbos a su vaso de sucedáneo de café; hacía más de un mes que a la máquina expendedora se le había agotado el café real, y tuvieron que conformarse con los sobres de sucedáneo que venían en el kit de comida espacial-militar.

    En la segunda planta, bajo la cúpula de la base, el cabo Smithjoe se encargaba de hacer la única cosa que sus superiores rehusaban desde hace seis meses: trabajar. Tenía que monitorear las señales y los datos entregados por cada panel. Las lucecitas intermitentes y los monótonos pitidos de las ondas le habían secado los ojos y remarcado sus bolsadas ojeras. Tantos números y tantas cosas que brillaban a la par como un espectáculo que nadie estaba dispuesto a ver. Ya no recordaba cuándo fue la última vez que se levantó de la silla, o cuándo fue la vez que pudo presenciar colores vivos del otro lado de una ventanilla. Al costado a su derecha reposaba colgado el teléfono, ¿Siquiera lo habían utilizado antes?, ¿cuándo fue la vez que lo usaron para reportar una eventualidad? Se hurgó la oreja, le pasó la lengua al dedo, y continuó haciendo los mismo que había estado haciendo desde que se inauguró la base.

    Enseguida, como una ligera llamada de atención que sacudió la maquinal mirada de Smithjoe, una luz comenzó a titilar muy deprisa y a emitir un pitido diferente al resto. El cabo, demorándose en reaccionar, se giró hacia el panel y comenzó a recibir, mediante una serie de botones, los datos que arrojaba la pantalla rectangular. El tablero empezó a

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